Pasado un adocenado centro cultural islámico, coronado por una fea cúpula de cobre ennegrecido, y al lado del solitario parque Dickens, barrido por la hojarrasca que el viento arremolina, en el semi-desértico barrio londinense de Elephant & Castle (a punto de sufrir una profunda transformación), un bloque de pisos de protección oficial de principios de los años sesenta, de dos plantas de altura, abierto en U alrededor de un par de olmos otoñales en un pequeño jardín abandonado, meses antes de ser derribado: en un piso arruinado, de unos pocos metros cuadrados, el joven artista inglés Roger Hiorns, finalista (por ahora) del Premio Turner 2009, expone su última obra, Seizure (Toma, Conquista).
El espacio interior está, efectivamente, "tomado", invadido por un sinfín de cristales azulados que cubren todas las paredes, los techos, los conductos y las tuberías, y los pocos enseres, como una bañera esmaltada en un baño diminuto, que han quedado.
Estos cristales azul cobalto, de tamaños distintos, son el resultado de depósitos de sulfato de cobre -un material con el que el artista se dio a conocer a finales de los años noventa- disueltos en agua caliente. El piso, una vez las oberturas herméticamente tapadas, fue llenado con una mezcla de líquido a sesenta grados y sulfato durante unas tres semanas, hasta que, al bajar lentamente la temperatura, el material fue cristalizando sobre las superficies y los salientes del piso, convirtiéndolo, una vez el agua evacuada, en una especie de gruta azul; las esquinas se desdibujaron y los diferentes planos verticales y horizontales quedaron unidos en una superficie irregular continua.
El proyecto inicial estaba pensado para ser realizado en un piso del bloque de viviendas de protección oficial, Robin Hood Gardens (1969-1972), de Peter y Alison Smithson, un enorme bloque horizontal compuesto de unidades idénticas extendidas hasta el horizonte, con varios niveles de pasillos al aire libre, poéticamente llamado "calles aéreas" por los arquitectos, pero denostado por los inquilinos como un edificio inhabitable (pisos diminutos, idénticos e imposibles de personalizar), y pendiente de demolición.
La obra finalmente se ha llevado a cabo en un bloque con unas características similares: un conjunto de pisos encogidos, proyectados con las mejores intenciones y convertidos pronto en edificios degradados, origen de una cohabitación infernal.
Seizure alude, entonces, a la pérdida de ideales, a la incapacidad del arquitecto por tomar el pulso de la vida cotidiana, y a los hogares anónimos o impersonales, similares a nichos.
La cristalización, comenta Hiorns, es un estado que concluye un proceso que llega a la perfección. Implica una compleja transformación que pasa por etapas de sedimentación, depuración y distilación antes de alcanzar la estabilidad final. A partir de entonces, el ciclo de sucesivas transformaciones, que evoca la vida, se detiene. Nada podrá ni tendrá que cambiar. La inmutabilidad, pero también, la muerte, se instala.
Los cristales son figuras geométricas translucidas que emergen, como cuchillas, de un envoltorio material. Brillan y dejan pasar la luz. Son como quistes de luz; imagenes o símbolos celestiales. Iluminan, y deslumbran.
La perfección, que el cristal simboliza, ha sido alcanzada en este espacio doméstico. La vida era imposible. Cárcel antes que morada, el piso era el escenario de vidas oprimidas. Éstas han sido barridas. El piso no podrá volver a ser ocupado. Se ha convertido en un escenario impóluto y vacío. Diluyendo la estricta geometría de los (torturados) espacios interiores, los cristales azules han convertido las celdas en grutas, espacios primigenios.
Puros, sin duda. Pero desprovistos de vida, por encallecida que ésta fuera. La cristalización implica el desprendimiento de las ataduras terrenales, del contacto con la materia y el turbio pulso vital. Pero llama también, ineludiblemente, a la muerte. Un cristal puede proceder de la transformación de materia orgánica, convertida, para siempre, en materia inerte.
Perfección (que asociamos a la vida eterna -que es sinónima de muerte) y muerte (finitud). Ambos polos se conjugan en la obra de Hiorns que pone en evidencia las fuerzas opuestas que la creación desata.
Todo proyecto de vivienda encierra, necesariamente, la vida entre cuatro paredes, la delimita, la fragmenta, la parcela. Una casa es el preludio, o la imagen de una tumba. Entre la protección y el enclaustramiento, la frontera es imprecisa. Ningún arquitecto del siglo XX ha logrado fijarla, como expone Hiorns, en una obra que conjuga deslumbramiento y horror.
N.B.: Un largo bloque de viviendas, construido a mediados de los ochenta en la calle Om de Barcelona, similar a los edificios citados anteriormente, y causa y sede de graves conflictos sociales, está a punto de ser derribado.