Quizá desde la serie de exposiciones dedicadas al Manierismo florentino en diversos museos de Florencia en 1980, de la antológica de El Greco que el Museo del Prado mostró en 1983, no se había organizado una exposición tan completa y tan hermosa sobre un artista del Cinquecento como la que el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York ha logrado inaugurar este mes. Ni las muestras sobre Tiziano en Verona hace unos cuatro años y sobre Leonardo de Vinci en Milán hace dos no llegaron a cambiar la percepción de un artista clásico. Los dibujos arquitectónicos y "artísticos", procedentes de un gran número de colecciones públicas y privadas deslumbran; sorprende aún más lo que ponen de manifiesto los recientes estudios sobre Miguel Ángel.
Miguel Ángel se formó con el pintor florentino Ghirlandaio, de quien aprendió el arte del retrato y la técnica del sombreado mediante una sucesión de finas líneas cruzadas en forma de X.
Ya con su propio taller, Miguel Ángel no gustaba de pintar cuadros ( se conocen pocos, en efecto), por lo que delegaba el diseño y la pintura no solo a su taller sino a otros talleres con cuyos maestros colaboraba, como Sebastiano del Piombo.
Conociendo ese desinterés, quienes le encargaban pinturas acabaron exigiéndole la elaboración de bocetos -de ahí la tan gran abundancia de dibujos a menudo terminados- cuya realización pictórica dejaba en manos de ayudantes y de otros talleres, si bien él era considerado el autor de la obra. Regalaba también dibujos detallados a artistas menores para que pudieran realizar y firmar cuadros al óleo de cierta entidad (aunque la diferencia con la obra de Miguel Ángel salta a la vista): Miguel Ángel renunciaba, en estos casos, a la autoría.
Un caso aparte son los numerosos dibujos -que no óleos- llevados a la perfección que regaló al joven Tommaso di Cavalieri, obras que enviaba abocetadas para conocer la opinión del joven antes de que le fueran devueltas para ser completadas y reenviadas definitivamente.
Hoy existe un cuerpo importante de pinturas que se supone responden a bocetos perdidos de Miguel Ángel.
Miguel Ángel poseía varios talleres con numerosos ayudantes, tanto para las esculturas como para las pinturas y los frescos de la Capilla Sixtina (que pintó no acostado de espaldas, como cuenta la leyenda, sino de pie, como habitualmente se hacía, según se muestra en un boceto de autorretrato): colaboradores artesanos y nobles -que también posaban.