lunes, 17 de mayo de 2021

Montbau (Gombau)


























































Fotos: Tocho, mayo de 2020


Sobre las tierras donde se levantaba la torre de Gombau (un nombre de origen germánico), un violento noble de la corte de Aragón, en el siglo XI, dueño de Montjuich y de la sierra que cerca la ciudad de Barcelona, se levantó, en la segunda mitad de los años cincuenta el polígono del mismo nombre, Gombau, hoy Montbau. 

El polígono fue una obra municipal encargada por el alcalde José María de Porcioles (1904-1993) a tres jóvenes arquitectos ya reconocidos (Guillermo Giraldéz, 1925, Pedro López Íñigo, 1926-1997, y Javier Subías, 1926), tan solo cinco años despúes de finalizar la carrera, a quienes pagó un viaje de estudios por Europa, en particular a Berlín donde se estaba construyendo el barrio de Interbau.

Porcioles había sido nombrado alcalde tras su éxito gestionando el polígono de las Viviendas del Congreso, financiadas por el arzobispado para familias pobres cristianas escogidas por la iglesia. 

Montbau se hizo en tres fases. En la primera, influida aún  por el CIAM primó la higiene y la luz; es donde más intervinieron los tres arquitectos. Una gran plaza central acogió el primer arte público abstracto de la ciudad: una escultura de Marcel Martí (1925-2010).

La segunda fase, marcada por el Team X, contó con la intervención de Bonet Castellana quien proyectó las altas torres y la biblioteca. La interacción social fue el tema del proyecto, lograda a través de pequeñas plazas, en varios niveles, delimitadas por bloques en L. Se previeron talleres artesanos y pequeños comercios, contrariamente a un gran mercado, más habitual en un polígono.

La tercera fase se alejó de los postulados anteriores y se fijó en el llamado alfombrados. Compuso lo que puede ser considerado como un único edificio extendido por la ladera en el que las terrazas de los volúmenes inferiores hacen de calle en los superiores.

La obra fue financiada y gestionada no por una promotora sino por cooperativas (de funcionarios municipales, taxistas, etc.) que no buscaban hacer dinero, aunque en ocasiones pedían rebajas en la calidad de los materiales para obtener pisos más económicos.

En función de la riqueza de las cooperativas se obtuvieron pisos entre 70 y 120 m2, estos últimos en el gran bloque con pisos en dos niveles (dúplex).

Finalmente, se cuidó la relación con la naturaleza, haciendo que el polígono se insertara en el bosque. Hoy, es uno de los barrios más arbolados de la ciudad.

Tras unos años 80 muy difíciles por el tráfico de droga, hoy es junto con el Congreso y polígono mejor conservado y más valorado.








Agradecimientos a Arcadio de Bobes, David Mesa y Mónica Sambade por sus explicaciones y, sobre todo, a  Andreu Carrascal, archivero y responsable del Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña, Barcelona, cuyas palabras reproduzco (los errores son solo imputables a mí) y a quien agradezco las detalladas explicaciones y aclaraciones.

El Colegio de Arquitectos de Cataluña de Barcelona acoge una hermosa exposición dedicada a este polígono.







domingo, 16 de mayo de 2021

Joya

La joyería sea quizá el arte por excelencia: el arte de fabricar manualmente un presente, un regalo. Una actividad desinteresada, en la que se vuelca conocimientos y habilidades para honrar y colmar al otro; o, mejor dicho, un trabajo cuyo único interés perseguido es la satisfacción del receptor de nuestra entrega, con el que establecemos buenas relaciones con nuestra ofrenda. Una joya es lo más valioso e íntimo que podemos entregar. La relación de buena vecindad, la complicidad se da y se teje en este acto de transmisión o de transferencia de un objeto en el que hemos volcado todo lo que somos y sabemos. Un objeto diminuto, una pequeña joya símbolo de nuestros desvelos. La joya nos representa y adquiere pleno sentido, ilumina una relación, deslumbra, en el momento, durante el ritual de la entrega. A partir de entonces, el presente no solo se guarda sino que se porta. Quien nos ha regalado está, a través de la joya, con nosotros.

Casi podemos intuir de dónde deriva la palabra joya (joia en catalán, joyau en francés, jewel en inglés...): de iocus, que en latín significa juego, y que ha dado también la palabra francesa joie: alegría. 

Con la joya se tejen el juego y la fiesta, la entrega y el desbordamiento. Una joya es una iluminación, que colma una vida. La joya aporta luz; despierta sonrisa; diluye enfrentamientos; trae complicidades, en un ritual de creación y entrega que se presenta como un modelo de relación humana. La comunidad se organiza y se consolida a través de estos gestos de creación para alegrar la vida y honrar a los demás, gestos que dan vida.

Una joya dice más que una palabra. O, mejor dicho, una joya es una palabra cincelada, gracias a la cual establecemos contactos duraderos y solventamos reticencias.

Pero la palabra joya se relaciona con un nombre propio (ambos términos tienen una misma raíz, que también ha dado la palabra juglar: poeta, maestro de la palabra, que compone, recita y canta, que cuenta  y advierte): Jocasta. Jocasta era la reina de Tebas. Esposada con el rey Layo, no hizo caso de un oráculo. No quiso creer en la palabra divino que le avisaba que no tuviera descendencia, pues el hijo deseado que no debería haber nacido causaría la desgracia de la familia. Ya sabemos cómo concluye la historia. Nació Edipo, que fue un mal aún mayor de lo advertido; mató a su padre y se esposó con su madre con quien tuvo descendencia. Todos lo pagarán con su vida. Edipo fue un regalo envenenado. Jocasta y Edipo se suicidaron; en el caso de Edipo, tras arrancarse los ojos.

Las joyas presiden juegos y rituales; aportan alegría. Pero son palabras sagradas, que hacen ver lo que ni siquiera las palabras pueden apuntar y significar. Las joyas son un idioma universal, un símbolo, un creador de lo que nos constituye como humanos, antes incluso que la palabra, al que debemos prestar toda la atención, al que no podemos hacer oídos sordos so pena del castigo de una vida: la joya express el desvelo, la preocupación, el cuidado, el reconocimiento del otro al que entregamos lo más valioso que hemos podido crear: una ofrenda resplandeciente que diluye la oscuridad, los nubarrones que siempre amenazan las frágiles connivencias, el tejido social a merced del desgarro, de un paso en falso, un gesto malinterpretado.  


La exposición Picasso y la joya de artista, que se inaugura próximamente en el Museo Picasso de Barcelona, trata precisamente de la importancia de la joya en las relaciones humanas, de la entrega y de la compra de voluntades, de deseos alentados y satisfechos, de nuestra capacidad para entregarnos, contando  lo que las palabras no llegan a contar. Cuando la palabra se siente impotente, la joya, el presente, la ofrenda, dice lo indecible. Wittgenstein  no lo supo: podemos ir más allá de las palabras, con entrega y generosidad, con el lenguaje de las joyas. 


Para Montse D., la mejor joyera de Barcelona