Nicolás Rubió Tuduri & Raimundo Duran Reynals: Monasterio de la Virgen Real de Pedralbes, 1922-1936, 1950. Filial del Monasterio de Montserrat, y sede de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta, desde cuyo claustro ha sido autorizada esta mañana la retransmisión de la clase de la asignatura de Teoría de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona -que los estudiantes han tenido que seguir a través del ordenador.
Fotos: Tocho, marzo de 2021
Peripatético: en griego antiguo, quien pasea dando vueltas.
Es así como se denominaban a los discípulos de Aristóteles, quienes seguían sus enseñanzas mientras deambulaban alrededor del pórtico que rodeada al Liceo, en Atenas, donde el filósofo impartía sus lecciones.
El Liceo: un centro de estudio cercano al santuario de Apolo Lykeios, o Apolo el lobo; el lobo, símbolo de inteligencia, que halla su camino gracias a sus luces, pero implacable en su avance, destruyendo los obstáculos que frenan el alcance de los fines que persigue. El lobo, que no cesa de rondar hasta lograr sus propósitos.
El Liceo resuena en una tipología arquitectónica que articula las distintas estancias de un nuevo centro de saber, cuando los centros tradicionales desaparecieron, tras la caída del Imperio Romano Occidental a finales del siglo V: el claustro de los monasterios que desde la Alta Edad Media, quizá desde el siglo IX, preservaron el conocimiento de los saberes de la antigüedad.
Como su nombre indica, un claustro es un espacio de clausura, cerrado. Pero el encierro que causa y simboliza solo es físico, pues la limitación del movimiento desordenado, que parece no saber hacia dónde ir, al que el claustro obliga, invita al recogimiento, a la liberación espiritual.
Ningún elemento ornamental ni escultórico distrae o detiene. El ritmo de los arcos y los columnas pauta, como una partitura, y acompaña el deambular, la cabeza gacha, ensimismada. El claustro, de estricta geometría invita a perderse en los pensamientos, a adentrarse en uno mismo.
El claustro se recorre pensativamente. A medida que se dan vueltas lentamente, poco a poco se logra aclarar los problemas que nos embargan, los obstáculos que nos detienen o nos preocupan. El claustro es el perfecto lugar para la meditación. Se piensa mientras se camina, porque se camina, en pos de la resolución de un conflicto. Un claustro no desata el eureka, la brillante y feliz idea, sino el lento y seguro descubrimiento de la verdad. Poco a poco, la luz brota -y ya no se extingue. Los descubrimientos a los que el claustro por el que se transita invita son perdurables. Las vueltas, los giros, desatascas los problemas en apariencia irresolubles. El tranquilo pero perseverante movimiento giratorio ahonda hasta que se alcanza una solución meditada.
Los claustros son lugares ideales, en estos tiempos en los que los encuentros y los diálogos están suspendidos, para reflexionar y reflejar o comunicar tanto los logros cuanto el proceso, los circunloquios que han permito llegar al fondo de un problema.
Cuando las aulas están cerradas, y los estudiantes encerrados en sus estancias, sentados ante la pantalla de un ordenador, el claustro, como el del Monasterio de la Virgen Real de Pedralbes, en Barcelona, perteneciente a la Orden de Malta -un organismo con la consideración de un estado-, es donde se puede levantar una clase que se retransmite a medida que se va rodeando, una y otra vez, el espacio que más da qué pensar.
Gracias al monasterio antes citado por esta enriquecedora e inesperada experiencia
Con la ayuda y la colaboración de Maribel Díaz, Oscar Poggi y el prior del monasterio, a quien agradecemos la liberalidad concedida