jueves, 20 de enero de 2011

Memorias de un montador de exposiciones de arquitectura, I

Unos dos meses antes de inaugurar la exposición Casas del alma. Maquetas de arquitectura de la antigüedad, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, en 1997, saliendo del centro y pasando por la Calle de la Paja, de pronto, a mano izquierda, en el escaparate de un anticuario (hoy en la Calle Consejo de Ciento), lo que no podía ser sino una soberbia maqueta arquitectónica antigua de terracota, en perfecto estado: un modelo inédito o desconocido. Tras dudar un momento, empujé la puerta. Expliqué porqué estaba allí y pregunté por la pieza. Era de Siria, del segundo milenio aC. Estaba en venta y el anticuario no parecía entusiasmado en prestarla para una exposición, pese a que le comenté que su cotización aumentaría. Justo antes de salir, pregunté el precio. Elevado, pero abordable por un coleccionista con posibles: unas cuatrocientas mil pesetas. Lo comenté a un amigo arquitecto. Pasó al día siguiente por el anticuario y, distraidamente, preguntó el precio de la maqueta. Su precio había doblado. Mi comentario no había caído en saco roto.
Volví al cabo de unos días para tratar de obtener el préstamo de la pieza. La lista de obras estaba cerrada, pero la obra era excepcional; y estaba a pocos metros de donde iba a inaugurarse la exposición. El responsable, sin embargo, tras dar unas largas, acabó explicando que la maqueta había salido recientemente, necesariamente  de manera ilegal, de Siria. Exponerla públicamente podía despertar sospechas y poner en peligro el contacto que el anticuario disponía en Oriente, capaz de sobornar a policías fronterizos para que las antigüedades salieran de Siria. Grandes mosaicos romanos, recién llegados de Siria, demostraban que el negocio no decaía. Las antigüedades llegaban a España como objetos de artesanía, obtenían el permiso de importación, y desde Madrid eran distribuidas entre varias ciudades. Salí estupefacto.
Se me explicó, días más tarde, que la Generalitat llevaba meses detrás de este negocio, pero sin resultados.
Contacté con el Departamento de Antigüedades Orientales del Museo del Louvre, en París, y con algunos especialistas en este tipo de piezas. Todos comentaron que debería intentar obtener une fotografía a fin de poder estudiar la obra y clasificarla, antes de que fuera demasiado tarde Por la descripción que yo aportaba, se trataba de una maqueta mesopotámica única.
No quise saber nada de este asunto. Dejé pasar el tiempo. La exposición se inauguró. Meses más tarde, recordé las palabras de una conservadora del Museo del Louvre. Volví al anticuario. El dueño no estaba; solo su hijo. No vi la maqueta. Pregunté por ella. Se me contestó que había sido vendida en Londres y el anticuario ya nada sabia de ella. No quedada rastro ni imagen.

Acabo de regresar de Ginebra. Se trata de una ciudad donde el tráfico ilegal de antigüedades es más activo. Algunos anticuarios, buscados por la Interpol, y con órdenes de captura, mantienen tiendas abiertas en el centro de la ciudad y no se esconden. Un conservador del Museo de Ginebra, que trabaja en la búsqueda de obras robadas o sacadas ilegalmente de yacimientos arqueológicos, comentó el célebre caso de la cerámica griega, con una escena pintada que muestra la muerte del héroe griego Sarpedón, a las puertas de Troya, pintada por Eufronio, el primer pintor de cerámicas que firmó sus creaciones, en el s. V aC.
En 1972, el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York, pagó un millón de dólares por una gigantesca crátera, en perfecto estado, firmada por el mítico Eufronio. Era la primera vez que una pieza arqueológica alcanzaba este precio. La obra fue incluso reproducida en portada de los principales semanales. Hasta el año pasado, fue una de las obras maestras de la colección del Museo. Un periodista inquirió por su procedencia. Imprudentemente, se comentó que venía de Zurich. ¿Hasta allí llegaron las cerámicas griegas? La versión fue inmediatamente rectificada. Había pertenecido a un coleccionista libanés. Una llamada urgente advirtió a esta persona que algún periodista podría preguntarle por la cerámica. Tenía que responder que el padre del coleccionista, ya fallecido, la había encontrado en una tumba, y se había vendido porque la colección se orientaba más bien hacia el arte fenicio. Como este último punto era verdad en cuanto un periodista llamó, la versión que se le contó sonó convincente. Mas, ¿por qué se había mencionado, de entrada, a la ciudad de Zrurich? Un periodista, Paul Watson, dejó el Líbano y partió a Suiza. Finalmente, el Museo Metropolitano de Nueva York tuvo que publicar la procedencia, el historial, de la obra: se había comprado, en efecto, a un anticuario suizo, quien, a su vez, la había adquirido a un marchante. ¿De dónde procedía, en último término, la obra maestra del arte clásico griego? La investigación ha durado casi cuarenta años.
Historiadores, arqueólogos, marchantes (entre los que destacaba Giacomo Médici), conservadores de museos suizos y buscadores de tesoros habían desvalijado o ayudado, directa o indirectamente, a desvalijar una tumba etrusca, en Italia, hasta entonces preservada, que acaban de hallar. De inmediato, se dieron cuenta de la importancia de la obra. Se podía obtener una fortuna. Pero ningún museo público italiano podría pagar lo que esta vasija costaba -lo que se iba a pedir por ella-, y no podía salir legalmente del paií. La ley internacional prohibe que los bienes culturales nacionales crucen las fronteras.  La vasija fue cuidadosamente rota. Los fragmentos, depositados en una maleta. En la aduana, se adujo que solo eran unos trozos inconexos. A la vista se mostraban. Los aduaneros aceptaron la explicación. Las piezas no tenían valor alguno. Ya en Suiza fueron juntadas con precisión. Las juntas se hicieron desaparecer. La vasija volvía a lucir entera; fuera de Italia.
Lo que aconteció después es conocido. La historia concluyó el año pasado. La ley italiana obligó a varios museos norteamericanos a devolver algunas obras maestras de la antigüedad, griegas, etruscas o romanas, que hoy son el centro de atención de museos florentinos y romanos, so pena de impedir que ninguna obra de arte italiana pudiera ser incluida en ninguna exposición en los Estados Unidos. Algún conservador ha acabado en la cárcel.
Esta historia me recordó lo que viví hace trece años. Pero aquí, en Barcelona, la historia acabó sin final.

Léase Paul Watson, Cacilia Todeschini: The Medici Conspiracy: The Illicit Journey of Looted Antiquities. From Italy´s Tomb Raiders to the World Greatest Museums, 2006. Votado uno de los mejores ensayos de aquel año,


y, por ejemplo, este artículo periodístico
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