sábado, 26 de noviembre de 2022

JOANNE LEONARD (1940): EL PATIO TRASERO



































Quizá pueda considerarse que la selección de fotografías de la gran fotógrafa norteamericana Joanne Leonard aquí mostrada no da cuenta del tema principal de sus series: espacios domésticos en los que destacan aparatos eléctricos, a veces con varios ejemplares, destinados supuestamente a facilitar el trabajo considerado femenino, desde planchas hasta cafeteras, unos espacios en los que es evidente que se vive pero en los que habitantes están ausentes.
 
Mas, las fotos de exteriores, todas tomadas, en los años sesenta, en una pobre comunidad afroamericana californiana, West Oakland, muestran modestos patios traseros -o lo que parecen tales-, en los que se acumulan trastos -quizá ya inservibles y sacados de casa- en desorden, y en los que cuelga la ropa puesta a secar, como si lo más íntimo se expusiera a la luz, en un lugar que aún forma parte de la casa pero ya está a la vista de los demás. Los habitantes, de nuevo, no aparecen o están jugando despreocupadamente como si estuvieran en su casa. 
Los patios traseros no se muestran. Son lo último que se descubre de una casa y aún con cierta reticencia. Como un trastero, son el último cobijo de lo que ya no tiene lugar en la casa pero de que cuesta desprenderse, hasta caer en el olvido. Y sin embargo, son los espacios domésticos que quizá más revelen cómo se vive en el hogar, lugares que están siempre a la vista desde el interior, lo queremos ver o no.
Joanne Leonard consigue que éstos recluidos espacios desechados formen parte de una comunidad que se intuye está viva y unida, aunque esté dejada de lado. 






 

jueves, 24 de noviembre de 2022

PRESTON DICKINSON (1891-1930): LA INDUSTRIALIZACIÓN IMPLACABLE















































Una de las leyendas recurrentes en los cuentos sobre la vida de los artistas se centra en la figura del joven o del niño, sin educación alguna pero con un talento artístico innato que un mecenas descubre por casualidad mientras el joven dibuja en lo que puede con lo que encuentra, y promueve cambiándole la vida.
En el caso del pintor norteamericano Preston Dickinson, la leyenda es una historia real. Siendo un adolescente que trabajaba para mantener a su madre y sus hermanos, que vivían en el Bronx, en un despacho de arquitectos, uno de los patronos del despacho descubrió los dibujos que el joven realizaba en sus horas muertas, pagándole de inmediato estudios en París, donde Dickinson vio por vez primera cuadros de Cézanne, Gris y los cubistas de la escuela de París, cuyo estilo le marcarían.
Los temas, sin embargo, fueron propiamente norteamericanos. Dickinson retrato la industrialización de los Estados Unidos, y los estragos o, mejor dicho, la tristeza que empañaba la súbita conversión de una sociedad agraria y rural, proyectada en el mundo de las fábricas y las naves industriales, en ciudades donde la nieve era gris -ciudades casi siempre cubiertas de nieve y hollín.
El azar -otra vez el azar- unió a los Precisionistas -así se denominaban a los pintores que representaron, con la dedicación de un pintor de miniaturas medievales o de un pintor gótico, las industrias fabriles alrededor de las cuales se agrupaban casas o casuchas asaetadas por las altas chimeneas- con España.  Dickinson emigró a España tras el crack bursátil esperando hallar un país con precios más moderados. A poco de llegar, halló la muerte por neumonía en la ciudad de Irún donde está enterrado.