lunes, 2 de agosto de 2010

El "alma" en Mesopotamia


Aunque el término alma evoque lo inmaterial en el ser humano, se asocie a la luz y se oponga a la opacidad del cuerpo -una concepción platónica y neoplatónica que influenciará el Cristianismo-, se puede decir que los griegos conocían dos "almas" -la energía de los cuerpos vivos, y la psique, el último hálito que se evaporaba por la boca al fallecer el hombre-, y los egipcios, tres. En ambos casos, el o las "almas" eran dobles desencarnados de los seres vivos, y podían llegar a ser muy molestas si no se cumplían los ritos funerarios estipulados para ayudarlas a evadirse del mundo de los vivientes camino del de los muertos.


En Mesopotamia, al parecer, solo se sabía de la existencia de un "alma". Ésta, al igual que, posteriormente, en Grecia, cobraba "vida" -es decir, se manifestaba, se hacía visible- a la hora de la muerte. Se la llamaba viento (il). Y viento era el último soplo del moribundo que expiraba.

En este momento, era necesario que el "alma" hallara la senda hacia el infra-mundo, y no pudiera retroceder hacia la tierra, merodeando por los cementerios. Por eso, la tumba se cerraba a cal y canto, y se practicaba un conducto que desembocaba en las regiones inferiores; o se enterraba al difunto en una tumba tan pequeña, un hoyo en la tierra, que el il quedada aprisionado y solo podía escapar abriéndose camino hacia las profundidades.


Una vez que, gracias a las plegarias y las ofrendas de los familiares vivos, el "alma" hubiera llegado a los "infiernos" -un mundo oscuro, invadido de larvas, por el que deambulaban almas en pena, llamado kur, un término que también significaba región montañosa, y país enemigo-, se convertía en un espectro o un fantasma (il también significa espectro).


Esta figura fantasmagórica debía ser mantenida. No era necesario acudir a honrarla a la tumba si un doble de aquélla -o un soporte material en el que pudiera encarnarse- era depositado, ya sea en la vivienda familiar, ya sea a los pies de una divinidad en un templo. En efecto, las célebres estatuas de orantes mesopotámicos, a las que ningún texto antiguo se refiere claramente, podrían ser, no imágenes o sustitutos de orantes en permanente estado de plegaria ante la divinidad -las estatuas suelen representan a humanos con los ojos desorbitados como si estuvieran ante un misterio que les inquieta o les da esperanza, y las manos juntas en gesto de imploración, o al menos así son interpretadas-, sino imágenes corpóreas de las desencarnadas ánimas de los difuntos. Gracias a estos soportes materiales, las almas se hallaban quietas ante la divinidad que velaba sobre ellas, y los vivos podían estar tranquilos sin temer la súbita irrupción de un alma espectral furiosa porque ya nadie se acuerda de ella.


En Mesopotamia, se temían a la muerte, al mundo de los muertos y a los muertos reaparecidos. Se temía la "inhumana" condición en la que vivían los difuntos -y la que aguardaba a los vivos- y, al mismo tiempo, el hecho de que no estuvieran totalmente "muertos" sino que perduraran con una vida aletargada, salvo que las marmóreas estatuas les dieran cobijo y las satisfacieran.


Cabe preguntarse si esta concepción de la estatuaria no se mantuvo vigente en época clásica. Una estatua naturalista, ¿es la representación de un cuerpo, o es un soporte corpóreo para un espíritu? La desazón que suscitan las efigies "demasiado" naturalistas quizá provenga del hecho de que no sabemos bien qué o a quien estamos contemplando cuando miramos a una supuesta imagen de un ser vivo. Quizá sea el destino de nuestra propia alma, que se despierta y nos turba a la vista de su próxima morada.
(Texto basado en una narración de Dina Katz -la máxima autoridad en temas del inframundo-, impartida en Barcelona el 31 de julio de 2010).

3 comentarios:

  1. Muy interesante el articulo. Gracias.

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  2. El alma era considerada como el ultimo suspiro de vida???

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    1. Buenos días

      No exactamente. El alma se manifestaba como un ente separado del cuerpo con el que estaba íntimamente unida solo al fallecer. El último soplo correspondía precisamente a la salida del alma por la boca.

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