Amén de un hombre de armas, Hernán Cortés fue un gran hombre de letras, culto y erudito. Las tres largas cartas que remitió desde el imperio azteca al emperador germano-español Carlos V son un modelo de literatura de viajes: una minuciosa y fascinada descripción de ciudades desconocidas para él, que no casaban con ningún modelo de ciudad europea, y de las que cantó, con admiración, excelencias. Tenochtitlan -hoy Ciudad de Méjico-, que llama Temixtitan, le aparece como una urbe deslumbrante, más extensa y hermosa que las ciudades españolas más hermosas, fueran Toledo, Córdoba o Sevilla.
Entre las descripciones, destacan las de los templos aztecas (cuyas efigies sagradas destruyó, un fenómeno, la destrucción de estatuas, que aún se practica con saña en todo el mundo), que evalúa a partir del único modelo de templo no cristiano que conocía, la mezquita. Es seguramente por esta razón que los templos aztecas son llamados, sorprendente pero sin duda inevitablemente, mezquitas.
Más allá del juicio que mereciera la conquista que emprendió, las tres cartas son uno de los textos más lúcidos del manierismo europeo.
Es así, por ejemplo, cómo Cortés describe la capital del imperio azteca:
“Porque para dar cuenta, muy poderoso señor, a
vuestra real excelencia, de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas de esta
gran ciudad de Temixtitan [Tenochtitlan, la capital del imperio azteca], del
señorío y servicio de este Mutezuma [Moctezuma], señor de ella, y de los ritos
y costumbres que esta gente tiene, y de la orden que en la gobernación, así de
esta ciudad como de las otras que eran de este señor, hay, sería menester mucho
tiempo y ser muchos relatores y muy expertos; no podré yo decir de cien partes
una, de las que de ellas se podrían decir, mas, como pudiere diré algunas cosas
de las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que
no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos, no
las podemos con el entendimiento comprender. Pero puede vuestra majestad ser
cierto que si alguna falta en mi relación hubiere, que será antes por corto que
por largo, así en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a vuestra
alteza, porque me parecía justo a mi príncipe y señor, decir muy claramente la
verdad sin interponer cosas que la disminuyan y acrecienten.
Antes que comience a relatar las cosas de esta
gran ciudad y las otras que en este capítulo dije, me parece, para que mejor se
puedan entender, que débese decir de la manera de México, que es donde esta
ciudad y algunas de las otras que he hecho relación están fundadas, y donde
está el principal señorío de este Mutezuma. La cual dicha provincia es redonda
y está toda cercada de muy altas y ásperas sierras, y lo llano de ella tendrá
en torno hasta setenta leguas, y en el dicho llano hay dos lagunas que casi lo
ocupan todo, porque tienen canoas en torno más de cincuenta leguas. Y la una de
estas dos lagunas es de agua dulce, y la otra, que es mayor, es de agua salada;
divídelas por una parte una cuadrilla pequeña de cerros muy latos que están en
medio de esta llanura, y al cabo se van a juntar las dichas lagunas en un
estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras altas se hace. El cual
estrecho tendrá un tiro de ballesta, y por entre una laguna y la otra, y las
ciudades y otras poblaciones que están en las dichas lagunas, contratan las
unas con las otras en sus canoas por el agua, sin haber necesidad de ir por la
tierra. Y porque esta laguna salada grande crece y mengua por sus mareas según
hace la mar todas las crecientes, corre el agua de ella a la otra dulce tan
recio como si fuese caudaloso río, y por consiguiente a las menguantes va la
dulce a la salada.
Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en
esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad,
por cualquiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tienen cuatro
entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas. Es
tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las calles de ella, digo las principales,
muy anchas y muy derechas, y algunas de éstas y todas las demás son la mitad de
tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas
las calles de trecho a trecho están abiertas por donde atraviesa el agua de las
unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas hay
sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas, juntas y recias y bien labradas,
y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de a caballo juntos a la
par. Y viendo que si los naturales de esta ciudad quisiesen hacer alguna
traición, tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha ciudad edificada de
la manera que digo, y quitadas las puentes de las entradas salidas, nos podrían
dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra; luego que entré en
la dicha ciudad di mucha prisa en hacer cuatro bergantines, y los hice en muy
breve tiempo, tales que podían echar trescientos hombres en la tierra y llevar
los caballos cada vez que quisiésemos.
Tiene esta ciudad muchas plazas donde hay
continuo mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como
dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay
cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo; donde hay
todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan, así de
mantenimientos como de vituallas, joyas de oro y de plata, de plomo, de latón,
de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles y de
plumas. Véndese cal, piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillos, madera
labrada y por labrar de diversas maneras (…)
Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas
de sus ídolos de muy hermosos edificios, por las colaciones y barrios de ella,
y en las principales de ella hay personas religiosas de su secta, que residen
continuamente en ellas, para los cuales, demás de las casas donde tienen los
ídolos, hay buenos aposentos. Todos estos religiosos visten de negro y nunca
cortan el cabello, ni lo peinan desde que entran en la religión hasta que
salen, y todos los hijos de las personas principales, así señores como
ciudadanos honrados, están en aquellas religiones y hábito desde edad de siete
u ocho años hasta que los sacan para casarlos, y esto más acaece en los primogénitos
que han de heredar las casas, que en los otros. No tienen acceso a mujer ni
entra ninguna en las dichas casas de religión. Tienen abstinencia en no comer
ciertos manjares, y más en algunos tiempos del año que no en los otros; y entre
estas mezquitas hay una que es la principal, que no hay lengua humana que sepa
explicar la grandeza y particularidades de ella, porque es tan grande que
dentro del circuito de ella, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy
bien hacer una villa de quinientos vecinos; tiene dentro de este circuito, todo
a la redonda, muy gentiles aposentos en que hay muy grande salas y corredores
donde se aposentan los religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy
altas y bien obradas, que la mayor tienen cincuenta escalones para subir al
cuerpo de la torre; la más principal es más alta que la torre de la iglesia
mayor de Sevilla. Son tan bien labradas, así de cantería como de madera, que no
pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería
de dentro de las capillas donde tienen los ídolos, es de imaginería y
zaquizamíes, y el maderamiento es todo de masonería muy pintado de cosas de
monstruos y otras figuras y labores. Todas estas torres son enterramiento de
señores, y las capillas que en ellas tienen son dedicadas cada una a su ídolo,
a que tienen devoción.
Hay tres salas dentro de esta gran mezquita,
donde están los principales ídolos, de maravillosa grandeza y altura, y de
muchas labores y figuras esculpidas, así en la cantería como en el
maderamiento, y dentro de estas salas están otras capillas que las puertas por
donde entran a ellas son muy pequeñas, y ellas asimismo no tienen claridad
alguna, y allí no están sino aquellos religiosos, y no todos, y dentro de éstas
están los bultos y figuras de los ídolos, aunque, como he dicho, de fuera hay
también muchos.“ (Hernán Cortés: “Segunda carta al emperador Carlos V, 30 de
octubre de 1520”, Cartas de relación)