Fotos: Tocho, octubre de 2015
Las llamadas casas del alma son unos objetos votivos de terracota egipcios, de finales del tercer milenio y principios del segundo, hallados por el arqueólogo británico Petrie a principios del siglo XX. Fueron traídos en su mayoría a Occidente para ser ofrecidos a distintos grandes museos (Museo Británico de Londres, Museo Egipcio de Turin, Museo Egipcio de Berlín, Museo del Louvre de París, Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Museos Reales de Bruselas, etc.), los cuales, sin embargo, manifestaron un escaso interés por estas piezas, almacenándolas o rechazándolas. Algunas quedaron en Egipto y otras acabaron en la colección del arqueólogo que forma parte hoy del Museo Petrie de la Universidad de Londres.
Estos objetos se componen de una bandeja con reproducciones en terracota de alimentos y vasos de libación, terminada por un canal de evacuación de líquidos. Entre los elementos que sobresalen sobre la bandeja se halla, habitualmente, una construcción, interpretada como una casa -la casa del difunto- o un templo. Estas bandejas, de unos cuarenta centímetros de largo por unos veinte o treinta de alto, aproximadamente, se depositaban directamente sobre la arena que cubría el cuerpo del difunto no embalsamado -se trataba de un enterramiento de clase muy modesta-, a fin de señalar el emplazamiento de la tumba y de mediar entre la tierra y el mundo de los muertos, toda vez que los líquidos vertidos sobre la bandeja caían sobre la arena hasta llegar al difunto.
Estas bandejas son toscas. Pero, sin embargo, son unos objetos fundamentales para conocer la forma de las viviendas populares construidas en adobe, cuyos restos no se han conservado, o se han desestimado cuando, en los inicios de las excavaciones arqueológicas, los egiptólogos buscaban sobre todo tesoros y monumentos de piedra.
Esta bandeja de ofrendas, del Museo del Louvre, presenta unas características singulares: la construcción -templo o casa- ocupa la totalidad de la bandeja. No existe lo que parece un patio, un espacio no construido ante la fachada del edificio -y que constituye la parte propia de la bandeja-. Ésta, sin embargo, cumple con la función para la que ha sido moldeada: alimentos y líquidos pueden ser depositados o vertidos en ella, porque la construcción se representa solo por sus trazas. La planta sustituye al volumen. El canal de libación se confunde con el espacio de entrada, que avanza con respecto a la planta de la casa (no se trata de un pórtico, sino de un cuerpo adosado). La planta es simétrico con respecto a un eje central. El espacio confluye hacia una única estancia, situada en la parte posterior de la construcción. Ésta, posiblemente no sea una casa sino un templo, cuyos espacios se dirigen hacia la capilla más recóndita donde se asienta un objeto indefinible (no he sabido identificarlo, posiblemente un alimento ofrendado, depositado en el interior de la casa, un signo de que el difunto, o su o sus "almas", moran en el interior).
Se trata de una pieza única. Casa y bandeja son lo mismo. La ofrenda es la casa. Toda la planta de la misma, es decir, toda la casa, constituye un espacio ofrendado, sagrado. La planta, además, se presenta como la "base", el fundamento de la casa. Casa que existe en tanto que división espacial. Unas líneas, unos muros que apenas sobresalen del plano del "suelo" sirven ya para organizar la casa, para que ésta ya exista, ya esté presente.
La planta se entiende como el germen de la arquitectura. Ésta se concibe como una partición, una organización y articulación espacial que dibuja tanto un recorrido como una sucesión de espacios interconectados. El espacio exterior que se pierde en la lejanía -estamos en un desierto de arena apenas sin obstáculos visuales- se contrapone a una sucesión de interiores recoletos que se visualizan tan solo con las primeras trazas en el suelo. Antes que un techo, una línea, o un murete ya son arquitectura.