lunes, 21 de mayo de 2012

CRÓNICAS DE ERBIL (II): LA CIUDADELA



























































Puerta de entrada, levantada por orden de Saddan Hussein, y que hoy va a ser derribada.


A través de un velo de polvo en suspensión, como un trémulo vapor exhalado por la tierra, al fondo de las amplias y rectas avenidas que cruzan la ciudad de Erbil (Región del Kurdistán, Iraq) y se dirigen al centro, se divisa la masa sombría, irreal y amenazante de una alta fortaleza. Se asemeja a una aparición venida de otra época: la ciudadela de Erbil; formas recortadas a jirones en un papel de seda arrugado. La tierra parda, como el pelaje de una fiera, la envuelve y retrae a los visitantes. Los flancos de la montaña, o quizá de un animal enorme que dormita, impresionan. No se sabe si palpitan, bajo una apariencia engañosamente quieta.
Situada sobre una colina artificial (o tell) circular, en el mismo centro de la ciudad, rodeada por un triple anillo de calles, todas las arterias de Erbil confluyen hacia esta mole impenetrable.
El tell es el resultado de milenios de ocupación en un mismo emplazamiento. tiene unos cuarenta metros de alto, y laderas empinadas de barro. Nunca ha podido ser excavado, pues está coronado por lo que parecen murallas continuas, situadas justo en el perímetro exterior de la parte alta del montículo, pero que son, en verdad, las fachadas de las casas contiguas que se alzan sobre el tell y se asoman al vacío.
Una gran arco, al final de una rampa que bordea el tell, da acceso al interior de la ciudadela.
Ésta no es propiamente una una ciudadela, sino la ciudad antigua, rodeada, al pie del tell, por la densa tramas de los bazares cubiertos. Todas las construcciones son de adobe. Las más antiguas remontan a finales del siglo XVIII. La más reciente, cuando ya casi nadie vivía en la "ciudadela", se construyó en 1961.
Sin embargo, se sabe que las primeras casas de Erbil, en los estratos inferiores del tell, deben de remontarse al neolítico. Los políticos de Erbil gustan decir que se trata de la ciudad más antigua permanentemente habitada, más antigua incluso que Alepo y Damasco (Siria) y Jericó (Palestina). Una familia, aún mora en el tell, ayudada por el ayuntamiento.
La ciudad antigua se organiza -o se organizaba- a partir de una estrecha trama de callejuelas dispuestas de manera arborescente, a partir de un tronco común que conecta con el gran arco de entrada. Casas nobles otomanas, de dos plantas, algunas de gran tamaño, organizadas a partir de numerosos patios hacia los que se abrían puertas y ventanas -escasas y recientes son las aperturas al exterior, sobre todo las ventanas que miran hacia la ciudad, abiertas al vacío, de las casas en el límite superior del tell-, compuestas por estancias ornamentadas al estilo persa, y algunas mezquitas, componen una masa parda por la que las calles se abren y zigzaguean dificultosamente, despistando al visitante ocasional. Oh, no debían de ser moradas suntuosas, pero sí cómodas. La oscuridad reinante, en estancias sin ventanas, cuando se cierra la puerta que da al patio, sorprende hoy, pero debía enfriar los ánimos, o invitar al ensueño. Vivir en la ciudadela de Erbil se asemejaba a estar en otro mundo, alejado de los ruidos cotidianos.
La ciudadela fue lentamente abandonada a partir de los años veinte del siglo pasado. La falta de agua, de electricidad, de desagües, y la sensación que el tiempo se había detenido, llevaron a las ricas familias de Erbil a descender a la ciudad y levantar los barrios residenciales pudientes, lejos del centro. Las casas fueron ocupadas por una población campesina misérrima. Poco a poco, por falta de mantenimiento, se fueron desmoronando. Sobre éstas o en medio de éstas se levantaron, aprovechando ladrillos de adobe sin cocer, casuchas cada vez más desdibujadas.
En los años ochenta, el presidente Saddam Hussein mando abrir de cuajo la trama urbana por medio de una gran avenida, a fin de controlar una población kurda (opuesta a los árabes -los kurdos son, al igual que los persas y los hititas que habitaban en Anatolia, indoeuropeos) cada vez menos dócil. El arco de entrada fue derribado y reemplazado por un conjunto, de ladrillo, que recuerda, no sin grandeza,  la arquitectura mussoliniana (hoy, este arco va a ser derribado, y el arco "original", del que quedan pocos testimonios, aunque sí los cimientos, reconstruido, a fin de borrar toda huella del pasado asociado a Saddam Hussein).A finales de los noventa, la ciudadela fue bombardeada -aunque no con la violencia con la que se asoló la ciudadela de Kirkuk.  Las casas, que ya se desmoronaban, se hundieron; algunas se incendiaron.
El 2006, el renacido gobierno autónomo kurdo expulsó a los últimos residentes de la ciudadela (más por ser árabes que por ser pobres). Desde entonces, trata de restaurarla. Las casas en mejor estado son regaladas a instituciones extranjeras para que construyan centros culturales (como el IFPO -el Instituto Francés del Próximo Oriente). Las autoridades sueñan con un centro cultural, comercial y turístico en las alturas compuesto de equipamientos culturales, restaurantes, museos (algunos ya abiertos), centros de ocio, de artesanía, comercios turísticos, oficinas, sedes institucionales, incluso casas de alquiler para personalidades de paso por Erbil. Las casas levantadas a partir de los años veinte sobre las ruinas de las mansiones otomanas van a ser derribadas y reemplazadas con construcciones que recuerden un pasado esplendoroso, que se pretende reconstruir a partir de las trazas de la cimentación.
El espacio que liberó la avenida de Saddan Hussein va a ser colmatado, tratando de coser el tejido urbano.
La tarea es ingente. Las fachadas de las casas colgantes se abren; los muros, todos de ladrillos de adobe se deshacen antes de ser apuntalados. Solo quedan algunos paramentos reducidos casi a la base en muchas construcciones. La mayoría deben ser enteramente derribadas y reconstruidas a partir de escasos documentos gráficos.
Sobre el tell de Erbil se alzaba, en el segundo milenio aC, un templo dedicado a la diosa Ishtar: sin duda, un recinto sagrado importante. Partiendo de la hipótesis que el templo debía de emplazarse en el centro, las autoridades kurdas pretende abrir un gran pozo que ponga al descubierto el supuesto templo -que se imaginan entero, como si del Partenón se tratara- que podría ser visitado mientras los turistas descendieran en esta gran falla. Algunos arqueólogos, sin embargo, se han negado a participar en esta excavación , por considerarla excesivamente aventurada.
Y, sin embargo, tal como se presenta hoy en día, y antes de su completa rehabilitación, la ciudadela es fascinante (aunque su visita está muy restringida y no es pública): una ciudad muerta, o fantasmagórica, entre muros derribados, alzados como muñones, y árboles de troncos y ramas retorcidos abriéndose paso entre montículos de ladrillo. El suelo cede por doquier. Los callejones que se retuercen, los muros que se tambalean, la superposición absurda de masas inconexas y de arcos que sobrevuelan sin que se sepa porqué componen un escenario por el que se camina, un tanto inquieto, como si se hubiera perdido la cabeza. Algunos interiores se mantienen casi intactos: salas de música con frescos cuyos colores están ilusoriamente vivos; mientras, de algunas otras casas apenas se reconoce su volumen. Ya no se distinguen los espacios interiores de los patios: los techos se han hundido. Las callejuelas se pierden entre muros peligrosamente inclinados que amenazan, como una figura herida que resiste, más por tiempo tan solo, dejarse ir para siempre. Es imposible que la vida vuelva a la ciudadela. Se deshace como un castillo de arena; que es lo que es; y esta es su grandeza: un sueño que se desvanece. Casas que, un día, dejaron de ser acogedoras; repudiadas por sus ocupantes.  
Al caer la tarde, uno sale apresurado; a fin de evitar verse definitivamente atrapado por ese mundo de fantasmas, fantasmas no tanto de las casas muertas sino de las que se pretende devolver a la vida, transformándolas en cascarones, quizá sólidos, pero carentes incluso de pasado, de recuerdos.
Le quedan pocos años de vida a la ciudad de Erbil, antes de verse convertida en un remedo de lo que se quiere creer que fue.


Fotos: Tocho, mayo 2012
Agradecimientos a David Michaelmore, responsable del plan general de recuperación de la ciudadela.

2 comentarios:

  1. Siempre soñé con poder estar en un tell. De hecho, estudié Semíticas con la idea de poder compaginarla con Historia Antigua, pero... cuando terminé con la Biblia y el hebreo me metí en Hispánicas por razones que no vienen al caso.

    Pero lo que es lamentable de verdad es ver como se desmoronan construcciones, asentamientos, tells que llevan en pie varios milenios y que ahora han sido arrasados por las bombas y la estupidez.

    Hasta la vuelta. Un saludo (con sana envidia).

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  2. Estimado Enric

    Existe un consuelo a tanta destrucción marcial. Excavar permite reconstruir el pasado, a costa de destruir lo que se excava.
    En el caso de un tell, los niveles superiores son islámicos, bizantinos, sasánidas, etc..., y deben, todo y documentándolos, ser extraidos a fin de descender hasta los niveles mesopotámicos.
    El mismo estudio de los niveles asirios, conlleva la destrucción de los neo-asirios, aunque sean de Senaquerib. Éste es el drama de la arqueología mesopotámica. Todo está en el mismo sitio, y el alcance de una capa implica la destrucción irreparable y definitiva de las precedentes

    Un cordial saludo

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