Guillermo Pérez Villalta: Mildendo, 2005
Las ciudades imaginarias, al contrario que las reales, no decepcionan, como decepcionó Venecia a Marcel Proust cuando la descubrió por vez primera, en piedra y mármol, una Venecia que había recreado en sueños al leer las descripciones de John Ruskin en Las piedras de Venecia -Ruskin cometió el "pecado" de suscitar una ciudad evanescente que, inevitablemente, sin duda, chocaría incluso con el trémulo reflejo de los edificios en la laguna. Las ciudades imaginarias solo existen en los textos y en nuestra imaginación que les da forma. Evitan la confrontación, la dolorosa comparación con la realidad que borra o diluye los recuerdos.
Mildendo es una ciudad imaginaria -y, sin embargo, tan "real", palpable, en Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, que se puede visualizar y recorrer con la imaginación, como si se estuviera en ella, teniendo más consistencia que la ciudad real, logrando que ésta última se desdibuje, se desmaterialice-, que no ha tenido la fama de Laputa, la ciudad celestial que Gulliver también recorrió.
Mildendo era la capital de Lilliput (o Liliput), el país de los liliputienses, gobernado por un rey, con la ayuda de unos cortesanos suspicaces. Y, sin embargo, Gulliver pudo, con la venia del rey, visitar incluso el palacio real, recostado y tratando de otear el interior de las estancias, agazapado en el suelo. Hasta consiguió saludar a la reina ya que se vestía, cabe la ventana, en sus aposentos. La ciudad apenas se levantaba unos palmos del suelo, una ciudad, escribe Gulliver, "parecía un decorado en una obra de teatro" (Jonathan Swift: Los viajes de Gulliver, II):
"Lo primero que pedí después de obtener la
libertad fue que me concediesen licencia para
visitar a Mildendo, la metrópoli; licencia que el
emperador me concedió fácilmente, pero con el
encargo especial de no producir daño a los
habitantes ni en las casas. Se notificó a la
población por medio de una proclama mi
propósito de visitar la ciudad. La muralla que
la circunda es de dos pies y medio de alto y por
lo menos de once pulgadas de anchura, puesto
que puede dar la vuelta sobre ella con toda
seguridad un coche con sus caballos, y está
flanqueada con sólidas torres a diez pies de
distancia. Pasé por encima de la gran Puerta del
Oeste, y, muy suavemente y de lado, anduve
las dos calles principales, sólo con chaleco, por
miedo de estropear los tejados y aleros de las
casas con los faldones de mi casaca. Caminaba
con el mayor tiento para no pisar a cualquier
extraviado que hubiera podido quedar por las
calles, aunque había órdenes rigurosas de que
todo el mundo permaneciese en sus casas,
ateniendose a los riesgos los desobedientes. Las
azoteas y los tejados estaban tan atestados de
espectadores, que pensé no haber visto en
todos mis viajes lugar más populoso. La ciudad
es un cuadrado exacto y cada lado de la
muralla tiene quinientos pies de longitud. Las
dos grandes calles que se cruzan y la dividen
en cuatro partes iguales tienen cinco pies de
anchura. Las demás vías, en que no pude entrar
y sólo vi de paso, tienen de doce a dieciocho
pulgadas. La población es capaz para
quinientas mil almas. Las casas son de tres a
cinco pisos; las tiendas y mercados están
perfectamente abastecidos.
El palacio del emperador está en el centro de
la ciudad, donde se encuentran las dos grandes
calles. Lo rodea un muro de dos pies de altura,
a veinte pies de distancia de los edificios.
Obtuve permiso de Su Majestad para pasar por
encima de este muro; y como el espacio entre él
y el palacio es muy ancho, pude inspeccionar
éste por todas partes. El patio exterior es un
cuadrado de cuarenta pies y comprende otros
dos; al más interior dan las habitaciones reales,
que yo tenía grandes deseos de ver; pero lo
encontré extremadamente difícil, porque las
grandes puertas de comunicación entre los
cuadros sólo tenían dieciocho pulgadas de
altura y siete pulgadas de ancho.
Por otra parte,
los edificios del patio externo tenían por lo
menos cinco pies de altura, y me era imposible
pasarlo de una zancada sin perjuicios
incalculables para la construcción, aun cuando
los muros estaban sólidamente edificados con
piedra tallada y tenían cuatro pulgadas de
espesor.
También el emperador estaba muy
deseoso de que yo viese la magnificencia de su
palacio; pero no pude hacer tal cosa hasta
después de haber dedicado tres días a cortar
con mi navaja algunos de los mayores árboles
del parque real, situado a unas cien yardas de
distancia de la ciudad. Con estos árboles hice
dos banquillos como de tres pies de altura cada
uno y lo bastante fuertes para soportar mi peso.
Advertida la población por segunda vez, volví
a atravesar la ciudad hasta el palacio con mis
dos banquetas en la mano.
Cuando estuve en el
patio exterior me puse de pie sobre un
banquillo, y tomando en la mano el otro lo alcé
por encima del tejado y lo dejé suavemente en
el segundo patio, que era de ocho pies de
anchura. Pasé entonces muy cómodamente por
encima del edificio desde un banquillo a otro y
levanté el primero tras de mí con una varilla en
forma de gancho. Con esta traza llegué al patio
interior, y, acostándome de lado, acerqué la
cara a las ventanas de los pisos centrales, que
de propósito estaban abiertas, y descubrí las
más espléndidas habitaciones que imaginarse
puede. Allí vi a la emperatriz y a la joven
princesa en sus varios alojamientos, rodeadas
de sus principales servidores. Su Majestad
Imperial se dignó dirigirme una graciosa
sonrisa y por la ventana me dio su mano a
besar.
Pero no quiero anticipar al lector más
descripciones de esta naturaleza porque las
reservo para un trabajo más serio que ya está
casi para entrar en prensa y que contiene una
descripción general de este imperio desde su
fundación, a través de una larga seria de
príncipes, con detallada cuenta de sus guerras y
su política, sus leyes, cultura y religión, sus
plantas y animales, sus costumbres y trajes
peculiares, más otras materias muy útiles y
curiosas. ( Ibid, IV)
Inútil precisar que Mildendo era y es un espejo que desvelaba las características de las ciudades reales, de sus habitantes, de quiénes la gobiernan, de las decisiones que toman y de sus objetivos enunciados y ocultos.
Hoy, con una próximas elecciones municipales...