jueves, 6 de enero de 2011

Un palacio celestial: Aksum (Etiopía) (ss. I-IV dC)


























Acceso, a través de una escalinata, a una tumba con varias cámaras sepulcrales



Vistas del nuevo Museo Arqueológico de Aksum.


En un prado, cubierto de hierba bien cortada y pajiza, levemente inclinado, como un escenario de teatro, se alzan dos obeliscos de unos veinticinco metros de alto, en medio de monolitos caídos y fragmentados, y algunas tumbas de piedra saqueadas pero enteras. Acacias y matorrales de flores rojas, desperdigadas, componen un fondo que enlaza con una sucesión de colinas coronadas de bosques. La pista de montaña prodigiosamente polvorienta que conduce desde Gondar, tras doce horas retorciéndose por barrancos vertiginosos y planicies aplastadas por el sol, muere directamente en las ruinas de Aksum.

Aksum, en el siglo IV dC,  fue considerada la capital de unos de los cuatro imperios más potentes del mundo, junto con el persa, el romano y el chino. Se extendía entre el norte de Etiopía, el sur de Sudán, y alcanzaba, en su momento de máxima importancia,  Arabia Saudí y los Emiratos Árabes. Constituye la última frontera hasta la que alcanzaban las culturas mediterráneas: Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma. De hecho, la lengua que se hablaba derivaba del griego clásico. Y la ornamentación combina rasgos persas y griegos. Los ecos egipcios son también visibles.

Aksum es conocido por el llamado campo de estelas: unos setenta monolitos de piedra granítica, algunos esculpidos u ornamentados, de altura variable, aunque siempre considerable, que recuerdan desde menhires hasta estelas funerarias griegas; y desde luego, obeliscos egipcios. Hincados en la tierra, se alzan configurando un campo erizado de piedras erguidas. Hoy tan solo quedan en pie dos obeliscos de gran tamaño, perfectamente tallados y esculpidos, y algunas piedras toscamente labradas.

Vueltos a descubrir por aventureros europeos en el siglo XVI, fueron excavados y estudiados desde principios del siglo XX. La exploración aún sigue, y parece que quedan tumbas y estelas por descubrir.

Pues se trata de un camposanto. Los monolitos indican la ubicación subterránea de cámaras sepulcrales. Estaríamos en un cementerio parecido al de la Grecia clásica. Las estelas mantendrían viva la memoria del lugar donde mora el difunto.

Sin embargo, los monolitos esculpidos de Aksum presentan unos rasgos únicos. No pertenecen a la estatuaria, sino a la arquitectura. Son edificios esbeltísimos,  altos y estrechos, que poseen una docenas de pisos. Las caras principales poseen ventanas celadas por celosías, y una imponente puerta de entrada, con un grueso baldón anillar, que impide o controla el acceso a los pisos. Se trata, evidentemente, de falsas puertas y ventanas; de imágenes de aperturas; o, quizá, no sean imágenes sino puertas y ventanas verdaderas compuestas para seres que no son de carne y hueso, y pueden cruzar los vanos aunque estén cerrados: como en las tumbas egipcias, en las que "falsas" puertas son puertas auténticas concebidas para el alma (el ka o el ba) del difunto.

Los monolitos más altos y mejor esculpidos tenían que pertenecer a un monarca. El número de pisos es idéntico al de las cámaras de una misma tumba real; y, por lo que parece, de los palacios que el rey poseía en vida. Los pisos de los monolitos repiten en vertical el número de estancias sepulcrales dispuestas subterráneamente y en horizontal. La función del monolito estaría relacionada con las moradas del monarca en la tierra y en el inframundo. Las cámaras sepulcrales constituirían estancias en las que el alma del soberano se preparaba para la ascensión final a través de los pisos del obelisco, coronado por un semi-disco, que podría evocar el sol naciente -o el sol en lo más alto-, así como el alma del difunto proyectada en el cielo. Se han encontrado unos discos de bronce, con unos rostros modelos en una de las caras, que habrían podido estar sujetos en la parte alta del obelisco. De este modo, el monarca renacería; su faz resplandecería, equiparada con el sol. Cada estancia, cada piso por el que habría cruzado, la habría preparado para este ascensión final, y su liberación, ya en el cielo, en forma de nuevo sol.  La arquitectura sería el vehículo gracias al cual el espíritu renacía y se desprendía de las ataduras materiales. Mas que escaleras hacia el cielo, como han sido llamados estos monolitos, serían estaciones de paso, que comunicarían el espacio de los muertos con el cielo, y por el que transitaría el alma del monarca. Su "resurrección" pasaba por el tránsito a través de las torres que lo -o la- ponían en contacto con el cielo.

La importancia de la arquitectura en el imperio de Aksum  se acentúa por el hallazgo de numerosas maquetas de arquitectura, de terracota, en varias tumbas (piezas que el Museo Arqueológico de Aksum no autoriza fotografiar). Queda preguntarse si estas "maquetas" -o esos edificios en miniatura- se concebían como reproducciones o dobles de las moradas que el difunto poseía en vida, o si tienen que ser interpretadas como construcciones celestiales, cuyo fin era la purificación del alma. Purificación que, sin duda, se conseguía, como testimonian las amables estatuas de seres renacidos, cuya sonrisa beatífica sugiere que se han desprendido de la ganga mortal.


Vista parcial de estatua funeraria hallada cerca de Aksum (Museo Nacional, Addis Ababa)


Canción sugerida: Aster Aweke (19609): Asheweyina

Björk ha sido a veces comparada con Aster Aweke

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