viernes, 15 de marzo de 2013

El ágora de Atenas





















Tras el fin del mundo micénico, a finales del segundo milenio,  cuando los reyes, que eran jueces y sacerdotes, moraban en lo alto del acrópolis, y tras un periodo de decadencia -a menos que corresponda a un tiempo poco conocido, en parte por la desaparición aparente de textos escritos-, la capital de la ciudad-estado se reorganizó de un modo muy distinto a partir de mediados del siglo VII. Los tres poderes, civil o político, judicial y religioso se ubicaron en lugares distintos (aunque el culto siguió marcando los actos en apariencia más civiles).
Así, el acrópolis se dedicó enteramente a los dioses, principalmente de la ciudad (Atenea y Poseidón, quienes, en el inicio de los tiempos, compitieron por la posesión del Ática, obteniendo Atenea la palma porque su presente, un olivo, fue preferido al del dios de los mares, una fuente, de agua salobre, por desgracia).
El monte vecino del Aerópago fue ocupado por la asamblea de la justicia. Fue allí donde el dios de la guerra, Ares, fue perdonado por la muerte de una hija del dios de los mares, y allí también, Orestes, hijo de Agamenon, responsable del ejército griego en la guerra de Troya, y de Clitemnestra, fue juzgado por haber asesinado a su madre después de que ésta, previamente, se hubiera vengado de Agamenon, pues el rey había sacrificado a su hija a fin de obtener la benevolencia de los vientos para bogar hasta Troya. 
Por fin, el valle, donde se ubicó el ágora, a los pies de ambos montes, Acrópolis y Aerópago, acogió al mercado y las instituciones políticas donde se debatían las leyes de la ciudad-estado.
El ágora no era, sin embargo, un espacio profano, al cuidado de los hombres exclusivamente, al contrario que el monte sagrado del Acrópolis, y de la necesaria sacralidad del monte de la justicia ( Aerópago). Lo que ocurría es que mientras los montes estaban al cuidado de dioses celestiales (los dioses olímpicos), el valle del ágora estaba bajo la protección de dioses infernales y, en particular, de diosas-madre. Así, la Asamblea Legistativa (llamada Boule) operaba en un espacio que acogía un santuario dedicada a una diosa-madre , o a la madre de los dioses. Se hallaba, en tanto que divinidad engendradora del cosmos, en las entrañas de la tierra. Desde el subsuelo, velaba por la bondad de las transacciones y de las leyes que las regulaban. Así, los bienes comerciados provenían de la tierra, y la tierra era la divinidad que regulaba la producción y el intercambios de aquéllos.
El ágora también acogía el altar de los doce héroes, míticas figuras inmemoriales que protegían, desde lo hondo, la vida de la ciudad y los ciudadanos.
Finalmente, a un lado, destacaba el templo de Hefesto. Éste fue un hijo del dios padre Zeus, mas nunca moró en lo alto del Olimpo. No se trataba de un dios celestial sino, en tanto que dios de la forja, educado por divinidades infernales como los Cabiros en el manejo del fuego, proveniente del interior de la tierra, de un dios con lazos estrechos con el infra-mundo. Su misma figura coja y deforme, debido al duro manejo de útiles de la forja cerca del fuego que requemaba a piel y otorgaba un aspecto endemoniado, lo asociaba más con fuerzas subterráneas que aéreas. Al mismo tiempo, en tanto que dios-herrero, protegía a los artesanos que comerciaban en el ágora. 
Gracias al comercio bien regulado, los humanos estaban en armonía con la tierra, y eran las potencias de lo hondo del valle quienes se cuidaban que a los humanos no les faltara nada, bienes y el bien, alimentos y leyes justas.

Nota entre el ágora y el acrópolis de Atenas.
Fotos: Tocho, marzo, 2013

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