My Egypt
Si no fuera por la extraordinaria acuarela que representa a una desvencijada escalera interior de madera, con dos tramos en inestable equilibrio (Museo de Arte Moderno, Nueva York), y que denota la admiración que el artista sentía por su amigo Marcel Duchamp, por Mi Egipto, otra acuarela (la sexta de la selección aquí mostrada) con la efigie de silos henchidos, semejantes a columnas egipcias masivas, coronados por un cuerpo que recuerda un frontón, que recrea, precisamente, en clave moderna, la pujanza de la arquitectura faraónica -descubierta tras el impacto de la tumba de Tutankhamon-, y por que las imágenes de los paisajes suburbanos industriales norteamericanos, limpios y desolados, coinciden con o evocan los recuerdos de las películas de los años treinta y cuarenta -que han forjado el imaginario europeo de la ciudad, el espacio y los modos de vida norteamericanos-, quizá Charles Demuth hubiera pasado desapercibido para un europeo.
Acuarelista especializado en bodegones y en escenas de cabaret y carnavalescas, hoy un tanto olvidadas u olvidables, entre 1919 y 1933, tras largas estancias en París, y el conocimiento en directo del Orfirmo (una modalidad del cubismo, pletórico de luz, fundado y practicado por Robert Delaunay), Charles Demuth, amigo de los pintores norteamericanos Charles Sheeler y John Marin -también calificados de Preciosistas-, retrató una y otra vez los tejados puntiagudos encajados, entre cables y escaleras metálicas, como piezas de una vidriera, las altas y nerviosas chimeneas domésticas e industriales, los gruesos depósitos de agua oxidados, los postes telegráficos y la infinita red de cables eléctricos que tensan y rayan el cielo azul metálico, es decir una especie de ciudad celestial, posada sobre la ciudad de los hombres, su ciudad natal, Lancaster, necesariamente desierta, contemplada desde la tierra. En ocasiones, se diría que la ciudad es una nave, un velero pautado por mástiles y cables que, quizá por la deformación cubista o la multiplicidad de puntos de vista, se inclinan como si la tierra los sacudiera o los cables afilados astillaran tejados a dos aguas, frontones y terrazas.