El escritos Javier Calvo publica hoy un artículo, "El Raval, un barrio prostituido", en el diario El País (Opinión, p. 27).
Denuncia los tres principales proyectos urbanísticos llevados a cabo desde los años 80 en el casco antiguo de Barcelona, consistentes en el "esponjamiento" (el derribo) de casas o de manzanas enteras, para crear espacios públicos -plazas, jardines, paseos- o reemplazar las edificaciones por viviendas nuevas y equipamientos privados -un hotel, por ejemplo- y públicos -la nueve sede de la Filmoteca de Cataluña, museos, universidades, etc..
Javier Calvo (que vive en el Raval, y, por tanto, conoce y sufre la situación) considera que los derribos y las reconstrucciones se han llevado a cabo "olvidando al parecer que allí vivía gente".
¿Vivía? ¿Era eso vida?
Recuerdo que uno de los más sensatos y prudentes arquitectos, especialista en instalaciones en viviendas (luz, agua, saneamiento, etc.), Arcadi de Bobes, encargado de los primeros estudios sobre la calidad de las viviendas del Raval, a mediados de los ochenta, contaba que se encontraba con situaciones sorprendentes: pisos diminutos (menos de 30 metros cuadrados) en bloques de gran altura sin ascensor donde vivían personas mayores, a menudo incapaces de bajar a la calle; ausencia de sanitarios y baños (en ocasiones, una caseta de madera, levantada a toda prisa con tablones, adosada en una ventana de la fachada trasera, colgada del vacío, con un agujero en el suelo, hacía las veces de letrina, que vertía directamente al suelo del patio o del patinejo); ausencia de agua corriente; pisos partidos, no solo horizontal sino también verticalmente ( a fin de conseguir dos viviendas distintas): la altura resultante, de unos metro y setenta centímetros obligaba a los inquilinos, en muchos casos, a doblar permanentemente la cabeza. Estancias sin ventilación ni luz eran habituales; pisos enteros sin oberturas al exterior tampoco eran extraños. Las casas carecían en ocasiones de muros de carga; los forjados (los suelos) se apoyaban sobre nada. Bloques sin cimentación que se apoyaban los unos contra los otros como figuras descarnadas y exaustas. Los derrumbes acontecían de golpe. Bajo las viviendas, alcantarillas casi al nivel de suelo: era imposible averiguar de dónde venían y hacia dónde conducían las aguas sucias. Posiblemente a ningún sitio. Las aguas se filtraban y descomponían la tierra que se deshacía bajo las construcciones.
En el artículo, no queda claro si Javier Calvo clama porque se ha intervenido en el Raval (desdibujando una imagen idealizada por la literatura) o por el tipo de intervención.
¿Significa eso que las intervenciones llevadas a cabo han sido un éxito? No. No siempre. Los logros son escasos. Casi siempre decepcionan. O avergüenzan (sobre todo cuando han sido llevados a cabo por arquitectos prestigiosos, que han topado con una realidad terca o unas ideas o ensoñaciones imposibles de casar con el entorno). Frente a los logros de bloques de viviendas de arquitectos como Llinás o Miralles, en varias zonas del Raval, perfectamente insertadas en la trama urbana, capaces de recrear una verdadera vida callejera, y en cuyos pisos, patios y terrazas los inquilinos viven a gusto (pese a posibles problemas de convivencia y errores de planteo ocasionales) -tiestos de plantas y flores, regados y cuidados, en viviendas y espacios comunes, son, de algún modo, modestos símbolos o testimonios de bienestar-, o de jardines como los de Emili Vendrell (un avro verde en una esquina), cuántos bloques mal construidos (presupuestos exiguos han impedido desarrollar programas o volúmenes demasiado marcados por ideales modernos que solo se pueden aplicar en espacios vacíos y sin vida), y peor encajados, fruto de decisiones proyectuales que solo atienden al edificio, como si fuera una obra aislada, descontextualizada", incapaces de entender un tejido urbano complejo o de expresar simpatía por él, y que, paradójicamente, degradan aún más lo que deberían haber dignificado, y cuántas plazas desproporcionadas o sin vida (como la Rambla del Raval, pedantemente comparada en su día, con la Plaza Navona de Roma).
Sin embargo, la manera de abordar la restauración del barrio ha variado a lo largo de estos veinticinco años. Después de unas primeras intervenciones (no muy alejadas del temible Plan Maciá de los años 30, de Le Corbusier, que arrasaba todo el Barrio Chino, reemplazado por un bosque de rascacielos hinchados y que, paradójicamente, se sigue exponiendo como un modelo de intervención moderna), los arquitectos, los promotores y los políticos, hoy, son más prudentes -o más callados.
La prostitución, la emigración, la delincuencia y el turismo (que empañan la imagen "romántica" y "canalla" del Barrio Chino de los años 30) son la consecuencia, hoy en día, de las intervenciones urbanísticas, según Calvo. ¿Lo son?
La o las sociedades de principios del siglo XXI ¿tiene algo que ver con la de los años sesenta, -cuyas estructuras familiares, culturales y religiosas eran estables o immutables (o estaban oprimidas o anquilosadas) y España vivía, bajo la censura, en la autarquía-, cuando las tiendas de "gomas" animaban el Barrio Chino?
La (irritante) imagen ideal que el Ayuntamiento de Barcelona divulga ("La millor botiga del mon"; "Visc a Barcelona", etc.) -recuerdo que un amigo que trabajaba en el consistorio comentaba que el Ayuntamiento de Barcelona lo hacía tan bien que se podía permitir el lujo de equivocarse (lo que Madrid no podía, claro)-, ¿no es el anverso de la nostálgica estampa sepia de una Barcelona, entre los años treinta y setenta, con putas educadas, marineros tarambanas y burgueses ilustrados y libertarios, que ha existido en novelas y poemas (y, quizá, solo en la literatura)?
La realidad envilece los sueños, que suelen ser imágenes nostálgicas (de situaciones, sórdidas o no, que idealizamos).
Denuncia los tres principales proyectos urbanísticos llevados a cabo desde los años 80 en el casco antiguo de Barcelona, consistentes en el "esponjamiento" (el derribo) de casas o de manzanas enteras, para crear espacios públicos -plazas, jardines, paseos- o reemplazar las edificaciones por viviendas nuevas y equipamientos privados -un hotel, por ejemplo- y públicos -la nueve sede de la Filmoteca de Cataluña, museos, universidades, etc..
Javier Calvo (que vive en el Raval, y, por tanto, conoce y sufre la situación) considera que los derribos y las reconstrucciones se han llevado a cabo "olvidando al parecer que allí vivía gente".
¿Vivía? ¿Era eso vida?
Recuerdo que uno de los más sensatos y prudentes arquitectos, especialista en instalaciones en viviendas (luz, agua, saneamiento, etc.), Arcadi de Bobes, encargado de los primeros estudios sobre la calidad de las viviendas del Raval, a mediados de los ochenta, contaba que se encontraba con situaciones sorprendentes: pisos diminutos (menos de 30 metros cuadrados) en bloques de gran altura sin ascensor donde vivían personas mayores, a menudo incapaces de bajar a la calle; ausencia de sanitarios y baños (en ocasiones, una caseta de madera, levantada a toda prisa con tablones, adosada en una ventana de la fachada trasera, colgada del vacío, con un agujero en el suelo, hacía las veces de letrina, que vertía directamente al suelo del patio o del patinejo); ausencia de agua corriente; pisos partidos, no solo horizontal sino también verticalmente ( a fin de conseguir dos viviendas distintas): la altura resultante, de unos metro y setenta centímetros obligaba a los inquilinos, en muchos casos, a doblar permanentemente la cabeza. Estancias sin ventilación ni luz eran habituales; pisos enteros sin oberturas al exterior tampoco eran extraños. Las casas carecían en ocasiones de muros de carga; los forjados (los suelos) se apoyaban sobre nada. Bloques sin cimentación que se apoyaban los unos contra los otros como figuras descarnadas y exaustas. Los derrumbes acontecían de golpe. Bajo las viviendas, alcantarillas casi al nivel de suelo: era imposible averiguar de dónde venían y hacia dónde conducían las aguas sucias. Posiblemente a ningún sitio. Las aguas se filtraban y descomponían la tierra que se deshacía bajo las construcciones.
En el artículo, no queda claro si Javier Calvo clama porque se ha intervenido en el Raval (desdibujando una imagen idealizada por la literatura) o por el tipo de intervención.
¿Significa eso que las intervenciones llevadas a cabo han sido un éxito? No. No siempre. Los logros son escasos. Casi siempre decepcionan. O avergüenzan (sobre todo cuando han sido llevados a cabo por arquitectos prestigiosos, que han topado con una realidad terca o unas ideas o ensoñaciones imposibles de casar con el entorno). Frente a los logros de bloques de viviendas de arquitectos como Llinás o Miralles, en varias zonas del Raval, perfectamente insertadas en la trama urbana, capaces de recrear una verdadera vida callejera, y en cuyos pisos, patios y terrazas los inquilinos viven a gusto (pese a posibles problemas de convivencia y errores de planteo ocasionales) -tiestos de plantas y flores, regados y cuidados, en viviendas y espacios comunes, son, de algún modo, modestos símbolos o testimonios de bienestar-, o de jardines como los de Emili Vendrell (un avro verde en una esquina), cuántos bloques mal construidos (presupuestos exiguos han impedido desarrollar programas o volúmenes demasiado marcados por ideales modernos que solo se pueden aplicar en espacios vacíos y sin vida), y peor encajados, fruto de decisiones proyectuales que solo atienden al edificio, como si fuera una obra aislada, descontextualizada", incapaces de entender un tejido urbano complejo o de expresar simpatía por él, y que, paradójicamente, degradan aún más lo que deberían haber dignificado, y cuántas plazas desproporcionadas o sin vida (como la Rambla del Raval, pedantemente comparada en su día, con la Plaza Navona de Roma).
Sin embargo, la manera de abordar la restauración del barrio ha variado a lo largo de estos veinticinco años. Después de unas primeras intervenciones (no muy alejadas del temible Plan Maciá de los años 30, de Le Corbusier, que arrasaba todo el Barrio Chino, reemplazado por un bosque de rascacielos hinchados y que, paradójicamente, se sigue exponiendo como un modelo de intervención moderna), los arquitectos, los promotores y los políticos, hoy, son más prudentes -o más callados.
La prostitución, la emigración, la delincuencia y el turismo (que empañan la imagen "romántica" y "canalla" del Barrio Chino de los años 30) son la consecuencia, hoy en día, de las intervenciones urbanísticas, según Calvo. ¿Lo son?
La o las sociedades de principios del siglo XXI ¿tiene algo que ver con la de los años sesenta, -cuyas estructuras familiares, culturales y religiosas eran estables o immutables (o estaban oprimidas o anquilosadas) y España vivía, bajo la censura, en la autarquía-, cuando las tiendas de "gomas" animaban el Barrio Chino?
La (irritante) imagen ideal que el Ayuntamiento de Barcelona divulga ("La millor botiga del mon"; "Visc a Barcelona", etc.) -recuerdo que un amigo que trabajaba en el consistorio comentaba que el Ayuntamiento de Barcelona lo hacía tan bien que se podía permitir el lujo de equivocarse (lo que Madrid no podía, claro)-, ¿no es el anverso de la nostálgica estampa sepia de una Barcelona, entre los años treinta y setenta, con putas educadas, marineros tarambanas y burgueses ilustrados y libertarios, que ha existido en novelas y poemas (y, quizá, solo en la literatura)?
La realidad envilece los sueños, que suelen ser imágenes nostálgicas (de situaciones, sórdidas o no, que idealizamos).
Es usted grande, don pedro.
ResponderEliminarDe Javier Calvo, no diré nada. Vive en el Raval. De otros, que hablan negativamente del Raval hoy y añoran el de los años 30 (Genet está muy bien -en la literatura), y que moran en cómodos pisos del Ensanche (o de Vallvidrera) ...
ResponderEliminarCierto, el turismo es una plaga. Yo mismo me contengo para no dar patadas cuando la boca del metro de Lesseps se bloquea por hordas despistadas que buscan el Parque Güell. Pero durante años, y yo el primero, hemos soñado con una Barcelona que no fuera un reducto cerrado, que fuera como París (precisamente porque en París se podía ir libremente -es decir, como turista). Por lo menos, ahora, Barcelona he perdido el somnoliento u opresivo aspecto de una ciudad fantasmagórica y cerrada los domingos por la tarde.
¡Pero si soy un turista empedernido!...
Recuerdo una Pascua de 1974 que visité, como un turista, en compañía de amigos franceses, el Raval. No tengo ningún recuerdo romántico. Solo imágenes sódidas. Exótico sí era (y turístico, en verdad: la suciedad, la humedad supurada, la negrura, la luz macilenta componían Tápies. Queda incluso bien describiéndolas). El rato que nos paseamos, encallanándonos superficialmente, antes de volver a enfilar la Diagonal camino de La Oca.
Ahora, tras veintisiete años de gobierno monocolor satisfecho de sí mismo, veintisiete, el Ayuntamiento de Barcelona necesita un cambio. ¿Dónde hallarlo? Pregunta inútil o peligrosa. Hay que hallarlo.