Un conocido político ha efectuado unas declaraciones sorprendentes. Destacando las ventajas de un determinado carnet electrónico, ha comentado que éste es la transfiguración de un documento de papel, lo cual constituye una mejora sustancial:
"Esta tarjeta física es como si la papeleta (...) se hubiera transfigurado. Como el papel se degrada muy rápido, es biodegradable y se estropea, la manera de mantener esta papeleta (...) viva es este carné, es la transfiguración de la papeleta en carné".
Dejando de lado el vocabulario teológico utilizado, lo que implica que esta sustitución y las ventajas que conlleva no son de este mundo, sino de un mundo celestial, ideal o imaginario, cabe preguntarse por el uso de este término.
La transfiguración es una acción que pertenece exclusivamente al mundo sagrado cristiano -y, por extensión, y a modo de metáfora, al mundo del arte contemporáneo, donde objetos banales se convierten en obras de arte.
Transfigurar, en efecto, implica un cambio sustancial. Transfigurar no es transubstanciar. Esta última acción determina que un ente o una persona cambia de naturaleza o sustancia sin cambiar de apariencia -como ocurre durante el rito de la comunión, en el que el pan y el vino, sin perder sus cualidades sensibles de pan y vino, devienen la carne de una divinidad. Por el contrario, la transfiguración sí conlleva que el cambio de naturaleza afecta la apariencia. En el caso de la figura del dios cristiano, la transfiguración llevó a que su cuerpo irradiara -manifestando visiblemente un cambio de naturaleza, de la materia opaca a la luminosa y celestial. El resplandor que invade y desprende el cuerpo impide que pueda ser contemplado. Ningún humano aguanta la visión de una figura transfigurada. Ésta nubla, ciega. La luz deslumbra y sume a quien trata de mirarla directamente en la oscuridad absoluta.
El carnet propuesto es pues una figura sobrenatural invisible, desconectado del mundo material, terrenal, humano, tanto porque es necesario desviar la mirada, mirar para otro lado, so pena de perder la vista -y por tanto de ir a tientas, sin rumbo-, como porque es un ente hiriente que daña la vista. Un ente que impide ver con claridad.