domingo, 26 de abril de 2009
sábado, 25 de abril de 2009
EL PASADO DEL FUTURO, O NO FUTURE (EN SUMER)
TOCHO VERDADERO (U OPUS DEI)
Ladrillo procedente del Abzu, el templo que el rey sumerio Amar-Suen construyó para Enki (dios de la arquitectura) en la ciudad de Eridú
Tercera Dinastía de Ur, 2046-2038 aC
Inscripción estampillada:
"damar-dsuena
den-líl-le
nibruki-a
mu-pà-da
sag-ush
é den-líla-ka
lugal kala-ga
lugal uríki-ma
lugal an-uba-da limmú-ba-ka
den-ki
lugal ki-á-gá-ni-ir
abzu ki-ág-gá-ni
mu-na-dù"
"Amar-Suen,
El "Enlil" en Nippur, el escogido, el defensor del templo de Enlil,
Gran soberano,
Rey de Ur,
Rey de los Cuatro Lados del mundo,
Para Enki su rey, (Amar-Suen) construyó su amado (templo) Abzu"
(Nota: el dios Enlil, dios del aire y de las lluvias tormentosas, es hermano de Enki, dios de las aguas primordiales -las aguas dulces, fréaticas y de las marismas del delta del Tigris y el Eúfrates-. Éste es ingenioso, astuto, inventor y practicante de las artes constructivas. Ambos son hijos de An, el dios del Cielo.
Enki es tambíén hijo de Nammu, la diosa-madre de las aguas primordiales llamadas Abzu.
Abzu es también el nombre del templo del dios Enki que reina sobre el delta).
Nota 2:
d: determinativo que indica que el nombre que viene a continuación es el de una divinidad.
ki: determinativo de nombres de paises o regiones. Escrito "ki" se lee como un nombre "normal", y significa país o región. Los determinativos, por el contrario, ayudan a interpretar el significado de los signos a los que preceden, pero no se leen)
viernes, 24 de abril de 2009
CASTILLO EN EL CIELO
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Hayao Miyazaki: Laputa. Castle in the Sky, 1986
jueves, 23 de abril de 2009
El VIAJE DE APOLO, EL PRIMER ARQUITECTO (PARTE 3), O EL ARQUITECTO Y LA FOCA
Casi como si se tratara de una concepción pre-romántica del arte, existía una estrecha relación entre el don de la metamorfosis y la capacidad de crear múltiples formas. El artista "se proyectaba" en su obra. Ésta, como un nítido espejo, reflejaba sus múltiples talentos y personalidades, y no era entendida si no seatendía a la figura -o figuras- del creador. Todas las que Proteo o los Telquines podían adoptar se vertían en sus creaciones. De algún modo, su forma indefinida les abría a todas las posibilidades creadoras. Nada les limitaba. Del mismo modo que un gran actor es aquél que es capaz de olvidarse de quien es para asumir cualquier papel, una foca era un ser perfectamente moldeable. Adoptaba todas las máscaras. Hacía consigo lo que quería.
Es quizá por esta razón que Apolo, el padre de las artes y, ante todo, de la arquitectura (los arquitectos son los creadores capaces de plasmar cualquier forma), en su periplo iniciático, visitó una ciudad, Teumeso, dondo se hallaba un gran santuario que o poseía una gran estatua de culto de Atenea forjada por los Telquines, o que estaba dedicado a Atenea, la diosa más ingeniosa y creativa, más rica en formas e imágenes potenciales, semejante a los Telquines.
Apolo délfico debía saber o sentir que él, que era capaz de convertirse en un lobo, un cuervo o un delfín (un mamífero que los antiguos ya asociaban a las focas), también se asemejaba a los Telquines. Y esos, a su vez, acentuaban, por equiparación, el carácter más protéico del patrón de las Musas.
TIEMPOS PASADOS
Nosotros, modernos, sólo podemos percibir el mundo a través de coordenadas temporales (y espaciales). Nuestro modo de acción está inevitablemente mediatizado por el tiempo. Los verbos, que designan nuestra relación con el mundo, se declinan temporalmente. Los entes y las acciones necesariamente se ubican en un eje temporal. Están en el pasado, el presente y el futuro, de manera segura o condicional. El tiempo constituye el marco que nos ubica y ubica lo que nos rodea.
Pensamos que esta condición es inevitable, insistuible. Sin embargo, no siempre ha sido de este modo. Para los sumerios, los verbos, que expresan nuestra acción en el mundo, no se conjugaban. El tiempo -el pasado, el presente, el futuro- no contaba. Mejor dicho, no existía. Era una concepción, una visión del mundo extraña a la cultura sumeria, inimaginable.
Lo que definía el lugar de las cosas y nuestra relación con ellas no eran los tiempos de los verbos, sino el estado de las cosas. Sólo se distinguía lo que estaba hecho y lo que estaba aún en marcha. Los modos hamptu (que designaba lo concluido) y marû (que se refería a lo que aún estaba en elaboración) podrían corresponder, respectivamnente, con nuestros pasados, perfecto e imperfercto, y con nuestros presentes y futuros. Es así como tenemos que "traducirlos". Pero en verdad, se trata de una interpretación (forzada aunque inevitable), de un ajustar la realidad descrita a unos esquemas muy distintos.
Esto implica que la primacía recaía, no en el sujeto, sino en el objeto. Los verbos no calificaban cúando el sujeto realizaba una acción -la causa temporal, entonces, no era tenida en cuenta- sino el fin perseguido o, mejor dicho, los logros obtenidos. Así, el sujeto de las frases intransitivas y los complementos directos de las frases transitivas tenían el mismo caso (la misma terminación). De algún modo, todas las frases deberían traducirse en voz pasiva ya que el estado de los desvelos del sujeto centraban la atención y determinaban los modos de acción.
Esta observación podría estar en contradicción con tantos textos en los que un sujeto, el monarca, se autoalababa por las tareas emprendidas y logradas. Se presentaba, en apariencia, como la razón de la acción, como el motor de la historia.: "Yo, el rey Gudea, hijo del dios Ningirsu, he logrado...". Esta fórmula, sin embargo, no es exacta. Lo que se escribía habitualmente era: "El dios Ningirsu, padre del rey Gudea, le otorga...". Pero repudiamos la voz pasiva. No concebimos a un sujeto pasivo. Si se observa aún más detenidamemrnte lo que los textos dicen en verdad, se descubre que la razón, no sólo del ejecutar del sujeto, sino también de su existencia, es la bondad de las cosas que trabaja. Éstas son lo que merecen ser destacadas -que deben ser destacan, que se destacan sin que cupiera ninguna otra opción, ninguna otra mirada, otro juicio-, no la personalidad, la existencia de un sujeto.
El sujeto, el ser humano, estaba entregado al perfeccionamiento del mundo, no en tanto que creador sino como un sirviente. Las cosas, muy anteriores al ser humano, exigían un determinado estado que aquél se esforzaba por alcanzar.
Es por este motivo que la civilización, con la puesta en orden del mundo que aquélla conlleva, nació en Sumer. Los hombres no eran sujetos sino que estaban sujetos al mundo. Su misión no era perfeccionarse sino completar la creación. En sí, no contaban. El mundo les sometía. La perspectiva no era la del individuo -ni la de un dios, como en el Cristianismo- sino el de las cosas que obligaban a los humanos a atenderlas. Puesto que los hombres se olvidaron de sí mismos el mundo pudo prosperar.
Se trataba de un mundo, o una concepción del mundo, que ya nada tiene que ver con nuestro modo de mirar, de juzgar, de ubicar las cosas. Ya que, desde finales del tercer milenio, el ser humano, crecido, dominó, ordenó el o al mundo. Con las consecuencias conocidas.
(Doy las gracias a Lluis Feliu, profesor de sumerio en el Máster de Asiriología del IPOA de la Universitat de Barcelona, sus agudas observaciones sobre la metafísica de la gramática sumeria)
domingo, 19 de abril de 2009
Damasco
Damasco: Mezquita chiita de Ruqayya: Pregaria en honor de la biznieta de Mahoma, Ruqayya bint al-Hussein ash-Shaheed bi-Kerbala, torturada por el califa de Damasco. (Noviembre de 2008)