Rosa Clotet y la Oficina de Planeamiento Urbano: Jardines de Emili Vendrell, 1980-1983
Debíamos estar en 1980. Nadie de la promoción de 1974 que estaba en aquellos años concluyendo sus estudios en la Escuela de arquitectura de Barcelona había obtenido el título todavía.
Corría el rumor que el director de la Escuela, el arquitecto Oriol Bohigas, iba a crear una oficina de planificación urbana en el ayuntamiento de Barcelona, ya en democracia, presidido por el socialista Narcís Serra. Esta oficina -que otras ciudades copiaron en todo el mundo- se encargaría de proyectos urbanísticos públicos. Constaría de arquitectos y de estudiantes de arquitectura. Se decía que éstos ya habían sido escogidos en secreto. Haber sido un alumno de la asignatura de Proyectos dirigida por Oriol Bohigas y haber obtenido una beca, otorgada por la Escuela, para asistir a los cursos de verano del ILAUD (International Laboratory of Urban Design) en la ciudad italiana de Urbino, bajo la dirección del arquitecto Giancarlo de Carlo, eran dos de los méritos necesarios.
Finalmente, un concurso público fue necesario. El currículum, como se preveía, y un rápido ejercicio de proyectación, imprevisto, determinaron quiénes entraron a formar parte de dicha oficina. Pronto recibieron el apodo, entre cariñoso e irónico, de Los lápices de oro.
Quizá la primera obra de dicha oficina fueron los diminutos -y preciosos- jardines de Emili Vendrell, en el casco antiguo (el antiguo Barrio Chino) de la ciudad, inaugurados apenas tres años más tarde de la creación de la Oficina de Planificación Municipal. El derribo de un edificio en muy mal estado, que hacía esquina, permitió el ajardinamiento del solar y la creación del primer espacio verde, obra de Rosa Clotet, en un barrio tan degradado. Este proyecto, muy hermoso, de pequeñas dimensiones e incalculables consecuencias, determinaría l rumbo de los proyectos urbanos municipales: proyectos de urbanización en la periferia y el casco antiguo de Barcelona, hasta entonces abandonados, frutos de la salvaje especulación urbana permitida o alentada por el ayuntamiento franquista; polígonos levantados a toda prisa en terrenos no urbanizados, a menudo embarrados, carentes de calles, espacios públicos y equipamientos, desde iluminación y transporte público, hasta zonas verdes, arbolado y un mínimo mobiliario. La hoy digna Via Favencia, urbanizada en los primeros años ochenta, era un barranco intransitable, punteado de barracas, por las que se debía pasar, caminando por un sendero empinado, para alcanzar un instituto público en lo hondo de la falla.
Este cuidadoso tratamiento del espacio público -aun duradero y en buen estado- se truncó cuando la reforma del casco antiguo se aceleró y dejó de restaurar de manera quirúrgica, y se convirtió en una operación de derribo a gran escala, que ha dejado la desmesurada plaza de la Rambla del Raval, que en su momento se comparó ventajosamente con la plaza Navona, que sustituyó a varias manzanas derribadas inmisericordemente.
Y llegaron las obras olímpicas y la dotación de infraestructuras que aún hoy están a pleno rendimiento.
El estudio MBM, del que Oriol Bohigas era co-propietario, realizó varias obras. Dado que el encargo procedía directamente del propio arquitecto, su nombre desapareció de los carteles publicitarios que anunciaban las obras y el nombre de los arquitectos encargados del proyecto.
La dignificación de la periferia y del casco antiguo (en parte), numerosos equipamientos olímpicos, la creación de un frente marítimo -el Paseo Colón lindaba con una tapia que impedía siquiera la vista al mar, al que tampoco se hubiera podido acceder dada la vía del tren que atravesaba la parte baja de la ciudad antigua y bordeaba la costa-, el paso a una nueva generación de arquitecto (afines a su personalidad), la creación de numerosos parques públicos, muchos de gran calidad, como los Jardines de la Villa Amelia, de Elías Torres, el Parque de la Pegaso, de Batlle & Roig, o el Parque del Clot, de Dani Freixas, y viviendas públicas bien proyectadas y construidas, a principios de los años 60, son logros, impensables en su momento, de Oriol Bohigas; logros que tuvieron delante a un sectarismo teórico -los textos del arquitecto, eran, como el catecismo, de lectura obligada en los estudios de arquitectura en Barcelona-, que produjeron una reacción contraria, la imposición de textos aun más ilegibles e insufribles, de Foucault y Tafuri; cierto nepotismo -Barcelona aun sufre del veredicto del primer concurso público de arquitectura ya en democracia, el deficiente parque del Escorxador, ganado por una persona muy cercana al arquitecto, una decisión que llevó a la renuncia del presidente del jurado-; el cierre y el derribo del teatro Barcelona, una decisión de dudosa legalidad, cuyo solar fue ocupado por un edificio del propio arquitecto; el cierre y el desmantelamiento de museos tan importantes como el Museo de Cerámica, el segundo de Europa, cuando Oriol Bohigas fue delegado de Cultura, tras su paso por el Área de urbanismo que creó y dejó; rehabilitaciones tan extravagantes como la del teatro Poliorama, y edificios tardíos tan mediocres como el Museo del Diseño, cuyo coste de noventa y ocho millones de euros fue debido a que el arquitecto decidió ubicarlo encima de una estación de metro que tuvo que ser desplazada.
Una parte de Barcelona, al menos -el gran distrito de Nou Barris, al menos-, habría seguido siendo difícilmente habitable, sin las intervenciones de quien fue el Napoleón del urbanismo de Barcelona, fallecido hoy a los noventa y cinco años.