miércoles, 3 de enero de 2024
Museo de Antioquia (Medellín, Colombia): un modelo de museografia y museología
Comuna 13 Medellín, Colombia)
Fotos: Tocho, Medellín, enero de 2024
Tras tres días de devastación y matanzas a cargo del ejército colombiano contra los combos (bandas de delincuentes y narcotraficantes) y el Frente Armado Revolucionario de Colombia (ambas bandas enfrentadas también entre sí por el control del barrio), y de la toma a sangre y fuego del distrito La Comuna 13, agarrado a una alta y empinada montaña que domina el valle de Medellin, en agosto de 2016, se firmó el alto el fuego entre el gobierno colombiano y las FARC.
Desde entonces, en siete años sin disparos, el barrio se ha dotado de escaleras mecánicas, y un sendero asfaltado, colgado de la ladera, del que pende el nuevo conducto de la alcantarilla, que rodea la parta alta del barrio, densamente poblado, compuesto de construcciones de fortuna apoyadas unas sobre otras, en un incierto juego de volúmenes, entre los que se insertan empinadas escaleras de hormigón por las que apenas cabe una persona. Algunos pequeños, ocasionales comercios se han abierto de cara a pequeños grupos de visitantes guiados y protegidos por habitantes de la Comuna.
La violencia, las matanzas han cesado en la Comuna, aunque ha vuelto al estado de Antioquia, con capital en Medellín, desde 2020 y hasta hoy, segundo día del año 2024.
martes, 2 de enero de 2024
El sueño de Medellín
Fotos: Tocho, Medellín, enero de 2024
El vuelo de Bogotá a Medellín dura media hora. El viaje por carretera requiere ocho horas: se cruzan dos cordilleras de los Andes. . A medida que el avión desciende se descubre una expensa ciudad agarrada a altas montañas selváticas, entre cuyas cumbres aquél zigzaguea para encararse con la pista.
Una vía rápida, que arranca en el aeropuerto, no cesa de descender entre curvas pronunciadas hacia el valle que se descubre a lo lejos, desdibujado por el húmedo calor, atravesando un túnel de varios quilómetros y desembocar en Poblados, el primer barrio de Medellín al que se accede: un Beverly Hills, salpicado de rascacielos hincados en pendientes vertiginosas cubiertas de una densa vegetación, como si la ciudad se insertara en la selva. Calles bordeadas de construcciones bajas de los años cincuenta, bien restauradas, convertidas en restaurantes vegetarianos ante los que aparcan impolutos Beemeuves descapotables blancos, y hoteles llamados butics. El tráfico es escaso. Ni una tienda de víveres. Un gigantesco centro comercial, defendido por guardias armados centra el barrio. El ejército ronda. Los bancos se multiplican.
Una larga vía rápida, paralela al río, delineada con escuadra y cartabón, bordeada de parques por el que campa una corte de milagros sin trabajo lleva, en un giro brutal de guión, hacia interminables empinadas laderas enladrilladas por construcciones pardas, soportadas por pilares de hormigón demasiado delgados que parecen cimbrear, levantadas con materiales de derribo, ladrillos descascarillados, hierros, planchas de fibrocementos, cartones, y materiales indefinibles, unas sobre otras, a las que parece que solo se debe poder acceder por las terrazas, ante la imposibilidad de vislumbrar ya no calles, sino tan sólo pasos angostos que abren en canal surcos en las montañas.
Un teleférico conduce a tres monolitos negros que rematan una de las montañas más empinadas y densamente pobladas. Las tres construcciones de extraños volúmenes para en suspendidas en el vacío. Son la joya de la corona de Medellín; o lo fueron durante un año, en 2007. Emplazadas en uno de los barrios quizá más misérrimos de Sudamérica, tenían como finalidad dignificar el entorno a través de la cultura. Graves deficiencias en la estructura y la construcción, obligaron a su cierre a poco de la inauguración. Las placas de piedra negra de las fachadas eran amenazantes cuchillas a punto de desprenderse. Los edificios han debido restaurarse, derribarse y reconstruirse con un coste excesivo. La obra ha sido abandonada. Hoy, son fantasmas enlutados de hierros retorcidos, como huesos ennegrecidos que emergen de un camposanto que agravan la desolación del barrio.
Un metro eficaz permite huir hacia el centro, a quilómetros de distancia, y dormitar con el traqueteo. Pero cerrar los ojos no logra borrar las imágenes de uno de los contrastes urbanos más sangrantes.
sábado, 30 de diciembre de 2023
Mapas capilares ( en la Nueva Granada)
Al igual que los esclavos negros en las plantaciones de los Estados Unidos de América hasta mediados del siglo XIX, los trabajadores nativos explotados durante la colonización española, en los siglos XVII y XVIII, en la Nueva Granada (hoy Colombia), hallaron la manera de escapar de la condición de semi-esclavitud, de la vigilancia inmisericorde y del sometimiento religioso e ideológico a la que estaban sometidos.
El elaborado trenzado del pelo de las mujeres y de los niños, a los que habitualmente no se apresaban ni se ajusticiaban, con múltiples trenzas entrelazadas o entrecruzadas, dibujaban planos con la ubicación de santuarios nativos, escondidos por todo el territorio, en altas mesetas y montañas, de manera a mantener y preservar culturas cultos y creencias, lo que evitó o disminuyó la disgregación de comunidades dominadas y explotadas.
Este información secreta, solo descubierta mucho más tarde, pasó desapercibida, pero fue decisiva para la existencia de colectivos. La ornamentada testa de las mujeres señalaba caminos de esperanza.
Goodbye yellow brick road, o el camino sonoro andino
Foto: Tocho, Yacimiento de San Agustin, Alto Magdalena, Andes de Colombia, diciembre de 2023
Los santuarios o recintos sagrados de la llamada cultura del Alto Magdalena (nombre cristiano del río de mayor longitud de Colombia, que circula paralelamente a los Andes) o de San Agustin (nombre de la pequeña ciudad colonial cercana), hace unos dos mil años, estaban unidos por calzadas empedradas. Cada cinco losas o lastras de piedra de gran tamaño, presentaban en la cara apoyada en la tierra un hueco esculpido de distinto tamaño. Cuando se golpeaban, emitían diversos sonidos que por medio del fenómeno del eco resonaban a lo largo del camino. En función del ritmo y de la repetición de los golpes, que constituían un lenguaje sonoro, los santuarios podían comunicarse y transmitirse informaciones útiles para las comunidades, como un calendario de ceremonias, o el inicio o la finalización de rituales, amén de advertir sobre quienes emprendían el camino..
Una lección, una manera de componer caminos, que se ha perdido.