lunes, 3 de noviembre de 2014

JEAN DEWASNE (1921-1999): ENTRE PINTURA Y ARQUITECTURA (AÑOS 40 y 50)






















































Una importante donación de obras del pintor francés Dewasne (nacido precisamente en el norte de Francia) al Museo de Arte Moderno (LAAC) de Dunkerque, en Francia, ha devuelto cierta actualidad a esta artista (pintor y escultor) abstracto, responsable de los colores de las estructuras y tuberías del Centro George Pompidou de París en los años setenta.
Dewasne no fue quizá un artista de primerísima fila. Pero sus estudios y prácticas de arquitectura, en los años cuarenta lo llevaron, acabada la Segunda Guerra Mundial, en convertirse en uno de los defensores y practicantes de un tipo de arte abstracto, por el que militaba, que se desmarcó de maneras de hacer y de pensar anteriores.
La pintura abstracto ya no podía ofrecer una visión personal del espíritu ni una visión espiritual del mundo sensible, pues la Segunda Guerra Mundial había aniquilado al espíritu. Toda traza manual, personal, debía estar proscrita. Los tiempos ya no estaban por artesanías de otras épocas, la mano ya no podía crear formas como otrora. Dewasne escogió pigmentos industriales; pintaba sobre soportes metálicos a fin de que el grano de la tela no evocara -ni despertara la nostalgia- del arte del pasado cuya posesión y cuya destrucción había barrido el mundo. Las formas se inspiraban de elementos industriales -componentes automobilísticos- sin que existiera cualquier canto a la velocidad o el futuro. Miraba hacia el futuro porque no podía mirar hacia el pasado, porque no había pasado.
Teórico de la pintura plana, defensor de la abstracción -ni lírica, expresionista ni espiritual, una abstracción que solo buscaba formas sin trascendencia-, Dewasne formó parte de un grupo de artistas europeos (olvidados durante años, cuando solo se tenían ojos para el Expresionismo Abstracto norteamericano, y posteriormente la abstracción brasileña, aunque hoy, lentamente, se vuelve a escuchar su voz) que, en los años cuarenta y cincuenta, trató de hallar un lugar para el arte entre la espiritualidad de un Kandinsky o un Mondrían, y la gestualidad exacerbada de Pollock: una pintura que podía evocar la muerte de Marat (en un célebre cuadro, hoy en en Centre George Pompidou, de 250x850 cm, de 1951 -las dos últimas ilustraciones corresponden a este cuadro y a un boceto anterior) con la frialdad de una pintura industrial, una pintura de mataba o ahogaba cualquier efusión sentimental.  
Cabe el peligro, no obstante, que el aire tan de los años cincuenta, que embarga algunas de estas imágenes, vuelva a levantar una mirada nostálgica -cuando las compuertas cerradas son las que abren al futuro.

Las ilustraciones muestran solo pinturas (y un dibujo) de los años cuarenta y cincuenta.

domingo, 2 de noviembre de 2014

TED KEY (1912-2008): MR. PEABODY AND SHERMAN: PEABODY´S IMPROBABLE HISTORY: THE GREAT WALL OF CHINA (1959)



Ahora que está a punto de estrenarse la versión en 3-D (¡!) de esta serie canónica televisiva de los años cincuenta sobre un perro, Sherman, inventor de una máquina para remontar el tiempo y asistir a los grandes acontecimientos del arte y la ciencia, útil sería poder ver un capítulo original en gloriosos colores planos.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Origen y finalidad del arte (arte, dharma y karma)





Ferrán García Sevilla


Los conceptos que manejan culturas antiguas o muy distintas son difícilmente traducibles. Remiten a una concepción del mundo que no percibimos.
Sin embargo, la palabra arte deriva, a partir del latín ars, de un término o un radical indoeuropeo que ha dado lugar a un espectro de conceptos hindúes que pueden echar luz tanto sobre la actividad artística cuando sobre la obra de arte: lo que es y su función.
Del un radical indoeuropeo ṛ, que significa crecer o ascender, nace el concepto Ṛta. Éste, que se halla en los nombres de la diosa hindú del orden cósmico Rita, y de la divinidad persa de la justicia y el orden universal Arta, no designa a una divinidad sino a un valor que estructura el cosmos. Se trata de lo que asegura el orden del universo. Éste se muestra, gracias a la presencia de Ṛta, recto. Su rectitud es física y moral. Nace de la capacidad de elevación del cosmos, que se forma a sí mismo y abandona su naturaleza informe, como bien alude el radical ṛ, El universo es capaz de pasar por un continuo proceso de metamorfosis que le permite seguir pautas justas de renovación.
Este orden -o esta orden, ya que se trata de un mandato al mismo tiempo que una formación y formalización del mundo- no se distingue demasiado de la Moira griega o de la Ma´at egipcia. Mas, en esos dos casos, Moira y Ma´at son divinidades o, mejor dicho, valores que rigen -mandan, condicionan o coartar- el hacer y el actuar divinos. Los dioses tienen que actuar según los dictados de Moira, el Destino implacable que mueve los hilos del mundo y traza los caminos por donde circulan las fuerzas sobrenaturales que actúan en el cosmos.

Precisamente, la noción de camino está ligada al Ṛta hindú. Éste rige en el cielo, o el mundo inmaterial. Pero se proyecta en la materia. Ṛta aparece como un modelo o una idea -en el sentido griego del término: una forma ideal que actúa como un molde o un prototipo al que se acoplan todas las formas sensibles-. Dharma es el nombre que recibe el camino que, transitado, lleva hasta la verdad y la justicia. Camino bien trazado de antemano, recto. Impulsado, o marcado por Ṛta. Camino que orienta la acción de los seres humanos: les guía. El dharma es una luz. O una fuerza que se materializa ante los ojos y toma posesión de los movimientos del ser humano -el cual puede, sin embargo, resistirse o librarse de aquella. Si se deja ir, es decir, si se deja guiar u orientar, su camino por la vida tendrá sentido.
Dharma es un eje. Lleva de un origen hacia un destino (el destino de cada uno, el " ṛta personal". En tanto que línea de actuación, que señala por dónde ir, y de la que uno no puede apartarse o desviarse si no se quiere perder (en la oscuridad), si uno no quiere desorientarse, el dharma corresponde al primer gesto del creador: traza las coordenadas del espacio, indica líneas de actuación legítimos, marca la senda por la que transitar hacia la verdad, por la vida. El dharma es el fruto de una reflexión en y sobre el espacio: el  ṛta se refleja o se proyecta en el mundo inferior, y su huella es el dharma. Dharma es el resultado del trabajo del arquitecto divino.
Mas, para seguir la senda del dharma, alumbrado por el  ṛta, o en pos de éste -a fin de obrar justamente-, es necesario un impulso o una vocación. Un viaje solo puede llevarse a cabo cuando existe un proyecto (de vida). Y éste es personal. Solo si se atiende al karma -de algún modo, la voluntad de llegar a buen puerto, de crear entes hermosos que den cuenta del paso creativo por la vida-, se puede transitar por el dharma. Karma se asemeja a Eros. Mas Eros es una divinidad que atrae (desde fuera). Incita a quien seduce. Karma, por el contrario, brota del interior. Existe, es cierto, un mal karma, es decir un karma que lleva al mal (En verdad, Eros, es también un semi-dios temible, como apuntaba Platón). El creador es libre de obrar; y puede obrar cómo quiera o sienta. Karma no es una fuerza hacia el bien. sino que tiene que ser encauzada por el dharma. Se tiene que reconducir. Mas sin ella, el gesto creador, en pos de la ordenación del mundo no se lleva a cabo.
Para Aristóteles existían cuatro causas que estaban en el origen de la creación: la forma, la materia, el creador y el objetivo o la función; cuatro causas que orientaban y daban sentido a lo creado. En la India, tres son los agentes: ṛta es la causa final, el fin de la acción; dharma es la forma, y karma el agente. La materia no cuenta por sí misma, solo cuando es alumbrada por el  ṛta y orientada o conformada por el dharma, transfigurada por el karma; un karma o una voluntad que tiene un doble efecto: da forma al mundo, y forma a quien decide iniciar el viaje.
El arte aparece como un proyecto vital. Al límite, no se trata de crear nada más que uno mismo, si bien las obras son los testimonios de la reflexión emprendida, y de la voluntad de transfigurar el mundo. Para bien o para mal. 

Las arquitectas no visten de negro

Estas dos grandes fotografías de escotadas constructoras, arquitectas o ingenieras -como se las describe-, con un casco como de jinete(ra), en unas vallas publicitarias, hoy, en unas obras en Manchester han hecho arquear suspicaces cejas -por ejemplo, por la sujeción de una máquina taladradora (o vibradora) ávidamente contemplada- a alguna escritora:





¿Qué tendríamos que pensar los del ramo de la construcción ante la famosa fotografía de un fontanero, electricista o instalador polaco frente a un erguido campanario  -agarrando con la mano derecha unos tubos pintorescamente situados- hace algún año en París?:



Se ve que arquitecto/as y constructore/as tenemos armas secretas.