jueves, 5 de octubre de 2023
NICOLÁS DE CRÉCY (1966): CIUDADES EXTRAÑAS
lunes, 2 de octubre de 2023
Moda y modo
Moda y modo son dos palabras que derivan de una misma palabra latina, modus, que significa manera.
La moda, así, se define como una manera de aparecer. Designa el estilo, siempre mudable, del ropaje, con el que uno se muestra a los demás, buscando comunicar una determinada imagen, que no tiene porque coincidir con lo que uno es o piensa. La moda es lo que nos relaciona con los demás, tratando de dar una “buena” imagen, la mejor imagen posible de nosotros, sea cual sea nuestro estado de ánimo y nuestras intenciones.
En tanto que ropaje, la moda acoge al disfraz, que oculta por un lado, desviando la atención hacia la imagen que querríamos aparentar. Tiene que ver con la apariencia, con la superficie. De ahí que pueda ser cambiante, como una piel que muda según las estaciones, pero que no hace cuerpo con nosotros. La moda nos protege pese a que atrae las miradas, pues éstas se distraen y se olvidan, o no pueden ahondar en nosotros. La moda es una máscara con la que podemos poner buena cara.
El modo, en cambio, es también una manera, mas una manera de ser. Es decir, inmutable, inmune a los cambios, a la moda. El modo es como el ser se expone, se inserta en el mundo, es el ser en el mundo, de tal “manera” que se le identifica de inmediato. El modo personaliza al ser, le otorga un aspecto, una forma humana, que perdurará para siempre, en la vida y en los recuerdos. Nos dice cómo es una persona, más allá de la apariencia, de la moda.
Modus significa también mesura, contención. Designa una relación con entes y seres que permite tener una imagen justa, conteniendo desmanes, desordenes, e impidiendo que la situación escape a todo control, causando daños. Modus se relaciona con la música, la armonía. El modo pauta, equilibra, compone a fin de llegar a acuerdos, a acordes con el fin de conjugar voces independientes que se funden con las demás. El modo es el medio con el que se componen comunidades bien articuladas, en las que el ser se materializa y entra en contacto con otros seres comedidos.
Sin el modo, el ser es inconcebible. No tiene entidad perceptible, reconocible. No es nada, solo es una entelequia sin presencia en el mundo. El modo permite que el ser se encarne, y adquiera modales gracias a los cuales puede dialogar con los otros. El modo abre la puerta al encuentro, el intercambio, el diálogo. El modo debe permanecer. Es inmune al tiempo o, mejor dicho, vive de acuerdo al tiempo, sin que el tiempo le encuentre con el pie cambiado. De este “modo”, el modo no queda anticuado, como si quedara fuera del tiempo, avejentado, ya camino de la salida.
La moda, en cambio, debe sufrir incesantes cambios para no parecer nunca la misma. La moda que ya no puede seguir el frenético cambio queda obsoleta, como una hoja muerta. No queremos que nos vean con la misma ropa, como si nos dejáramos ir o como si ya no nos importara la imagen que los demás se hacen y tienen de los demás. Como si optáramos por la salida.
La moda es cruel. El modo es humano, humaniza al ser.
Estar pasado de moda compone una imagen dejada, rendida. La imagen de quien renuncia a los demás. La moda es el motor que mantiene viva la sociedad, componiendo el gran teatro del mundo, acentuado nuestra condición mortal.
El modo, en cambio, es adusto, severo, es la manera como el ser se nos presenta, ante el cual debemos descubrirnos, cesando el juego del cambio de prendas (que como bien evoca la palabra, nos tienen prendidos, atrapados en el tiempo).
La moda, en fin, es propia de la estética, el modo, en cambio, de la ética. Por un lado, una manera de mostrarse en sociedad , por otro, de actuar en el mundo.
viernes, 29 de septiembre de 2023
La ciudad ingrata
Escultura hinchable, titulada Corazón secreto (¿secreto?), prestada estos días para conmemorar el día de la cardiología.
Impacientes por la posible escultura, de tamaño semejante, para el día de la gastroenterología -o de la ginecología….
“ Y se quejó: en Barcelona tengo que ser Gaudí y el conde Güell”, en referencia a que si en esta ciudad podía verse algo del último Plensa es porque él, además de crearlo, lo había regalado.”
Cuánta razón tiene el escultor Jaume Plensa y qué ingrata es la ciudad que no reconoce a sus más sublime artista.
Aparte de dos grandes conjuntos escultóricos de los inicios, ubicados en el espacio público, en los últimos años, este artista sólo ha podido disponer en la ciudad de una cabeza descomunal ante el Palacio de la Música, otra, más grande aún, ante la Pedrera, ocupando toda una esquina, una tercera en los tejados de dicho edificio, dos exposiciones antológicas, unas rejas móviles en el Liceo de Barcelona, una escenografía y una dirección operísticas, un encargo de una modesta escultura de cincuenta y dos metros de altura, ubicada en el mar (encargo que aún no ha llegado a buen puerto, nunca mejor dicho), y dos esculturas al menos en hospitales públicos, sin contar esculturas en la vecina ciudad de Sant Just en el área metropolitana.
Con la cantidad de plazas, parques, esquinas, aceras y rotondas en Barcelona que podrían acoger al menos una escultura monumental para reparar el abandono al que se somete este artista de obra tan variada.