martes, 12 de enero de 2021
BOBBY FEW (1935-2021) & AVRAM FEFER (1965): HEAVENLY PLACES (LUGARES -ARQUITECTURAS- CELESTIALES, 2005)
Teoría e historia
Teoría e historia (dos asignaturas de las carreras de arquitectura y de bellas artes) son dos maneras muy distintas de relacionarse con el mundo. La distinción reside en quién o qué toma el mando de la relación, o decide sobre ésta, y en las consecuencias de dicho contacto.
Teoría, como hemos mencionado en otros textos, en griego (theooria), significa contemplación; también meditación. La teoría se practica con la vista; más precisamente con la vista unida al intelecto -facultad anímica superior activada por la vista. Se produce un golpe de vista, que da lugar a lo que en francés se denomina "un coup de foudre" o "de coeur", es decir un súbito enamoramiento, una entrega, un abandono a lo que nos ha fulminado.
Lo que desencadena la teoría es una aparición inesperada. No es algo que se busca sino que se encuentra o, mejor dicho, que viene a nosotros, se manifiesta, se presenta. El encuentro nos toma por sorpresa. Quien decide mostrarse es el desencadenante de la teoría, una obra de arte que viene a nosotros y se revela.
Teoría significa también procesión: un movimiento hacia algo o alguien a la espera que tenga a bien descubrise, sin que podamos hacer nada para favorecer o forzar el descubrimiento. Un teórico (theooros, en griego) es un espectador. Contempla lo que ocurre, lo que acontece ante su vista. Recibe una impresión. tan solo mira -y reflexiona sobre lo que se produce ante él. Es cierto que sin el espectador, el encuentro no se produce, la obra no se abre, no se expone. Pero incluso si el espectador acude con la esperanza de encontrarse con una aparición, ésta escapa a la voluntad de aquél. Éste no puede hacer nada para que el deslumbramiento se produzca.
Por el contrario, historia, en griego (istoria), significa búsqueda, exploración. La historia también es fruto de un encuentro. Pero éste es iniciado por el historiador. Se trata de un proceso largo y laboioso. Istoreoo se traduce por examinar, buscar, investigar, explorar. La investigación puede o no llegar a buen puerto. Puede dar lugar a una "buen" historia, a un relato, un informe que dé cuenta de los pasos emprendidos y los logros obtenidos.
La teoría es un súbito desvelamiento de lo que son y de lo que significan las cosas. Es una verdadera "revelación". El misterio se disipa de golpe.
La historia, en cambio, es una búsqueda a tientas, un juego de pistas que, poco a poco, construye o reconstruye lo que ocurtió, la vida de lo que se quiere conocer.
Un istor, en griego, es un juez. Llega a una conclusión, solventa un caso, tras estudiar, relacionar y ordenar pruebas, hasta construir un relato coherente. La historia exige esfuerzo, perseverancia, la teoria predisposición a ser golpeado, a dejarse embargar o poseer por lo que uno no se espera pero acepta.
La teoría se produce cuando uno se detiene; la teoría petrifica, la historia necesita de un constante avance. La teoria encuentra -es el fruto de un encuentro-, la historia busca, husmea, levanta; toca las cosas, les da la vuelta. La teoría no manipula ni fuerza; tan solo observa. Se deja seducir por las cosas, seducción que tiene que proscribirse en historia, porque la fascinación detiene la exploración.
La teoria atiende a la imagen, la superficie de las cosas, la manera cómo se muestran. La historia desconfía de las apariencias y hurga. El historiador sospecha de cómo se muestran las cosas; no da nada por sentado, mientras que el teórica acepta lo que las cosas quieren decirnos, acepta su presencia, y se deja embargar por ellas.
Dos maneras de aproximarse al mundo y de entenderlo: escuchando (teoría) o interrogando (historia). Queda por saber si se obtienen las mismas respuestas.
domingo, 10 de enero de 2021
Mesopotamia y Egipto v. Grecia
Grecia tuvo un periodo, hacia el siglo VII aC, que los historiadores llaman Orientalizante, en el que motivos como grifos, esfinges y leones denotaban una influencia neo-asiria e hitita, es decir del Próximo Oriente antiguo. Se ha relacionado la Ilíada con el poema de Gilgamesh, y divinidades como Apolo y Ártemis se han comparado con divinidades anatólicas o del Levante.
Por el contrario, Grecia se presentaba a sí misma, en época clásica, como la antítesis ideológica de "Oriente": una cultura urbana democrática frente a culturas, también urbanas, pero tiránicas; asambleas populares frente a reyes y emperadores.
Pero, más allá de supuestas diferencias ideológicas, existe una diferencia indiscutible: la percepción del tiempo, la relación con el pasado.
Tanto en Egipto como en Mesopotamia, los últimos faraones y los últimos emperadores no se consideraban distintos de los primeros; y no lo eran. Un faraón ptolemaico -incluso, al límite, un emperador romano vestido de faraón egicio- no se distinguía de los faraones constructores de pirámides, dos mil quinientos años antes. Tenían el mismo poder, las mismas prerrogativas, las mismas insignas. Existían, sin duda, diferencias, pero éstas eran mínimas, o de escasa importancia. Los últimos monarcas vivían en el mismo tiempo que los primeros; eran los directos herederos, los continuadores de una manera de ordenar el mundo, de estar en él que se había originado tres milenios antes. Del mismo modo, los emperadores neo-asirios, contemporáneos de las asambleas arcaicas griegas, se consideraban con los mismos poderes que los emperadores acadios y que los reyes sumerios. Y esta concepción no era errónea. El tiempo abatía ciudades, templos y palacios, que se reconstruían una y otra vez. Se podían ampliar o reducir, se inroducían leves cambios estilísticos, pero el tiempo discurría de un modo parecido. En verdad, entre Asurbanipal (s. VII aC) y Sargon I (2400 aC) apenas existían diferencias. Los reyes y emperadores sucesivos continuaban la labor de quienes les precedían. De algún modo el tiempo no pasaba, o era vencido. Las estructuras políticas y culturales, la visión del mundo y de uno mismo, permanecía incólume.
Mas, en Grecia, mediaba un abismo entre la cultura micénica (segundo milenio) y la "propiamente" griega (primer milenio). La llamada Edad Oscura -un periodo de derrumbe del mundo micénico, de crisis económica y cultural, con la desaparición incluso de la escritura, y de replanteo del lugar del ser humano en el mundo, con la "aparición" de la ciudad, lejos de los asentamientos palaciegos minoicos y micénicos- marcó un punto de inflexión. El "renacer" del mundo, tras el siglo IX aC, se basó en postulados o criterios distintos de los que existieron hasta entonces. Esto no significa que las trazas del mundo micénico -incluso del minoico- desaparecieran. Aún hoy, las ruinas de Pilos, Micenas y Tirinto, están en mejor estado y son más legibles que muchas ruinas clásicas. Los restos de los palacios minoicos, en Creta, tienen más entidad que todo el santuario de Olimpia. Si hoy la cultura micénica es bien visible n Grecia, cómo no iba a estarlo hace dos mil quinientos años. Pero esta cultura, los restos de pequeñas ciudades, palacios y tumbas micénicas no eran vistos como muestras de una misma cultura, sino como de otra época, la época de los héroes: no solo otra época, otro tiempo, en el que moraban seres casi inmorales. Desde muy antiguo, las tumbas micénicas, como los restos de lo que ya Alejandro consideraba que eran las ruinas de Troya -una ciudad que, en verdad, solo existía y existe en la Ilíada-, fueron percibidos como tumbas y lugares de culto dedicados a héroes míticos, cuando en la tierra solo existían dioses y héroes.
Los faraones y los emperadores mesopotámicos tardíos nunca consideraron que eran esencualmente distintos de los primeros soberanos. Éstos no eran dioses; tenían la misma entidad que los últimos monarcas. Por el contrario, los gobernantes de la Grecia arcaica y clásica se veían como seres muy distintos que los micénicos, inferiores a ellos o, mejor dicho, sin parangon posible. Eran simples mortales, mientras que la "raza" de los Aquiles, Agamenón, Edipo u Paris estaba en gracia de los dioses; eran hijos de dioses y, cuando fallecían, podían transladarse a la Isla de los Bienaventurados donde proseguirán con su vida no afectada por la decadencia y la decrepitud. Los griegos se veían como seres jóvenes, que habían aparecido tras la desaparición de los héroes con los que sabían no podían compararse, seres admirados y temidos, modelos inalcanzables de comportamiento, modelos éticos inalcanzables. Asi como los egipcios y los mesopotámicos siempre tuvieron conciencia de la fugacidad de la vida, de la condición mortal de los humanos, los griegos se dieron cuenta, de pronto, que la edad de los héros, que había mandado en la tierra, había concluido, acarreando una pérdida irreparable: lo que Hesiodo llamó la edad -la nuestra- de los hombres de hierro que, al revés que los de bronce, pronto se oxidan.
La borrasca Filomena en Barcelona y en Madrid
viernes, 8 de enero de 2021
Canibalismo y ciudad
Las metrópolis, hoy, pueden parecer organismos monstruosos -y quizá lo sean- de las que algunas personas quieren huir, debido a su carácter pernicioso o destructivo.
Sin embargo, en Mesopotamia, la ciudad aparecía como una estructura que ordenaba el espacio y la vida de los humanos, como un centro sin el cual, la vida andaba perdida, desorientada.
Las ciudades mesopotámicas, sobre todo en los inicios de la cultura urbana, no eran perfectas, ni obedecían a planes nítidamente trazados, sino que se habían creado a partir de la adición, no siempre con orden y concierto, de casas y barrios.
Pese a su planificación deficiente o inexistente, la vida fuera de la ciudad no se concebía.
No existía, por tanto, mayor castigo divino que la caída de la ciudad en manos enemigas, siempre interpretada como causada por el abandono de los dioses que velaban sobre la ciudad, a causa de una falta cometida por el rey.
Pese a que, por el contrario, cualquier ciudad (incluso Jerusalén, a menudo), en la Biblia, fue considerada como una réplica de Sodoma y Gomorra -un estructura maldita, causante de todos los males y perdiciones-, merecedora del castigo divino, también es cierto que la destrucción divina de la ciudad acarreaba un retorno a la barbarie a la que la ciudad había puesto coto.
No existe, en toda la literatura del Próximo Oriente antiguo, descripción más descarnada de los efectos de la destrucción de la ciudad en la vida de los humanos, que la que proporciona el Levítico (26, 27-33) cuando cuenta qué ocurrió el día en que Yahvé dejó caer su ira sobre una ciudad:
“Y si con esto no me oyereis, mas, procediereis conmigo en oposición, Yo procederé con vosotros en contra y con ira, y os castigaré aún siete veces por vuestros pecados. Y comeréis las carnes de vuestros hijos, y comeréis las carnes de vuestras hijas: y destruiré vuestros altos, y talaré vuestras imágenes, y pondré vuestros cuerpos muertos sobre los cuerpos muertos de vuestros ídolos, y mi alma os abominará: y pondré vuestras ciudades en desierto, y asolaré vuestros santuarios, y no oleré la fragancia de vuestro suave perfume. Yo asolaré también la tierra, y se pasmarán de ella vuestros enemigos que en ella moran: y a vosotros os esparciré por las gentes, y desenvainaré espada en pos de vosotros: y vuestra tierra estará asolada, y yermas vuestras ciudades.”
En ausencia de la cultura urbana, el canibalismo -la expresión más atroz de la pérdida de humanidad, del regreso al salvajismo, al caos, de la difuminación de las barreras que impiden la mezcla entre lo humano y lo animal- está de vuelta, y los padres devorarán a sus hijos.
jueves, 7 de enero de 2021
Vanguardia
Contrariamente a las artes anteriores a finales del siglo XIX, en Occidente, atadas al pasado, respetuosas con las formas tratadas por artistas del pasado, que tienen en cuenta y a las que atienden, atentos a maneras de expresarse conocidas y probadas, los artistas, desde entonces, han hecho a menudo "tabula rasa", y han roto con el pasado, el pasado inmediato o canónico, refugiándose a veces en el arte primigenio, de los niños, los locos o los "salvajes", a la búsqueda de nuevas formas de expresión. El pasado "formal" aparece como una losa para un artista de vanguardia:
"Ojalá pueda disponer de expresiones desconocidas, de fórmulas originales, hechas de palabras nuevas que no hayan sido ya sobrepasadas, que no comportan nada que huela a repetición, sin fórmulas transmitidas oralmente, y ya dichas por los hombres del pasado.
Quiero purgar mis sentimientos de lo que ya existe, rompiendo con cualquiera que se haya expresado, porque, por naturaleza, lo que se ha expresado ya se puede repetir. No pienso tomar en consideración una palabra de los que me preceden para que los que me sucedan puedan apreciar la pertinencia (...)
Qué pueda tener conocimiento de lo que otros ignoran, de lo que no sea ya un redicho. Querría decir esto para que mi espíritu me responda; quiero que mi sufrimiento le sea evidente, para transmitirlo la carga que pesa sobre mí, el asunto que me atormenta, para informarle de lo que sufro de mi dependencia de los demás."
¿Un texto visionario y fulgurante poco conocido del joven poeta Rimbaud? Podría ser
Este revulsivo texto personal es obra del conocido escritor egipcio Khakheperraseneb.
Lo redactó hace cuatro mil años en el Egipto faraónico; era un sacerdote heliopolitano.
La tablilla estucada con este texto "revolucionario" se conserva en el Museo Británico de Londres (BM5645).
martes, 5 de enero de 2021
El rey Gaspar y la arquitectura
Érase un rey de la India llamado Gundosforo. Soñaba con tener un palacio nunca visto. Envió a su mensajero, Abades, recorrer el orbe en busca de un arquitecto capaz de semejante proeza. Abades llegó a Arabia y se dirigió hacia el foro de la ciudad. Allí encontró a Jesús quien le respondió que conocía a tal ingenioso arquitecto. Mandó llamar al apóstol Tomás y lo presentó a Abades. Mas, Tomás se resistía tanto a partir a la India que Jesús lo convirtió en un esclavo suyo y lo entregó a Abades. Al día siguiente partían. Apenas llegaron ante el rey Gundosforo, éste inquirió sobre las habilidades constructivas y proyectuales de Tomás. Éste le garantizó, y así se lo mostró en un plano trazado con una caña en la tierra., que nadie habrá visto el nuevo palacio. Gundosforo creyó a Tomás, le entregó oro, plata y gemas para la obra, y partió a la guerra. Cuando regresó, veinte años más tarde, pidió ver de inmediato lo que nadie habría visto. Tomás lo condujo en lo alto de una loma y tendió el brazo. Allí delante se hallaba el palacio. Gundosforo miraba y no veía nada. Tampoco los materiales preciosos. Ordenó apresar a Tomás y que fuera ejecutado al alba. Mas, aquella noche, el príncipe Gad, hermano del rey, falleció. Su alma ascendió a los cielos. A medida que subía, el cielo se aclaraba. Un creciente resplandor inundaba el cielo. El alma llegó ante el portal de un palacio celestial hecho de luz que apenas se vislumbraba pues sus muros cegaban. Entendió que Tomás había logrado construir lo invisible; suplicó a los ángeles que le dejaran retornar a la tierra para en sueños advertir al rey de su cruel error. Cuando Gundosforo despertó pidió que liberaran a Tomás...
Ya intuimos quien era Gundosforo; otros lo llamaban Gaspar. El presente que había llevado a Jesús era incienso, un presente invisible, efluvios que ascienden a los cielos.
(También sabemos que Tomás, en arameo, significaba gemelo. Tomás tenía un gemelo. Jesús estaba muy unido a Tomás...)