viernes, 27 de agosto de 2021

JORGE PARDO (1963): HOTEL ARLATAN (2018)




















 


Fotos: Tocho, 2021


Si los artistas de Hollywood y las estrellas del pop, desde Leonardo de Caprio hasta la gran Elizabeth Hustley, y Abba, poseen hoteles de lujo, los artistas plásticos no quedan descolgados.

De hecho, en los años setenta, artistas como Gordon Matta-Clark o Alighiero Boetti poseyeron restaurantes u hoteles (en Kabul, por ejemplo). No se limitaron a ser los dueños de los equipamientos sino que trabajaban  en los mismos, y dichas actuaciones, cocinando, por ejemplo, eran “gestos artísticos”, “performances”. El hotel de Boetti en Kabul era, todo él, una obra de arte (al tiempo que un hotel y que un estudio, confundiéndose el espacio en el se genera la obra con ésta), y permanecer en él permitía vivir una “experiencia artística”, signifique lo que signifique esta expresión. One Hotel era a la vez el nombre del alojamiento y el título de una obra, creada y dirigida para suscitar “amor”, según las palabras del artista, en el ocupante-espectador. El hotel era un medio de comunicación de una manera de estar -y de ser- en el mundo. Años más tarde, la diminuta coctelería Bijou en Barcelona, era una co-propiedad del artista Carlos Pazos (a la vez que arquitecto también, autor junto con el arquitecto y diseñador Gabriel Ordeig), indistinguible de su obra, consistente en encuentros de objetos que componen lugares de ensueño o de pesadilla que remiten al perdido mundo infanti en los que uno querría vivir, a los que uno querría volver. El bar permitía habitar un sueño, retrasar las manecillas del tiempo a las primeras horas.







La experiencia hoy, ya no requiere la presencia del artista, si bien el estatuto del hotel es ambiguo. Dos de los artistas contemporáneos más caros, Murakami, y Damián Hirst han “decorado” hoteles, y se considera la intervención de Hirst en Las Vegas -el hotel más caro del mundo, como no podía ser de otro modo ni en otra ciudad- su mejor obra.

Un estatuto también incierto afecta el hotel Arletan en Arles. Perteneciente a una coleccionista y mecenas (de la fundación Luma),  ha sido decorado hasta la saturación por el artista cubano Jorge Pardo -que también realiza proyectos de arquitectura-: se trata de un edificio ya existente, al que el artista, entre la decoración y la instalación, ha dotado de una “piel” que conjuga de forma abigarrada y no se sabe si irónica muebles, rejas modernas aunque rococó, tejidos, luces, materiales (azulejos, maderas trabajadas y pintadas, lámparas con pantallas recortadas con láser) y formas casi imposibles de describir, en una saturación de luces a media luz, colores, motivos ornamentales, estampados y texturas que querrían ser vivos y evocan el canto de un cisne: un telón a punto de caer.


NOTAS:

Agradecimientos a Mónica Gili por una importante corrección y a Martina Millá quien recuerda el restaurante de tapas Internacional  que el artista Antoni Miralda y la cocinera Montse Guillén abrieron en Nueva York en los años ochenta, concebido como una instalación permanente del arte efímero de Miralda a partir de alimentos.


Asimismo, Martina Millà evoca el restaurante temporal Marshall que el artista Olafur Eliasson abrió recientemente  en la capital islandesa, que podría no haber sido sino un restaurante  común, si no fuera porque reproducía el estudio que el artista posee en Berlín, lo que lo situaba entre la réplica, la recreación mimética, y una obra original que cortocircuitaba la distancia espacial confundiendo las ciudades, trasladando Berlín a Reykjavik.

jueves, 26 de agosto de 2021

XAVIER LEFEBVRE: SUR LES TOITS DES VILLES - BARCELONE (SOBRE LOS TEJADOS DE LAS CIUDADES - BARCELONA, 2015 - 2016)


Serie documental sobre varias ciudades, filmada hace varios años, pero recién estrenada en la cadena de televisión europea Arte.
Lamento la publicidad inicial que no he sabido borrar.

El cruce y la rotonda

Un cruce de caminos activa la buena educación. Quien se acerca, aminora la marcha y se detiene. Otea a derecha y a izquierda. Piensa en ceder el paso si alguien se aproxima por la derecha. El cruce exige contención y respeto, el reconocimiento del otro. En un cruce uno se siente de pronto inseguro y tiene que “negociar” el reprender el viaje. Un cruce constituye un alto en el camino. La mirada deja de estar fija en lo que sucede delante y debe desviarse. Lo que acontece en los márgenes se vuelve importante, quizá decisivo. Quedamos a merced de quienes se cruzan en nuestro cambio. Tenemos que aprender a frenar lentamente y a esperar. Dicho detenimiento no viene impuesto por señal o advertencia alguna. En una parada prudente y voluntaria. Sabemos que podríamos hacernos mucho daño, y causarlo a los demás. Los altos en el camino son también simbólicos. Invitan a recapacitar , a volver la vista y a reemprender la ruta más sabios, con más experiencia. Y la vuelta a la carretera requiere un inicio lento antes de alcanzar la velocidad de crucero. Instinto y reflexión, mesura, cordura y confianza se conjugan para que todos puedan proseguir su vida. 

Un cruce permite también cambiar de rumbo. Facilita corregir  el camino equivocado, rectificar lo mal andado. Un cruce es un nuevo inicio. El quiebro, como toda torcedura, es doloroso. Sabemos que no podemos seguir como hasta ahora. Mas una solución, una nueva vía se abre que quizá nos devuelva por el “buen” camino, amén que nos permite escapar de sendas demasiadas veces holladas.

Pero los cruces ya no existen. Solo hallamos rotondas. Seres que llegan de todas direcciones se enredaran en una o varias vueltas, sin detenerse, mirarse ni considerarse. La rotonda obvia el encuentro. El cuerpo se arquea para evitar el roce y sobre todo para no mirar en otras direcciones. La unídireccionalidad, la consideración única es a lo que invita la rotonda. La velocidad se mantiene. Nadie se puede detener. La rotonda preside un fascinante desencuentro de seres, una coreografía sencilla, mecánica, que evita los reconocimientos. Es innecesario, incluso contraproducente, ser educado. La huida adelante: tal es la lección moral que aporta la rotonda. Se rehuye la presencia de los otros. Podríamos pensar que articula gestos, pero los desliga. Cuerpos, miradas, se rechazan.  La rotonda es la perfecta metáfora de nuestra manera de estar, hoy en el mundo. 


(Nota inspirada por la lectura de una brillante columna de Sergi Pàmies, publicada hoy en el periódico La Vanguardia).

ROBERT BREER (1926-2011): FORM PHASES IV (1954)

 La excelente exposición ( muy bien documentada y montada, con una selección de obras, traídas de museos europeos y norteamericanos, inmejorable, casi imposible de organizar en tiempo de pandemia y restricciones), United States  of Abstraction: Artistes Américains en France (1946-1964), sobre la presencia de artistas abstractos norteamericanos en París, tras la Segunda Guerra Mundial, fascinados por la última obra de Matisse y Monet, trabajando y exponiendo en la capital francesa, junto con artistas europeos, con críticos y en galerías francesas -un enfoque que da la vuelta a la historia más habitual de artistas europeos emigrados a Nueva York en los años 50 del siglo pasado-, hoy en el museo Fabre de Montpellier (Francia), incluye dibujos animados abstractos, de Robert Breer , en los que formas geométricas coloreadas, insertadas en una cierta narración, adquieren pleno sentido y parecen contar una historia, querer contarnos una historia.

https://museefabre.montpellier3m.fr/EXPOSITIONS/United_States_of_Abstraction_Artistes_americains_en_France_1946-1964


 


FRANK GEHRY (1929): FUNDACIÓN LUMA (ARLES, 2021)

















Fotos: Tocho, agosto de 2021


Un despliegue exhaustivo de materiales de revestimiento: piedra calcárea, piedra volcánica, hormigón, pavimento hidráulico, gres, azulejo, “trencadis “, yeso, vidrio, espejo, hierro, aluminio, madera, papel de pared, telas, plástico, no agotaría la lista de materiales con los que se ha decorado este nuevo edificio; faltarían incluso placas de sal cristalizado, por ejemplo. 

Esta obra, recién inaugurada, que acoge a una fundación de arte contemporáneo. -y no a un centro comercial, ni a un parque temático, pese a los vertiginosos toboganes, y la galería de espejos del alemán Carsten Höller, y al área de patiaje para “skaters” de la coreana Koo Jeong A-, es un excelente muestrario para estudiantes de arquitectura y constructores. 

miércoles, 25 de agosto de 2021

Santo Sepulcro

 






Fotos: Tocho, agosto 2021


La obra más valiosa, única en Occidente, del nuevo museo arqueológico de Narbona, es una maqueta de gran tamaño, tallada en mármol, del Santo Sepulcro de Jerusalén. Ejecutada en el s. V, apenas un siglo más tarde que el original, reproduce a la perfección el desaparecido santuario que Constantino mandó edificar a los arquitectos imperiales  Zenobia y Eustatio, consistente en un edificio de planta circular, cupulado y rodeado de columnas exentas.

Se desconoce el uso de esta maqueta fundamental, si bien se supone que se trataba una obra sacra que debía presidir algún rito cuando la partida a Jerusalén de los peregrinos desde el principal puerto de salida del Mediterráneo occidental, precisamente la colonia de Narbo Martius, o Narbona.

Solo por esta obra, el museo merece la visita.

SIR NORMAN FOSTER (1935): NARBOVIA (MUSEO ARQUEOLÓGICO, NARBONA, 2021)











































Fotos: Tocho, agosto de 2021


Pese al poco afortunado nombre -NarboVia-, se trata del museo de arqueología más recientemente inaugurado en Francia, y uno de los últimos nuevos museos en general abiertos en Europa.
La obra concluyó hace un año; la pandemia retrasó la apertura al pasado mes de julio.
El proyecto del arquitecto británico Norman Foster se ha levantado con piezas prefabricadas de hormigón en la periferia de Narbona, y se asemeja a un hangar industrial que preserva o rescata piezas mutilaras, devolviéndoles prestancia, sin camuflar las heridas.

Narbona, uno de los puertos romanos más importantes en el Mediterráneo Occidental -hoy en medio de las tierras debido a la acumulación de los sedimentos. 
Cuesta hoy creer que Narbo Martius, una colonia Romana, bajo la advocation del dios de la guerra Marte, fundada a finales del s. II aC a partir de un asentamiento íbero, llegó a ser la capital de la Galia Romana, cuando se contemplan los restos romanos; apenas nada: mármoles rotos, columnas fragmentadas que formaban parte del Capitolio más grande en Galia, estatuas derribadas y destruidas, frescos de mansiones hechos añicos, tras los saqueos bárbaros y la ocupación visigótico en el s. V.

El museo es un hermoso  contenedor, vasto y de gran altura, casi un relicario de fragmentos a los que en ocasiones es imposible asignarles un origen, y que en ocasiones se exponen revueltos en el suelo, la viva imagen de la devastación. 
Pero el museo, sobrio, perfectamente estructurado logra que fragmentos evoquen, sin nostalgia sino con admiración, el esplendor de la arquitectura religiosa y civil  y del espacio privado romanos. A partir de unos pocos restos -testas partidas, relieves gastados, hojas de acanto rotas que componían capiteles perdidos-, el museo es el espacio que mejor permite encontrarse con Roma, siendo testigos de la incuria del tiempo y sobre todo de los hombres: una lección ética y estética.