lunes, 2 de enero de 2017
HARRY CALLAHAN (1912-1999): CIUDAD
La Maison européenne de la photographie, en París, expone actualmente las fotografías que Harry Callahan tomó en la Provenza a finales de los años cincuenta, y que sucede a una exposición antológica en una galería de Nueva York en 2014, lo que ha vuelto a poner este fotógrafo urbano norteamericano bajo los focos.
Descubierto por Moholy Nagy, gracias a sus experimentos fotográficos, fue profesor de la Nueva Bauhaus en Chicago y de la Rhode Island School of Design.
Cada día recorría una ciudad. Llegó a tomar unas cien mil fotografías, si bien solo estaba satisfecho de una decena. Nunca teorizó sobre su trabajo.
Sus ciudades -Nueva York, Chicago y Detroit, Providence, principalmente-, en blanco y negro -salvo al final de su vida-, casi siempre norteamericanas -retrató también la ciudad peruana de Cuzco, amén de Aix-en-Provence- son un despliegue de ventanas -una retícula que se asemeja a un ballet de formas geométricas multiplicadas-, tras las cuales a veces asoma una sombra, y de calles por las que pasan mujeres solitarias -o madres con un niño- ensimismadas, casi siempre a contraluz. La ciudad aparece como un escenario vacío, pero no abandonado, casi como en los cuadros metafísicos italianos, y a menudo "naturaliza", otorgándole una pulsión vital, o cierta fragilidad, una retícula geométrica. Las líneas inseguras de los cables eléctricos, casi como bocetos, le fascinaban.
La superposición de imágenes, gracias al juego de reflejos -causados por la multiplicidad de ventanas y escaparates, proyectaba habitantes, vehículos y arquitecturas, allí donde nadie los hubiera esperado, neutralizando el espacio convencional, creando un espacio sobrenatural, que invalidaba la lógica, y creaba una nueva. Ninguna vista aparece gratuita.
domingo, 1 de enero de 2017
Año Nuevo (Concepciones del tiempo)
El tiempo pagano se desarrollaría circularmente, el cristiano según una recta orientada hacia el final de los tiempos, el día del juicio final.
Esta visión, esquemática, es a la vez cierta e incierta.
Cierta porque en el Judaísmo y el Cristianismo, el tiempo perfecto acontecería al final de los tiempos, con la llegada del mesías (según el judaísmo) o su retorno (según el cristianismo, para el cual, en verdad, los tiempos ya serían perfectos, tras la asunción de la muerte con la muerte del Hijo de dios, a los que sucederían mil años más tras la vueltas del Hijo de Dios, que desembocarían en el fin de los tiempos y el juicio final)
Incierta, sin embargo, por varios motivos:
El tiempo pagano no es uniforme, ni dibuja un círculo perfecto en todas las culturas antiguas.
Los mesopotámicos distinguían los tiempos de la creación, siempre imperfecta, y de la recreación a cargo de uno de los hijos del Dios supremo (Enki -dios artesano, mago y arquitecto-, hijo de An -el Cielo-), quien completaba y perfeccionaba la inicial creación paterna. Las fiestas de año nuevo babilónicas recreaban los largos tiempos de los inicios. El tiempo humano, cuando el año nuevo, trataba de evocar el tiempo de la recreación, no de la creación. Por otra parte, la acción del hombre no degradaba el tiempo, sino que proseguía con la tarea perfeccionadora de Enki, el hijo de(l) Dios An. La llegada del año nuevo ponía fin a las tareas humanas a fin de que se evitara que los humanos se creyeran los iguales del Hijo del dios creador -y pudieran prescindir de él. Con el Año Nuevo, el mundo volvía a los tiempos de los inicios, imperfectos, que requerían la acción divina y luego humana para completar una creación incompleta.
Los griegos distinguían el tiempo de los dioses, el tiempo de los héroes y el tiempo de los humanos. Los dos primeros tiempos ocurrieron en los inicios y no volvían nunca. Solo quedaba el tiempo de los humanos, mucho más degradado que los tiempos míticos anteriores. El año nuevo, que variaba en cada ciudad, tenía menor importancia que las fiestas en honor de la divinidad protectora de la ciudad que recordaban su nacimiento o su llegaba a la ciudad, así como las fiestas en honor de las grandes divinidades reconocidas por todas las ciudades, fiestas que aseguraban la íntima relación entre la ciudad y su divinidad.
El tiempo romano se iniciaba, no en el tiempo del mito, sino en la historia. Tras la Edad de oro bajo Saturno, la llegada de Eneas, principio troyano, nieto de Venus, a las costas itálicas, y la fundación de Roma por sus sucesores Rómulo y Remo, determinaba el inicio del tiempo humano. Las fiestas del año nuevo estaban, desde Julio Cesar, dedicadas al dios Jano, dios de las puertas, que protegía de la llegada de los seres y días infaustos. Dado que las puertas de su templo se abrían o se cerraban en función del inicio o el final de la guerra -en tiempos de paz no era necesario que Jano oteara-, las fiestas en honor de Jano constituían el equivalente de unas fiestas de año nuevo.
Las fiestas de año nuevo cristiano -que coinciden con las fiestas de Jano- permitían la renovación de los tiempos, según una concepción arcaica, pero los tiempos no retornaban al tiempo de los inicios según una concepción circular sino que volvían a un eje vertical que unía el tiempo del Mesías con el tiempo de su retorno, de modo que el tiempo cristiano se desarrolla según una espiral, es decir se dirige, dando vueltas hacia no la renovación de los tiempos -ya renovados con la llegada del Mesías- sino hacia su conclusión con el Juicio Final que anula el desarrollo del tiempo, tiempo cuyas circunvalaciones no desesperaban ya que se pensaba que el día final era próximo y el camino a él dando vueltas solo ayuda al fiel a prepararse.
En las religiones paganas, salvo en Mesopotamia, el tiempo es un error que degrada la creación o la recreación del mundo, mientras que en el Cristianismo, el tiempo es lo que permite la encarnación y la resurrección del Hijo de dios que abole el tiempo, paradójicamente, o lo lleva en línea recta hacia su conclusión, tiempo que solo posterga el día del Juicio.
Esta visión, esquemática, es a la vez cierta e incierta.
Cierta porque en el Judaísmo y el Cristianismo, el tiempo perfecto acontecería al final de los tiempos, con la llegada del mesías (según el judaísmo) o su retorno (según el cristianismo, para el cual, en verdad, los tiempos ya serían perfectos, tras la asunción de la muerte con la muerte del Hijo de dios, a los que sucederían mil años más tras la vueltas del Hijo de Dios, que desembocarían en el fin de los tiempos y el juicio final)
Incierta, sin embargo, por varios motivos:
El tiempo pagano no es uniforme, ni dibuja un círculo perfecto en todas las culturas antiguas.
Los mesopotámicos distinguían los tiempos de la creación, siempre imperfecta, y de la recreación a cargo de uno de los hijos del Dios supremo (Enki -dios artesano, mago y arquitecto-, hijo de An -el Cielo-), quien completaba y perfeccionaba la inicial creación paterna. Las fiestas de año nuevo babilónicas recreaban los largos tiempos de los inicios. El tiempo humano, cuando el año nuevo, trataba de evocar el tiempo de la recreación, no de la creación. Por otra parte, la acción del hombre no degradaba el tiempo, sino que proseguía con la tarea perfeccionadora de Enki, el hijo de(l) Dios An. La llegada del año nuevo ponía fin a las tareas humanas a fin de que se evitara que los humanos se creyeran los iguales del Hijo del dios creador -y pudieran prescindir de él. Con el Año Nuevo, el mundo volvía a los tiempos de los inicios, imperfectos, que requerían la acción divina y luego humana para completar una creación incompleta.
Los griegos distinguían el tiempo de los dioses, el tiempo de los héroes y el tiempo de los humanos. Los dos primeros tiempos ocurrieron en los inicios y no volvían nunca. Solo quedaba el tiempo de los humanos, mucho más degradado que los tiempos míticos anteriores. El año nuevo, que variaba en cada ciudad, tenía menor importancia que las fiestas en honor de la divinidad protectora de la ciudad que recordaban su nacimiento o su llegaba a la ciudad, así como las fiestas en honor de las grandes divinidades reconocidas por todas las ciudades, fiestas que aseguraban la íntima relación entre la ciudad y su divinidad.
El tiempo romano se iniciaba, no en el tiempo del mito, sino en la historia. Tras la Edad de oro bajo Saturno, la llegada de Eneas, principio troyano, nieto de Venus, a las costas itálicas, y la fundación de Roma por sus sucesores Rómulo y Remo, determinaba el inicio del tiempo humano. Las fiestas del año nuevo estaban, desde Julio Cesar, dedicadas al dios Jano, dios de las puertas, que protegía de la llegada de los seres y días infaustos. Dado que las puertas de su templo se abrían o se cerraban en función del inicio o el final de la guerra -en tiempos de paz no era necesario que Jano oteara-, las fiestas en honor de Jano constituían el equivalente de unas fiestas de año nuevo.
Las fiestas de año nuevo cristiano -que coinciden con las fiestas de Jano- permitían la renovación de los tiempos, según una concepción arcaica, pero los tiempos no retornaban al tiempo de los inicios según una concepción circular sino que volvían a un eje vertical que unía el tiempo del Mesías con el tiempo de su retorno, de modo que el tiempo cristiano se desarrolla según una espiral, es decir se dirige, dando vueltas hacia no la renovación de los tiempos -ya renovados con la llegada del Mesías- sino hacia su conclusión con el Juicio Final que anula el desarrollo del tiempo, tiempo cuyas circunvalaciones no desesperaban ya que se pensaba que el día final era próximo y el camino a él dando vueltas solo ayuda al fiel a prepararse.
En las religiones paganas, salvo en Mesopotamia, el tiempo es un error que degrada la creación o la recreación del mundo, mientras que en el Cristianismo, el tiempo es lo que permite la encarnación y la resurrección del Hijo de dios que abole el tiempo, paradójicamente, o lo lleva en línea recta hacia su conclusión, tiempo que solo posterga el día del Juicio.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)