El Próximo Oriente -Hoy Iraq, Siria, Líbano, Jordania, Palestina, Israel, Turquía, y Egipto- formaba parte del Imperio Otomano desde el siglo XIV, cuando los turcos conquistaron los dominios árabes, con capital en Bagdad, hasta la Primera Guerra Mundial. En este Imperio se distinguían las zonas de mayoría turca, entre las que se ubicaba la capital del Imperio, Estanbul -antigua Bizantium, luego Constantinopla, capital del Imperio Romano oriental, y finalmente Bizancio- y las de mayoría árabe. El imperio era tan grande que las partes orientales y Egipto estaban en manos de gobernadores con plenos poderes. Las divisiones provinciales atendían a las organizaciones tribal y religioso-sectaria.
Algunos países como Francia (que conquistó Egipto a finales del siglo XVIII, a fin de cortar el abastecimiento inglés por parte de la India, antes de que cayera en manos inglesas, precisamente, durante el siglo XIX), el Reino Unido y Alemania trataron de abrirse paso por el Imperio Otomano desde la primera mitad del siglo XIX. Éste era un universo relativamente cerrado. Sin embargo, su apertura era necesaria por sus riquezas materiales (petróleo, sobre todo) y porque constituía una vía de acceso fácil hacia el puerto de Basra o Basora de donde partían los barcos hacia las colonias asiáticas de la India y del Sud-este asiático (Indochina) de las potencias occidentales. Los imperios ruso y persa también se enfrentaron a los otomanos, en guerras decimonónicas, en las que Inglaterra y Francia intervinieron para apoyar uno u otro bando a fin de debilitar el Imperio Otomano, evitando que cayera, sin embargo.
El Imperio Otomano, que simpatizaba con el Germánico, fue desmembrado al perder la guerra. Francia, Inglaterra y los Estados Unidos ya habían dividido el imperio sobre el papel, y se habían distribuido las posesiones. Inglaterra tenía cierto interés en la creación de un estado judío en Palestina. Francia e Inglaterra se repartieron los dominios de mayoría árabe. La caída del Imperio Otomano fue facilitada por una revuelta interna de tribus árabes a las que se les prometió la independencia y la instauración de un gran reino árabe -que incluiría lo que hoy es Iraq, Siria, Líbano, Jordania, Palestina e Israel-, azuzados por los ingleses. Tras la guerra, sin embargo, esos acuerdos no fueron respetados. Francia se quedaba con Siria y Líbano (Siria formaba parte de Francia, se decía, por la defensa de los católicos), mientras Inglaterra ocupaba Iraq, Jordania, Palestina e Israel.
Los Estados Unidos no aceptaban esta prevista ocupación colonial. Promovían la creación de estados, o de un estado árabe, independiente. Las Sociedad de las Naciones, finalmente, acordó que se crearían mandatos: el control temporal de un país hasta que pudiera valerse" por sí mismo.
El texto de la decisión reza así:
"a los pueblos que no son capaces todavía de mantenerse bajo las agobiantes condiciones del mundo moderno, se tiene que aplicar el principio según el cual el bienestar y el desarrollo de dichos pueblos forma una verdad sagrada de la civilización, y la aplicación de estas verdades tienen que materializarse convenientemente. La mejor manera de poner en práctica este principio consiste en otorgar aquélla a naciones avanzadas que, debido a sus recursos, su experiencia, y su posición geográfica pueden llevar a cabo esta responsabilidad. Algunas comunidades que formaban parte del Imperio otomano han alcanzado un nivel de desarrollo que permite que constituyan estados independientes provisionalmente sujetos a la asistencia proporcionada por mandato hasta que llegue el momento en que puedan mantenerse solas".
Este momento nunca llegó naturalmente.
Pronto, revueltas empezaron en las tierras ocupadas. Inglaterra y Francia nombraron reyes a dos miembro de una familia de Arabia, descendiente del profeta, instalados en Damasco y en Bagdad. Las protestas crecieron. Francia e Inglaterra invadieron el Próximo Oriente. En lo que hoy es Iraq, Inglaterra gaseó desde el aire -por vez primera en la historia-, azuzó chiitas contra sunitas -y logró que sunitas, minoritarios, se pusieran del lado de los ingleses, quienes les convencieron de que los chiitas iban a aplastarles-, y trató de defender Bagdad acorralada para que no cayera. El gobierno títere iraquí, mientras, ejecutaba a los kurdos a principios de los años 20 que aspiraban a un estado independiente. Al mismo tiempo, Francia ocupaba y bombardeaba fuertemente Damasco, controlaba Siria y el Líbano. y deponía el rey en 1924.
Los mandatos se llevaron a cabo. Las misiones arqueológicas prosiguieron con plena libertad. Pero el control de los territorios era cada vez más difícil. En los años treinta se otorgó cierta independencia a Iraq -aunque determinados mandos siguieron en manos inglesas hasta finales de la Segunda Guerra Mundial-, y se creó Transjordania (que se componía de lo que hoy es Jordania, Palestina e Israel), mientras Siria y el Líbano siguieron bajo mandato francés.
La Segunda Guerra Mundial puso fin a los mandatos y las colonias, y vio la creación de Israel.
viernes, 4 de julio de 2014
jueves, 3 de julio de 2014
ANT BLADES: CARPARK (2010)
En un aparcamiento al aire libre...
Como en un dibujo animado de Tex Avery.
Ant Blades, un excelente e irreverente animador británico.
PETER CANDELAN: THE BEATLES, ROCKBAND (2010)
Excelente retrato de la urbe inglesa -e irónico retrato de la banda, con un inquietante y fantástico final-, premiado en el Festival de Animación de Annecy (Francia) en 2010
miércoles, 2 de julio de 2014
El arte ¿existe desde siempre?
Elihu Vedder: El que interroga a la Esfinge / David Roberts: Los colosos de Menón
Grabados del siglo XIX han documentado una escena que se ha repetido en varios lugares poblados ruinas, en Roma, Grecia, Egipto y el Próximo Oriente, recorridos entonces por nobles y eruditos: un hombre se arrodilla, maravillado, ante una estela o una estatua que emerge de la tierra en la que yace sepultada.
La escena no es propia de aquel siglo. Recuerda descripciones de emperadores romanos, reyes helenísticos e incluso faraones inclinándose, en todos los sentidos de la palabra, ante estatuas y edificios monumentales en ruinas pero aun capaces de imponer su presencia, deseosos de protegerlos y restaurados, en un gesto admirativo, de reconocimiento y sumisión ante el poder de esas obras venidas del pasado.
Es por esta razón que algunos teóricos del arte, hoy, piensan que cabría dar la vuelta a la relación entre el objeto artístico y el sujeto que Kant estableció en el siglo XVIII y que determinó la teoría del arte desde entonces. La obra de arte, según esta nueva visión -una visión que vuelve a considerar a la obra como en ente mágico-, ya no sería una creación del sujeto, del espectador, que dota de cualidades a lo que le atrae y determina así qué es arte -arte es lo que gusta sin turbar-, sino que sería la obra de arte la que se impondría ante el espectador, que lo escogería y lo convertiría en un espectador seducido, detenido ante la fuerza, la presencia, el ser de la obra.
De este modo, la obra de arte mantendría una relación compleja y paradójica con el tiempo: por un lado, ilustraría sobre un tiempo o una época dados, pero por otro sería capaz de saltar por encima de las barreras, las limitaciones temporales y, como un icono religioso, dirigirse hacia el ser humano del futuro con el que podría mantener una relación: una relación no igualitaria, puesto que la obra de arte sería capaz de subyugar al ser humano, convertido en espectador o receptor de lo que la obra tuviera a bien comunicarle.
Esta concepción de la obra de arte, que explica bien, la presencia de los menhires, las estatuas egipcias y mesopotámicas , o los tótems de los indios nortemaricanos o australianos, no concede importancia al hecho que algunas -o ¿todas?- las obras requieren, por parte del espectador, un cierto conocimiento, para reconocer su presencia, y para interpretarlas o dialogar con ellas. Son conocidos los casos de obras de arte contemporáneas tiradas a la basura porque no fueron identificadas como tales; aunque, quizá, no poseían la fuerza de imponerse. También es cierto, que, desde siempre -solo hay que leer las noticias sobre lo que acontece en Siria hoy-, los seres humanos no se han detenido ante determinadas obras y las han destruido. Aunque, dicha destrucción, semejante a la que causarían en un prisionero o un enemigo, revela un retuerto reconocimiento del poder de la obra, que debe ser borrada de la faz de la tierra, como Platón postulaba, porque podría causar daño si se mantuviera erguida o presente, si existiera, si "fuera".
Es posible que la condición de la obra de arte se halle entre estas consideraciones antitéticas. Lo que sí ambas revelan es la necesidad del espectador, del otro, pues, para que la obra exista, ya sea para ser reconocida, o para manifestar su omnipotencia. La obra de arte, así, se constituye como un poderoso ente de comunicación, creador de comunidades, que da sentido al mundo, y a los hombres, que las reconocen -manifestando su capacidad creadora- o subyugan, lo que expresa así la ·humanidad" del hombre, quieto, y admirativo ante lo que acepta como más poderoso: la obra de arte, que le instruye tanto sobre el pasado, de donde viene, cuanto sobre el presente, que lo instruye y, por tanto, lo hace humano.
Véase el reciente ensayo de Zainab Bahrani: The Infinitive Image. art, time and the Aesthetic Dimension in Antiquity, Reaktion Books, Junio de 2014, que retoma ideas de George Didi-Huberman.
martes, 1 de julio de 2014
CHRIS MILK: LAST DAY DREAM (EL SUEÑO DEL DÍA FINAL, 2009)
Last Day Dream from Chris Milk on Vimeo.
Un breve y hermoso vídeo sobre el recuerdo, el recuento final de una vida, que pasa como un soplo.
Sobre este cineasta de video clips musicales, sobre todo, véase su página web
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