lunes, 21 de febrero de 2022

EZIO FRIGIERO (1930-2022): ESCENOGRAFIAS

 












El trabajo del arquitecto occidental, desde el Renacimiento  hasta el Siglo de las Luces, no consistía tanto en proyectar edificios, sino, al igual que el del pintor, decorados para festejos reales: desfiles, espectáculos teatrales y musicales, entierros, bodas reales, triunfos militares, etc…. Se trataba de construcciones efímeras deslumbrantes, muy relacionadas con el género pictórico del capricho arquitectónico, aparecido cuando el Manierismo, y de gran prédica durante el barroco y el gusto por las ruinas del siglo dieciocho, consistente precisamente en paisajes arquitectónicos y de ruinas clásicos, dispuestos como en un escenario teatral: un mundo de ensueño e inquietante a la vez, despoblado de figuras a menudo, como en un mundo abandonado o extinto.

Hoy, los arquitectos ya no tienen el amplio e imaginativo campo del espacio ceremonioso y festivo para proyectar sus visiones espaciales.

El arquitecto italiano Enzio Frigiero, fallecido este mes, sí lo tuvo. Supo jugar con las arquitecturas y las plazas de ciudades ideales renacentistas pintadas para componer escenografías teatrales y operísticas que, junto con los juegos de luces, no necesitaban del movimiento de los actores, los músicos y los cantantes, para evocar universos del otro lado del telón mucho más fascinantes que los que miraban hacia las gradas. 





La ciudad de Caín, o el origen del arte


 Según un dibujo de Maarten de Vos: Caín construyendo la ciudad de Enoch, 1583


Según el Génesis, Caín construyo la que quizá fuera la primera ciudad -el Génesis no lo explicita-:  la ciudad de Enoc, nombrada así en honor de Enoc, la otra gran "creación" de Caín, su propio hijo Enoc.

Que la ciudad  haya sido la creación del primer criminal, Caín tras asesinar a su hermano Abel, puede justificar el desprecio que, salvo excepciones, la Biblia siente por la cultura urbana.

En el Renacimiento, sin embargo, mucho antes que los Románticos, la suerte de Caín cambió. pasó de ser considerado un apestado a un creador admirable, inventos de las artes y las técnicas, desde la agricultura, que como cuenta el Génesis practicaba, hasta las técnicas edilicias.

Que la primera ciudad haya sido la obra de un criminal ha sorprendido menos que el que la fundación de Roma también haya sido el fruto e un asesinato fratricida cometido por Rómulo en la figura de su hermano gemelo Remo.

Pero es quizá Víctor Hugo, en el célebre poema La conciencia, quien haya proporcionado una curiosa explicación de las labores edilicias de Caín. éste construyó una ciudad indestructible, de muros altos y gruesos como montañas, para poder esconderse de Yahvé, una ciudad impenetrable, una defensa contra su mala conciencia y contra la mirada acusadora de dios, una curiosa explicación del origen de las artes, a través de las cuales el ser humano trata de redimirse y sobre todo de mantenerse ocupado para no caer bajo el peso de la culpa, lo que implica que la creación siempre es la expiación de una destrucción, y que evita que el creador, enteramente entregado a su obra, se vea confrontado con la imborrable imagen de su precedente acto destructivo. La creación sería un remedo ante el malestar del alma, ante la mala conciencia, una huida adelante, huyendo e la sórdida realidad, en un mundo ilusorio e ilusionante


La conscience

Victor Hugo

Lorsque avec ses enfants vêtus de peaux de bêtes,
Echevelé, livide au milieu des tempêtes,
Caïn se fut enfui de devant Jéhovah,
Comme le soir tombait, l’homme sombre arriva
Au bas d’une montagne en une grande plaine ;
Sa femme fatiguée et ses fils hors d’haleine
Lui dirent : « Couchons-nous sur la terre, et dormons. »
Caïn, ne dormant pas, songeait au pied des monts.
Ayant levé la tête, au fond des cieux funèbres,
Il vit un oeil, tout grand ouvert dans les ténèbres,
Et qui le regardait dans l’ombre fixement.
« Je suis trop près », dit-il avec un tremblement.
Il réveilla ses fils dormant, sa femme lasse,
Et se remit à fuir sinistre dans l’espace.
Il marcha trente jours, il marcha trente nuits.
Il allait, muet, pâle et frémissant aux bruits,
Furtif, sans regarder derrière lui, sans trêve,
Sans repos, sans sommeil; il atteignit la grève
Des mers dans le pays qui fut depuis Assur.
« Arrêtons-nous, dit-il, car cet asile est sûr.
Restons-y. Nous avons du monde atteint les bornes. »
Et, comme il s’asseyait, il vit dans les cieux mornes
L’oeil à la même place au fond de l’horizon.
Alors il tressaillit en proie au noir frisson.
« Cachez-moi ! » cria-t-il; et, le doigt sur la bouche,
Tous ses fils regardaient trembler l’aïeul farouche.
Caïn dit à Jabel, père de ceux qui vont
Sous des tentes de poil dans le désert profond :
« Etends de ce côté la toile de la tente. »
Et l’on développa la muraille flottante ;
Et, quand on l’eut fixée avec des poids de plomb :
« Vous ne voyez plus rien ? » dit Tsilla, l’enfant blond,
La fille de ses Fils, douce comme l’aurore ;
Et Caïn répondit : « je vois cet oeil encore ! »
Jubal, père de ceux qui passent dans les bourgs
Soufflant dans des clairons et frappant des tambours,
Cria : « je saurai bien construire une barrière. »
Il fit un mur de bronze et mit Caïn derrière.
Et Caïn dit « Cet oeil me regarde toujours ! »
Hénoch dit : « Il faut faire une enceinte de tours
Si terrible, que rien ne puisse approcher d’elle.
Bâtissons une ville avec sa citadelle,
Bâtissons une ville, et nous la fermerons. »
Alors Tubalcaïn, père des forgerons,
Construisit une ville énorme et surhumaine.
Pendant qu’il travaillait, ses frères, dans la plaine,
Chassaient les fils d’Enos et les enfants de Seth ;
Et l’on crevait les yeux à quiconque passait ;
Et, le soir, on lançait des flèches aux étoiles.
Le granit remplaça la tente aux murs de toiles,
On lia chaque bloc avec des noeuds de fer,
Et la ville semblait une ville d’enfer ;
L’ombre des tours faisait la nuit dans les campagnes ;
Ils donnèrent aux murs l’épaisseur des montagnes ;
Sur la porte on grava : « Défense à Dieu d’entrer. »
Quand ils eurent fini de clore et de murer,
On mit l’aïeul au centre en une tour de pierre ;
Et lui restait lugubre et hagard. « Ô mon père !
L’oeil a-t-il disparu ? » dit en tremblant Tsilla.
Et Caïn répondit :  » Non, il est toujours là. »
Alors il dit: « je veux habiter sous la terre
Comme dans son sépulcre un homme solitaire ;
Rien ne me verra plus, je ne verrai plus rien. »
On fit donc une fosse, et Caïn dit « C’est bien ! »
Puis il descendit seul sous cette voûte sombre.
Quand il se fut assis sur sa chaise dans l’ombre
Et qu’on eut sur son front fermé le souterrain,
L’oeil était dans la tombe et regardait Caïn.




La conciencia


Víctor Hugo


Furiosa tempestad se desataba
cuando, de pieles rústicas vestido,
Caín con su familia caminaba
huyendo a la justicia de Jehovah.
La noche iba a caer. Lenta la marcha
al pie de una colina detuvieron,
y a aquel hombre fatídico dijeron
sus tristes hijos: -descansemos ya.

Duermen todos excepto el fratricida
que, alzando su mirada sobre el monte,
vio en el fondo del fúnebre horizonte
un ojo fijo en él.
Se estremeció Caín, y despertando
a su familia del dormir reacio,
cual siniestros fantasmas del espacio
retornaron a huir. ¡Suerte cruel!

Corrieron treinta noches y sus días,
y pálido, callado, sin reposo,
y mirando sin ver, y pavoroso,
tierra de Assur pisó.
-Reposemos aquí. Dénos asilo
esta región espléndida del suelo-
Y, al sentarse, la frente elevó al cielo...
y allí el ojo encontró.

Entonces a Jubal, padre de aquellos
que en el desierto habitan -haz, le dijo,
qu ese arme aquí una tienda- y el buen hijo
armó tienda común.
-¿Todavía lo veis? -preguntó Ysila,
la niña de la blonda cabellera,
la de faz como el alba placentera,
y Caín respondió: -¡lo veo aún!

Jubal entonces dijo: -una barrera
de bronce construiré: tras de su muro,
padre, estarás de la visión seguro;
ten confianza en mí.

Una muralla se elevó altanera...
y el ojo estaba allí.
Tubalcaín a edificar se puso
una ciudad asombro de la tierra,
en tanto sus hermanos daban guerra
a la tribu de Seth y á la de Enós.
De tinieblas poblando la campiña
la sombra de los muros se extendía,
y en ellos la blasfemia se leía:
PROHIBO ENTRAR A DIOS.-

Un castillo de piedra, formidable,
que a la altitud de una montaña asciende,
de la ciudad en medio se desprende,
y allí Caín entró.
Ysila llega hasta él, y cariñosa,
Padre, le dice, ¿aún no ha desaparecido?-
Y el anciano, aterrado y conmivido,
la responde: -¡No! ¡no!

Desde hoy quiero habitar bajo la tierra
como en su tumba el muerto. -Y presurosa
la familia cavóle una ancha fosa,
y a ella descendió al fin.
Mas debajo esa bóveda sombría,
debajo de esa tumba inhabitable,
el ojo estaba fiero, inexorable...
¡y miraba á Caín!

domingo, 20 de febrero de 2022

¿Qué es una ciudad?: la ciudad como un bien

La ciudad, ¿bendita o maldita?.

La ciudad en el Próximo Oriente antigua, donde se supone que la primera ciudad, distinta de un asentamiento o pueblo, se instaló, merecía dos imágenes antitéticas. La ciudad descendió del cielo, perfectamente estructurada, y se implantó en la tierra, sostenía un mito mesopotámico. Se posó al borde de las aguas primordiales, de las que emergieron los principales dioses celestiales. Fue la llegada de la ciudad la que permitió que los dioses se alumbraran en el seno de las aguas matriciales. Hasta entonces, las aguas de los orígenes estaban quietas. Nada turbaba la espejada superficie. La ciudad fue un don del cielo. ¿Quién la idearía? No se precisa. Invención y construcción divinas, sin duda, sin que se supiera qué dioses se habían puesto de acuerdo para dar forma a una invención que cambiará la vida de los humanos para siempre.

Otro mito mesopotámico revelaba una historia aún más sorprendente. La ciudad era un organismo que precedía a la creación del mundo. Los dioses no existían aún, sí la ciudad, la primera ciudad, de la que el mundo emanó. Esta ciudad existía desde antes del tiempo en las riberas de las aguas primigenias. Se llamaba la ciudad de los tiempos lejanos: una ciudad negra, al borde de unas aguas negras, en contacto con las profundidades, asaetada por altas torres, como los afilados minaretes que despuntas de las ciudades orientales. Una ciudad que se había generado a sí misma, sobre cuyo origen nadie se preguntaba, porque la pregunta no tenía sentido. El origen no tiene origen. Es el inicio, que nada ha podido iniciar. Mas, la ciudad no estaba desierta. Vivían en ella las almas de los difuntos, unos espectros que la recorrían sin cesar, para los que los muros no eran un obstáculo. Las almas prexistían a los cuerpos, como la noche precede al día. La luz siempre sucede a la oscuridad. Aporta luz, echa luz sobre lo que permanecía sin esclarecer. Y he aquí que un día, la ciudad oscura alumbró al dios de los cielos que ascendió; convertido en el dios consorte de la ciudad, juntos fueron engendrando a todos los poderes celestiales. La ciudad, madre de los dioses; una ciudad posada en la tierra, aunque habitada por seres que ya no eran de este mundo. Vida y muerte, la tierra y el infierno, cohabitando en una ciudad de la que salieron las potencias celestiales; la ciudad concebida como un gran nudo, que articula los tres niveles del universo, el infierno, la tierra y el empíreo. Sin la ciudad, el universo no habría existía; la ciudad como un universo en ciernes, de la que el universo se desplegó como la tela tensada del cielo, tendida como un palio. Todo lo que lo configura ya se hallaba en la ciudad de los orígenes. Antes que la ciudad, la nada. Ya en sus inicios, la ciudad se entendía como una verdadera metrópolis, o ciudad-madre, no por el número de habitantes, sino por su capacidad engendradora. Todos los seres del mundo nacerían en la ciudad -y se dispersarían.

Para el humanista tardo-medieval Francesc Eiximenis, al servicio del rey Pedro el Ceremonioso en la Corona de Aragón, siguiendo, sin duda sin saberlo, lo que el mito mesopotámico desarrolla, el Edén fue una ciudad, y no la antítesis del espacio urbano. En los orígenes, de nuevo, érase una ciudad. Y la ciudad solo podía ser el Edén. La deducción -o la intuición- se basaba en una evidencia. El primer ser humano, Adán, modelado por la divinidad, y dotado con todos los saberes, no había podido vivir, en tanto que un ilustrado, fuera de una ciudad. La ciudad era cuna y fuente de saberes. El conocimiento, y la capacidad de desentrañar los misterios y de echar luz en lo desconocido, solo podía darse donde se hallaba la luz: en la ciudad. La ignorancia se igualaba con el campo, el saber solo podía darse en la ciudad, un lugar donde se daban las condiciones materiales y espirituales para el diálogo y el estudio: la ciudad se concebía como un espacio de encuentro en el que se confrontaban y se armonizaban puntos de vista. Como sabio, pues la divinidad lo había hecho sabio, Adán tenía que morar en un entorno urbano. En los inicios, érase solo el Edén. El Paraíso no podía ser un lugar selvático, libre del cultivo y la cultura, del acto que delimita y conforma el mundo y cada parcela, cada ente y ser del mismo. La tierra de los inicios era un espacio apto para la vida, preparado y adaptado a la vida, compuesto para que ésta surja y anide. La imagen de la tierra virgen era, como el propio adjetivo bien lo evoca, no era apta para dar vida. Carecía del sustento, de los apoyos que los muros y un techo brindan. Espacio aún desordenado, carente de referentes, sin líneas que permitan orientarse, el Edén aún no modelado, tal como se describe en los textos sagrados, era un error, una contradicción en los términos. El Edén en el que la vida prende tenía que ser una ciudad, en la que la cultura se desarrollaría. La mortandad y la ignorancia, que impide ver y orientarse, y conduce a la pérdida de referentes y de la vida, cayeron en el ser humano en cuanto fue expulsado del cerco de luz que era el Edén urbano.

La ciudad no cayó del cielo. Existían seres en la tierra dispuestos a recogerla y cuidarla. Los primeros reyes, que vivieron casi una eternidad, las presidían. La ciudad no era un invento humano, sino divino. Fueron los dioses quienes ordenaron su creación, juzgada como una mejora de la vida en la tierra, que los hombres no hubieran podido alcanzar, pero cuya existencia estaba a merced del comportamiento de los gobernantes, el cual determinaba las decisiones del cielo acerca de la suerte de los humanos. Un rey que no cumplía con los rituales, que no atendía a los dioses, suscitaba de inmediato el abandono de la ciudad por parte de los dioses tutelares. La ciudad quedaba expuesta a cualquier peligro -enfermedades, plagas, enemigos-, sin que los humanos nada pudieran hacer para evitar la dolorosa expiación de la falta o el error de sus gobernantes. Un rey, dejado de la mano de los dioses, era un dios condenado, cuya caída arrastraba la de toda la ciudad. La ciudad era lo que el rey era. Una ciudad sin la protección divina -protección que los dioses solo concedían a quienes les rendían culto y cuentas-, era una ciudad condenada, una ciudad maldita, sobre cuya suerte los poetas se lamentaban. Los dioses la entregaban a los enemigos que la tomaban, la saqueaban y la arrancaban de raíz, sin que los dioses se opusieran. La derrota y destrucción de la ciudad siempre estaba causada por una decisión, voluntaria o por desconocimiento, errónea o impía del monarca.  La venganza divina era terrible. Bien conocemos la airada reacción de Yahvé ante la política de determinados reyes de Israel y Judea: aquél abría de par en par las puertas de la ciudad, pese a que ésta bien podía haber sido fundada por la propia divinidad, para que los asaltantes sometieran a sangre y fuego la ciudad y a los ciudadanos, que expiaban los crímenes de sus reyes. La maldición divina fulminaba como un rayo que se precipitaba desde lo alto. Ya solo quedaría la tierra cubierta de sal. Las lamentaciones por la destrucción de una ciudad se convirtieron en un género literario, que cuidaba de no acusar a la divinidad sino a la falta de ética o de valor del rey, lógicamente abandonado por aquélla, aunque la condena recayera sobre él y sus posesiones, la ciudad que había fundado y sobre la que mandaba.

La vida de la ciudad, empero, no estaba indisolublemente unida a la vida del rey, por larga -decenas de miles de años, incluso, más largas que la de Matusalén, incluso- que ésta fuera. A los reyes, por píos y prudentes que hubieran sido, también los llegaba la hora. Pero la ciudad les sobrevivía. Pese que a el rey de Uruk, Gilgamesh, hubiera tratado de hacerse con la planta de la vida indefinida -una vida casi eternamente declinante, sin duda, pero que no llegaba a la extinción, manteniendo una luz, por mínima que fuera, que le permitía seguir alumbrando a la ciudad-, cuyo único esqueje se le escapó de las manos, y ya no volvió a brotar -una serpiente se hizo con ella en un descuido del rey, lo que la facultó desde entonces para mudar de piel, sin mudar de vida, sin tránsito a otra vida-, y no hubiera logrado probarla, asumió su condición mortal, como cualquier ser humano (aunque Gilgamesh logró proezas como un viaje hasta los confines del mundo, que no estaban al alcance de sus súbditos, por su doble naturaleza, humana y divina). Su muerte, sin embargo, no sería absoluta. Desaparecería de entre los mortales, pero algo más valioso que su cuerpo perduraría: su nombre. El nombre lo es todo. El nombre nos identifica, y nos distingue de los demás. Apenas pronuncian nuestro nombre, damos un paso adelante y nos presentamos. Nos llaman, y destacamos del conjunto indiferenciado de mortales entre los que nos encontramos. Antes de regresar a nuestro puesto, y confundirnos con la masa, todos nos ven y nos reconocen. Existimos, por unos momentos, a los ojos de los demás. Somos inconfundibles. No somos cuando pensamos sino cuando nos piensan, cuando piensan en nosotros, pensamiento que la vista desencadena. El nombre de Gilgamesh, Gilgamesh, en suma, quedaría en la memoria de los hombres gracias a su aportación más singular: la ciudad de Uruk que había fundado, cuyas murallas había construido -o había mandado construir-, una ciudad que perduraría en el tiempo -las ruinas de Uruk aun destacan en la polvorienta planicie del sur de Uruk, cubierta por una frágil costra salobre. Su gesta estaba inscrita en tablillas depositadas bajo los cimientos de la ciudad. La ciudad se sustentaba sobre el recuerdo de su creación. Ambos, ciudad y rey, se apoyaban mutuamente. El rey no podía caer en el olvido mientras la ciudad no cayera, y ésta seguía estando de pie porque el relato de su construcción no se había borrado. El nombre de Gilgamesh estaría asociado al nombre de la ciudad. Ambos nombres dependían el uno del otro. La suerte del rey dependería de que la ciudad no fuera derribada. La pervivencia de ésta le mantendría en vida en la memoria. La creación de Gilgamesh revertería en su favor. Su obra le daría vida, le devolvería a la vida. Las murallas le defenderían y le rescatarían de las sombras que ascendían del Hades. Podía asumir su condición mortal, muriendo tranquilamente. No se desvanecería, mientras la ciudad no muriera.

viernes, 18 de febrero de 2022

LATIF AL-ANI (1932-2021): BAGDAD, UN LUGAR MODERNO (1954-1979) (LA VIRREINA, BARCELONA, 6 DE ABRIL - 6 DE JULIO DE 2022)



PRÓXIMA EXPOSICIÓN 

Inauguración: 6 de abril de 2022
Lugar: La Virreina. Centre de la Imatge, Barcelona
Dirección de la Virreina: Valentí Roma
Dirección de la exposición: Pedro Azara
Coordinación: Ana Jiménez
Diseño del montaje: Pedro Azara & Tiziano Schürch
Diseño gráfico: Luz de la Mora
Textos: Mona Damluji & Pedro Azara
Prestadores: Arab Image Foundation (Beirut), Pedro Martínez-Avial  
Agradecimientos: Nuria Medina (Casa Árabe), Ghada Siliq (Baghdad University)


Las imágenes de Latif al Ani forman parte de una defensa y una ilustración de la cultura iraquí -en toda su diversidad y complejidad- que hoy resuenan con crueldad: las antigüedades mesopotámicas y las viviendas tradicionales, el bullicio de los mercados y los pasatiempos urbanos….”
(Catherine David, 2016)

 

En la doble liberación de Iraq del poder colonial y del yunque de la religión, tras la Segunda Guerra Mundial, el fotógrafo al Ani, uno de los primeros en Iraq, jugó un papel decisivo, retratando los rápidos cambios urbanos y sociales, que Saddam Hussein y el bombardeo de Bagdad en 2003 hicieron callar definitivamente.


LATIF AL-ANI: BAGDAD (1932-2021), “UN LUGAR MODERNO” (1950-1965)

Pedro Azara (UPC-ETSAB)

 























I.- (RE)DESCUBRIMIENTO DE LATIF AL-ANI

Los fotógrafos Yto Barradas (una artista marroquí contemporánea) y Latif Al-Ani, de Iraq, se encontraron en 2000 en Bagdad con motivo de una investigación que Barradas, entusiasta de la obra de al Ani, estaba llevando a cabo. Latif Al-Ani, célebre entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado, tano en Oriente como en Occidente, había caído en el olvido. Hacía treinta años que no podía tomar ninguna fotografía siguiendo los criterios con los que había operado hasta 1979. Gracias a la mediación de Barradas, la Arab Image Foundation, ubicada en Beirut -y milagrosamente preservada de la reciente destrucción de la capital libanesa-, uno de los archivos fotográficos del Próximo Oriente más importantes dedicado a preservar imágenes, anónimas o de estudio, que documenten, vida, costumbres y creencias -más que monumentos-, adquirió unas dos mil fotografías que Latif Al-Ani había ido identificando y clasificando desde finales de los años setenta, encerrado en su estudio. Mas, se trataba de una parte tan solo del acervo fotográfico de Latif Al-Ani. En efecto, una gran parte de su trabajo se hallaba en los archivos del Departamento fotográfico, que Latif Al-Ani había creado y dirigido en el Ministerio de Cultura (antiguo Ministerio de la Información, en inglés Ministry of Guidance), donde había trabajado. 

jueves, 17 de febrero de 2022

XAVIER RUBERT DE VENTÓS (1939): CONFERENCIA EN LA ESCUELA DE ARQUITECTURA DE BARCELONA (1988)



Xavier Rubert de Ventós, filósofo, fue catedrático de estética en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (UPC-ETSAB). Fue también profesor en la Universidad de Barcelona, que abandonó por su por el aquel entonces rancio concepto de la filosofía (tomista).

Fue también miembro fundador del Taller de Arquitectura del arquitecto Ricardo Bofill.

Docente de clases multitudinarias, en los años 70 y 80 del siglo pasado, antes de su pase a la política (fue miembro del parlamento europeo), fue el profesor más brillante, agudo,  carismático, alegre, abierto, irónico, pedagógico y atento que ha habido jamás en la Escuela de Arquitectura.

Entre sus obras destacan cuatro fundamentales: La multi premiada Teoría de la Sensibilidad (1968), La estética y sus herejías (Premio anagrama de ensayo, 1973), De la modernidad (1980) y El laberinto de la Hispanidad (1987), polémico y brillante ensayo que aducía que los logros de la conquista española de Sudamérica fueron los que revelaban un pensamiento conservador y no progresista, causante, este último, de los males de los países sudamericanos, por su incapacidad por atender y entender las necesidades y bienes de las culturas nativas.

Sus clases, casi unas representaciones deslumbrantes, fueron de cuando la estética y la teoría de las artes caracterizaban los estudios de arquitectura en barcelona, por el aquel entonces, únicos en Europa. Luego cayó el yunque de las técnicas, las nomas  y los proyectos nada utópicos.


A MRV, CR y FS, entre muchos otros, que conocieron esta época y aún son docentes en activo.

Agradecimientos a Mónica Sambade por este envío, nostálgica de una época y una manera de hacer y pensar que no pudo conocer, y de las que yo solo quedan imágenes desvaídas.







miércoles, 16 de febrero de 2022

GRACIELA ITURBIDE (1942): MÉXICO











 




Dados los temas tradicionales que la fotógrafa mexicana Iturbide escoge -vidas y costumbres de pueblos pre-urbanos o, mejor dicho, ajenos a lo urbano, más que por oposición, por desinterés o falta de necesidad, aún imbuidos de tradiciones precolombinas o sincréticas-, parece difícil calificar a Iturbide de fotógrafa urbana, pero precisamente por su mirada atraída por la pervivencia de tradiciones, puede desvelar imágenes urbanas en las que dichas tradiciones también se hallan presentes, aunque latentes, ofreciendo una visión mucho más compleja y contradictoria, compuesta por capas que remiten a orígenes diversos, nativos y coloniales, revolucionarios, mágico-religiosos, y artesanos.

Una gran exposición en París, recién inaugurada permite descubrir esta gran fotógrafa a quien ya se le dedicó una antológica en Madrid en 2009. 


lunes, 14 de febrero de 2022

JORDI BARRERAS (1977): SOLEDAD URBANA (2019)










 

La pandemia no se había declarado aún. Y, sin embargo, el centro financiero de Londres, que produce, intercambia y acumula riqueza, y que debería estar inmerso en el bullicio de la cueva de Ali Babá, ya estaba extrañamente vacío. Incluso los días laborables, en los que, a lo sumo, a ciertas horas, un trabajador, siempre solo, salía a la calle -una calle impoluta, como un camino en un camposanto- a fumar casi a escondidas -escondiéndose de nadie- o a hacer un rápido recado, empequeñecido por el peso de los bajos y las entradas de los edificios de oficinas. 

El fotógrafo español Jordi Barreras, afincado en Londres, descubrió el centro financiero de Londres en una visita guiada por la ruta de Jack el destripador. E inició esta serie de fotografías sobre el vacío entre altas torres acristaladas, en las que la única vida es la de los reflejos que se envían mutuamente y envuelven a la sombra que es el empleado.


https://www.jordibarreras.com/