viernes, 17 de enero de 2025

Alejandro y el emperador de la China




El emperador Alejandro el Magno acababa de llegar a la corte imperial china, invitado por el emperador de aquel extenso reino. Éste quería que el segundo más poderoso monarca del mundo asistiera a una contienda y actuara de juez.

Se trataba de un concurso de pintura. No era el primero que se organizaba en el mundo. De hecho los pintores siempre habían rivalizado entre ellos. En alguna ocasión, incluso, los pintores rivales habían intervenido disimuladamente en la obra ajena para dejar en evidencia la impericia del contendiente y la imperfección de sus esfuerzos.

La contienda enfrentaba a dos pintores, griego y chino. Ambos eran celebrados por cu capacidad de pintar figuras que parecían vivas. Su destreza les permitía emular a la naturaleza o a los mismos dioses. Sus retratos parecían dispuestos a hablar. No faltaba quien se inclinaba reverencialmente ante la exposición pública de sus figuras pintadas con la misma actitud con la que se postraba ante el emperador.

Ambos artistas iban a pintar en la misma sala. Pero una gruesa cortina se interponía entre ellos, para evitar que se observaran por el rabillo del ojo, y pudieran, por tanto, libres de coacción, en nada cohibidos, dejar que el pincel surcara suelto la superficie de la tela.

Por fin, llegó el día de la resolución. Alejandro y el emperador de la China se aprestaban a dialogar, debatir e imponer acaso su preferencia. La suerte de China y de Grecia por la supremacía artística del mundo iba a quedar sentenciada.

Los artistas se ubicaron al lado de sus obras. La cortina lentamente fue retirándose. Ambas obras pudieron contemplarse. 

Eran la misma obra. Indistinguibles. Estupefacción y maravilla. Todo lo que una poseía se hallaba en la otra pintura. Una obra había sido pintada. Otra era un espejo, en el que se reflejaba la pintura rival. Nada de lo que ésta mostraba había escapado  a la voracidad de la superficie pulida. El menor detalle, incluso un error imperceptible afectaba a ambas obras. Eran una y eran dos. Una y doble.

Fue entonces cundo Alejandro, a la vista del resultado, decretó que quien había mostrado las habilidades más altas era….


Un cuento chino contado por el gran poeta persa medieval Nezami (Niżām ad-Dīn Abū Muḥammad Ilyās ibn-Yūsuf ibn-Zakī ibn-Mu‘ayyad)en su Vida de Alejandro, de principios del siglo XIII, poco conocida, desgraciadamente 

DAVID LYNCH (1946-2025): THE ALPHABET (1968)


 En recuerdo de Twin Peaks


miércoles, 15 de enero de 2025

Bóveda

La bóveda simula en cielo. Una pared continua gira, describe un arco muy por encima nuestro, como una tela henchida por el viento que ondula, y desciende formando la pared contraria, paralela al anterior. En su ascenso y su descenso, en su sobrevolar el espacio, la bóveda define un mundo en el que el humano puede acogerse teniendo al cielo por techumbre.

La palabra bóveda no es de origen latino -o solo indirectamente, a través del catalán volta. Procede del germánico. En inglés existe un verbo entroncado con la palabra castellana: to build (construir), un verbo idéntico al alemán, con el normal significado: bauen. Un edificio, una construir, en inglés, se dice building, y tiene el mismo significa material y moral que el verbo castellano edificar. Se construye, se forma, se prepara a una persona, a uno mismo, como se levanta una construcción. El trabajo edificatorio, que exige contención, esfuerzo, entrega y orden, es una buena metáfora del trabajo formativo gracias al cual uno se contiene y se eleva, dejando por los suelos las ideas y sentimientos bajos,  bajamente materiales o terrenales. El acto de edificar o educar levanta el ánimo. Gracias a este esfuerzo y la entrega necesaria, la vida es menos rastrera, innoble u oscura.

Los verbos to build y bauen proceden del antiguo germánico. Būan significaba construir, ciertamente. Pero también habitar, mirar o estar en un determinado lugar.

La edificación y la vida corriente de pareja. Apenas se iniciaba la obra ya se habitaba: se definía, se delimitaba un lugar y se proyectaba un techo. La mano ya alzaba en el aire un techo protector. El gesto de construir ataba o enraizaba en un lugar al constructor y quienes iban a habitar en la obra construida. El levantamiento de una pared simbolizaba el alzamiento en un espacio. El constructor levantaba la cabeza confiado. Yo no vivía encogido, amedrentado. La bóveda que edificaba era una imagen de su mundo, el mundo en el que soñaba vivir.

La bóveda se define así como el elemento que identifica o simboliza las virtudes de la arquitectura: un obrar que ennoblece y da sentido a la vida, que la alimenta.

Hoy, las bóvedas han desaparecido. Tienen excesivas aspiraciones. Techos plenos y rasos a la altura de la cabeza, señalan hasta dónde podemos llegar: vuelo a ras de suelo. 


 






lunes, 13 de enero de 2025

Vestidos, desvestidos, revestidos: Del corazón a la mano (Dolce & Gabbana, Paris, 2025)






































































 

Fotos: Tocho, enero de 2025


En el remozado Grand Palais de Paris -cerrado durante años para su entera rehabilitación-, con un presupuesto sin duda infinito, medios inalcanzables para cualquier otra institución, un tiempo casi eterno de montaje, y una libertad absoluta, aunando lo sublime, lo ridículo, lo kitsch, lo absurdo, lo grotesco, el sarcasmo, la religión, el ritual, lo desmesurado y la minuciosa atención al detalle, la exposición antológica del taller de alta costura italiano Dolce & Gabbana  conjuga moda, arquitectura, teatro, ópera, cine, música, literatura, alta y baja cultura, bellas artes y artesanía , por los que desfilan la historia del arte, escena de ópera y de cine neorrealista o de peplum, y ceremonias religiosas con la magnificencia, el boato y el exceso de una procesión.

 Quien desfila es el espectador entre cuadros casi vivientes que recrean escenas célebres de películas, óperas, teatro y ceremonias sagradas, tanto religiosas cuanto imperiales (Bizancio, el imperio austrohúngaro, el imperio romano, el Egipto faraónico), sin que el humor, el guiño, la hojalata y el manifiesto decorado de cartón piedra -magnifica mente pintado de purpurina- dejen de exhibirse. El continente -suelos de cerámica pintada a mano, marcos tallados barrocos, juegos de espejos, trampantojos, frescos y protecciones, plásticos y estucos, plásticos que imitan estucos (el como si es de rigor y lo proclama, sin que sepamos nunca si estamos ante la ficción o la realidad), cascadas de lámparas de araña- rivaliza con el contenido.

Suntuoso desfile en negro de altas y delgadas figuras femeninas enlutadas que emergen como emanaciones inquietantes en pasillos sombríos, apenas iluminados por los destellos apagados de marcos dorados, entrecortado con el reconocimiento del saber artesanal que semejantes vestidos y decorados requieren -saberes que se entremezclan con nuevas tecnologías.

Y como en toda exposición de alta costura, los rostros sin rasgos de los maniquíes -algo más altos que una persona, sobre pedestales desde los que dominan los visitantes que desfilan en silencio-, dotan de un aire inquietante a la exposición, acrecentado por los miembros de autómata del siglo dieciocho que a cada momento parecen a punto de animarse con la música sincopada de una caja de música.

Ala salida, el gusto entre acre y dulzón de lo que no debería ser, un sinsentido, pero que querríamos volver a ver -sin querer reconocerlo.

https://www.grandpalais.fr/fr/evenement/du-coeur-la-main-dolcegabbana