viernes, 8 de noviembre de 2013
Arte y Verdad (O ¿acaso los artistas se toman demasiado en serio, cuando el arte es un juego?)
La Madre de Dios, seria y maternal, acuna a su hijo, mortal e inmortal, al mismo tiempo, cuya manita alzada, en un gesto entre infantil y consciente, bendice a quienes se acercan. El paisaje, rocoso, acaso evoque penalidades futuras, al igual que un árbol invernal y nervado, de tronco retorcido y negro, cuyas ramas extendidas y agarrotadas quizá se anticipen a la cruz en la que el hijo de dios moría. En una esquina, un angelote mofletudo se mea.
Esta escena no debería ser insólita o imposible. Ante retratos de corte circunspectos, escenas de batalla que cubren paredes enteras, y cielos que se despliegan para revelar la corte sobrenatural en un cerco de luz, ¿cuántas pinturas, desde la Edad Media hasta finales del siglo XVIII, no documentan, en medio de escenas sagradas -la huida a Egipto, la Última cena, El prendimiento-, comilonas, borracheras, orgías, bailes, y parejas desparejadas -un anciano y una joven apenas adolescente- que no se esconden, como si el pintor quisiera contrarrestar la gravedad de la escena principal, con motivos tomados de la vida diaria.
Velázquez se autorretrató portando una casaca con la cruz de Malta, que mostraba su condición de noble a quien el trabajo manual -la práctica pictórica, momentáneamente detenida (la mano que sostiene el pincel está alzada), como si se quisiera incidir en el idear antes que en el obrar- no le rebaja; a un lado, un enano juega con un mastín malhumorado.
Las más graves escenas del arte, en las que se dirime la condición humana, suelen estar teñidas por motivos humorísticos o campechanos: el pintor que desvela verdades teologales parece señalar, con sus rubicundos angelotes incontinentes, y sus sanguinas muchachas cuyos corpiños que aprietan y alzan los pechos hasta la altura de la barbilla están a punto de saltar por los aires, que nada de lo que se trata ni de cómo se trata debe de ser tomado demasiado en serio. Después de todo, se trata de historias, mitos, cuentos e historias en los que burros, bueyes, peces y palomas juegan un papel casi tan importante que los personajes sagrados que acompañan.
Del mismo modo, la estatuaria clásica realza la fiera figura de Júpiter, con un águila descomunal a sus pies, y Venus se muestra más hierática y distante que nunca, mientas Marte, el dios de la guerra, amilana el ánimo. Pero Venus no puede dejar de juguetear con una sandalia, y Júpiter, pese a la ojeriza de Hera, bizquea al paso de una seductora Semele, o de un incierto Ganímedes que acabará orinando también cuando Júpiter lo rapte. Las pasiones humanas, que dejan a los dioses en ridículo -Venus y Marte enredados por Vulcano, y quedando en evidencia-, les pueden. No hizo falta que un dios se hiciera hombre para que las vivencias humanas afectaran la dignidad de los dioses.
El arte es sagrado. Por eso logra unir lo terrenal y lo celestial, las altas y las bajas pasiones, el humor y la trascendencia.
Pero esta verdad parece haber quedado olvidada cuando uno entra en las clínicas salas monacales, vacías de gente, de la tercera planta del Museo Nacional. Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, en la que se expone al fin un panorama del denostado -por comercial, chillón, y bruto, supuestamente- arte occidental de los años ochenta y noventa: Mínima resistencia. Entre el tardomodernismo y la globalización: prácticas artísticas durante las décadas de los 80 y 90. Ni un texto explicativo; ni una biografía de los artistas escogidas: Los títulos de los apartados dejan entrever, aunque no quede muy claro, que los artistas de finales del segundo milenio están preocupados por temas de género, y estaban permanentemente indignados. Son los únicos textos aclaratorios que los responsables se dignan a mostrar. La exposición está concebida para iniciados. Los neófitos salen igual que han entrado, aunque algo más cansados. El guión es tan laxo que la vigilante, en la entrada recomienda empezar por el final, a fin de facilitar el recorrido, porque, como bien dice, "no parece que haya ningún orden". La estructura laberíntica del edificio contribuye a la escasa claridad expositiva.
El desconcierto se acrecienta cuando uno contempla las obras. La mayoría de las obras son inmensas. Ocupan toda una sala. Son obras de denuncia. El artista se erige como un profeta que clama. Nunca como en este final de recorrido se ha presentado al artista como un antiguo vidente, como en las culturas más antiguas. En posesión de la verdad, se dedica a recriminar lo que acontece. En ocasiones, las quejas son algo obvias. Jordi Colomer necesita toda una estancia, y la proyección a gran escala de una película que ha requerido la intervención de no se sabe cuantas personas, para exponer que los bloques del arquitecto Le Corbusier son como cajas de zapatos en los que solo caben enanos. No sé si eso es una revelación trascendente o luminosa.
¿Humor? Las Guerrilla Girls se dedican a denunciar que las mujeres solo están representadas como musas o putas en los museos, nunca como artistas, por medio de un sin número de carteles. El primero hizo gracia. Era ingenioso. Treinta años más tarde, con obras y técnicas parecidas, siguen plasmando lo mismo. Desde lejos uno reconoce una obra de este colectivo. Ya sabe lo que dice y cómo lo dice. No es necesario acercarse.
El sida, la crisis económica, la contaminación, la miseria urbana asolaron -y siguen asolando- el mundo. Los artistas lo exponen y reaccionan. ¿Desvelan algo nuevo? ¿Aportan algo nuevo? Cuando el arte se toma en serio, y se confunde con un estudio científico, económico o sociológico, ¿acaso no es más enriquecedor acudir directamente a esos estudios? ¿Qué aporta el arte? ¿Una manera de ver y exponer? Un sin número de vitrinas, de hojas enmarcadas todas iguales: textos ilegibles; esquemas incomprensibles. Gelidez expositiva. las obras recuerdan los excesos neoclásicos. Son enigmáticas, pero siempre queda la duda de si revelan verdades u obviedades. ¿Son necesarias -para entender el mundo? Una duda que no parece afectar a los artistas expuestos, o las obras seleccionadas, que parecen imbuidas de su importancia o trascendencia. Es cierto que los materiales escogidos, y la manera de exponer, son modestos, discretos: papeles, borradores, fotocopias, tejidos impresos, yesos, etc. Una de las instalaciones, de Eulalia Valldosera, La Cocina, consiste en sombras de objetos colgados con pinzas de hilos, que recuerdan ropa puesta a secar, es evocadora, si no fuera por el despliegue de aparatos de proyección necesarios, en los que se manifiesta una falta de relación entre medios y fines. Existe una cierta ostentación de materiales pobres, como si reflejaran una mala conciencia,. o una falsa modestia del artista. Pues no solo el valor de los materiales puede ser molesto; el espacio también es un lujo. Y muchas de las piezas, todo y adoptando un perfil bajo en canto a materiales y técnicas, requieren tanto espacio, que salta de nuevo a la vista la mala o errónea relación entre los fines y los logros de las obras y despliegue de medios -entre los que destaca sobremanera el espacio necesario.
El arte es un juego, y los juegos se practican seriamente; lo que no significa que el jugador deba de tomarse a sí mismo en serio. Duchamp se reía de los interpretaciones trascendentes de sus humoradas -que no dejaban de plantear temas serios, en clave de humor.
Toda estas largas parrafadas solo tienen sentido para introducir una pregunta sobre el arte actual que está dando vueltas por las mejores mentes pensantes, y que va a cambiar la percepción, el conocimiento, y la práctica del arte, hoy, una pregunta lanzada, como una bomba, por el historiador inglés, Bob Stanley: ¿No fueron los Sweet mucho mejores que Led Zeppelin? Toda la "inteligentsia" ha sido pillada con el paso cambiado, y trata de debatir o de rebatir esta pregunta fundamental. Otra pregunta, pero menos reveladora: ¿Blondie no superaba a Patti Smith, pese -o debido a- las citas constantes a Rimbaud y otros poetas de la noche de esta cantante? Citar a Foucault, Derrida, Benjamin, etc. ¿mejora nuestra obra -o la convierte en algo, entre plúmbeo, pretencioso y previsible? ¡Ay!
Léase: http://www.theguardian.com/books/2013/nov/06/story-modern-pop-bob-stanley-review
jueves, 7 de noviembre de 2013
Homenage a Eugenio Trías (1942-2013)
La Universidad Pompeu Fabre (UPF) de Barcelona, en la que, desde sus inicios, en 1992, el filósofo Eugenio Trías fue catedrático de humanidades -tras haber sido durante casi veinte años catedrático de estética en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB-UPC)- ha organizado esta mañana un homenaje, en recuerdo suyo, tras su fallecimiento hace meses.
El acto, en el Auditorio lleno, ha comprendido parlamentos de discípulos y amigos suyos, el estreno de un cortometraje -que incluye fragmentos de entrevistas en programas televisivos, que se muestran aquí-, un concierto del Quixote Quartet,, y el descubrimiento de una estrecha lápida horizontal de metal, casi invisible, fundida con el muro que le sirve de soporte, obra de la escultora Susana Solana, en un moderno jardín recoleto de la Universidad.
Junto con Xavier Rubert de Ventós y Félix de Azúa -los tres, amenos, pedagogos, profundos sin levantar ni ahuecar la voz, e irónicos- fue el mejor teórico de las artes español, y uno de los más coherentes, y más singulares, filósofos europeos del s. XX, interesado por el lado sombrío o velado de la vida y el conocimiento, que se descubre -o se esconde- en textos védicos, sufís, coptos, bizantinos, o en películas, como Vértigo, de Hitchcock, obras plásticas, como el Gran Vidrio, de Marcel Duchamp, o La Primavera, de Sandro Botticelli, y musicales, que aspirar a reflejar sensiblemente lo irrepresentable al que aún puede llegarse, siquiera en la frontera, instalándose en ella.
En recuerdo, su voz, quebrada -pero entera- al final, o segura:
Voces de lo Matricial. Diálogos con Eugenio Trías from Maxi Gandul Galiano on Vimeo.
Véase y escúchese también esta entrevista reciente, más breve.
Una obra: Ciudad sobre ciudad
El acto, en el Auditorio lleno, ha comprendido parlamentos de discípulos y amigos suyos, el estreno de un cortometraje -que incluye fragmentos de entrevistas en programas televisivos, que se muestran aquí-, un concierto del Quixote Quartet,, y el descubrimiento de una estrecha lápida horizontal de metal, casi invisible, fundida con el muro que le sirve de soporte, obra de la escultora Susana Solana, en un moderno jardín recoleto de la Universidad.
Junto con Xavier Rubert de Ventós y Félix de Azúa -los tres, amenos, pedagogos, profundos sin levantar ni ahuecar la voz, e irónicos- fue el mejor teórico de las artes español, y uno de los más coherentes, y más singulares, filósofos europeos del s. XX, interesado por el lado sombrío o velado de la vida y el conocimiento, que se descubre -o se esconde- en textos védicos, sufís, coptos, bizantinos, o en películas, como Vértigo, de Hitchcock, obras plásticas, como el Gran Vidrio, de Marcel Duchamp, o La Primavera, de Sandro Botticelli, y musicales, que aspirar a reflejar sensiblemente lo irrepresentable al que aún puede llegarse, siquiera en la frontera, instalándose en ella.
En recuerdo, su voz, quebrada -pero entera- al final, o segura:
Voces de lo Matricial. Diálogos con Eugenio Trías from Maxi Gandul Galiano on Vimeo.
Véase y escúchese también esta entrevista reciente, más breve.
Una obra: Ciudad sobre ciudad
miércoles, 6 de noviembre de 2013
VERA LUTTER (1960): CIUDADES
Vera Lutter es una fotógrafa alemana instalada en Nueva York. Fotografía con una cámara oscura -una técnica inventada a finales de la Edad Media, ya empleada por pintores renacentistas, desde Leonardo hasta Vermeer, por ejemplo-, del tamaño de un "container" metálico o de una estancia; fotografía arquitectura a partir de arquitectura: edificios anónimos, espacios indiferentes, estructuras de ingeniería (que evocan el desplazamiento de bienes y seres que la arquitectura, por el contrario, recoge), e interiores vacíos.
Todas las imágenes son en blanco y negro. Suelen tener el tamaño de una pared.
Las exposiciones a fin que la imagen aparezca pueden durar meses Todo los movimientos, de personas, vehículos, y de la luz desaparecen. Es el paso del tiempo que fija la imagen, de la que queda excluida la huella del paso del tiempo. El tiempo, que lo borra todo, aquí va perfilando masas que se extraen, no se sabe si del día o de la noche.
Véase: la página web de la artista.
martes, 5 de noviembre de 2013
Jan Švankmajer (1934): Do pivnice (Abajo en el sótano, 1983)
Como en los cuentos verdaderos, el horror y la fantasía se alían
El globo terráqueo es un cilindro (según Anaximandro)
El cosmos estaba plantado de columnas. Éstas se levantaban entre el infierno y el cielo, destacándose bien sobre la superficie de la tierra.
La creencia en la existencia de elementos verticales que actuaban como pilares cósmicos parece universal. La bóveda celestial era una tela tendida como en una tienda de nómada, o una semiesfera metálica, a través de cuyas perforaciones, como en la bóveda de un palacio, se filtraba la luz el empíreo, lo que moteaba el cielo de puntos luminosos estrellados. Esta bóveda no se apoyaba directamente sobre la tierra sino sobre un cierto número de columnas, cuatro en general. Estas columnas descomunales que se alzaban hasta el cielo brillaban como los rayos cuando hienden las nubes y caen sobre la tierra.
En el imaginario griego, lo bóveda celestial se apoyaba sobre las espaldas de una divinidad ancestral: Atlas, castigado por Zeus a soportar el peso del mundo por haberse atrevido a cuestionar la supremacía del padre de los dioses. Sus hijas, las Hespérides, que lucían en lo alto, también contribuían a la correcta ordenación del cosmos. Aconteció que Heracles, el hijo predilecto de Zeus, que aceptó someterse a doce pruebas a fin de demostrar su fuerza y su destreza antes de ordenar y delimitar la tierra, se desplazó hasta los confines del mundo, allá donde el sol, junto con las Hespérides salían del cielo para entrar en la noche. Cuando Heracles llegó hasta el Jardín de las Hespérides, cerca de donde moraba Atlas, dolorido por la inmovilidad en la que tenía que permanecer, se apiadó de él y lo sustituyó durante un tiempo. Cuando devolvió el peso del cosmos a Atlas, y antes de retornar a Grecia, señaló los confines de la tierra hincando, allí dónde el sol declinaba, dos columnas: las columnas de Hércules, que aun hoy, indican donde el Mediterráneo se abre al Mar que baña los pies de Atlas: el Atlántico.
Las columnas "cósmicas" no se alzaban solo en los límites del cosmos; éste se estructuraba alrededor de un eje vertical (un "axis mundi", una expresión caída en desuso). Este polo, sin embarco, que centraba el mundo, se hallaba en cualquier parte que se considerara un lugar imprescindible, un centro. Así, cada ciudad poseía -o era- un eje central: el resto del mundo giraba alrededor de él.
Fue el filósofo pre-socrático jonio Anaximandro (610-545 aC), quien sostuvo que el cosmos se generó a partir de una materia -o un concepto- , lo ilimitado, que describió la tierra, no como un disco ni como una esfera, sino, sorprendentemente, como un cilindro (kulindros) o una columna (kioon), sobre cuya cara plana superior se ubicaban los humanos: "la tierra tiene forma (schemati) cilíndrica y que su espesor (o su altura) es un tercio de su anchura"; "la forma de la tierra es curva, redonda, semejante a un fuste de columna; nosotros caminamos sobre una de sus superficies planas". Los textos de Anaximandro se han perdido, mas esas citas del Pseudo-Plutarco, y de Hipólito, autores tardíos, reflejan bien, sin duda, la concepción cósmica del filósofo de Mileto.
Sin embargo, esta forma que no asociaríamos a la tierra no era gratuita.
Anaximandro, sin duda, conocía todas las descripciones del cosmos soportado por pilares, pero era la primera vez que la tierra era descrita como una columna de base circular: la tierra propiamente dicha, la tierra sobre la que los humanos de desplazaban y vivían era redonda: un disco. Esta columna, que era la tierra, se sostenía porque era equidistante del cielo y de los infiernos y, por tanto, no se "inclinaba" hacia ninguno de esos mundos.
Fue precisamente en vida de Anaximandro que los templos griegos empezaron a rodearse de columnas de piedra. Fue también por el aquel entonces cuando se levantaron columnas, coronadas por estatuas, para honrar a los muertos. Las columnas los mantenían en vida puesto que los recordaban visiblemente, los ubicaban aun entre los seres vivos.
No es impensable, como sostiene el helenista Hahn, que la vista del trabajo de los constructores, delimitando parcelas o recintos, y superponiendo bloques cilíndricos hasta configurar columnas capaces de aguantar incólumes empujes verticales y laterales, estuviera en el origen de la descripción de la tierra que Anaximandro realizó.
Los dioses, como supremos arquitectos, habrían erigido una columna, la tierra, perfectamente estable, entre el empíreo y el infra-mundo.
La tierra era un columna porque la columna era un símbolo vital, terrenal. La columna evocaba el brote que asciende de las entrañas de la tierra hacia la luz. El espacio bien delimitado de los seres vivos no podía ser sino una columna, y las columnas que circundaban los templos, así como las columnas que se alzaban en ciudades y cementerios mantenían en vida a la tierra porque recordaban su presencia. Cada columna manifestaba que la tierra había sido bien edificada: era habitable, y en ella se podía vivir.
Las columnas templarias quizá fueran un elemento que, amén de unir la tierra al cielo, ayudaba a dar sentido a la tierra, preservándola como un espacio apto para la vida, el único espacio donde la vida prendió y se asentó. El templo era la morada de la divinidad, ciertamente, instalada entre los humanos gracias a aquélla, pero también era un elemento que recordaba que la tierra estaba habitada, era un espacio habitable, y que pertenecía a los humanos. Era, en propiedad, un espacio terrenal.
La creencia en la existencia de elementos verticales que actuaban como pilares cósmicos parece universal. La bóveda celestial era una tela tendida como en una tienda de nómada, o una semiesfera metálica, a través de cuyas perforaciones, como en la bóveda de un palacio, se filtraba la luz el empíreo, lo que moteaba el cielo de puntos luminosos estrellados. Esta bóveda no se apoyaba directamente sobre la tierra sino sobre un cierto número de columnas, cuatro en general. Estas columnas descomunales que se alzaban hasta el cielo brillaban como los rayos cuando hienden las nubes y caen sobre la tierra.
En el imaginario griego, lo bóveda celestial se apoyaba sobre las espaldas de una divinidad ancestral: Atlas, castigado por Zeus a soportar el peso del mundo por haberse atrevido a cuestionar la supremacía del padre de los dioses. Sus hijas, las Hespérides, que lucían en lo alto, también contribuían a la correcta ordenación del cosmos. Aconteció que Heracles, el hijo predilecto de Zeus, que aceptó someterse a doce pruebas a fin de demostrar su fuerza y su destreza antes de ordenar y delimitar la tierra, se desplazó hasta los confines del mundo, allá donde el sol, junto con las Hespérides salían del cielo para entrar en la noche. Cuando Heracles llegó hasta el Jardín de las Hespérides, cerca de donde moraba Atlas, dolorido por la inmovilidad en la que tenía que permanecer, se apiadó de él y lo sustituyó durante un tiempo. Cuando devolvió el peso del cosmos a Atlas, y antes de retornar a Grecia, señaló los confines de la tierra hincando, allí dónde el sol declinaba, dos columnas: las columnas de Hércules, que aun hoy, indican donde el Mediterráneo se abre al Mar que baña los pies de Atlas: el Atlántico.
Las columnas "cósmicas" no se alzaban solo en los límites del cosmos; éste se estructuraba alrededor de un eje vertical (un "axis mundi", una expresión caída en desuso). Este polo, sin embarco, que centraba el mundo, se hallaba en cualquier parte que se considerara un lugar imprescindible, un centro. Así, cada ciudad poseía -o era- un eje central: el resto del mundo giraba alrededor de él.
Fue el filósofo pre-socrático jonio Anaximandro (610-545 aC), quien sostuvo que el cosmos se generó a partir de una materia -o un concepto- , lo ilimitado, que describió la tierra, no como un disco ni como una esfera, sino, sorprendentemente, como un cilindro (kulindros) o una columna (kioon), sobre cuya cara plana superior se ubicaban los humanos: "la tierra tiene forma (schemati) cilíndrica y que su espesor (o su altura) es un tercio de su anchura"; "la forma de la tierra es curva, redonda, semejante a un fuste de columna; nosotros caminamos sobre una de sus superficies planas". Los textos de Anaximandro se han perdido, mas esas citas del Pseudo-Plutarco, y de Hipólito, autores tardíos, reflejan bien, sin duda, la concepción cósmica del filósofo de Mileto.
Sin embargo, esta forma que no asociaríamos a la tierra no era gratuita.
Anaximandro, sin duda, conocía todas las descripciones del cosmos soportado por pilares, pero era la primera vez que la tierra era descrita como una columna de base circular: la tierra propiamente dicha, la tierra sobre la que los humanos de desplazaban y vivían era redonda: un disco. Esta columna, que era la tierra, se sostenía porque era equidistante del cielo y de los infiernos y, por tanto, no se "inclinaba" hacia ninguno de esos mundos.
Fue precisamente en vida de Anaximandro que los templos griegos empezaron a rodearse de columnas de piedra. Fue también por el aquel entonces cuando se levantaron columnas, coronadas por estatuas, para honrar a los muertos. Las columnas los mantenían en vida puesto que los recordaban visiblemente, los ubicaban aun entre los seres vivos.
No es impensable, como sostiene el helenista Hahn, que la vista del trabajo de los constructores, delimitando parcelas o recintos, y superponiendo bloques cilíndricos hasta configurar columnas capaces de aguantar incólumes empujes verticales y laterales, estuviera en el origen de la descripción de la tierra que Anaximandro realizó.
Los dioses, como supremos arquitectos, habrían erigido una columna, la tierra, perfectamente estable, entre el empíreo y el infra-mundo.
La tierra era un columna porque la columna era un símbolo vital, terrenal. La columna evocaba el brote que asciende de las entrañas de la tierra hacia la luz. El espacio bien delimitado de los seres vivos no podía ser sino una columna, y las columnas que circundaban los templos, así como las columnas que se alzaban en ciudades y cementerios mantenían en vida a la tierra porque recordaban su presencia. Cada columna manifestaba que la tierra había sido bien edificada: era habitable, y en ella se podía vivir.
Las columnas templarias quizá fueran un elemento que, amén de unir la tierra al cielo, ayudaba a dar sentido a la tierra, preservándola como un espacio apto para la vida, el único espacio donde la vida prendió y se asentó. El templo era la morada de la divinidad, ciertamente, instalada entre los humanos gracias a aquélla, pero también era un elemento que recordaba que la tierra estaba habitada, era un espacio habitable, y que pertenecía a los humanos. Era, en propiedad, un espacio terrenal.
BELIEVERS WITHOUT BORDERS (CREYENTES SIN FRONTERAS, 2010) / الجدار (EL MURO, 2011) / الشارع السوري (LA CALLE SIRIA, 2011) / في المنفردة (CELDA INDIVIDUAL, 2013) / أضواء المدينة (LUCES DE LA CIUDAD, 2013) / ALEPPO BY NIGHT (ALEPO DE NOCHE, 2013): ABOU NADDARA FILMS
Believers without Borders from abounaddara on Vimeo.
الجدار The Wall from abou naddara on Vimeo.
الشارع السوري The syrian street from abou naddara on Vimeo.
في المنفردة Cellule individuelle from abou naddara on Vimeo.
أضواء المدينة City Lights from abou naddara on Vimeo.
Aleppo by Night from abou naddara on Vimeo.
Abou Naddara (que, en árabe, significa El hombre con lentes, y que remite al célebre documental de los años veinte, El hombre de las lentes, del ruso Dziga Vertov) es el nombre de un colectivo de cineastas y documentalistas sirios que, cada viernes, desde 2010, "cuelgan" en su página web y legalmente en el portal de cortometrajes Vimeo, un cortometraje sobre la vida en Siria, en las ciudades de Damasco y Alepo, especialmente, hasta ahora libremente. Las imágenes se toman con cualquier medio, cámaras de vídeo o móbiles.
Los documentales solo se muestran en internet, aunque también se proyectan en numerosos festivales de cine y en centros de arte contemporáneo fuera de Siria.
El cineasta Charif Kiwan, formado y exiliado en París, actúa de portavoz del colectivo.
Creyentes sin fronteras es considerado una obra maestra.
Véase también: https://www.facebook.com/pages/Abounaddara-Films/128084573918925, y http://mashallahnews.com/?p=6527
lunes, 4 de noviembre de 2013
VIVIAN MAIER (1926-2009), O LA ARTISTA DESCONOCIDA (FOTÓGRAFA Y CINEASTA DE LA QUE NADIE SUPO NADA)
La teoría del arte occidental está recorrido por una leyenda recurrente: un noble o un erudito perspicaces vienen a pasar justo donde un niño dibuja con una rama sobre la tierra. Se trata de un pastor inculto, o de un niño abandonado. Los dibujos que traza, como si una fuerza que lo rebasa le impeliera a marcar el suelo polvoriento, tienen una grandeza, que rivaliza con la de los grandes maestros, o la supera en frescura incluso, que solo una mente elevada descubre.
El destino del niño abandonado, cuyos padres o cuidadores, no pueden brindarle la formación adecuada, está sellado. El noble se dirige a los pastores y obtiene la custodia del niño. Desde entonces, y hasta que pueda valerse por si mismo, todos los cuidados le serán brindados para que pueda deslumbrar al mundo del mismo modo que fascinó al noble que, sin duda, no por azar, cruzó su camino con el del genio en ciernes. Así es como, por ejemplo, Giotto se convirtió en el "redentor" de la pintura occidental.
Otra historia ronda ésta, sobre todo desde el siglo XIX: la historia del genio incomprendido, que trabaja en solitario, los valores de cuya obra solo se descubren tras su muerte.
Estas historias no son simples cuentos: ocurren ocasionalmente en realidad; o, mejor dicho, son historias que estructuran la manera cómo se percibe y se cuenta la realidad.
Érase un erudito que escribía la historia menuda de un barrio de su ciudad natal, Chicago. Partía de datos gráficos y textuales periodísticos, de fotos añejas, viejos documentales.
Un día, descubrió, en una modesta subasta, cajas y cajas con negativos fotográficos desconocidos a un precio de saldo. Adquirió los lotes: unos treinta mil negativos, diapositivas, un centenar de películas en super 8, recortes de periódico, etc.
Tras el revelado de algunos negativos, descubrió fotografías deslumbrantes en blanco y negro. Nadie sabía a quien pertenecían, quien era el autor.
Meses más tarde, una esquela en un periódico le llamó la atención. Se trataba de una anciana, casi indigente, muerta al resbalar sobre una placa de hielo. Al parecer guardaba algunas fotografías.
Vivian Maier fue una niñera, de origen francés -nadie sabe casi nada-, al parecer, en familias acomodadas del noreste y el centro de los Estados Unidos. En secreto, en sus horas libres, en los años cincuenta, cuando contaba entre treinta y cuarenta años, fotografió, y más tarde, filmó, indigentes, excluidos, solitarios, ricos y pobres, en Chicago y Nueva York, así como se autorretrató: unas ciento cincuenta mil fotografías y centenares de películas. Supo ver lo que nadie se preocupó de mirar, a los que nadie miró. Nadie supo de su afición, su obsesión. Tras el retiro, acabó en la calle. Unos jóvenes, a los que cuidó decenas de años antes, la encontraron, le compraron el piso, y la mantuvieron. Tampoco descubrieron nada. Solo ahora recuerdan que, en cada nueva casa, pedía que le pusieran un cerrojo en la puerta de su habitación. Allí es donde guardaba las cajas que malvendió cuando se quedó sin fondos.
Fueron subastadas hace menos de seis años. Desde hace cuatro se ha convertido en una de las mejores documentalistas de la vida urbana del siglo XX. Hace tres años, nuevos lotes de negativos y películas fueron hallados. Su obra, dada la extensión, sigue, en su mayor parte, inédita. Lentamente quien la descubrió y descubrió su producción, estudia, preserva e imprime los negativos que lo han convertido posiblemente en un millonario.
NOWNESS Presents - The 8mm Films of Vivian Maier from NOWNESS on Vimeo.
El destino del niño abandonado, cuyos padres o cuidadores, no pueden brindarle la formación adecuada, está sellado. El noble se dirige a los pastores y obtiene la custodia del niño. Desde entonces, y hasta que pueda valerse por si mismo, todos los cuidados le serán brindados para que pueda deslumbrar al mundo del mismo modo que fascinó al noble que, sin duda, no por azar, cruzó su camino con el del genio en ciernes. Así es como, por ejemplo, Giotto se convirtió en el "redentor" de la pintura occidental.
Otra historia ronda ésta, sobre todo desde el siglo XIX: la historia del genio incomprendido, que trabaja en solitario, los valores de cuya obra solo se descubren tras su muerte.
Estas historias no son simples cuentos: ocurren ocasionalmente en realidad; o, mejor dicho, son historias que estructuran la manera cómo se percibe y se cuenta la realidad.
Érase un erudito que escribía la historia menuda de un barrio de su ciudad natal, Chicago. Partía de datos gráficos y textuales periodísticos, de fotos añejas, viejos documentales.
Un día, descubrió, en una modesta subasta, cajas y cajas con negativos fotográficos desconocidos a un precio de saldo. Adquirió los lotes: unos treinta mil negativos, diapositivas, un centenar de películas en super 8, recortes de periódico, etc.
Tras el revelado de algunos negativos, descubrió fotografías deslumbrantes en blanco y negro. Nadie sabía a quien pertenecían, quien era el autor.
Meses más tarde, una esquela en un periódico le llamó la atención. Se trataba de una anciana, casi indigente, muerta al resbalar sobre una placa de hielo. Al parecer guardaba algunas fotografías.
Vivian Maier fue una niñera, de origen francés -nadie sabe casi nada-, al parecer, en familias acomodadas del noreste y el centro de los Estados Unidos. En secreto, en sus horas libres, en los años cincuenta, cuando contaba entre treinta y cuarenta años, fotografió, y más tarde, filmó, indigentes, excluidos, solitarios, ricos y pobres, en Chicago y Nueva York, así como se autorretrató: unas ciento cincuenta mil fotografías y centenares de películas. Supo ver lo que nadie se preocupó de mirar, a los que nadie miró. Nadie supo de su afición, su obsesión. Tras el retiro, acabó en la calle. Unos jóvenes, a los que cuidó decenas de años antes, la encontraron, le compraron el piso, y la mantuvieron. Tampoco descubrieron nada. Solo ahora recuerdan que, en cada nueva casa, pedía que le pusieran un cerrojo en la puerta de su habitación. Allí es donde guardaba las cajas que malvendió cuando se quedó sin fondos.
Fueron subastadas hace menos de seis años. Desde hace cuatro se ha convertido en una de las mejores documentalistas de la vida urbana del siglo XX. Hace tres años, nuevos lotes de negativos y películas fueron hallados. Su obra, dada la extensión, sigue, en su mayor parte, inédita. Lentamente quien la descubrió y descubrió su producción, estudia, preserva e imprime los negativos que lo han convertido posiblemente en un millonario.
NOWNESS Presents - The 8mm Films of Vivian Maier from NOWNESS on Vimeo.
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