El emperador Alejandro el Magno acababa de llegar a la corte imperial china, invitado por el emperador de aquel extenso reino. Éste quería que el segundo más poderoso monarca del mundo asistiera a una contienda y actuara de juez.
Se trataba de un concurso de pintura. No era el primero que se organizaba en el mundo. De hecho los pintores siempre habían rivalizado entre ellos. En alguna ocasión, incluso, los pintores rivales habían intervenido disimuladamente en la obra ajena para dejar en evidencia la impericia del contendiente y la imperfección de sus esfuerzos.
La contienda enfrentaba a dos pintores, griego y chino. Ambos eran celebrados por cu capacidad de pintar figuras que parecían vivas. Su destreza les permitía emular a la naturaleza o a los mismos dioses. Sus retratos parecían dispuestos a hablar. No faltaba quien se inclinaba reverencialmente ante la exposición pública de sus figuras pintadas con la misma actitud con la que se postraba ante el emperador.
Ambos artistas iban a pintar en la misma sala. Pero una gruesa cortina se interponía entre ellos, para evitar que se observaran por el rabillo del ojo, y pudieran, por tanto, libres de coacción, en nada cohibidos, dejar que el pincel surcara suelto la superficie de la tela.
Por fin, llegó el día de la resolución. Alejandro y el emperador de la China se aprestaban a dialogar, debatir e imponer acaso su preferencia. La suerte de China y de Grecia por la supremacía artística del mundo iba a quedar sentenciada.
Los artistas se ubicaron al lado de sus obras. La cortina lentamente fue retirándose. Ambas obras pudieron contemplarse.
Eran la misma obra. Indistinguibles. Estupefacción y maravilla. Todo lo que una poseía se hallaba en la otra pintura. Una obra había sido pintada. Otra era un espejo, en el que se reflejaba la pintura rival. Nada de lo que ésta mostraba había escapado a la voracidad de la superficie pulida. El menor detalle, incluso un error imperceptible afectaba a ambas obras. Eran una y eran dos. Una y doble.
Fue entonces cundo Alejandro, a la vista del resultado, decretó que quien había mostrado las habilidades más altas era….
Un cuento chino contado por el gran poeta persa medieval Nezami (Niżām ad-Dīn Abū Muḥammad Ilyās ibn-Yūsuf ibn-Zakī ibn-Mu‘ayyad), en su Vida de Alejandro, de principios del siglo XIII, poco conocida, desgraciadamente