La universidad, tal como la conocemos hoy, es una institución educativa fundada en la ciudad italiana de Bolonia, en el siglo XII. Pronto, distintas ciudades europeas, como París, Oxford, Montpellier, Toulouse o Salamanca, instituyeron organismo semejantes, muchos de los cuales han llegados hasta nosotros. Ofrecían el mismo programa de estudios, pero algunas universidades eran conocidas sobre todo por la calidad de unas determinadas enseñanzas. Un buen médico se había formado en Montpellier; un hombre de leyes, en París
Aunque esta institución no carecía de modelos anteriores, se trataba de una fundación novedosa, fruto de un acuerdo entre el Sacro Imperio Germánico y el Papado, las dos fuerzas políticas que dominaban en Europa. Las escuelas hidúes, en el siglo V aC, alejandrinas, del siglo III aC y, ya en la tardo-antigüedad, las escuelas palatinas y conventuales, impartían "estudios superiores", pero no otorgaban títulos (de bachiller, licenciado y doctor), ni ofrecían un relativamente amplio abanico de estudios regulados, como Derecho, Medicina, Filosofía, Teología y Artes (que incluían, música, matemáticas, astronomía y gramática), principalmente. El Liceo de Aristóteles y la Academia de Platón, fundados en el siglo IV aC, eran centros de estudio reputados, ciertamente, pero exclusivos, minoritarios.
El nombre de Universidad se impuso tardíamente. Entre las denominaciones de escuela, academia y universidad, el nombre más habitual, por ejemplo en Barcelona, era el de Estudio General.
Las universidades o Estudios Generales medievales no siempre poseían locales propios; las clases se solían impartir en centros religiosos, desde las escuelas catedralicias hasta los conventos. Podían ser fundaciones municipales, reales o imperiales, pero necesitaban de la aprobación papal. Todos los estudiantes, siempre varones, eran clérigos, y las universidades formaban legal y culturalmente, el personal de la iglesia. La selección, en principio, no atendía a clases sociales. Dada la relativa escasez de universidades, o el renombre de unas pocas, los estudiantes acudían de toda Europa. Los Estudios generales eran centros de pago; y el coste de los estudios, entre cinco y quince años de duración, era muy elevado, toda vez que los estudiantes raramente moraban con sus familias. Solían alquilar habitaciones o compartir pisos. Algunos estudiantes trabajaban, otros obtenían becas privadas o públicas, y podían alojarse en residencias.
La presencia de un Estudio General en una ciudad o en un barrio -por ejemplo, el Barrio Latino en París, o la Rambla de los Estudios en Barcelona- atraía la llegada de posadas, fondas, cabarets y prostíbulos. El precio del alquiler de viviendas y habitaciones ascendía, hasta alcanzar niveles que solo estaban al alcance de nobles (cuyos primogénticos no solían estudiar, ya que esta suerte de vida estaba reservada a los benjamines, para que la iglesia los mantuviera, ya que no heredarían).
Es por este motivo que el cardenal florentino Octaviano Ubaldini, en 1250, advirtió a los profesores de derecho de los Estudios Generales de Bolonia que la enseñanza debía ser gratuita porque el saber "es un don de Dios".
Ocho siglos más tarde, esta contundente advertencia ha caído en el olvido.
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