viernes, 25 de mayo de 2012

CRÓNICAS DE ERBIL (III): EL RÍO KABUR

















Fotos: Tocho, mayo de 2012

El río Kabur separa Iraq de Turquía. Se trata de un afluente del Tigris. Ancho y con un curso de agua rápido, favorecido por pequeños saltos de agua, discurre en un lecho muy amplio, cuyas riberas están ciertas de una densa vegetación que, sin embargo, sobresale poco.
Un temido puente metálico cruza el río. Es "el" puente. Situado en tierra de nadie, los puestos fronterizos de Iraq y de Turquía lo enmarcan Los esperas son míticas, infernales. Puedo dar fe de éstas: esperamos ocho horas, detenidos, sin poder siquiera retroceder, el viernes pasado: Turquía había cerrado la frontera debido a incidentes en su territorio, ocasionales disparos, causados por las tensas relaciones entre el Kurdistán iraquí y Turquía.
Lo que aguarda al que trata de entrar en Turquía es aún peor. Así como los guardias fronterizos iraquíes no causan problemas, la entrada en Turquía sucede a exhaustivas, imprevisibles y caóticas inspecciones que obligan a ir de una ventanilla a otra sin que se sepa qué va a ocurrir ni que cabe hacer en cada momento. Un infierno.

Un infierno, en el sentido literal de la palabra.
Dos río llevan el mismo nombre: un afluente del Éufrates, que discurre en su totalidad por Siria, y el Kabur entre Turquía e Iraq.
Para los griegos, Mesopotamia estaba delimitada por los ríos Éufrates y Tigris: Mesopotamia significa, precisamente, Tierra entre Ríos, en griego. Sin embargo, en el imaginario mesopotámico, al menos en la Mesopotamia central, centrada alrededor de Babilonia, los límites del espacio los establecían, no el Éufrates y el Tigris, sino ambos Kabur, cuyo curso, casi de norte a sur, traza dos líneas verticales, que enmarcan, al este y al oeste, la franja de tierra central en Mesopotamia.

Los ríos Kabur, pese a su aparente modesta, eran ríos poderosos que organizaban el mundo visible.
Kabur era el nombre de uno de los ríos infernales, que se ha comparado con el Estigio greco-latino: separaba el mundo de los vivos, del espacio de los muertos, ya que en Mesopotamia, al contrario que en otras culturas, las almas de los difuntos no se recogían debajo de la tierra de los vivos, en el inframundo, sino allende los confines del mundo, más allá de los ríos y las montañas. El espacio de los muertos circundaba la tierra de los vivientes.
Kabur era también un epíteto de la diosa primigenia Tiamat, tal como se cita en el Enuma Elish, el llamado Poema de la Creación babilónico. Tiamat era la diosa de las aguas salobres (Thalassa -mar-, en griego, deriva del babilónico Tiamat). Se trataba de una diosa madre en forma de dragón o de serpiente descomunal. La lucha entre el dios solar Marduk,  dios supremo del panteón babilónico, e hijo de Enki (o Ea), el dios de la arquitectura, constructor del universo, a partir de finales del II milenio aC, y la fuerza primigenia de las aguas y la noche, encarnada por Tiamat, alcanzó proporciones cósmicas. La derrota de Tiamat, de la noche por el día, acabó por configurar el cosmos, ya que Marduk concluyó el universo con partes del cuerpo de Tiamat: así, sus lágrimas dieron luz a los ríos Tigris y Éufrates.
Tiamat era, así, concebida como una diosa primigenio, que mandaba sobre el universo originario -o lo encarnaba-: era la diosa de los vivos y los muertos; alumbraba, y acogía, a ambos. Sus dominios se extendían por la tierra de los vivientes, por el mundo visible, y por el invisible. Todos los vivientes, los que lo son y los que lo fueron, estaban bajo el manto de Tiamat. La vida de la tierra dependía de ella.
El sustantivo kabur, como agudamente observó Michalowski, tenía otro significado. Kabur significa, en acadio, "ser ruidoso". Kabarum es un verbo acadio que se traduce por hacer ruido, o estar ocupado. Designa los efectos de la acción: acción que, debido a su intensidad, genera ruido. Kabur es, por tanto, el rumor de la actividad, una actividad esencial: la vitalidad.
Quien estaba más ocupada era, necesariamente, la diosa de la creación por excelencia: Tiamat, la diosa de las aguas fecundantes que, al discurrir (al pensar y al actuar) causaban un ruido de fondo, constante, consecuencia y prueba de su actividad incesante. La creación, la configuración del mundo, surgido de las aguas, no se efectuaba en silencio. La vida activa y creativa producía sonidos. El silencio, por el contrario, se asociaba a la muerte. La vida, empero, no lo olvidemos, no estaba disociada de la muerte: Tiamat dibujaba un círculo, en el que vida y muerte estaban asociados. Y su actividad, la actividad de sus aguas, generaba ese rumor de aguas vivas.
Kabur era también el ruido que los humanos producidos cuando nos afanamos. Así, el rumor que emanaba de la tierra y que tanto molestaba al dios del Cielo,  que le llevó a tomar la decisión de acabar con la humanidad mediante un diluvio, era el mismo que la diosa madre producía mientras mantenía vivo el universo: kabur -madre, en acadio, se decía mummu, y mu, era ruido o rumor, en sumerio. La madre vital, necesariamente, era ruidosa, porque la vida conlleva un rumor vital que prueba que la vida se ufana, y late en la tierra. De algún modo, kabur es el latido de la tierra viva, y de los vivientes, vida que se ejercita en la  incesante acción diaria. Así, al menos, se desprende del mito del diluvio: el cielo se cansó del kabur de los humanos. Este kabur era consecuencia del talante creativo de los humanos. Actuaban como la diosa-madre, puesto que los efectos que causaban eran los mismos. Kabur era la pulsión vital, las ansias creativas con las que dioses y humanos conformaban el mundo, puliéndolo incesamentemente, como las aguas del Kabur pulen guijarros y lavan la tierra de impurezas, manteniendo, al mismo tiempo, puentes de contacto entre los vivos y los muertos. Sin éstos, la creación vital no tendría sentido: la creación que tiene a preservar la vida, y a mantener el recuerdo de los muertos, a oponerse al olvido que la muerte causa.

El río Kabur, entonces, es esencial en el imaginario mesopotámico: la vida depende de él. Cruzarlo conlleva abandonar la vida y adentrarse en el espacio de los muertos, en busca de los secretos, inalcanzables, de la vida, o de la inmortalidad.
Toda vez que somos deudores de la cultura mesopotámica,  nuestro vida, la imagen que nos hemos forjado de ella, nuestra manera de percibir el mundo, está aún conectada con ambos ríos lejanos que encuadran y alimentan nuestro espacio vital. De algún modo, todos deberíamos, en sueños, cruzar un día los ríos Kabur. Y, quizá, no volver, no despertar más

Agradezco a la Dra. Maria-Grazia Masetti-Rouault todos sus comentarios, aquí resumidos, sobre la importancia del río Kabur que, fatigosamente, cruzamos, en ambos sentidos,  hace unas semanas

Véase también el texto fundamental de Piotr Michalowski, destacado por Masetti-Rouault:

MICHALOWSKI, Piotr: Presence at the Creationhttp://www.scribd.com/fullscreen/50833081?access_key=key-15lfyyol2ln2qrytspmm

4 comentarios:

  1. Me gusta la imagen de la diosa madre manteniendo la creación por medio del ruido.Quizá por eso las diosas egipcias hacían sonar el sistro

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  2. Muchas gracias por el agudo comentario.
    En efecto, las diosas madre debían de mantener vivo el pulso o la pulsión vital, que rituales como los en honor de una divinidad primigenia y agraria como Dionisos recordaban o actualizaban por medio de músicas rítmicas, de flauta, y griterío .
    Gracias por recordar este hecho

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  3. De nada!Gracias a usted.Qué concepción tan distinta de la nuestra tenían los antiguos acerca de la vida,la naturaleza y la divinidad.

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  4. Las culturas antiguas nos parecen a veces cercanas, pero responden a un imaginario y tienen una visión del mundo que inevitablemente nos es muy lejana a menudo

    Un atento saludo

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