jueves, 4 de diciembre de 2014
Jesus is Born
Belén en las ruinas del Born (Barcelona, diciembre de 2014). Foto remitida por Aureli Santos
Desde hacía siglos, los signos que anunciaban la era nueva se multiplicaban. Un profeta ascendió a la montaña para escuchar, entre nubes de tormenta, la poderosa voz del dios, y aceptó inmolarse antes de pisar tierra santa; el pueblo que le seguía enfervorizado había cruzado el desierto mientras el maná que llovía del cielo hacía más llevadera la espera; una mujer estéril recibió el anunció que alumbraría un hijo que sacudiría los cimientos del mundo: se llamaría Sansón; otro santo, caído en desgracia, salió vivo del vientre de la ballena.
El alumbramiento del mesías puso fin a la opresión del imperio. Ya no importaba que los fariseos siguieran traficando alrededor del templo, que maquinaran con la bendición del imperio; el pueblo, las manos unidas, los brazos en alzo, saludaba el advenimiento de la luz y entonaba cánticos en honor del nuevo dios que los liberaba de las cadenas, perdonaba los pecados y anunciaba que en el tiempo del Adviento las faltas ya no serían faltas, porque no habría nadie a quien faltarse ni nadie les faltaría. Todo estaría permitido, pues las argollas represoras habrían caído. Las familias, unidas, podrían seguir, bendecidas, negociando la prosperidad del pueblo. Por eso, el pueblo abandonaba hogares y trabajos para seguir la senda que el mesías, desde el púlpito, los brazos en cruz, señalaba.
El niño de la era del Acuario nació entre ruinas; las ruinas de los tiempos caducos, signo de las cadenas derribadas. Milagrosamente -ya todo era un milagro, una maravilla- preservadas, de pronto aparecidas, las ruinas eran el testimonio de lo que se dejaba atrás, de altas torres caídas, del espíritu incólume que resistió a los envites bajos del tiempo. El tiempo, ahora, no pasaría. Cada día sería un nuevo día. Los árboles florecerían eternamente, de la tierra manaría leche y miel, y, todos unidos, con la voz del pueblo, iluminados por el uncido, la mirada húmeda por una lágrima de esperanza, entonarían enardecidos cánticos y bailarían rondas antes de dar el salto decisivo.
Amén.
miércoles, 3 de diciembre de 2014
DIRK BRAECKMAN (1959): I.N.T.E.R.I.O.R.E.S
Algunos exteriores: cabañas, fachadas gastadas de edificios de viviendas públicas construidos en los años setenta en algún país norteño y gris, reflejadas en aguas encharcadas; mas, la mayoría de las fotografías del belga Dirk Braekman reflejan interiores, vacíos aunque han estado ocupados; se intuyen presencias. Vidas marginales, también. Todos los elementos que evocan el final de los benditos años sesenta se conjugan: telas, colchas, cortinas y moquetas sintéticas, luces frías, paneles de aluminio, sillones de "skai" (o piel sintética), maderas oscuras y brillantes, vidrios esmerilados que uno imagina amarillentos. Contrastan con alfombras persas y lámparas de araña, todas de mercadillo o de una gran superficie, y paredes cubiertas de telas abarrocadas demasiado brillantes. Parecen decorados de películas de serie negra, o de moteles dudosos. Braekman se fija en la pelusilla, en los brillos falsos, las luces cegadoras, y en las zonas en sombra en las que la luz no ha alcanzado -y quizá sea mejor que no lo haga- desde hace tiempo. Habitaciones seguramente polvorientas y mal ventiladas -Braekman logra que la descripción detalle lo que, en verdad, no se ve nítidamente o en absoluto-, descansillos, salas de espera, y una sala de baile de la que ya tan solo cuelgan bombillas amarillentas. La cámara se acerca a gruesos cortinajes, que no se sabe si esconden o quieren evocar una ilusoria sensación de espacio doméstico. Retrato lechos que parecen campos de batalla, desde un punto de vista tan bajo que ocupan casi toda la imagen, dejando entrever tan solo los límites de la sala y el resto de los enseres, reducidos a sombras, que la pueblan.
Quizá la mejor fotografía sea la que muestra una pantalla de televisor, plana, paralela al plano de la imagen. Apagada, brilla pero no refleja nada. Es gris y moderna. Da frío. O grima.
Pictorialista en exceso -David Lynch es un referente, pero el primer Scorsese no está lejos-, seguramente, pero capaz de componer interiores desasosegantes porque se adivina que, pese a su desaseado aspecto, han sido ocupados recientemente -y escenario de no se sabe que acciones que es mejor no recordar.
Véase la siguiente página web.
Braekman expone en la sala Le Bal de París hasta enero de 2015 (Mes de la Fotografía 2014).
martes, 2 de diciembre de 2014
(El cuento de la) Universidad
Debía ser a mediados de los años noventa. Se hallaban a finales de junio o a principios de julio. Las clases habían concluido, y empezaba el periodo de reuniones departamentales y de facultad preparatorias del curso siguiente.
Se estaba fijando el calendario que regiría al cabo de tres meses. Se distribuían los grupos asignando un profesor a cada uno. Recuerda que un catedrático se había quejado el año anterior porque tenía clases dos días seguidos. A fin de no volver a penalizarlo, se organizó el curso próximo de manera que iba a impartir clases lunes y viernes.
Cuando, ufano, se le anunció este cambio, montó en cólera; o mejor dicho, respondió fríamente que no le iba bien. Todo los laboriosos ajustes en vano. Se le recordó un tanto desesperado sus palabras, pero argumentó que "eso" -no impartir clases en días seguidos- era el año anterior; a partir de ahora, por el contrario, se iría los viernes a la "finca" -recuerda la expresión: tuvo la visión de un cortijo, emplazado en el norte de Cataluña- y no regresaría hasta el lunes. Trató de explicarle que era el mes de julio; se había discutido para cambiar el calendario y adaptarlo a sus deseos, y a esas alturas no podía hacer nada. Además, cómo iba a pedir una modificación del calendario con la excusa de la estancia en una finca fuera de Barcelona. "No, no lo digas, ¡miénteles!, son funcionarios, burócratas", replicó divertida y cansadamente el catedrático como si hablará a un niño corto de miras que no se aclara. El joven profesor trató de razonar. La respuesta que recibió fue seca: el curso empezaría en septiembre, no daría las clases, los alumnos se quejarían. ¿Ante quien? ante el responsable de los horarios; es decir, ante él. ¿Acaso quería tener el pasillo atestado de alumnos indignados? Él mismo. Ya se lo encontraría.
Supone que fue un iluso: hubiera tenido que saber que era inútil discutir. Unos pocos años antes, el mismo profesor se reunió en secreto con otro alto cargo de la universidad -tal como éste reveló entre sorprendido días después- para solicitar que expulsaran al joven profesor -funcionario-, a fin de colocar en su lugar a otro profesor, un aun más joven ayudante, en este caso: era su cuñado, por el aquel entonces.
Se trataba de un excelente docente. Impartía la mitad de las horas asignadas. Empezaba tarde y concluía la clase antes de la hora. Debía cobrar unos cuatro mil euros al mes, netos.
Con la universidad no cabe la nostalgia de los viejos tiempos. Siguen plenamente vigentes.
http://elpais.com/elpais/2014/11/28/opinion/1417202506_176244.html
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El sueño de una sombra,
Modern Times
lunes, 1 de diciembre de 2014
Estética
"CiU defiende a Pigem y cree que se trata de un problema estético".
La noticia periodística publicada hoy se refiere al juicio que un partido político emite sobre el gesto de uno de sus afiliados, vocal (miembro) del Consejo General del Poder Judicial, después que hubiera querido pasar la frontera ente España y Andorra con casi diez mil euros, un regalo familiar, y hubiera dimitido de su cargo.
Según se desprende del juicio, el problema podría residir en las formas o maneras. Pero, si así fuera, lo que se valoraría es el gesto -el paso fronterizo con una cierta cantidad de dinero-. El juicio acerca de un gesto -su pertinencia o su finalidad- es un juicio ético.
Sin embargo, no es la ética, sino la estética lo que causa un problema.
Se trata, por tanto, de un problema de imagen (no de la bondad y finalidad de un gesto o una acción).
La imagen la defina, crea y promueve la noticia gráfica y escrita: ella es la que convierte y plasma el hecho -o el acontecimiento- en una imagen.
Por tanto, según el partido político, el problema no reside en el hecho, sino en su divulgación gráfica y escrita. Lo que se crítica es la prensa, no el gesto de un miembro del tribunal de justicia afiliado a dicho partido. Si la prensa, escrita y gráfica -desde la radio y la televisión hasta las redes sociales- no se hubiera referido a este hecho, no lo hubiera convertido en noticia, esto es, en imagen, la cualidad del gesto no se hubiera cuestionado.
La falta es consecuencia no del gesto sino de la exposición del mismo.
Por tanto, si no hubiera prensa el problema no existiría.
De todos modo, ¿es solo un "problema estético?
Ya Sócrates dudaba de la asociación entre ética y estética. Sostenía que cabía preguntarse acerca de la bondad de lo bello. Una cara hermosa podía esconder las peores intenciones. Sabía de qué hablaba. Pese a debatir sobre el bien, él no era precisamente apolíneo.
La debatida unión entre ética y estética fue restablecida, en Occidente, durante el Siglo de las luces. Se postuló nuevamente que dicha unión quizá no existiera ni fuera posible, pero debería ser perseguida: era quizá imposible, y sin embargo era deseable. Lo bello -una forma, un cuerpo, una imagen- no hacía bien. Nos sentimos "bien", dispuestos así "hacer" el bien, cuando la belleza nos alegra o nos exalta el ánimo. El sentimiento expansivo que el goce de la belleza produce tiñe los gestos -o al menos, la finalidad que se pretende alcance un gesto a punto de llevarse a cabo. La belleza afecta para "bien" el ánimo. Deseamos compartir el sentimiento que el contacto sensible -y racional- con la belleza causa. Deseamos pues, que este mismo sentimiento embargue a quienes nos son próximos, de modo que se pueda crear una comunidad. El sentimiento de belleza que, según Kant, se alcanza o se produce gracias a un sexto sentido que poseemos (capaz de detectar o crear dicha belleza -o dicho sentimiento), el "sentido común" -la mayoría percibimos la belleza de un mismo modo, reaccionamos de un mismo modo ante la belleza, o expresamos unos mismos sentimientos ante determinadas formas o cualidades formales- es común. La belleza nos hace partícipes de una misma comunidad de opinión. Pensamos, disfrutamos como los demás. Nos reconocemos así como miembros de una comunidad, como iguales, o semejantes. La belleza, entonces, nos hace humanos, nos hace sentimos humanos. Y humanos serán los gestos y tareas que emprendamos. Alejados de la animalidad o violencia. es decir, éticos.
Un calificativo que podríamos calibrar si se aplica al gesto inicialmente comentado.
Seguramente no se trata de una cuestión (de) estética. Pero una cuestión estética, entendida la estéticar como un "tema" de imagen o maquillaje, como algo superfluo o intrascendente, superficial, parece siempre menos grave, que una cuestión ética, ya que se supone que el gesto tiene más consecuencias que una imagen. Mejor, así, no entrar a debatir el calificativo que merece el gesto.
La política, así, queda convertida en un problema de imagen.
Así nos va.
La noticia periodística publicada hoy se refiere al juicio que un partido político emite sobre el gesto de uno de sus afiliados, vocal (miembro) del Consejo General del Poder Judicial, después que hubiera querido pasar la frontera ente España y Andorra con casi diez mil euros, un regalo familiar, y hubiera dimitido de su cargo.
Según se desprende del juicio, el problema podría residir en las formas o maneras. Pero, si así fuera, lo que se valoraría es el gesto -el paso fronterizo con una cierta cantidad de dinero-. El juicio acerca de un gesto -su pertinencia o su finalidad- es un juicio ético.
Sin embargo, no es la ética, sino la estética lo que causa un problema.
Se trata, por tanto, de un problema de imagen (no de la bondad y finalidad de un gesto o una acción).
La imagen la defina, crea y promueve la noticia gráfica y escrita: ella es la que convierte y plasma el hecho -o el acontecimiento- en una imagen.
Por tanto, según el partido político, el problema no reside en el hecho, sino en su divulgación gráfica y escrita. Lo que se crítica es la prensa, no el gesto de un miembro del tribunal de justicia afiliado a dicho partido. Si la prensa, escrita y gráfica -desde la radio y la televisión hasta las redes sociales- no se hubiera referido a este hecho, no lo hubiera convertido en noticia, esto es, en imagen, la cualidad del gesto no se hubiera cuestionado.
La falta es consecuencia no del gesto sino de la exposición del mismo.
Por tanto, si no hubiera prensa el problema no existiría.
De todos modo, ¿es solo un "problema estético?
Ya Sócrates dudaba de la asociación entre ética y estética. Sostenía que cabía preguntarse acerca de la bondad de lo bello. Una cara hermosa podía esconder las peores intenciones. Sabía de qué hablaba. Pese a debatir sobre el bien, él no era precisamente apolíneo.
La debatida unión entre ética y estética fue restablecida, en Occidente, durante el Siglo de las luces. Se postuló nuevamente que dicha unión quizá no existiera ni fuera posible, pero debería ser perseguida: era quizá imposible, y sin embargo era deseable. Lo bello -una forma, un cuerpo, una imagen- no hacía bien. Nos sentimos "bien", dispuestos así "hacer" el bien, cuando la belleza nos alegra o nos exalta el ánimo. El sentimiento expansivo que el goce de la belleza produce tiñe los gestos -o al menos, la finalidad que se pretende alcance un gesto a punto de llevarse a cabo. La belleza afecta para "bien" el ánimo. Deseamos compartir el sentimiento que el contacto sensible -y racional- con la belleza causa. Deseamos pues, que este mismo sentimiento embargue a quienes nos son próximos, de modo que se pueda crear una comunidad. El sentimiento de belleza que, según Kant, se alcanza o se produce gracias a un sexto sentido que poseemos (capaz de detectar o crear dicha belleza -o dicho sentimiento), el "sentido común" -la mayoría percibimos la belleza de un mismo modo, reaccionamos de un mismo modo ante la belleza, o expresamos unos mismos sentimientos ante determinadas formas o cualidades formales- es común. La belleza nos hace partícipes de una misma comunidad de opinión. Pensamos, disfrutamos como los demás. Nos reconocemos así como miembros de una comunidad, como iguales, o semejantes. La belleza, entonces, nos hace humanos, nos hace sentimos humanos. Y humanos serán los gestos y tareas que emprendamos. Alejados de la animalidad o violencia. es decir, éticos.
Un calificativo que podríamos calibrar si se aplica al gesto inicialmente comentado.
Seguramente no se trata de una cuestión (de) estética. Pero una cuestión estética, entendida la estéticar como un "tema" de imagen o maquillaje, como algo superfluo o intrascendente, superficial, parece siempre menos grave, que una cuestión ética, ya que se supone que el gesto tiene más consecuencias que una imagen. Mejor, así, no entrar a debatir el calificativo que merece el gesto.
La política, así, queda convertida en un problema de imagen.
Así nos va.
sábado, 29 de noviembre de 2014
STÉPHANE THIDET (1974): LE REFUGE (REFUGIO, 2007)
Esta inquietante instalación del artista francés Thidet -un refugio que expone al diluvio, un hogar del que hay que huir y que, paradójicamente, convierte en un lugar habitable la intemperie, exponiendo las limitaciones de nuestro refugios, que no siempre son paraguas contra lo que nos cae encima- se expone en la muestra Inside (Mundo interior) en el Centro de Arte Contemporáneo Palacio de Tokio de París.
Véase más información en las páginas webs siguientes:
http://www.lesabattoirs.org/enseignants/notices/thidet-refuge.pdf
http://www.stephanethidet.com/selected-works/article/sans-titre-le-refuge
La belleza, según Marcel Proust
"La vrai beauté est si particulière, si nouvelle, qu´on ne la reconnaît pas pour de la beauté" (
Marcel Proust, Le côté de Guermantes, À la recherche du temps perdu)
"La verdadera belleza es tan particular, tan novedosa, que no se la reconoce en tanto que belleza"
La belleza, según Proust, puede pasar por fealdad. Tiene que parecer fea. Asume o incluye a su antítesis. presenta dos caras, una invisible, a "primera vista", y otra visible, fea, o carente de belleza, que es la que se descubre en primer lugar. La belleza cambia de cara, se transforma o se transfigura, hasta desvelar su faz radiante. La belleza está velada o vetada. Se resiste, no se descubre al principio. Exige una preparación, una familiaridad, el abandono de prejuicios.
La belleza no cuadra con esquemas conocidos. No es regular, ni predecible. Es irregular, en todos los sentidos del término, estético y ético. No responde a ningún canon previo. Es nueva, imprevisible. La belleza sorprende. No es lo que uno se espera. Descoloca -saca de las casillas, de quicio, desubica, llevándonos a un paraje desconocido, transportándonos a otro mundo-, e inquieta, pues no se sabe qué cara revelará, ni cómo. Ni de dónde amanecerá. Es como el rostro proveniente de un mundo inexplorado, o cerrado. La belleza camina o guía por sendas desconocidas. No obedece a ningún cálculo, no es formularia.
La belleza es particular; pertenece a cada ser. No es una categoría universal, sino que está ligada a la vida, las transformaciones. No perdura ni permanece. Pasa, cambia o desaparece. No cuadra nunca con marcos establecidos, rehuye las convenciones, las definiciones, las leyes. No puede regularse. La belleza ataca -por sorpresa, toma por sorpresa. Toma y arresta, fascina y detiene. La belleza se impone. impone sus criterios, desarbolando los que poseemos. La belleza es impune. No se puede controlar. Sin duda está ordenada, mas el orden que la rige se manifiesta por vez primera cuando la faz de la belleza se asoma. El orden que la mantiene no es de este mundo. Nadie lo ha concebido o previsto.
La belleza es, en este sentido, revolucionario. E inhumana. La vida se pauta, pero la belleza hace saltar por los aires las pautas que encauzan la vida. La belleza hace -o lleva al- bien, o el mal. Nos destierra, nos desorienta, invitándonos a na nueva vida.
La belleza no es de recibo. Nadie puede prepararse para recibirla. Porque su venida no es esperada. Ni esperable, a menudo.
Quizá sea mejor vivir sin belleza. Pero es una vida sin vida.
A la búsqueda del tiempo perdido cuenta -enumera y describe- los imprevisibles envites de la belleza, d su rostro fascinante (y siniestro), como bien y expone el nacimiento de la diosa de la belleza Afrodita, fruto de un acto "irregular".
Marcel Proust, Le côté de Guermantes, À la recherche du temps perdu)
"La verdadera belleza es tan particular, tan novedosa, que no se la reconoce en tanto que belleza"
La belleza, según Proust, puede pasar por fealdad. Tiene que parecer fea. Asume o incluye a su antítesis. presenta dos caras, una invisible, a "primera vista", y otra visible, fea, o carente de belleza, que es la que se descubre en primer lugar. La belleza cambia de cara, se transforma o se transfigura, hasta desvelar su faz radiante. La belleza está velada o vetada. Se resiste, no se descubre al principio. Exige una preparación, una familiaridad, el abandono de prejuicios.
La belleza no cuadra con esquemas conocidos. No es regular, ni predecible. Es irregular, en todos los sentidos del término, estético y ético. No responde a ningún canon previo. Es nueva, imprevisible. La belleza sorprende. No es lo que uno se espera. Descoloca -saca de las casillas, de quicio, desubica, llevándonos a un paraje desconocido, transportándonos a otro mundo-, e inquieta, pues no se sabe qué cara revelará, ni cómo. Ni de dónde amanecerá. Es como el rostro proveniente de un mundo inexplorado, o cerrado. La belleza camina o guía por sendas desconocidas. No obedece a ningún cálculo, no es formularia.
La belleza es particular; pertenece a cada ser. No es una categoría universal, sino que está ligada a la vida, las transformaciones. No perdura ni permanece. Pasa, cambia o desaparece. No cuadra nunca con marcos establecidos, rehuye las convenciones, las definiciones, las leyes. No puede regularse. La belleza ataca -por sorpresa, toma por sorpresa. Toma y arresta, fascina y detiene. La belleza se impone. impone sus criterios, desarbolando los que poseemos. La belleza es impune. No se puede controlar. Sin duda está ordenada, mas el orden que la rige se manifiesta por vez primera cuando la faz de la belleza se asoma. El orden que la mantiene no es de este mundo. Nadie lo ha concebido o previsto.
La belleza es, en este sentido, revolucionario. E inhumana. La vida se pauta, pero la belleza hace saltar por los aires las pautas que encauzan la vida. La belleza hace -o lleva al- bien, o el mal. Nos destierra, nos desorienta, invitándonos a na nueva vida.
La belleza no es de recibo. Nadie puede prepararse para recibirla. Porque su venida no es esperada. Ni esperable, a menudo.
Quizá sea mejor vivir sin belleza. Pero es una vida sin vida.
A la búsqueda del tiempo perdido cuenta -enumera y describe- los imprevisibles envites de la belleza, d su rostro fascinante (y siniestro), como bien y expone el nacimiento de la diosa de la belleza Afrodita, fruto de un acto "irregular".
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