sábado, 10 de noviembre de 2012

Tercera y última crónica de Ramala (Palestina): arquitectura y colonialismo

Ya de vuelta a Barcelona desde el martes por la noche, recuerdo una ponencia del congreso sobre Modernidad, Vida urbana en la Región Árabe, que tuvo lugar en Ramala (Palestina) y en Amman (Jordania), organizado por la ONG palestina Riwaq dedicada a documentar y restaurar el patrimonio arquitectónico y urbano palestino, con preferencia, estructuras modernas y no tanto o no solo monumentos.

Se comentó una situación doblemente paradójica que revela las complejas relaciones culturales entre Palestina e Israel.
Barrios enteros de ciudades y pueblos dominados, habitados por palestinos, fueron destruidos por el ejército de Israel en 1948. El desplazamiento y la reconstrucción de barrios produjo unos efectos inesperados. Los palestinos, minusvalorados por los judíos, muchos de ellos recién emigrados a Palestina, se sintieron tan rechazados y tuvieron la sensación que ya no formaban parte de Palestina, que adoptaron el estilo de las casas judías -un estilo influido por la arquitectura tradicional del norte de Europa, por ejemplo- para volver a sentirse arraigados a este lugar. Asumieron que los judíos eran los "verdaderos" habitantes de Palestina, por lo que solo imitando sus modos de vida y habitar podrían retornar a esa tierra y volverse a sentirse habitantes de ésta.

Mas, se produjo también un fenómeno inverso. Los judíos, recién emigrados de Europa, Norteamérica y África, se hallaron en tierra desconocida. Si querían sentir que pertenecían a Palestina, y enraizarse en esta tierra, tenían que adoptar formas de vida y de construcción propias de la región. Las casas tradicionales que se encontraban eran palestinas. Por tanto imitaron los modos de vida, las tipologías arquitectónicas palestina para edificar sus viviendas.
De este modo, se produjo una doble hibridación: palestinos que miraban a judíos, y judíos a palestinos.

Por otra parte, el empleo de formas y composiciones contemporáneas planteaba problemas éticos. La modernidad se asociaba al colonialismo. Fueron los poderes coloniales, Francia e Inglaterra, sobre todo, quienes introdujeron formas y tipologías que rompían con las tradicionales de los países colonizados. Tipologías (hospitales, guarderías, estaciones de tren, fábricas, juzgados, escuelas, etc.), por un lado, y las formas empleadas para darles cuerpo, pertenecían al vocabulario moderno. Los poderes coloniales no podían imitar formas tradicionales, ajenas a Europa; por otra parte, tampoco tenían que hacerlo. No era necesario ser respetuoso con el entorno. Éste no merecía ningún respeto: era el entorno de un país y una cultura sometidos, que se dominaban, precisamente, para modificar sus modos de vida y de creación. La ruptura, por tanto, con formas y maneras de crear existentes, tradicionales, tenía que ser efectiva, y visualizarse a través del empleo de formas modernas.
  
Así que, cuando los procesos coloniales acabaron tras la Segunda Guerra Mundial, los arquitectos y urbanistas de los países liberados se encontraron con una disyuntiva: no podían seguir con formas modernas, puesto que éstas habían sido impuestas por los poderes coloniales. Era necesario volver a formas tradicionales.
Mas, la modernidad siempre ha sido vista como una manera de romper con el pasado, un pasado que se quiere olvidar por los recuerdos y valores que vehicula. Así que, ¿cómo se podía expresar la ruptura con el pasado colonialista, si no no era recurriendo a formas modernas -introducidas por aquellos poderes de los que era necesario desmarcarse?
¿Era la modernidad en arquitectura una manera de romper con el colonialismo, o de prolongar su imperio?
El debate sigue vigente.

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