domingo, 6 de octubre de 2019

GUY ROTTIER (WILLEM FREDERIK HENRI ROTTIER, 1922-2013): arTchitecture


















Algunos de nosotros conocemos los nombres y obras de arquitectos del siglo XX -y los explicamos en clase-, tales como Wright, Le Corbusier, Mies van der Rohe (la Santa Trinidad), acompañados de la corte de Sullivan, Aalto, Jacobsen, Gropius, Mendelshon, y Behrens,  a lo que añadimos arquitectos españoles, como Sert, sudamericanos como Niemeyer e italianos como Ponti, Albini o Scarpa. 
Pero, yo al menos, desconocía a Guy Rottier, pese a haber trabajado con Le Corbusier (supervisó las obras de la Unidad de Habitación de Marsella), y haber sido amigo de Prouvé o de Picasso, entre otros artistas.
Como tampoco me podía imaginar que, durante toda la década de los años setenta, la mejor escuela de arquitectura no se hallaba en Chicago, Harvard, Yale, La Haya, Venecia o Zurich sino seguramente en Damasco;
dónde, precisamente, enseñó Guy Rottier.
¿Una cabina de teléfono en forma de oreja gigante? Sí, fue un proyecto para la capital siria. La alusión al control omnipotente era irónica y certera.

Guy Rottier era un arquitecto neerlandés y francés. Instalado en Niza, formó parte del grupo de artistas alrededor del escultor Arman y de grupo Fluxus. Deudor de Duchamp, construyó villas (como la casa de Arman), pero sobre todo proyectó obras, concebidas para ser levantadas, que no obtuvieron el permiso de construcción, proyectos de arquitectura veraniega, turística, como casas de cartón, que al acabar el verano, se podían retirar, plegar y tirar -hoy supongo que este proceder sería condenable- porque Rottier era consciente del impacto que los bloques vacacionales causaban en el paisaje; Rottier, que enterraba sus casas, las suspendía, las dotaba de hélices para que volaran, las cubría con fachadas que eran pantallas para que las proyecciones las confundieran con el entorno o, por el contrario, acentuaba su visibilidad, sobre todo desde lo alto (una posición de poder) convirtiéndolas en gigantescas dianas que miraban al cielo en países dictatoriales -Rottier enseñó en Siria y en Marruecos- para que nadie se sintiera seguro, creyendo que el hogar era inviolable. 
Rottier practicaba lo que él denominada la arTquitectura, nacida de la confluencia del arte plástico y pictórico y la arquitectura, nunca tomándose en serio, dibujando casas en forma de caracol -la perfecta metáfora de lo que es una casa, un abrigo y una carga, fuera de la que no se puede vivir, que arrastramos toda nuestra vida -pese a que Rottier intentó toda su vida no echar raíces.


Dedicado a un seguidor de Rottier, el arquitecto David Aznar, hoy enseñante en la escuela de arquitectura de Sydney,  donde puede desarrollar proyectos y estudios que la Escuela de Arquitectura de Barcelona le impidió.

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