sábado, 23 de mayo de 2020
CYRILLUS KREEK (1889-1962): SALMO 137 "PAABELI JOGEDE KALDAIL" (THE RIVERS OF BABYLON - LOS RÍOS DE BABILONIA, MÚSICA SACRA N. 1, 1943)
La letra de canción Los ríos de Babilonia está basada en el Salmo 137.
Aunque este himno religioso, que forma parte de la liturgia de la Iglesia Unitaria, se le conozca, sobre todo, bajo el título By the Rivers of Babylon, por la versión popular del grupo pop Boney M, cuya música fue compuesta en 1970 y grabada en 1978, en este caso estamos ante la música del compositor "clásico" estonio Cirilo Kreek, conocido por sus obras sacras.
Lo que se concibe bien....
"Lo que se concibe bien se enuncia claramente, y las palabras para contarlo llegan fácilmente"
(Nicolas Boileau, s. XVII)
Así se expresa nuestro Ministro de Universidades:
(Nicolas Boileau, s. XVII)
Así se expresa nuestro Ministro de Universidades:
“Vamos por fin a aceptar que vivimos en un mundo de comunicación híbrida en que lo presencial sigue siendo esencial, sobre todo en las edades más jóvenes, pero que se puede complementar creativamente con una interacción digital con redes cada vez más veloces y de mayor capacidad en que la virtualidad real y la interacción sincrónica amplían el campo de aprendizaje y experimentación? “
Virtualidad real e interacción sincrónica [sic].....
Dios....
Lo que nos espera en la Universidad....
viernes, 22 de mayo de 2020
Ascensión
Cuarenta días tras la Resurrección, Cristo ascendió a los cielos.
Pese al baile de fechas, la ascensión se conmemora, este año, hoy -o acaso fue ayer.
La Ascensión: un hecho tan singular que solo lo cuenta el Evangelio de Lucas -y las Actas de los Apóstoles, redactadas, seguramente, por el mismo escribano o los mismos autores que el Evangelio antes citado.
Los verbos en latín y en griego,utilizados en ambos textos, ascendere, en latín, y anapheroo y epairoo, en griego, se refieren a una misma acción: subir, como la ascensión del perro Cerbero del Hades, o de las psiques, como la de los muertos invocados, si bien epairoo introduce un matiz: la subida en física pero también anímica, y el verbo se traduciría más bien por exaltación: una subida de una fuerza interna que estalla en el exterior.
Una ascensión, sin embargo, conocida con el nombre de apoteosis -o regreso a los theoi, o dioses- no era desconocida en la antigüedad. Es lo que le ocurrió a Heracles (o Hércules) tras su suicidio, o a Rómulo, el fundador de Roma. Ambos regresaron a la vera de sus padres, Zeus (Júpiter), el Padre de los dioses, en un caso, o Marte, en el caso de Rómulo.
Sin embargo, esas situaciones no dan la medida de la ascensión de Cristo. Por un lado, este acontecimiento señala la desaparición física de Cristo de la tierra, aunque deja huellas visibles y duraderas, como su carne y su sangre bajo la "forma" del pan y del vino, transubtanciados durante el rito de la Eucaristía. Si Cristo se encarnó, se hizo humano, nació, vivió y murió en la tierra, fue para asumir y purificar la vida de todo ser humano, en tanto que Él se presentaba como el paradigma -o el modelo- de lo humano. Actuaba como un chivo expiatorio llevándose consigo todo lo que afecta negativamente a los hombres: la culpa y la muerte. Desde entonces, pues, libre la vida de la muerte, se instaura un estado de beatitud -en el que nos encontramos hasta el retorno definitivo de Cristo a la tierra pare cerrar los tiempos.
Pero, al mismo tiempo, la Ascensión señala la apertura de un nuevo tiempo, purificado: el fin de un orden, marcado por la muerte, y un nuevo tiempo, en el que la muerte no implica un final definitivo, sino tan solo un tránsito. Es decir, la Ascensión marca el retorno al Edén: tiempo inmaculado.
Con la Ascensión, y esta es la gran aportación teórica, y estética, de este acontecimiento, lo visible ya no es necesario. Se abre la vía, el contacto con lo Invisible. Ya no se necesita la presencia física de Cristo para la renovación de los tiempos, sino que sus huellas físicas y espirituales, gracias al Espíritu, son suficientes para el retorno al Paraíso.
La Ascensión implica una vuelta a los orígenes, al mismo tiempo que cancela las limitaciones humanas que necesitan ver para creer; necesitan pruebas, imágenes reconocibles, tangibles para poder acceder a lo Invisible (el mundo de las ideas, o de las formas puras).
Con la Ascensión se ponen las bases para la legitimidad del arte abstracto, para dotarlo de sentido, y se pone fin al predominio de lo visual y de lo táctil. Duchamp es una consecuencia insólita de la Ascensión.
Pese al baile de fechas, la ascensión se conmemora, este año, hoy -o acaso fue ayer.
La Ascensión: un hecho tan singular que solo lo cuenta el Evangelio de Lucas -y las Actas de los Apóstoles, redactadas, seguramente, por el mismo escribano o los mismos autores que el Evangelio antes citado.
Los verbos en latín y en griego,utilizados en ambos textos, ascendere, en latín, y anapheroo y epairoo, en griego, se refieren a una misma acción: subir, como la ascensión del perro Cerbero del Hades, o de las psiques, como la de los muertos invocados, si bien epairoo introduce un matiz: la subida en física pero también anímica, y el verbo se traduciría más bien por exaltación: una subida de una fuerza interna que estalla en el exterior.
Una ascensión, sin embargo, conocida con el nombre de apoteosis -o regreso a los theoi, o dioses- no era desconocida en la antigüedad. Es lo que le ocurrió a Heracles (o Hércules) tras su suicidio, o a Rómulo, el fundador de Roma. Ambos regresaron a la vera de sus padres, Zeus (Júpiter), el Padre de los dioses, en un caso, o Marte, en el caso de Rómulo.
Sin embargo, esas situaciones no dan la medida de la ascensión de Cristo. Por un lado, este acontecimiento señala la desaparición física de Cristo de la tierra, aunque deja huellas visibles y duraderas, como su carne y su sangre bajo la "forma" del pan y del vino, transubtanciados durante el rito de la Eucaristía. Si Cristo se encarnó, se hizo humano, nació, vivió y murió en la tierra, fue para asumir y purificar la vida de todo ser humano, en tanto que Él se presentaba como el paradigma -o el modelo- de lo humano. Actuaba como un chivo expiatorio llevándose consigo todo lo que afecta negativamente a los hombres: la culpa y la muerte. Desde entonces, pues, libre la vida de la muerte, se instaura un estado de beatitud -en el que nos encontramos hasta el retorno definitivo de Cristo a la tierra pare cerrar los tiempos.
Pero, al mismo tiempo, la Ascensión señala la apertura de un nuevo tiempo, purificado: el fin de un orden, marcado por la muerte, y un nuevo tiempo, en el que la muerte no implica un final definitivo, sino tan solo un tránsito. Es decir, la Ascensión marca el retorno al Edén: tiempo inmaculado.
Con la Ascensión, y esta es la gran aportación teórica, y estética, de este acontecimiento, lo visible ya no es necesario. Se abre la vía, el contacto con lo Invisible. Ya no se necesita la presencia física de Cristo para la renovación de los tiempos, sino que sus huellas físicas y espirituales, gracias al Espíritu, son suficientes para el retorno al Paraíso.
La Ascensión implica una vuelta a los orígenes, al mismo tiempo que cancela las limitaciones humanas que necesitan ver para creer; necesitan pruebas, imágenes reconocibles, tangibles para poder acceder a lo Invisible (el mundo de las ideas, o de las formas puras).
Con la Ascensión se ponen las bases para la legitimidad del arte abstracto, para dotarlo de sentido, y se pone fin al predominio de lo visual y de lo táctil. Duchamp es una consecuencia insólita de la Ascensión.
jueves, 21 de mayo de 2020
El virus del arte
Iba a escribir: ¡no hay derecho!. ¿Pero en qué piensa en Ayuntamiento?
Mientras Madrid tiene el honor de acoger maravillas como un Monumento a las víctimas del Cobid-19, y hasta Zaragoza, una escultura dedicada a Lola Flores, pensaba que Barcelona aún no disponía de una obra de este gran escultor, arquitecto, por añadidura, lo que se nota en la fluidez de las formas. Su arte brota y discurre como el agua. Arte orgánico. Y sus estatuas se alzan como sueños, como una nube que flota por un momento antes de disolverse.
Pero el buen gusto también impera en la Ciudad Condal. No podíamos ser menos. Por eso también ya disfrutamos del monumento a Cambó, una obra cumbre en la Vía Layetana.
Cierto, no alcanza la perfección del Monumento de Madrid. No se puede tener todo.
A menos que los poderes públicos se apiaden de nosotros, huérfanos de obras maestras, y encarguen a este artista genial, quizá junto a Plensa, otro monumento...
Mientras Madrid tiene el honor de acoger maravillas como un Monumento a las víctimas del Cobid-19, y hasta Zaragoza, una escultura dedicada a Lola Flores, pensaba que Barcelona aún no disponía de una obra de este gran escultor, arquitecto, por añadidura, lo que se nota en la fluidez de las formas. Su arte brota y discurre como el agua. Arte orgánico. Y sus estatuas se alzan como sueños, como una nube que flota por un momento antes de disolverse.
Pero el buen gusto también impera en la Ciudad Condal. No podíamos ser menos. Por eso también ya disfrutamos del monumento a Cambó, una obra cumbre en la Vía Layetana.
Cierto, no alcanza la perfección del Monumento de Madrid. No se puede tener todo.
A menos que los poderes públicos se apiaden de nosotros, huérfanos de obras maestras, y encarguen a este artista genial, quizá junto a Plensa, otro monumento...
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Noticias culturales en Madrid
Castillos en el aire y moradas interiores: Santo Tomás, patrón de los arquitectos
Montaje y edición: Ignacio Urbistondo
Última sesión del curso sobre el Imaginario arquitectónico antiguo (Mito y arquitectura), del Departamento de Teoría e Historia de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (MBArch, UPC-ETSAB).
En esta sesión, se estudia la figura del apóstol Tomás, patrón de los arquitectos, desde la Edad Media hasta hoy, a partir de lo que se cuenta en La Leyenda Dorada, de Santiago de la Vorágine (s. IX dC), y en los Evangelios y las Actas de Tomás, textos apócrifos siríacos del siglo II dC.
Se comenta qué obra construyó Tomás, porqué se convirtió en el protector de los constructores, y qué imagen se desprende del arquitecto y de su obra a través de la vida y obra del apóstol, así como de otras figuras imaginarias como el fabulista Esopo, un asesor de Licurgo, el rey de Babilonia, llamado Ahikar, o un patriarca antediluviano llamado Enoch, personajes con más de una relación con el apóstol, célebre por su carácter escéptico.
miércoles, 20 de mayo de 2020
Como si no hubiera ocurrido nada...
La normalidad es la cualidad de lo que se adapta y responde a una norma. Ésta es una regla libremente asumida por una comunidad -comunidad que, por otra parte, se instaura gracias al enunciado y aceptación de la norma. Antes, reina la "ley de la selva", que es lo contrario a la ley.
Norma, en las lenguas latinas -o marcadas por el latín, como una parte del inglés-, deriva, precisamente de la palabra latina norma. Ésta no es la ley, pero sí lo que permite "ordenar" un espacio (de convivencia): norma, en latín, es la escuadra. Una cosa normal es una cosa cuyo contorno ha sido delimitado "a escuadra". Con la escuadra se puede, por ejemplo, parcelar el territorio de manera "justa": asignando a cada miembro de una comunidad un mismo lote, de manera que el posible conflicto causado por un reparto se desactive. La escuadra "lima" las diferencias y evita, con las líneas rectas, la confusión, la indefinición. Uno sabe, tras una parcelación, dónde se encuentra, fuera o dentro.
El latín norma deriva del griego nomos. Esta palabra se traduce, precisamente por parcela. Un nomos es un espacio acotado. Éste es el fruto de una intervención en el territorio, y de un reparto -aceptado. El espacio ha sido partido y compartido. Cada miembro recibe una parte justa. A partir de entonces, puede usar lo que le ha tocado como guste, como de costumbre. Nomos, entonces, designa la costumbre, las buenas costumbres (no existen malas, en verdad), que permiten vivir sin conflictos internos y externos. La opinión general (que se decía nomos) acepta el reparto acostumbrado. La costumbre hace las veces d la ley, tiene la fuerza de la ley, es la ley. Dicta y dictamina lo que cada uno puede hacer y dónde operar. Las líneas de reparto -de tierras y de tareas- evitan los enfrentamientos. Todo el mundo sabe cual es su lugar.
Nomos rehuye los cambios. Se asienta sobre la repetición: permite saber qué hacer, cómo comportarse en todo momento. Nomos regula la vida en la tierra.
Es por eso que la expresión nueva normalidad es un oximorón. La novedad implica cambios. El orden, bien asentado, debe cesar, ser trastocado. Las costumbres son percibidas como barreras que se tienen que sortear o derribar. Las líneas que la norma traza ya no contienen nada. Son desbordadas. Con la novedad, el orden se trastoca, se vuelve desorden. Se vuelva a un estado de indefinición -otro oximorón pues lo que está tiene una forma perdurable-. Las líneas se confunden. La mezcla se instaura. Se pierde el rumbo. Nada está claro. Cada uno opera entonces cómo quiere, como puede. El conflicto de intereses está servido.
No existe una nueva normalidad. La normalidad no es novedosa, sino antigua; no es un corte en el tiempo sino la prolongación en el tiempo de maneras de hacer, pensar y estar libremente asumidas, como si fueran "naturales" y no artificiosas.
La expresión nueva normalidad, en verdad, pretende ahuyentar el miedo que provoca la pérdida de las normas, la pérdida, en general, haciendo ver que lo peor ha pasado, o que no ha pasado nada.
Pero si nada ha pasado, la normalidad no es nueva. La norma no casa con la novedad -que siempre inquieta. Lo nuevo, en todo caso, el la pérdida de la normalidad, no su ganancia.
Norma, en las lenguas latinas -o marcadas por el latín, como una parte del inglés-, deriva, precisamente de la palabra latina norma. Ésta no es la ley, pero sí lo que permite "ordenar" un espacio (de convivencia): norma, en latín, es la escuadra. Una cosa normal es una cosa cuyo contorno ha sido delimitado "a escuadra". Con la escuadra se puede, por ejemplo, parcelar el territorio de manera "justa": asignando a cada miembro de una comunidad un mismo lote, de manera que el posible conflicto causado por un reparto se desactive. La escuadra "lima" las diferencias y evita, con las líneas rectas, la confusión, la indefinición. Uno sabe, tras una parcelación, dónde se encuentra, fuera o dentro.
El latín norma deriva del griego nomos. Esta palabra se traduce, precisamente por parcela. Un nomos es un espacio acotado. Éste es el fruto de una intervención en el territorio, y de un reparto -aceptado. El espacio ha sido partido y compartido. Cada miembro recibe una parte justa. A partir de entonces, puede usar lo que le ha tocado como guste, como de costumbre. Nomos, entonces, designa la costumbre, las buenas costumbres (no existen malas, en verdad), que permiten vivir sin conflictos internos y externos. La opinión general (que se decía nomos) acepta el reparto acostumbrado. La costumbre hace las veces d la ley, tiene la fuerza de la ley, es la ley. Dicta y dictamina lo que cada uno puede hacer y dónde operar. Las líneas de reparto -de tierras y de tareas- evitan los enfrentamientos. Todo el mundo sabe cual es su lugar.
Nomos rehuye los cambios. Se asienta sobre la repetición: permite saber qué hacer, cómo comportarse en todo momento. Nomos regula la vida en la tierra.
Es por eso que la expresión nueva normalidad es un oximorón. La novedad implica cambios. El orden, bien asentado, debe cesar, ser trastocado. Las costumbres son percibidas como barreras que se tienen que sortear o derribar. Las líneas que la norma traza ya no contienen nada. Son desbordadas. Con la novedad, el orden se trastoca, se vuelve desorden. Se vuelva a un estado de indefinición -otro oximorón pues lo que está tiene una forma perdurable-. Las líneas se confunden. La mezcla se instaura. Se pierde el rumbo. Nada está claro. Cada uno opera entonces cómo quiere, como puede. El conflicto de intereses está servido.
No existe una nueva normalidad. La normalidad no es novedosa, sino antigua; no es un corte en el tiempo sino la prolongación en el tiempo de maneras de hacer, pensar y estar libremente asumidas, como si fueran "naturales" y no artificiosas.
La expresión nueva normalidad, en verdad, pretende ahuyentar el miedo que provoca la pérdida de las normas, la pérdida, en general, haciendo ver que lo peor ha pasado, o que no ha pasado nada.
Pero si nada ha pasado, la normalidad no es nueva. La norma no casa con la novedad -que siempre inquieta. Lo nuevo, en todo caso, el la pérdida de la normalidad, no su ganancia.
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Arquitectura verdadera,
Modern Times
martes, 19 de mayo de 2020
NAOMI SAFRAN-HON (1984): A ROOM WITH NO EXIT (UNA HABITACIÓN SIN SALIDA, 2020)
Naomi Safran-Hon nació en la ciudad israelí de Haifa, que abandonó tras la política de Israel con respecto a Palestina, y se exilió a los Estados Unidos.
Haifa era una ciudad israelí principalmente árabe (judía, cristiana y musulmana) que, tras revueltas en 1948 en contra de la creciente ocupación por parte de judíos europeos y norteamericanos, vió como uno de sus barrios, donde nació la artista, fue destruido y abandonado. Los árabes que permanecieron no estuvieron autorizados a restaurar sus casas, y hoy, malviven aún unas pocas familias.
El hogar, para la artista, es un hogar vaciado, roto, destruido u ocupado, del que prefiere no acordarse. Un espacio violentado, en el que es imposible morar.
Sus cuadros son fotografías de dichos interiores, también parcialmente destruidas por capas de cementos que añade. El cemento o el hormigón, un material de construcción que, en este caso, es signo de ruina: arruina las fotos y es lo único que permanece, como material de derribo. El techo cae sobre el suelo: ambos se unen, después que el techo, en su caída, aplaste a todo lo que encuentra, todo lo que se puso a cubierto.
Hoy, la artista expone en Brooklyn (Nueva York)
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