Una ruina es una realidad y un concepto, algo tangible y un sueño. La ruina se entiende como un ente caído, herido, mutilado, que ha perdido prestancia y unidad, desmoronado, pero también, en Occidente, desde finales del siglo XVI, como un ente cuya forma evoca a la vez un pasado añorado, la unidad perdida, forma que, al mismo tiempo se admira tal como se muestra, como si dicha forma fuera la que el ente tuviera que tener. Una forma distinta, quizá una forma tal como estaba cuando el ente fue construido, posiblemente no despertaría el mismo interés. Un yacimiento arqueológico con edificios enteros, por antiguos que fueran, quizá pasaran desapercibidos, como cualquier construcción medieval en un casco urbano antiguo. La ruina es un edificio singular deseado capaz de evocar un pasado que se antoja esplendoroso, pero cuyo esplendor y fascinación, causados por las ruinas, solo existen en la imaginación. El Partenón, entero y pintado, quizá no pareciera admirable.
La palabra ruina evoca realidades complejas, que dicen mucho sobre nuestra relación con la ruina, que quisiéramos se quedara tal como está, aunque suscite la nostalgia por lo que ya no es ni está.
Ruina, en latín, no significa exactamente lo que la moderna palabra ruina designa. En latín, ruina no se refiere explícitamente a un ente arquitectónico. No pertenece en propiedad al vocabulario de la construcción ni de la arquitectura. Ruina se traduce por hundimiento, devastación, destrucción, derrumbe. Cualquier creación natural y artificial, cuya integridad ha quedado afectada, recibía el nombre de ruina -bien es cierto que modernamente, personas arrasadas por el tiempo y modos de vida, son calificados de ruinas, la palabra ruina, en este caso, utilizada a modo de metáfora, pues ruina hoy solo designa arquitecturas y construcciones dañadas, construcciones vivas que ya no podrán habitarse, cuya perdida vitalidad evoca el derrumbe físico y moral de una persona arruinada.
Ruina, en latín, está emparentada con el verbo griego orussoo; un verbo complejo ya que significa tanto desenterrar -un acto propio del arqueólogo que saca a flote y pone en evidencia lo que la tierra oculta- cuanto enterrar: el gesto con el que se esconde lo que ya no sirve, por ejemplo un edificio condenado o arruinado, e imposible de restaurar o levantar de nuevo. La ruina tiene que ver tanto con la ocultación -no queremos estar rodeados de ruinas- como con la revelación -el pasado de pronto emerge ante nuestros ojos cuando una ruina, desenterrada, se alza en la tierra.
Pero desenterrar es un verbo cargado también de múltiples matices. El desenterramiento permite que un ente salga a la luz. Lo que era invisible -oculto- se hace visible; de lo que no teníamos noticias, y no existía para nadie, de pronto cobra entidad. La tierra aparece como una matriz que da a luz con la ayuda del excavador, El desenterramiento es un alumbramiento, y el mundo se enriquece con un nuevo ser en ciernes, aun no -o ya no- enteramente conformado, pero que promete: ofrece la promesa de un ente con el que entrar en relación.
Mas desenterrar implica arrancar de las entrañas de la tierra. El ente pierde raíces. Ya no está en contacto con la tierra. Se halla en tierra de nadie. Se convierte en un castillo en el aire, un sueño entendido como un ente sin consistencia. Una extracción es dolorosa; conlleva la muerte de lo que se retira. La tierra protegía, cubría al ente, que queda al descubierto, desvalido, a merced de las incurias humanas y del tiempo, perdido su sustento. El ente extraído se convierte en un ruina, un edificio que ya no tiene lugar.
Una ruina, en suma, es un ente desorientado, que ha perdido su lugar en el mundo. Ya no sabe dónde ésta. Ya no es de este mundo. Pero precisamente su absoluta desubicación lo convierte en un sueño. Cualquiera puede proyectarse en él, y utilizarlo para viajar en el tiempo. Una ruina es un ente libre de ataduras. No pertenece a ningún espacio ni a ningún tiempo. Ya no está sometido a las contingencias, las exigencias del lugar. Pero, en contrapartida, lentamente se desvanece como toda ilusión. La realidad, de la que la contemplación de la ruina nos libera, vuelva a imponerse y nos devuelva a la tierra, al mundo terrenal que tanto se opone al sueño.