martes, 26 de septiembre de 2017

Estado de excepción

Bagdad, entre 2003 y 2014, en medio de atentados mortales, constantes explosiones de bombas, vuelos rasante de "aviones invisibles" y helicópteros, y de secuestros rápidos incesantes -que siguen, hoy, a finales de 2017, con un promedio de unos treinta muertos a la semana-, estuvo sometida al toque de queda. Entre las seis de la tarde -las nueve de la noche en 2012- y las siete de la mañana, nadie podía desplazarse por la capital iraquí, a pie ni en vehículo, so pena de ser detenido en cualquiera de los numerosos controles instalados permanentemente en la ciudad. En 2008, no se podía circular a pie ni siquiera de día a menos de conocer los gestos que se debían realizar al llegar ante un control, cómo se debía mostrar el pase, y dónde, cómo y a qué distancia detenerse. El arresto no era un peligro. Los guardias tenían la orden de disparar a matar, como recordaban carteles: Shoot to Death. Las empresas públicas y privadas cerraban a las dos de la tarde para que los empleados pudieran llegar a casa, en medio del trafico infernal colapsado por los controles y agravado por la falta de transporte público (aún hoy) a causa del peligro de los suicidas que portaban bombas, antes del toque de queda. Las cenas empezaban a las cuatro y media o las cinco de la tarde. Los comensales debían estar de vuelta antes de la caída de la noche. Recuerdo, ya en 2011, una carrera desesperada en taxi camino del hotel, a las nueve de la noche, cuando ya no se podía circular por la ciudad. El pánico del taxista imponía. Nadie decía nada. Trataba de esquivar los controles circulando por callejuelas aún más oscuras, y por las autopistas que cruzan la ciudad. Ni siquiera de día se podía circular a pie. Altos y gruesos muros de hormigón armado, situados en el borde de la acera, protegían las casas e impedían caminar frente a ellas. Los barrios, a su vez, estaban rodeados de los mismos muros y precedidos por controles.
Un grupo de profesores y estudiantes visitábamos Egipto cuando estalló la revuelta en enero de 2011. Se instauró el estado de excepción en todo el país, particularmente en El Cairo. Incluía el toque de queda, desde las cuatro de la tarde hasta las ocho -luego las nueve- de la mañana. Los tanques se hallaban en las entradas de la ciudad, circulaban por las calles y, cruzados en las calzadas, constituían controles insuperables. Tiendas, discotecas, restaurantes y hoteles eran incendiados. Franco-tiradores disparaban por encima de nuestras cabezas en la terraza del hotel. Bandas de vecinos armados trataban de defender sus negocios y las gasolineras -que incendiadas, podían hacer saltar la ciudad-. No se podía circular por las carreteras y desde luego detenerse. El aeropuerto estaba colapsado. No se tenía acceso. Recuerdo a una joven rumana llorando tras varios días deambulando por la terminal sin que ningún representante de su país la atendiera. Una familia sudanesa con un bebé acampaba, hundida, desde hacia cinco días, sin agua ni alimentos, abandonados, sin poder regresar a su país. Una vez accedido al aeropuerto, tampoco se podía salir de él. La plaza Tahir infundía miedo: aviones de caza sobrevolaban en círculo sobre la muchedumbre rodeada de tanques, causando estampidos. Los controles militares impedían el tránsito. De noche, los tanques rondaban incesantemente, sin detenerse ante bandas armadas de palos y cadenas.
Quizá por eso, cuando empleamos la expresión "estado de excepción" en los soleados días otoñales mediterráneos, deberíamos pensar en lo qué decimos.

domingo, 24 de septiembre de 2017

GEORGE HARRISON (1943-2001): WONDERWALL (EL MURO DE LAS MARAVILLAS): GLASS BOX (BLOQUE DE VIDRIO) & DRILLING A HOME (AGUJEREANDO EL HOGAR) (1968)


Del espléndido -aunque poco apreciado- primer LP de George Harrison, Wonderwall (Muro Maravilloso, o Muro de las Maravillas: o qué se halla tras la muda y ciega apariencia -si se cruza. La portada del disco -a un lado un "gentleman" con bombín y paraguas, en blanco y negro, inspirdo en los hombres grises y lluviosos de Magritte, tras el muro, náyades en un paraíso colorístico- lo revela todo. La contraportada, una foto en blanco y negro del muro de Berlín, aportaba una nota amarga y realista. El sueño se había desvanecido -mucho antes de lo previsto.)
Se trata de la banda sonora de una película del mismo título.


ALDO ROMANO (19419: CORNERS (ESQUINAS, 1999: PETIONVILLIE, STORYVILLE, POSITANO)



Maravillosa Positano -el pueblo y su traducción musical.

Sobre este percusionista -y pianista ocasional- de jazz italiano, véase, por ejemplo,eesta página web

ANZO (JOSÉ IRANZO ALMONAZID, 1931-2006): AISLAMIENTO (1967)


Cuando se celebrar laudatoriamente los cincuenta años de la construcción de los barceloneses edificios Trade del arquitecto José Antonio Coderch (1913-1984) -un conjunto de bloques de oficinas recubiertos por un muro cortina de vidrio curvos (que ondulan como si quisieran tritutar más eficazmente a quien recorre los espacios intersticiales)-, quizá nos hayamos olvidado que el artista valenciano conocido como Anzo -que formó parte del grupo Estampa Popular-, el mismo año de la edificación, pintó este conjunto arquitectónico para simbolizar espacios de exclusión y de aislamiento, en los que el ser humano  se pierde, y que formó parte de una amplia selección de obras tituladas Aislamiento, a las que el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) dedica una muy buena -y sorprendente por lo desconocida- exposición antológica

viernes, 22 de septiembre de 2017

Nomos (o de la ley)

Érase una divinidad insólita griega. Se llamaba Nomos. Estaba esposada con la diosa Eusebia, y tuvieron una hija llamada Diké.
Nomos significaba Ley, Eusebia, Piedad, y Diké, Justicia.
Nomos no era un divinidad cualquiera. De hecho no era propiamente una divinidad, sino un concepto divinizado.
Este hecho era singular, puesto que Nomos, la ley, se desmarcaba de Temis, también una diosa, otro concepto divinizado, cuya divinización era lógica en este caso, ya que Temis era la Justicia Divina: Temis, por ejemplo, amamantó al dios Apolo, cuyo templo en Delfos preconizaba el autoconocimiento, es decir, la regulación, la contención personal, la capacidad de mesurarse y de discernir juiciosamente.

La divinización de nomos, sin embargo, revelaba la alta estima que los griegos de la antigüedad tenían de sus leyes.
Una de las principales aportaciones de la cultura de la Grecia antigua a Occidente fue la instauración de la nomos, la ley humana, distinta de la temis, divina, hacia el siglo VII aC. Hasta entonces, en culturas antiguas como la egipcia y la mesopotámica, también en Israel, solo imperaba la ley de los dioses. Eran los dioses los que regulaban la vida humana, quienes dictaban y dictaminaban lo que se podía o se debía hacer, y quienes poseían la tierra sobre la que los seres humanos se asentaban. Los reyes y los emperadores, incluso cuando gozaban de un estatuto casi divino, se limitaban a aplicar las leyes divinas, en ocasiones incomprensibles.
Las leyes divinas también existían en Grecia. Estaban bajo el patronato de Temis. Pero esas leyes solo se apliccaban en determinadas áreas, las áreas sagradas. Ni siquiera regulaban los rituales, es decir, las prácticas con las que los humanos entraban en contacto con los dioses, sino que eran leyes plenamente humanas, ejercitadas por ceremoniantes "laicos" -funcionarios estatales- las que se seguían.
Los nomoi regulaban las relaciones en el seno de comunidades: la vida en la ciudad. La vida política.
Las ciudades-estado poseían dos cuerpos distintos de leyes: la constitución (politeia) que determinaba el acceso al poder y su práctica; y los nomoi, que eran las reglas de buena vecindad que lo ciudadanos se otorgaban y que eran de obligado cumplimiento, por parte, por especialmente, de los gobernantes.
Las leyes civiles partían del presupuesto que los humanos somos distintos, y que formamos parte de grupos, agrupaciones y colectividades que no comparten necesariamente una misma visión de la vida. Pero el tejido social, como el tejido con el que nos abrigamos, requería, para no rasgarse, la armonización de distintas tensiones. La ley, por tanto, tenía que articular o entrelazar distintas visiones o voluntades, y ser capaz de convencer que, por encima de las necesariamente limitadas y egoistas visiones personales, existía el bien común. Y este bien, al que la ley atendía, estaba por encima de cualquier contingencia. Para Platón, el bien estaba incluso por encima de la esencia. El bien era una Luz, y las leyes humanas eran un mecanismo mediante el cual se proyectaba, se echaba luz allí donde reinaba la confusión, allí donde las luces se habían apagado, a los ojos de los humanos cegados por sus pasiones.
La ley era inviolable. Nadie podía saltársela. Por eso Sócrates aceptó la condena a muerte y bebió sin dudar la copa de cicuta. Su comportamiento cívico había sido contrario a la ley. Ley sin duda injusta, pero ley que no podía obviarse so pena de instaurar el desorden o el capricho personal, o de un grupo sobre otro.
Los nomoi podían, sin embargo modificarse. De hecho, los nomoi, muy generales, necesitaban de decretos con los que se solucionaban problemas ocasionales que los nomoi no contemplaban si bien dibujaban en marco dentro del cual los conflictos debían solucionarse.
La modificación de los nomoi, y el enunciado de un decreto incumbían a la boulé, el parlamento ciudadano. Pero, a fin de evitar su manipulación, cualquier modificación injusta o cualquier decreto injustificable, implicaba una condena de quien había propuesto un decreto-ley. La impertinencia del decreto o de la modificación legal se manifestaba cuando el buen orden ciudadano se rompía. La ley velaba pues por la armonía, el bienestar de los ciudadanos, cuidando tanto los derechos comunes y evitando los atropellos de los tiranos, o de un grupo sobre el resto de la comunidad.
La concepción griega de la ley humana, ciudadana, política siguió vigente incluso durante el imperio helenístico.

Tras la primera guerra mundial, hubieron movimientos europeos, como el Nocecentismo italiano o el Noucentismo catalán, que volvieron a estudiar la regulación social griega, y de cómo los griegos dejaron de lado ideales mitificados para instaurar unas reglas de comportamiento, asumidas por todos, y que, por tanto, todos debían cumplir, regulaciones que han llegado hasta (casi) hoy en día.

Himno órfico a Nomos (la Ley)

"Invoco al casto soberano de los inmortales y mortales, al celestial Nomo, ordenador de los astros, señal distintiva entre las aguas marinas y la tierra, preservador siempre de la solidez firme y tranquila de la naturaleza por las s leyes, que él mismo, desde arriba, trae en su recorrido por el ancho cielo y aleja fuera, con un rugido, la envidia malsana. Es también quien suscita entre los mortales un noble fin por la existencia, porque él solo maneja el rumbo de los seres vivos, compañero, siempre sin dobleces, de los más rectos pensamientos; arcaico y muy experto, convive sin causar molestias con todos los que aceptan la ley e impone una pesada desgracia a los que se apartan de ella. Mas, ea, afortunado, por todos honrado, portador de dicha, agradable a todos, envíanos tu recuerdo con corazón propicio, excelso."

(Himno 64) 

Los himnos órficos son poemas anónimos romanos redactados quizá en Oriente seguramente hacia el siglo III dC, atribuidos al mítico músico friego Orfeo que tuvo conocimiento del más allá cuando le fue permitido penetrar en el mundo de los muertos para liberar a su amada Eurídice, prematura e injustamente muerta o raptada por Hades, el dios de los infiernos. Contrariamente a otros dioses y héroes que se aventuraron en el reino de las sombras, Orfeo, al igual que el dios que lo ve todo pese a la oscuridad y el secretísimo o hermetismo, el dios Hermes, salió con vida y pudo cantar lo que vio donde nada se ve, aunque acabaría por pagar con su vida su discernimiento, la iluminación que recibió. 

Los himnos órficos revelaban los misterios del mundo, cantaban a dioses y héroes que tenían que ver con la noche o cantaban el lado nocturnal de las divinidades, en un momento en que las luces del paganismo se apagaban en favor del conocimiento iniciático favorecido por divinidades soteriológicas o redentoras, bienes que los dioses paganos no podían o no querían dar, quizá porque no eran necesarios en tiempos más luminosos que la tardo antigüedad y que cualquier época, antigua o actual de decadencia, mentiras y temor. 

jueves, 21 de septiembre de 2017

ENRICO PIERANUNZI (1949): CASTLE OF SOLITUDE (2009)



Sobre este pianista de jazz italiano, véase su página web