Fotos (salvo de la obra de Gregorio Prieto): Tocho, junio de 2021
Sonó el teléfono. Llamaba Ferran Mascarell, responsable de la política cultural del Ayuntamiento de Barcelona. Pedía una reunión inmediata . Era necesario organizar urgentemente una exposición a pocos meses. Estábamos en 1986.
Hacia poco que se habían descubierto, en los destartalados, polvorientos e inseguros -el suelo de madera crujía y era necesario desplazarse con casco- desvanes del Palacio Nacional que acogía el Museo Nacional de Arte de Cataluña, por el que volaban las palomas, decenas de mediocres cuadros, dibujos y grabados sin enmarcar, y esculturas, todos sin catalogar, depositados desde el final de la Guerra Civil española, y procedentes de las exposiciones de arte del Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937. Estas obras habían sido enviadas a París por decenas de desinteresados artistas en favor del gobierno legítimo de la República. La mayoría habían caído en el olvido. Algunos eran aficionados. Muchos, sin duda, no merecían los honores de una entrada en una enciclopedia. Del pabellón se recordaba -y se recuerda- su autor, el arquitecto José Luis Sert, y los artistas, Picasso y el célebre cuadro Guernica, Miró (cuya obra se ha perdido), Julio González, Calder, el cartelista y fotógrafo Renau, el ceramista Llorenç Artigas y Alberto (de cuya obra sólo se conserva una maqueta, hallada precisamente en el desván del Palacio Nacional ). Poco más.
Pero como se descubría decenas de artistas también habían participado desprendidamente. Al acabar la exposición, debido a la guerra civil, las obras no pudieron ser devueltas a sus autores sino que fueron enviadas conjuntamente a una de las pocas ciudades aún bajo el control del gobierno legal y legítimo, Barcelona.
Hace meses que se habían hallado en el desván del Palacio Nacional de Barcelona . Pero no se les había prestado atención. Su interés era más histórico que artístico.
Sin embargo, el Ministerio de Cultura preparaba una gran exposición en Madrid para celebrar el cincuentenario del Pabellón Español en la Exposición Internacional de Paris de 1937. Los responsables, habiendo tenido noticia del hallazgo en Barcelona, habían solicitado al ayuntamiento el préstamo de las obras.
Fue entonces cuando la regidora de Cultura, la poetisa María Aurelia Capmany ordenó que las obras fueran mostradas primero entre Barcelona. No podía ser que Madrid tuviera la primicia.
Ferran Mascarell fue muy claro. La exposición debía organizarse en el Palacio de la Virreina antes que la de Madrid. Había muy poco tiempo para prepararla. Y el contenido sería mediocre. No había que hacerse ilusiones. El conjunto no contenía obras de artistas conocidos ni de renombre.
Cristina Mendoza, conservadora del Museo de Arte Moderno, situado en el dieciochesco edificio del Parlamento en el parque de la Ciudadela, ya estaba catalogando y documentando las obras, buscando datos sobre los autores de las obras, muchos desconocidos, fallecidos o exiliados.
El juicio de Ferran Mascarell era cierto. El conjunto era un horror. Se salvaban muy pocas obras, Del metafísico Gregorio Prieto, Alberto y del surrealista andaluz Rodriguez Luna, amigo de Miró.
El grupo de arquitectos Pasma (que incluía a Manuel Arenas y Aurelio Santos) seleccionó algunas obras y proyectó el montaje, convirtiendo el palacio de la Virreina en un edificio fantasmagórico con parte del mobiliario envuelto en telas blancas, semejantes a sudarios, como cuando se abandona un lugar. Se encargaron textos para el catálogo cuyo diseño el ayuntamiento encargó a Mercedes Azúa. Cristina Mendoza y los conservadores del Museo de Arte Moderno se ocupaba de la catalogación completa. Muchas obras tuvieron que ser restauradas. Habían permanecido casi a la intemperie durante cincuenta años.
Lecturas sobre el arte español de vanguardia los años treinta nos llevó a descubrir que muchos de los artistas formaban parte del grupo de arte Los Ibéricos o pertenecían a la llamada Escuela de Vallecas, expresionista, cercana al expresionismo grotesco alemán, o estaban emparentados con ella.
El autor de uno de los textos era el novelista Francisco Umbral.
Llamada urgente y furibunda. María Aurelia Capmany quería ver de inmediato a los organizadores en su despacho. Hecha una furia, desatada, chillaba : Vallecas, Vallecas, sois de Vallecas…. Todos los artistas que ayudaron al pabellón de la republica eran catalanes, noucentistas, afirmaba, mientras que solo se hacía referencia a la madrileña escuela de Vallecas.
Al parecer, la regidora había contemplado algún cuadro, casualmente de estilo noucentista. Había deducido que el centenar de obras eran similares. No era así.
Prohibió que Umbral escribiera en el catálogo. Ordenó al responsable de las publicaciones municipales, el poeta Joaquim Horta, que controlara la línea ideológica del catálogo .
Los comisarios dimitieron. Pep Subiros, coordinador del área de cultura delegó en Ferran Mascarell que no aceptó la renuncia, se ofreció como mediador pero advirtió que no iba a poner su carrera política en peligro.
Se llegó a un acuerdo. La regidora aceptaba el texto de Umbral a cambio de que el catálogo incluyera un artículo de Francesc Roca, amigo suyo, sobre la participación catalana en el pabellón de la Republica.
Pocos días antes de inaugurar, nueva llamada urgente y tonitronante de la regidora. Bajaba la escalera interior de su despacho enloquecida. Recitaba a voz de grito unos versos. Se había editado un tríptico, en rudo papel de envolver, que se regalaría a los visitantes. Incluía un breve texto, una imagen, y una cita de Valle Inclán. No podía ser. Estos versos no aportaban nada ya que un dístico popular catalán decía lo mismo. Los miles de folletos ya impresos fueron destruidos -si alguno sobrevivió debe de valer una pequeña fortuna. Se imprimieron de nuevo con el poema cambiado.
Al acabar la exposición, las obras fueron devueltas al Museo Nacional de Arte Catalán . El ayuntamiento empezó una ardua busca de los artistas o los herederos para devolverles las obras ya que no pertenecían a los fondos municipales. Su presencia en barcelona era fruto de la casualidad, del rumbo y final de la guerra civil. La mayoría de los propietarios encontrados no quisieron quedarse con las obras sino que las regalaron al ayuntamiento. Éste no las aceptó. En algún caso, artistas como Gregorio Prieto, sintiéndose desairados, exigieron la devolución de la obra -en este caso, una de las dos obras maestras del conjunto .
Mientras, una parte de las obras fueron incluidas en la exposición sobre el Pabellón de la República que el Ministerio de Cultura organizó. Apenas se mencionó la exposición de Barcelona y los logros de catalogación Cristina Mendoza, y de identificación de obras en fotografías antiguas del pabellón.
Allá más tarde, el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid adquirió las mejores obras que hoy se muestran en su exposición permanente.
Hoy, por fin, el Museo Nacional de Arte Catalán ha incluido algunas de aquellas obras en unas nuevas salas de la colección permanente dedicadas a la Guerra civil, recientemente inauguradas. Han pasado veinticuatro años de la exposición Art contra la Guerra en el Palacio de la Virreina.
A todos los organizadores, que no naufragaron .