martes, 8 de marzo de 2011

La puerta y el pilar









Dokanon, relieve que simboliza a los Dióscuros (Museo de Esparta)


CuandoLeda, la heroína griega, descendiente del pecaminoso y trágico Sísifo, voló a la rocosa isla de Pefnos, para dar a luz, y puso dos huevos, supo que una nueva era empezaba.

Había sido violada por Zeus, el padre de los dioses. Éste, siempre rechazado por Leda, había acabado por adoptar la forma de un cisne blanco, de amoroso cuello cubierto de finísimo plumón que se enroscaba alrededor de la cintura de  la joven, y al que Leda ya no pudo resistir. Supo al instante que había concebido hijos de Zeus. La misma noche, a fin de ocultar su falta, se unió a su esposo Tindareo, el rey de Esparta.

Del primer huevo nacieron gemelos: Cástor y Polideuco (más conocido por Pólux, en Roma), llamados los Hijos de Zeus (los Dio kouroi, los Dióscuros). Días más tarde, la cáscara del segundo se abrió para dejar paso a la bella Helena -causante de la guerra de Troya- y a Clitemnestra -esposa de Agamenón, jefe de la expedición griega para rescatar a Helena (raptada por Paris, un príncipe troyano), y madre de Orestes y de Ifigenia-.

Cástor era hijo de Tindareo; era, pues mortal, mientras que la inmortalidad fue concedida a Pólux. Sin embargo, tan unidos estaban los hermanos gemelos que, al llegar la hora de Cástor, Pólux logró que su padre Zeus les concediera a ambos la posibilidad de morir y de renacer diariamente. Pasarían el día en los infiernos, y lucirían de noche en el cielo, convertidos en la constelación de Géminis, o en las estrellas de la mañana y de la noche (que son las dos caras del planeta Venus) que asciende sobre el horizonte de día y desciende de noche.

La forma une las estrellas de Géminis consiste en dos líneas paralelas unidas por una ortogonal: dos pilares y un travesaño. El dibujo coincide con la grafía de la letra griega P:  representa a una puerta.

Este  signo presidía los hogares de Esparta. Era como una escultura (llamada dokanon) abstracta formada por dos montantes de piedra y de madera y dos dinteles. Se asemejaba a una puerta, o al dosel de un trono. Ubicada en un altar, presidía los banquetes que los hogareños ofrecían a una divinidades con las que comulgaban: los jóvenes Dióscuros.

Los Dióscuros eran divinidades protectoras del hogar. Por eso, su emblema eran las serpientes, símbolo del arraigo a la tierra (aún hoy, algunas casas orientales, como en Siria, por ejemplo, acondicionan un hueco, semejante a un pequeño sepulcro, en el centro del enlosado del patio, para acoger a una serpiente que, desde las profundidades, vela por la casa que la acoge), serpientes que se enroscaban en los dokana. Las jarras también asociadas a los Dióscuros evocaban los beneficios, la abundancia que los Gemelos brindaban. Su presencia era un signo vital; reconfortaban.
Según Pausanias, cuidaban de los sin-hogar. Eran dioses salvadores. Traían la luz que disolvía las tinieblas. Eran particularmente queridos en Roma. Innumerables efigies de los Dióscuros se levantaban en plazas públicas, como las que se hallaban en lo que, posteriormente, se convertiría en la plaza romana del Capitolio. Se cubrían con un gorro, que recordaba el huevo en el que se habían formado, y que simbolizaba la bóveda celestial. Su atuendo, el único que portaban, era una imagen de un techo protector, cuya forma recogida acogía a todos los desamparados, los seres errantes. Fueron quizá las divinidades más próximas a los humanos, al espacio en el que se ubicaban. No se concebía hogar alguno sin la presencia de un umbral sagrado: el símbolo de los Dióscuros que protegía, precisamente la puerta del hogar, y daba paso a los penates, los antepasados divinizados, protectores también del clan familiar.

La luz en la noche -que el fuego en el hogar traía- anunciaba la presencia de Cástor y Pólux. Cuando la mar embravecida zahería a los temerosos marinos, y la nave parecía a punto de sucumbir, una luz prendía en lo alto del mástil: el fuego de San Telmo, la señal que los Dióscuros habían descendido del cielo, y ahuyentaban las tinieblas y los peligros.
Todos los elementos verticales (montantes, ejes, pilares) estaban bajo la protección de los Dióscuros: elementos sustentantes y ordenadores. Gracias a los pilares del mundo, los estratos cósmicos se mantenían unidos y, al mismo tiempo, separados. Los ejes verticales introducían la tercera dimensión con la que el mundo adquiría cuerpo, prestancia. Dejaba de ser un plano, o una sombra, y se elevaba. Los pilares y los mástiles eran elementos constructtivos esenciales. Su fortaleza, que debía ser preservada (siempre estaban a la merced de una rotura), contrastaba con la debilidad de los umbrales a los que había que cuidar siempre. Ambos elementos definían un espacio humano: un espacio en el que recogerse -la tienda que se tiende y se extiende a partir del pilar central- al que se accede mediante una obertura.

La luz y la oscuridad; el pilar y la puerta; lo alto y lo más profundo: la dualidad de los gemelos primordiales les daba el poder sobre entes opuestos y, sin embargo, relacionados.
Sin Cástor ni Pólux, los hogares no habrían podido edificarse, ni habrían cumplido su función protectora. Por eso, fueron unas de las divinidades ancestrales más apreciadas, y que están, junto con otras divinidades redentoras, en el origen de la iconografía de Cristo.

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