Fotos: Tocho, Musée Guimet, París, febrero de 2025
Estas estatuillas -estas cabezas y bustos de estatuillas o relieves- de los siglos tres y cuatro, o séptimo, de nuestra era- no causan problemas de identificación: asumimos que son figuras de la antigüedad, helenísticas, romanas e incluso de un primer cristianismo aún marcado por el arte clásico, griego o romano.
La pertenencia al museo Guimet de París podría provocar quizá un leve arqueo de cejas, una cierta expresión de incredulidad. Estas obras no estén expuestas en el museo del Louvre, que incluye el departamento de Antigüedades Griegas, Etruscas y Romanas, con la mayor colección de obras clásicas, fuera de Roma, Atenas e Istanbul.
La duda o la sorpresa pueden provenir del tipo de museo al que pertenecen estas figuras. El museo Guimet está dedicado exclusivamente a obras de Extremo Oriente.
Mas, bien pudiera ser que también acogiera algunas obras clásicas.
Una visita a las colecciones disipa, sin embargo, esta duda. El museo se caracteriza por obras de iconografía muy alejada de motivos, cultos y creencias dominantes en el Mediterráneo occidental, central y oriental en la antigüedad, pagano o no.
Budismo, hinduismo. Taoísmo, entre otros cultos y saberes, determinan los motivos representados.
En el caso de las figuras fotografías, no se falta a los objetivos y del museo ni a las características de las obras albergadas.
Dichas estatuillas proceden de dos yacimientos, Hadda y de la provincia de Gansu. El primero se ubica hoy en Afganistán; el segundo en el noroeste de China, en Dunhuang, ubicado, entre los siglos IV y VII, en la ruta de la seda.
En ambos casos, las figuras, unas del siglo III, otras del VII, pertenecen a santuarios budistas. Son un eco, en algunos casos nítido, del primer arte naturalista budista del siglo tercero AC.
Hasta entonces, no existía figuración budista alguna. A Buda y a sus seguidores no se les podía representar, pese a que no eran divinidades, sino tan solo humanos iluminados gracias a la reflexión propia, a la introspección y la prosecución de la sabiduría en ausencia de cualquier guía sobrenatural.
Las primeras representaciones del príncipe Siddarta, haya existido o no, tras su revelación interior ( Buda significa iluminado o ilustrado), no se fueron hasta el siglo III AC.
La fecha y la figuración naturalista, inexistente hasta entonces, no son casuales. Son la consecuencia de la conquista alejandrina y de la presencia de escultores y tallistas helenísticos en las huestes de Alejandro, tras alcanzar lo que hoy es Paquistán y Afganistán, una figuración que se extendió por santuarios budistas en China a través de la ruta de la seda.
Esta figuración es fruto del sincretismo: la equiparación de figuras orientales con personajes occidentales. La iluminación del príncipe Siddarta y su condición de guía espiritual se asoció al guía griego, que respondía a las expectativas humanas, y se asociaba tardíamente al sol, un astro real pero también metafórico: el dios Apolo, que había ordenado el mundo y trazado las primeras vías que los humanos seguirían para no perderse, y que, desde el centro del mundo, que era su santuario de Delfos (Grecia), indicaba a los humanos cuál era su destino y el recto camino que debían emprender, Apolo que se expresaba y respondía por boca de su sacerdotisa iluminada y conocedora de las revelaciones apolíneas.
Los griegos no concebían que los dioses ni los sabios no pudieran representarse. En ausencia de cualquier figuración sensible, los humanos no habrían podido estar en contacto con ellos. Habrían tenido la sensación de hablar en el vacío, de estar desamparados, solos ante la nada. La figuración reconfortaba. Los dioses, aunque alejados y distantes habitualmente podían mostrarse y dar una imagen de ilusoria cercanía. Ésta es la que los escultores griegos trataron de figurar. El príncipe iluminado, Buda, alentaba y aconsejaba a los humanos con los que se mostraba próximo. No los abandonaba.
Una muestra de las relaciones culturales y creativas tejidas en la antigüedad que hoy algunos denuncias como atentados a la “identidad” de los “pueblos” y “naciones”. Como si el “otro” no fuera como “yo”.
Como si la iluminación se hubiera apagado. Y la oscuridad o ceguera hubieran regresado.