Una importante donación de obras del pintor francés Dewasne (nacido precisamente en el norte de Francia) al Museo de Arte Moderno (LAAC) de Dunkerque, en Francia, ha devuelto cierta actualidad a esta artista (pintor y escultor) abstracto, responsable de los colores de las estructuras y tuberías del Centro George Pompidou de París en los años setenta.
Dewasne no fue quizá un artista de primerísima fila. Pero sus estudios y prácticas de arquitectura, en los años cuarenta lo llevaron, acabada la Segunda Guerra Mundial, en convertirse en uno de los defensores y practicantes de un tipo de arte abstracto, por el que militaba, que se desmarcó de maneras de hacer y de pensar anteriores.
La pintura abstracto ya no podía ofrecer una visión personal del espíritu ni una visión espiritual del mundo sensible, pues la Segunda Guerra Mundial había aniquilado al espíritu. Toda traza manual, personal, debía estar proscrita. Los tiempos ya no estaban por artesanías de otras épocas, la mano ya no podía crear formas como otrora. Dewasne escogió pigmentos industriales; pintaba sobre soportes metálicos a fin de que el grano de la tela no evocara -ni despertara la nostalgia- del arte del pasado cuya posesión y cuya destrucción había barrido el mundo. Las formas se inspiraban de elementos industriales -componentes automobilísticos- sin que existiera cualquier canto a la velocidad o el futuro. Miraba hacia el futuro porque no podía mirar hacia el pasado, porque no había pasado.
Teórico de la pintura plana, defensor de la abstracción -ni lírica, expresionista ni espiritual, una abstracción que solo buscaba formas sin trascendencia-, Dewasne formó parte de un grupo de artistas europeos (olvidados durante años, cuando solo se tenían ojos para el Expresionismo Abstracto norteamericano, y posteriormente la abstracción brasileña, aunque hoy, lentamente, se vuelve a escuchar su voz) que, en los años cuarenta y cincuenta, trató de hallar un lugar para el arte entre la espiritualidad de un Kandinsky o un Mondrían, y la gestualidad exacerbada de Pollock: una pintura que podía evocar la muerte de Marat (en un célebre cuadro, hoy en en Centre George Pompidou, de 250x850 cm, de 1951 -las dos últimas ilustraciones corresponden a este cuadro y a un boceto anterior) con la frialdad de una pintura industrial, una pintura de mataba o ahogaba cualquier efusión sentimental.
Cabe el peligro, no obstante, que el aire tan de los años cincuenta, que embarga algunas de estas imágenes, vuelva a levantar una mirada nostálgica -cuando las compuertas cerradas son las que abren al futuro.
Las ilustraciones muestran solo pinturas (y un dibujo) de los años cuarenta y cincuenta.