domingo, 5 de mayo de 2024

Facha

 





Fotos: Tocho, mayo de 2024: la colonia obrera Castells, en Barcelona, reducida a su fachada, que simula delimitar un pasaje, en medio de un nuevo jardín, con el que poco tiene que ver.

La fachada es la faz (fácies, en latín, faciès, en francés) de un edificio. Aunque existen rostros sin cuerpo en la literatura -y máscaras, que son rostros, en la realidad, pero que solo cobran vida cuando una persona se arriesga a cubrirse el rostro con aquélla-, y cuerpos desfigurados -en la realidad-, una fachada o una cara implican la existencia de un cuerpo detrás, que se muestra gracias a su facha.

La fachada es lo que se descubre. Es un edificio visto. La fachada es la imagen que un edificio transmite. Es la cara amable, visible de un cuerpo. Dicha cara guarda y debe guardar relación con el cuerpo.

La fachada cumple una doble función: completa y  cierra un volumen, y encierra un interior. Una fachada, por tanto, se interpone ante nuestro avance. Nos corta el paso, nos obliga a dar un rodeo. La fachada protege el cuerpo.

 Pero también lo abre. Salvo en casos de guerra, cuando la toma de un edificio, el acceso se realiza a través de la fachada principal. Ésta se distingue del resto de los lados, que envuelven un cuerpo, pero no lo muestran. La fachada no es un muro ciego. No es una muralla. Más que bloquear el paso, como hemos escrito, lo encauza, lo orienta. Nos señala por donde podemos y tenemos que acceder. La fachada presenta aperturas, umbrales, puertas, zaguanes, ventanas. Suponemos que detrás de estos ocultos se encuentran espacios que comunican con el exterior. Las ventanas ciegas o cegadas no existen: devienen muros. 

Todas estas obvias consideraciones se desmoronan cuando lo único que se conserva de un edificio es la fachada. Deja de tener sentido. Se convierte en un decorado. Precisamente, en el mundo del espectáculo, de la ficción, los edificios son sugeridos mediante fachadas, detrás de las cuales no hay nada. Si se cruzan, el visitante se encuentra en el mismo lugar,  tras un telón, descubriendo tan solo la trastienda de un decorado: un desplazamiento inútil que nada aporta o desvela.

¿Qué razón existe pues para conservar una fachada que simule un edificio? Un edificio convertido en un decorado, degradado a un simple panel con la esperanza que mantenga la ilusión que un edificio sigue en pie. Una calle, un barrio, una ciudad reducidos a una escenografía. Un espejismo. Una nada. Un triste destino.

Aunque se diga que al mal tiempo….


Examen

 El mes de mayo, el mes de los exámenes académicos.

Encontramos exámenes que tienen contenido, con peso, y otros ligeros, livianos, insustanciales. Argumentos de peso contrapuestos a los que apenas dejan huella, como si no pesaran suficientemente y son barridos ante cualquier objeción. Pero un texto pesado tampoco es relevante; no se le puede acarear; no aporta nada, no enriquece. Se tiene que abandonar. 

Pesar, medir son consustanciales con las pruebas o los exámenes. Literalmente, un examen, en latín, es la aguja de una balanza. Un examen mide o pesa conocimientos y capacidades de utilizarlos. Las ideas o los argumentos fundamentados tienen poso. Pensar y pesar son verbos sinónimos. Un pensamiento que marca, merecedor de atención, sopesa argumentos como si los depositara en una balanza y acaba con un balance gracias al cual decide cuáles tienen mayor entidad, obviando los que son evanescentes.


¿Examinar o examinarse? Todo examen nos pone a prueba. La resolución del problema exige un careo. Tenemos que hacer preguntas, hacernos preguntas. Un examen nos permite y nos obliga a estudiarnos. Tenemos que poner el acento y mirar a lo que estudiemos, pero también debemos que volver la mirada hacia nosotros y ser plenamente conscientes, lúcidos, de lo que vamos a emprender. Pues un examen es una aventura que mide nuestras fuerzas. Se trata de un reto que debemos superar, sin abandonarnos, superados por el envite. Un examen exige conocimientos y fuerza moral. De algún pone, un examen mide nuestra capacidad, nuestro ánimo, nuestra entereza para afrontar la vida. El resultado de la resolución del examen es una sensación de alegría y paz. No nos hemos derrumbado. Acabamos fortalecidos.


La palabra examen está emparentada con el término actuación. Examinar es un hacer (agere, en latín, que ha dado el verbo francés agir). Este acto se comunicaba al exterior (ex-amen), para que sea sopesado. Agere es uno de los verbos latinos con más matices, con un campo semántico más amplio. Designa todo tipo de actuaciones, elaboraciones, construcciones; entre aquéllas, las que recurren a la palabra: las interpretaciones del actor. Sus palabras y sus gestos son vitales porque permiten que un personaje cobre vida. 

Un examen modélico no es letra muerta: aporta un punto de vista personal, echa luz sobre un problema, lo resuelve. El enigma se desvela. Su contenido inalcanzable se pone a nuestra disposición. El examen es una ventana al mundo. Valora la capacidad de apreciarlo, de abrirlo. Gracias al examen se manifiesta nuestra comprensión del mundo y nuestra habilidad para comunicarla a través de unos recursos al alcance de todos. 

Un examen no es un castigo. Es un juego de precisión que exige que sepamos calibrar bien lo que tenemos que analizar, distribuyendo el peso de cada argumento a fin de lograr un resultado, un punto de vista equilibrado, en el que propuestas contrapuestas se conjuguen y den cuenta de la complejidad del mundo. Pesar o pensar requiere atender a visiones distintas, poniendo en evidencia las múltiples caras de la realidad.

Un examen es un juego de construcción que requiere hallar el lugar correcto de cada punto de vista, a fin que la demostración no se derrumbe. Agilidad, destreza, vista, previsión son dones o capacidades (que se cultivan, se adiestran)  que entran en juego para edificar un texto sólido, bien trabado, en el que las partes se relacionan y se suceden sin desequilibrar el conjunto. 

De algún modo, un examen es una precisa obra de arquitectura, una construcción que se eleva paso a paso apuntando a la resolución de un problema. Un hermoso ejercicio que se vive siempre con el miedo al derrumbe. Como en toda construcción que trata de aclarar el mundo. Construir conlleva la asunción del fracaso, cuya superación pone de manifiesto la capacidad creativa de quien está sometido a examen.

Dicho eso, todos tememos suspender: quedar colgados, como si tuviéramos unas soga al cuello, sin poder avanzar….


sábado, 4 de mayo de 2024

GEORGES FRANJU (1912-1987) & HENRI LANGROIS (1914-1977): LE MÉTRO (1934)


 

Franju y Langlois fueron los fundadores de la Cinemateca Francesa, el archivo de cine más importante del mundo 

GEORGES FRANJU (1912-1987): LES YEUX SABS VISAGE (LOS OJOS DIN ROSTRO, 1960)


 

La obra maestra del cine de terror, del director de cine francés Georges Franju, conocido por sus documentales sobre arquitectura (véanse entradas sucesivas en los próximos días) -la casa del cirujano es un elemento protagonista de esta historia-, reveladora de la relación entre rostro y máscara, que los griegos ya postularon. El rostro -o la máscara-, como imagen prototípica, reveladora a la vez que capaz de ocultar lo que recubre (y exhibe o, mejor dicho, distorsiona).
La película es dura. Pero es el mejor tratado sobre el retrato, origen del arte como medio para interpretar , recrear (y suplantar) la creación de vida. 

jueves, 2 de mayo de 2024

Salvador Dalí sobre Le Corbusier




https://www.ina.fr/ina-eclaire-actu/video/i12250878/salvador-dali-propos-sur-le-corbusier-et-picasso 

Visión legal de la filmación de la entrevista

Cuando Dalí es lúcido y certero -si es que alguna vez no lo fue

Intérprete


 

Quién es el autor de un texto: ¿el redactor, o el lector?

La pregunta, en este caso, tiene una respuesta rápida y contundente: el lector o intérprete.

El texto adquiere pleno sentido, gana matices en los que el redactor no pensó, y se enriquece, se construye o reconstruye, se estructura y sobre todo apunta hacia un objetivo claro, evitando la dispersión, gracias a los comentarios de quien va a presentar el libro. 

El redactor escribe una partitura; el lector (la lectora) la interpreta. Le da vida. Pone el acento en lo relevante, si lo hubiera, obviando lo superfluo y lo innecesario.

 Un trabajo de composición que el corrector de estilo ya ha realizado previamente, analizando cada palabra, reestructurando frases, eliminando líneas o párrafos innecesarios o redundantes, e interrogando el texto. 

Mas, aún falta un componente innecesario: la voz que aporta el intérprete (el lector, el presentador), leyendo calladamente o en voz alta. 

Del mismo modo que una composición solo puede ser juzgada a través de su interpretación, la valoración, positiva o negativa, de un texto, se alcanza gracias a la lectura (pública, en este caso) de éste. 

Solo se puede dar las gracias a María Rubert, autora del libro -si no se avergüenza de él.

Mas adelante, una nueva presentación podría tener lugar en Madrid 

miércoles, 1 de mayo de 2024

Señal

 El curso llega a su fin. El fin del discurso está cerca. Ha discurrido siguiendo un cauce que se ha ido trazando a medida que se avanzaba. El objetivo podría cumplirse. Pero no está ganado de antemano. La aproximación ha requerido un viaje, emprendido conjuntamente.

Un objetivo: el verbo latino objicio significa lanzar hacia adelante, colocar delante de nosotros, proyectar y animar. También, inspirar, a fin de facilitar el avance, la aproximación a lo que se hallaba lejos y era desconocido. Tras el curso seguido, el avance, se descubre poco a poco, se devela. El saber es una iluminación que requiere una aproximación a tientas en los inicios, acompañada por el guiar del enseñante/

Enseñar implica, literalmente, hacer señales. El enseñante apunte, muestra, revela, descubre. Invita al descubrimiento, y deja que éste acontezca, que la revelación sea una experiencia personal. El placer des descubrimiento. 

Una señal es una advertencia, un aviso. Indica la dirección que se sigue, si ésta se dirige hacia la meta que se persigue. El enseñante es un guía. Deja marcas que ayudan a no no errar. Marcas que son palabras, gestos que orientan. Facilita el avance; muestra los obstáculos; anima a proseguir pese a las posibles dificultades. No grita, ni expulsa a nadie. El grito encoge el ánimo. Impide el avance.

Todos tienen que poder seguirle, cuidando por  donde camina, si la senda es practicable. Abre la vía por la que los estudiantes transitan. Un enseñante tiene que estar a la escucha de los que siguen sus pasos. Vela para evitar que nadie se pierda. Se detiene si es necesario. El descanso y la recapitulación  son imprescindibles. Se revisa el camino ya cubierto. Se apuntan las últimas etapas. 

Las señales tienen sentido. Son significativas . Significare, en latín, se traduce por mostrar, por dar a entender. La enseñanza es un don, es decir es un bien que se ofrece. Un gesto en doble dirección: la donación y la recepción, que da sentido a la ofrenda. El receptor, el estudiante, al igual que el enseñante, son los beneficiarios de la entrega. Ambos ganan. El gesto del enseñante no acontece el vacío. Pero el don solo es aceptable -y se acepta-, es de recibo, si no se impone. El bloqueo de la imposición cierra la puerta a la transmisión del conocimiento. 

Enseñar es saber escuchar, estar receptivo a las necesidades de quienes quieren aprender, es decir aprehender, ser capaces de coger y acoger un conocimiento, haciéndoselo suyo.

Un conocimiento que tras la distribución se convierte en un bien compartido. La transmisión del saber es un ritual. Acontece en el aula, una palabra que, en griego antiguo, designaba el patio (aulé) de una morada y también de santuario en el que, poco a poco, se va ilustra, se va haciendo la luz. De hecho, aunque no existía una palabra específica para designar un templo, toda vez que un templo era una morada (oikos) de un dios, la aulé era el espacio donde la divinidad, encerrada en su celda, aceptaba mostrarse y dialogar con los mortales. El aulé era el lugar donde los inmortales se “humanizaban”. Una clase, en cierta medida, es una ceremonia; una ceremonia de entrega de algo inmaterial: el conocimiento que llena una hora o una vida. Un aula es un espacio de diálogo, de intercambio. No existe experiencia más plena que una clase donde el diálogo prende, donde se debate -para sortear, entender, aceptar los obstáculos que se nos interponen en la prosecución del saber.

El enseñante se pone a la cabeza. Los signos que emite invitan al tránsito. Toda una clase se pone en marcha. El movimiento es sostenido. Los paros provisionales. Los abandonos rescatados, aunque impliquen la revisión del camino proyectado. La senda tiene que adaptarse a las fuerzas de quienes transitan. 

Pero el avance del enseñante no es indefinido. Llega el día en que sabe que debe ceder el paso y entregar el testigo a quien le sucede.

El conocimiento forma parte de una cadena. Es un trabajo o un esfuerzo colectivo, un bien que no es de nadie sino común, comunitario, una puesta en común de lo descubierto y aprendido.