martes, 9 de diciembre de 2025
MAMADOU CISSÉ (1960): LA CIUDAD DEL FUTURO
lunes, 8 de diciembre de 2025
Misterio o el 8 de diciembre
8 de diciembre: fiesta de la Inmaculada Concepción de María en los países de religión católica o protestante mayoritaria o por decreto. No así en los países de religión ortodoxa.
Una concepción que es un oxímoron. Revela una contradicción o una imposibilidad que solo una gracia sobrenatural salva.
Los humanos nacemos marcados por un doble crimen: la desobediencia de Adán y Eva, la pareja primigenia, probando el fruto prohibido cuya ingesta mágicamente les habría convertido en dioses así su creador no hubiera borrado este don milagroso, un borrado deficiente que dejó para siempre una mancha indeleble que el paso de los siglos y de las generaciones no logró atenuar, y el crimen de Caín, hijo de Adán y Eva, ya ensombrecido por el mal, que asesinó a su hermano Abel por el injusto e inexplicable favoritismo que recibía del creador.
El dios cristiano es al mismo tiempo un ser humano -lo tiene que ser: solo así puede cumplir con su promesa de liberar a la humanidad de su falta inicial, liberación que pasa por su muerte a causa de nuestros males originados por el mal inicial que nos marca como un hierro candente, que nos esclaviza. La última falta, el último crimen que cometemos es la ejecución de la divinidad -o de su faceta humana, que se repite o se rememora cada año por pascua, cuando el mal del invierno llega a su fin. Cometiéndolo, agotamos al fin el poder destructor de la falta inicial siempre presente. Desde entonces, estamos libres de culpa.
Mas, en tanto que divinidad, el dios cristiano no está mancillado. Sí debería estarlo su faceta humana -si quiere ser un ser humano a parte entera, cuya muerte humana causada por nosotros nos libera del mal tras haber cometido el último crimen, tras haber gastado el último cartucho maléfico.
En este caso, sin embargo, la faceta divina prevalece y la cara humana de la divinidad no queda afectada por el mal humano original.
En tanto que ser humano, o mejor dicho, para ser un humano, tiene la divinidad que tener un alumbramiento humano, una concepción y un nacimiento que imprime el mal en el cuerpo del recién nacido. La impresión viene causada por la madre, y el hijo a su vez transmitirá esta falta originaria que nos predispone a hacer el mal -una predisposición innata de la que somos culpables en tanto que humanos, e inocentes puesto que nos ha sido impuesta.
Si el dios cristiano nace sin mancha necesariamente su madre a su vez tiene que estar liberada de tal falta.
Que lo esté su hijo puede explicarse, porque además de ser un humano, es también una divinidad.
Pero ¿su madre? Si no posee una mancha, solo puede ser una diosa. Pero las diosas solo pueden alumbrar a divinidades, no a humanos.
Solo un milagro, la intervención de un deus ex machina puede solventar esta contradicción irresoluble…. Una humana que no es una humana que alumbra a un ser humano que es una divinidad.
(La teología, la magia, la poesía, la física cuántica y la filosofía son fascinantes, porque se enfrenten serenamente a la absurdidad de la vida y tratan de hallar una razón a la irracionalidad). La ciencia y ls técnica, por el contrario, solo quieren ver la luz.
De ahí la grandeza de la arquitectura -que no de la construcción- que sabe ver las alturas y el abismo.
Pero hoy la arquitectura se inclina peligrosamente hacia la mera materialidad de la construcción. Ya no cree que las piedras puedes desplazarse solas y disponerse donde les toca, mientras los héroes gemelos Zeto y Anfión logran con su música y sus versos que la materia se libere del peso que la atenaza y la embrutece y levite.
domingo, 7 de diciembre de 2025
Descolonizar
Un verbo ha irrumpido, zarandeando los muros más sólidos de museos europeos y norteamericanos: descolonizar.
El prefijo de-, del latín dis-, indica la reversión de una acción. Descolonizar significa revertir, anular el acto de colonizar: no solo se pone freno, sino que se restaura lo que ha sido alterado -cultura, creencias, juicios y prejuicios- por la colonización.
Cabe preguntarse si este verbo es apropiado.
La descolonización museística conlleva la explicación detallada de lo que aconteció para que la obra expuesta haya tenido lugar: trabajadores, condiciones de trabajo, materiales empleados, extracción de los mismos, modelos artísticos y temáticos impuestos, censuras, condiciones de venta, intercambio o expolio, etc.
La pregunta que quizá cabría hacerse es : ¿qué sentido, qué función cumplen estos datos? ¿Cómo afectan, si es que afectan, el juicio que la obra merece -pues un museo expone al juicio público unas obras para que sean percibidas e interpretadas, enriqueciendo, corroborando, contrastando o negando la visión del mundo de cada visitante?. La confrontación con la obra, en algunos casos, puede provocar un replanteo de lo que somos y de lo que hacemos. La obra es un espejo que nos revela lo que somos y nos manifiesta lo que no podemos o queremos ver.
¿Como debemos percibir una obra de arte? ¿Informados o desinformados? El encuentro con la obra debe darse a cara limpia, o con la lección aprendida?
Ambas concepciones tienen sus defensores. La información puede ayudar a apreciar y a entender una obra, o puede distorsionar nuestro aprecio, nuestro disfrute, o nuestro aprendizaje. La lección estética y moral que una obra nos da puede fracasar, o llegarnos con más claridad si no acudimos ante una obra con las manos en los bolsillos.
La descolonización museística no cambia la historia, pero puede ayudarnos a entenderla mejor -para no repetirla. Puede beneficiar la comprensión de la obra y entender el complejo trasfondo que la ha alumbrado, un complejo en el que el sometimiento, el dolor y la rabia han podido estar presente, como posiblemente ha estado rondando en muchas obras desde los albores de la historia. ¿Cuántos muertos carga sobre sus espaldas el Partenón, las tumbas de la primera dinastía China, o las pirámides de Tenochtitlan? Y ¿cuántas esperanzas han despertado o han quebrado?
Las obras de arte pueden poner buena cara al mal tiempo. Saberlo no impedirá que esta fenómeno se haya dado y pueda volverse a dar. Pero nos ayudará quizá a entender que la obra de arte es una creación humana y, por tanto, una creación en la que se mezcla la ilusión y la mezquindad, el desprendimiento y la imposición; la muerte incluso.
La creación blanca, sin vergüenzas, es angelical: no es humana. Saberlo no implica aceptarlo. No cabe justificación alguna. Solo tratar por todos los medios de reparar al momento el daño, quizá inevitable, cometido, una reparación que no es un blanqueo sino un reconocimiento -sin aspavientos, resentimientos, dedos acusadores, ni golpes en el pecho, para aliviar la conciencia- que cualquier acción creativa es violenta -y necesaria, y posiblemente imposible de liberar de la violencia.
FREDDY MAMANI (1971): CHOLETS
sábado, 6 de diciembre de 2025
Hijos del Cuervo
Un mago malvado había capturado el sol, la luna, las estrellas matutina y vespertina y los cuerpos siderales más brillantes, y los encerró en una cajita.
La noche se extendió sobre la tierra. Los hombres iban a ciegas.
Un cuervo de blanco plumaje se apiadó de la suerte de los humanos. Se hizo muy pequeño, tanto que pasaba desapercibido, y se echó a las aguas. Se había convertido en una diminuta espina.
La hija del jefe de la tribu bebió el agua del río. Sin darse cuenta se tragó, sin notar nada, la espina.
Nueve meses más tarde, dio a luz a un bebé revoltoso.
Pronto, el niño empezó a explorar el poblado. Halló la caja, y sus gracias conmovieron al mago que se la ofreció.
El niño abrió la tapa, y todos los cuerpos celestes retornaron a su lugar de origen.
Se hizo de nuevo de día.
El niño recuperó su condición, y las plumas se oscurecieron debido al humo de los fuegos que los humanos, que recobraron la vitalidad, encendieron por doquier.
El cuervo les devolvió la vida, a la vida. El cuervo, un pájaro astuto, engañosos y ladrón a sus horas, tan parecido por tanto a los humanos, que podía imitar el sonido de todos los animales y la voz de los hombres.
Y los hombres se alzaron y adoraron al cuervo, su creador.
El cuervo, el pájaro emblemático en las tribus de la costa del noroeste de lo que hoy es Canadá.
Para nosotros, el cuervo también inquieta por su inteligencia.
Cris cuervos….
Agradecimientos a Steve Bourget por esta revelación en un seminario en París
viernes, 5 de diciembre de 2025
Santa Faz
Los dioses politeístas tenían un rostro: el que, aún siendo invisibles y no sabiéndose qué forma tenían, adoptaban cuando se disfrazaban de un ser humano cercano o al menos conocido, y aparecían ante quien instruir o advertir. Las imágenes también los dotaban de un rostro característico que facilitaba el reconocimiento de la divinidad cuya naturaleza espiritual se manifestaba a través de su imagen pintada o esculpida.
Todos sabían que las imágenes no eran un verdadero retrato, entre otras razones, porque los dioses no poseían un cuerpo material, pero se asumía que las plegarias dirigidas a la imagen se transferirían a la divinidad si ésta, desmaterializada -o inmaterial-, no se hallaba en la imagen.
Este juego complejo entre visible e invisible es más sencillo con el cristianismo. Puesto que la divinidad era, al mismo tiempo, un ser humano, poseía un rostro que podía ser plasmado en una imagen. Ésta era un verdadero retrato, es decir, era la representación o la duplicación incluso de los rasgos del rostro reproducido. Dichos retratos se basaban en un retrato primigenio: la impresión del rostro del dios-humano (la impresión del rostro de su “faceta” humana) en una tela cuando se secó el rostro empapado de sudor durante un esfuerzo -la ascensión del monte Gólgota, cargando la cruz en la que sería clavado tras haber sido condenado a muerte.
Este juego no existe en el Islam. El dios es invisible e informe. Es una luz y un nombre (una multitud de nombres cuya totalidad es desconocida, fuera del alcance del ser humano).
Mas, cuando éste vence a la muerte, deviene un inmortal y entra donde hubiera pasado sus días si no hubiera sido expulsado por sus fechorías, inevitables en todo ser humano -son las faltas las que lo convierten en un humano-, el Paraíso, la faz de la divinidad se le aparece: revela su rostro verdadero; un rostro que solo alcanzan a contemplar después de la muerte. Un rostro que rechaza mostrarse en la tierra; un rostro que le es propio, que los ojos humanos no pueden ver o reconocer.
PS: de las lecciones comunicadas en un taller sobre arte y religión en París .


























































