jueves, 5 de agosto de 2021

El idiota y la ciudad

 ¿Qué o quién es un idiota?

No, no es un tonto, aunque sí un descerebrado. Y alguien que no tiene “vista”.

En efecto, en griego, idios significa  “que pertenece a alguien o algo”. Idios es algo propio, particular, distinto, separado. No pertenece más que a una persona. No es algo que se comparta. No interviene en mediación, negociación alguna. Si se muestra, no se toca siquiera. En una pertenencia a la que no se deja a nadie acercar.

Idiotes,  por tanto, es quien no se ocupa sino de sus posesiones. No se preocupa de los asuntos públicos. No mira alrededor suyo. Contrariamente a los ciudadanos que participan de la vida ciudadana y se dedican, por un tiempo, a los bienes públicos y la vida colectiva, el idiotes se desinteresa de lo que no es suyo. Al no vivir la vida de la ciudad para preservar sus riquezas, curiosamente se empobrece. De ahí que idiotes, en Platón , significara pobre de espíritu, ignorarte, vulgar incluso, por no querer saber nada de la colectividad. Para Jenofonte, un idiotes carecía  de educación. Idiootikos es trivial, una visión simplista, limitada de la vida necesariamente rica y compleja que se da en la ciudad.

Así pues, la idiotez se opone a la urbanidad. Es cierto que idiotes también significa indígena, pero este término se refiere a quien está atado a la tierra y no participa de las relaciones sociales, no clánicas , de la ciudad. 

En su origen, y hoy, salvo para Dostoïeski, un idiota no es un puro, un alma pura, cándida -aunque en tanto que desinteresado de lo público, y defensor a ultranza de lo privado, lo propio, lo personal, de sus creencias y de su modo de vida recluido, un idiotes puede ser un ermitaño, una persona retirada del mundo, incapaz de comprometerse, de venderse, como el protagonista de la novela de Dostoïeski-,   sino alguien que se niega a colaborar para atender a las necesidades y responder a los anhelos colectivos.

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