miércoles, 25 de noviembre de 2015
Genios protectores (del hogar neo-asirios)
Lahmu
Lamassu
La reciente destrucción de la estatua de gran un toro alado neo-asirio en el umbral de una de los accesos del palacio de Nimrud, cerca de la ciudad de Mósul, en el norte de Iraq, por parte del ISIL, pero también la próxima exposición sobre la ciudad neo-asiria de Nínive, ocasionada por las sistemáticas destrucciones de yacimientos neo-asirios, que el Museo de Leiden (Países Bajos) prepara para 2016 (con importantes préstamos internacionales, quizá incluso del Museo de Bagdad), han vuelto a poner el acento sobre estas grandes esculturas características de los palacios neo-asirios, junto con los relieves de piedra que ornaban los muros de las estancias principales y la sala de trono, y que hoy se hallan en museos como el Louvre de París, el Museo Británico de Londres, el Museo Metropolitano de Nueva York, el Instituto oriental de Chicago y el Museo Nacional de Bagdad, principalmente. Las pocas estatuas que permanecieron in-situ están siendo destruidas.
¿Qué representan estas figuras descomunales de piedra pulida?
Dos son los modelos más comunes: figuras antropomórficas aladas, de pie y de perfil, a cada lado del árbol de la vida -en ocasiones estas figuras presentan una cabeza de ave rapaz-, o de frente, estrangulando un león, patéticamente entregado entre los brazos del coloso, ubicadas a lo largo de las paredes, formando a veces frisos, y figuras híbridas de hombres toro o de hombre león -cabeza humana y cuerpo animal-, dotadas de cinco patas a fin de permitir que la totalidad de los miembros sea siempre vista completa tanto de frente como de perfil, sin esconder nada, situadas en los accesos al palacio o a las estancias principales.
Los primeros suelen recibir el nombre de Lahmu; los segundos, Lamassu.
Son figuras semejantes.
Los Lahmu eran divinidades primordiales. Precedieron a los grandes dioses celestes. Eran hijos de las aguas de los orígenes, el Abzu. Formaban parte del cortejo de Tiamat, el dragón de las aguas salobres que, al mezclar sus aguas con las dulces del Abzu, dio origen al universo. El dios Enki fue uno de los hijos principales de la mezcla de las aguas. era el dios de las aguas que corren por la tierra, hermano del dios de las aguas del cielo, Enlil, y de An, el propio cielo. Como las aguas de los ríos hallan siempre su camino hacia el mar, y saben sortear toda clase de obstáculos, Enki fue considerado un dios ingenioso, que hallaba soluciones a toda clase de problemas, soluciones a veces inconfesables. Por eso, Enki era el dios de la magia. Las aguas que controlaba, aguas dulces y corrientes, eran benéficas para la vida -no así siempre las tempestuosas aguas del cielo-, por lo que Enki se convirtió pronto en un dios favorable a los humanos, a los que ayudaba en sus tareas: el cultivo de los campos, bien regados por las aguas canalizadas, y la edificación de ciudades en las que los hombres se guarecían cuando las compuertas del cielo se abrían. De ahí que Enki fuera también el dios de la arquitectura, trabajando siempre en favor de los humanos a los que, por cierto, había moldeado con el fértil limo que sus aguas acarreaban.
Los alados y barbudos (sabios) Lahmu trabajaban para Enki, es decir, para los humanos. Eran espíritus protectores, genios protectores o ángeles guardianes (la noción y la imagen del ángel cristiano y musulmán deriva de los Lahmu). En ocasiones se revestían con una forma de pez que evocaba bien su origen acuático. Es difícil, en ocasiones, distinguirlos de los apkallu, dioses primordiales acuáticos, también al servicio de Enki, que transmitieron los saberes y las técnicas a los hombres, lo que no hicieron los Lahmu: éstos más bien protegían los conocimientos humanos que los apkallu les habían comunicado. Los bienes más frágiles que los hombres poseían eran sus propios techos protectores. pese al grosor de los muros, se construían con adobe. Las aguas venidas del cielo, pero también las crecidas de los ríos y las aguas freáticas, que provenían del Abzu -las aguas de los orígenes que ascendían de las profundidades-, socavaban las estructuras de las construcciones que acababan por derrumbarse si no eran restauradas y reconstruidas regularmente. Las efigies de los Lahmu, que regaban y cuidaban el árbol de la vida, frenaban la degradación de los hogares. Su ocasional aspecto demoníaco -con testa de ave rapaz- les permitía conocer bien a las criaturas del infra-mundo, a las que sabían poner coto, protegiendo así los hogares.
No todos podían pagarse efigies descomunales de Lahmu. Pero todos tenían su genio protector. De ahí que todos los edificios, por modestos que fueran, se construían sobre unos cimientos en los que se insertaban, así como en los muros, y en todas las partes del edificio por las que se podían colar los demonios (puertas, ventanas y canalizaciones, como los desagües de los baños) estatuillas de adobe, pequeños fetiches mágicos moldeados que representaban a Lahmu y aseguraban la protección que éstos ofrecían.
Los Lamassu eran formalmente muy distintos a los Lahmu pero cumplían una función parecida. Defendían el espacio interior. Inicialmente, se trataba de divinidades femeninas que mediaban entre los hombres y los dioses. Introducían a aquéllos ante el cielo, por lo que conocían los secretos de las zonas fronterizas. En época neo-asiria, en la primera mitad del primer milenio aC, los Lamassu guardaban los accesos, la parte siempre más desprotegida y abierta a toda clase de peligros de un hogar, ya fuera una choza o un palacio. Su aspecto era imponente. El león o el toro que llevaban dentro, y la tiara de cornamenta, signo de divinidad, que portaban, asustaban. La protección que aportaban.
Su fuerza ha permanecido. Pese a la destrucción y el saqueo de las capitales neo-asirios a manos de Babilonia y Persia a mitades del primer milenio aC (Asiria ya no levantará cabeza y desaparecerá para siempre como entidad política y cultural independiente), han permanecido, escondidas bajo los escombros que las protegían de las aguas, el viento y la rapiña; hasta hoy. Quizá el fin del mundo asirio halla llegado miles de años tras su desaparición física, aunque su espíritu ha perdurado en la crueldad del ISIL, y la iconografía gótica de ángeles y demonios.
martes, 24 de noviembre de 2015
EPICURO (341-270 aC): La ciudad destruida
"Uno puede asegurarse contra todo tipo de cosas; mas, en lo que a la muerte concierne, permanecemos como los habitantes de una ciudad desmantelada"
(Epicuro, Testimonios, 18)
La ciudad, en Grecia, era la imagen y el lugar del orden, de la vida a la que la barbarie, mientras los límites permanecieran, no le alcanzaba. Ser un humano era ser un ciudadano.
LUCRECIO (94-51 aC): SUPERSTICIÓN (60-51 aC)
"... La superstición religiosa, sometida a (los) pies (del) [ vigoroso poder de la inteligencia (de Epicuro)], queda entonces (...) aplastada, y a nosotros la victoria nos eleva hasta el cielo.
(...) Ha sido la superstición la que ha provocado actos criminales e impíos (...)
¡Tantos horrores (como el vergonzoso sacrificio mortal de Ifigenia por su padre Agamenón para obtener vientos favorables a la expedición hacia Troya) pudo aconsejar la superstición!"
(Lucrecio, Sobre la naturaleza de las cosas, I, 83-84, 102)
El libro de Lucrecio debería presidir las clases de humanidades, educación cívica o religión, y estar en todos los cajones de las mesitas de noche de los hoteles (en los Estados Unidos de América, donde siempre se dispone de un tipo de libros).
(...) Ha sido la superstición la que ha provocado actos criminales e impíos (...)
¡Tantos horrores (como el vergonzoso sacrificio mortal de Ifigenia por su padre Agamenón para obtener vientos favorables a la expedición hacia Troya) pudo aconsejar la superstición!"
(Lucrecio, Sobre la naturaleza de las cosas, I, 83-84, 102)
El libro de Lucrecio debería presidir las clases de humanidades, educación cívica o religión, y estar en todos los cajones de las mesitas de noche de los hoteles (en los Estados Unidos de América, donde siempre se dispone de un tipo de libros).
LUCRECIO (94-51 aC): LA DESTRUCCIÓN DE CIUDADES (60-51 aC)
"Cuando la tierra entera vacila bajo los pies y ciudades sacudidas se desploman, o, inseguras, amenazan caer, ¿de qué sorprendernos si la estirpe humana se desprecia a sí misma y deja lugar en sus asuntos a los grandes poderes y a la fuerza de los dioses que gobiernan el universo?"
(Lucrecio, Sobre la naturaleza de las cosas, V, 1236-1241)
(Lucrecio, Sobre la naturaleza de las cosas, V, 1236-1241)
domingo, 22 de noviembre de 2015
Museo Michael Carlos de la Universidad Emory de Atlanta: algunas piezas notables
EGIPTO
MESOPOTAMIA
GRECIA
PRECOLOMBINO
La fachada y el interior del museo, del arquitecto post-moderno Michael Graves, hacen temer lo peor.
El origen de la colección tampoco invita al optimismo. Al igual que las colecciones del Museo Bíblico de la Abadía de Montserrat (Barcelona) y de tantos otros museos internacionales (Museo Bíblico del Instituto Católico de París), una parte importante de la colección del museo Carlos procede de compras que un profesor de la Universidad metodista Emory de Atlanta emprendió a tierra santa a principios del siglo XX.
Que la Universidad Emory esté ligada a la familia dueña de Coca Cola, y a la iglesia Metodista, así como el origen de la fortuna del filántropo Carlos sea oscura -quizá proceda de su padre, distribuidor de vinos durante la Ley Seca-, tampoco invita al optimismo.
Algunos asuntos judiciales -la compra de una colección completa de arte egipcio que incluía una momia, posiblemente de Ramses I, que tuvo que ser devuelta a Egipto- no ayudan a aclarar la imagen del museo.
Sin embargo, se trata de la segunda colección arqueológica universitaria de los Estados Unidos en importancia, con piezas adquiridas y procedentes de misiones arqueológicas en el Levante financiadas por la Universidad, con piezas deslumbrantes de las grandes culturas antiguas mediterráneas, precolombinas, africanas y de los indios nativos de América del norte, y piezas insólitas como una momia egipcia del Imperio antiguo de cuando los cuerpos se momificaban recostados de lado y no acostados mirando al cielo, una de las pocas que se conocen en el mundo. La colección de amuletos mesopotámicos es también excepcional.
El museo merece ser estudiado y visitado.
sábado, 21 de noviembre de 2015
ALBERT CAMUS (1913-1960): ANIQUILAR CIUDADES
"En los tiempos naifs cuando el tirano arrasaba ciudades para su mayor gloria, cuando el esclavo encadenado al carro del vencedor desfilaba en las ciudades en fiesta, cuando el enemigo era echado a las fieras ante el pueblo reunido, la conciencia podía ser firme, y el juicio claro. Pero los campos de esclavos bajo la bandera de la libertad, las matanzas justificadas en nombre del amor de los hombres o el gusto por la sobre-humanidad, dejan, en un sentido, el juicio desamparado. El día en que el crimen se viste con los despojos de la inocencia, por una curiosa inversión propia de nuestro tiempo, es la inocencia la que es forzada de justificarse."
(Albert Camus: El hombre rebelde, 1951)
(Albert Camus: El hombre rebelde, 1951)
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