viernes, 7 de julio de 2017

Arte y emoción





Una espléndida pintura del artista renacentista veneciano Giovanni Bellini -quizá su obra maestra, en la Pinacoteca Brera de Milán- una Piedad que representa a Jesús, muerto, entre sus padres, María y José, demacrados, se acompaña de una cita latina pintada en el borde inferior: un verso del poeta romano de época agustea -s. I dC-, Propercio.

La primera Elegia a la que pertenece la cita revela el poder de la imagen en la antigüedad de la que la modernidad europea, encabezada por el filosofo Kant, a mediados del s.XVIII quiso huir, pero en vano, para proclamar por el contrario la necesidad de la casi frialdad de la imagen, es decir su incapacidad para suscitar emociones o, mejor dicho, la exigencia del espectador por obtener sus emociones pese a lo que la imagen pudiera mostrar. El arte no debía despertar bajas pasiones, lo que significaba que el visitante tenía que contenerse y echar una mirada atenta pero desapasionada, sin manifestar sentir nada que le turbase, a la imagen.

Propercio, por el contrario, sostenía que la imagen debía emocionar fuertemente, debía mostrar escenas ante las que era imposible, inhumano o inmortal no manifestar emoción alguna, una idea que Bellini recogió y dio sentido a su pintura:,se trataba de una imagen patética, capaz de despertar la aristotélica doble emoción de la compasión y el terror, a fin que, de algún modo, el espectador (el fiel) se sintiese partícipe del dolor de María y José, culpable, por sus actos y omisiones, de la muerte de Jesús.

La Elegia de Propercio pone en boca de una imagen, un retrato funerario, lo que ésta espera que sienta el espectador: tal dolor y tanta compasión que el visitante estalle en lágrimas: la actitud ante la imagen era la que se tiene o se debería tener ante un cadaver: el llanto incontenible, porque el espectador se identificaba con el padecimiento de la figura, veía reflejado -o proyectado- en ella lo que le ocurría: veís su propia muerte o descubría su mortal condición, el final próximo, ineludible y temido, de su vida:

"La efigie de Galo habla:

Guerrero que regresas herido y que te ufanas por evitar mi destino, humedece tus ojos cuando me oyes lamentarme. Yo también fui un compañero de todas tus guerras. Que tus padres se alegren de verte regresar con vida. Que mi hermana sepa, viéndote llorar, cuál ha sido mi destino..."

 (Propercio, Elegías, I, 21).

La imagen removía conciencias y despertaba sentimientos plenamente humanos, la conciencia de la fragilidad, la bondad de la vida siempre a punto de perderse antes de tiempo.

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