Las culturas mesopotámicas fueron culturas del verbo. Jamás, ni siquiera en Egipto, se dieron unos pueblos que concedieron tanta importancia a la escritura, a la fijación de hechos y sueños grabados en arcilla. Aquélla lo invade todo. Simples ladrillos de construcción, estatuillas y fetiches, amuletos, joyas incluso: cualquier superficie era buena para que el hombre dejara un testimonio escrito de su presencia, de sus ansias y sus temores, de su visión, a menudo pesimista, es decir veraz, de la existencia. Los mesopotámicos no se hacían demasiadas ilusiones. Quizá por esto pusieron por escrito cuanto emprendían, cuanto decidían. El número de tablillas sobre los que escribían supera todo lo inimaginable. Especialistas de aquí a centenares de años seguirán ufanándose sobre textos a veces incomprensibles, borrados, fragmentados o enigmáticos. Siempre y cuando la tierra reseca no siga librando tablillas, como aún hace. Pues entonces la tarea descifradora se vuelve infinita.
Letras, signos se multiplican. Recubren todas las superficies sin dejar espacios vacíos entre las marcas y las líneas, cabalgando sobre los márgenes.
Por otra parte, el “arte” (o el obrar) mesopotámico presenta una curiosa característica: el sistemático recurso a la producción seriada. Los textos formularios son impresos en el barro húmedo de las tablillas, los ladrillos fundacionales, marcados con estampillas de madera, y los diminutos sellos-cilindro deslizados sobre el barro dejan la huella de sus relieves, huella que se puede repetir indefinidamente mientras la cuenta de pulida piedra negra rueda sin cesar; las figuritas, los fetiches, los amuletos de barro o de terracota que se usaban contra el mal de ojo –y los mesopotámicos mucho temían las malas artes, porque estaban familiarizados con ellas- se producían con moldes, muchos de los cuáles se han conservado. El metal líquido (hierro, cobre o bronce) era vertido también en moldes de los que se extraían un sinfín de estatuillas antropomorfas o zoomorfas a menudo protectoras.
La imagen en Mesopotamia nacía, entonces, de la directa impresión de un original. Se trataba de una huella en una materia blanda. Letras, figuras, signos, todos resultaban de la aplicación de una superficie cincelada sobre el barro húmedo, todas las superficies eran susceptibles de ser recorridas por moldes y cubiertas de signos dispuestos de múltiples maneras.
Nota: fragmento del texto de presentación de la exposición de arte contemporáneo, organizada por Jaime de Córdoba, dentro del 56 congreso de la Rencontre Assyriologique Internationale (RAI), en la Universidad de Barcelona (UB), los días 25 a 30 de julio de 2010.