martes, 17 de mayo de 2011

Guggenheim, Guggenheimcito: dime qué museo es más grande







 Museo Balenciaga, Guetaria. Estado de la obra en el momento de la destitución del arquitecto. La obra estaba, según los promotores, terminada, lista para el interiorismo.



Érase una hermosa villa del País Vasco. Tenía un ciudadano ilustre: un célebre sastre de alta costura; para muchos, el mejor de la historia, y maestro de todos los grandes sastres, franceses incluso, del siglo XX.

Se decidió abrir un museo en su honor con una buena colección representativa de sus trajes femeninos. Una gran mansión fue puesta a disposición de la fundación recién creada. El presidente era el alcalde. Éste encargó directamente a un arquitecto cubano, amigo suyo (en lenguaje tabernario, la palabra es otra) el proyecto del museo. Su título no estaba homologado, por lo que no podía ejercer de arquitecto. Pero pretendía construir un museo que iba a  revolucionar la historia de la arquitectura.

Doce millones de euros públicos más tarde, y un inmenso edificio de vidrio oscuro "limousine" -techo incluido- a medio hacer, sostenido por una estructura metálica blanca inclinada, en forma de ondulante molde de plum-cake (o de mastaba egipcia), de paredes curvas en pendiente, que aplasta visualmente al caserón existente, el arquitecto fue destituido: no se sabía cómo terminar la obra. No se podía acceder a las plantas: no existían escaleras. No existía proyecto de iluninación. Los paneles de vidrio entregaban directamente a tierra. No siquiera se sabía cómo concluir la fachada.

Mientras, trajes desaparecieron de la fundación; valiosos dibujos fueron regalados a esposas de políticos del partido mayoritario.

Se convocó un concurso de interiorismo. Lo ganó legalmente uno de los mejores estudios de arquitectura de España. Por interiorismo los organizadores entendían completar la fachada, o rehacerla, disponer núcleos de comunicación, resolver la unión del edificio con las construcciones vecinas, y con el suelo.

La dirección de obra respondió a un tercer concurso. Obtuvo el primer premio, contra todo pronóstico, una pequeña empresa fundada por familiares de un influyente obispo de la región, un pilar de la iglesia católica. No pudo llevar a cabo la obra. Contrató, primeramente, a todo el equipo asesor y técnico de los arquitectos del proyecto de "interiorismo" -que, por lógica y economía, hubieran tenido que dirigir la obra de reforma interior y exterior que habían proyectado-. Los trabajos tampoco avanzaron. Aquéllos acabaron siendo subcontratados para salvar los muebles.

La obra habrá costado diecisiete millones de euros. Se ha construido prácticamente dos veces.

El arquitecto y el alcalde están procesados. Nadie más. Como si nadie fuera responsable.

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