domingo, 2 de abril de 2017

Señal

Aunque los estudiosos no siempre han estado de acuerdo sobre los significados de las palabras signo, señal y símbolo, sí defienden que existen dos tipos de imágenes "icónicas": aquéllas cuyo significado no se agota en una solo visión -ni se agota nunca- (y que llamaríamos símbolos), opuestas a las marcas de fácil, inmediata y unívoca lectura. Así, en principio, cualquier imagen artística sería un símbolo -imagen en apariencia accesible, a veces, como en un bodegón, pero cuyo significado es elusivo y múltiple: ¿acaso remiten a valores humanos o divinos, o son alegorías de seres sobrenaturales, o...?-, mientras que una señal de tráfico, una vez conocido el código, no puede dar pie a ninguna interpretación: ordena realizar una acción determinada, siempre la misma, instantáneamente, en un determinado medio cultural en una época dada. Un círculo rojo con una franja horizontal blanca en el centro, situada en una vía de comunicación, indica que no se puede proseguir el camino.

La cruz cristiana es una señal. Su lectura no ofrece duda (a los fieles). Señala la presencia de la divinidad o, mejor dicho, es una "señal" que apunta a la divinidad y ayuda al fiel a recogerse para orar u honrarla.

Queda la duda de cómo deben considerarse cuadros que reproducen -o crean- señales como una cruz. Así, un cuadro de Malevitch que muestra una cruz negra sobre un fondo blanco, y está inspirado en un icono bizantino que representa o es una cruz, no puede leerse solo en "clave" religiosa: Alude a la divinidad (Malevitch era un artista moderno y un ferviente ortodoxo), sin duda, pero trata cuestiones propias de la representación plástica: la relación entre figura y fondo, la importancia de los márgenes, de los perfiles, la propia entidad de la cruz -o de la forma cruciforme-, plana o tridimensional (pero representada de frente, lo que implica que el fondo, a su vez deba ser "leído" como un plano blanco o un espacio ya sea en blanco, ya sea blanco -es decir inundado de luz), etc. El cuadro de Malevitch plantea una serie de preguntas irresolubles, como toda imagen artística. Ante una señal de la cruz, en cambio, el fiel debe santiguarse de inmediato, o, si se trata de una señal de tráfico, detenerse sin contemplaciones. Dudas, vacilaciones acerca del posible significado no tienen lugar. Pueden acarrear la muerte.

El filósofo y teórico de las artes Xavier Rubert de Ventós, comentaba agudamente, cuando impartía clases de estética en la Escuela de Arquitectura de Barcelona -tiempos que ya no volverán, por desgracia-, los problemas que causaban unos signos muy comunes, en los años setenta y ochenta, y hoy: los botones al lado de la puerta exterior de un ascensor. Dichos testigos, luminosos o no, suelen llevar una flecha que apunta hacia arriba o hacia abajo. La pregunta que surge siempre es: qué botón apretar cuando quiero tomar el ascensor. Lo más lógico sería suponer que la flecha indica qué dirección debe tomar el ascensor para que pueda entrar en él. Gracias a otras señales numéricas, situadas sobre el límite superior de la puerta, sé dónde se halla el ascensor y, por tanto, qué dirección debe seguir, ascendente o descendente, para llegar hacia mí. El interruptor o botón me permite así indicar qué tiene que hacer la máquina para darme el servicio requerido. Tiene que subir o bajar para recogerme.
Si alguien aplica esta lógica descubre, al momento, que nunca llegará hasta su destino: nunca tomará el ascensor, salvo por casualidad. Los botones flechados no sirven para indicar qué dirección tiene que seguir el ascensor sino que señalan hacia dónde quiero ir. El botón se anticipa así a mis deseos. La máquina no espera que le indique que quiero hacer sino que "adivina" mis intenciones. Con sólo pulsar el botón, el ascensor ya "sabe" a qué piso, superior o inferior -por encima o por debajo de donde me encuentro- quiero dirigirme, independientemente de la posición que ocupa el ascensor cuando le "llamo".

Las señales informáticas, digitales, no deberían suscitar esas dudas. Vivimos ante un teclado real o virtual (integrado en una pantalla) y una pantalla plana. Por tanto, "marcamos" qué queremos hacer. Los botones son la prolongación de nuestros dedos. Estamos a un "clic" de "distancia" de lograr un determinado propósito. El ordenador es un panel de mandos que manejamos -o programamos- para que "haga" lo necesario para satisfacer nuestras necesidades. El ordenador media entre nosotros y el mundo (exterior o interior a la pantalla).






Las Universidades suelen disponer de "portales": pantallas de ordenador que permiten entrar en contacto con otros usuarios -profesores, estudiantes, administrativos, etc.- para informar, dialogar, poner calificaciones que otros usuarios podrán ver.  Para efectuar esta última tarea es necesario activar un programa. De este modo, se "abre" una pantalla" que permite escribir -notas, mensajes- y guardarlos para siempre. Esta pantalla dispone de un testigo alternativamente rojo o verde. Siguiendo el código de colores más común, es habitual asumir que un color rojo indica que la pantalla no está activada y que es necesario, por tanto, cambiar, con el cursor, el color. Si se efectúa este gesto se podrá escribir notas, calificaciones. Aparecen nítidamente en pantalla. Mas, cuando se cierra el programa y se vuelve a abrir, se descubre, a veces con horror -tras haber pasado horas de redacción-, que todo lo escrito no ha quedado registrado. La causa no es debido a una deficiencia del ordenador, del programa o del "servidor", sino de una lectura ¿lógica? pero, ay, errónea de lo que los colores, rojo y verde, significan. Rojo no indica que el programa no está operativo, sino que cuando queramos cerrarlo deberemos "clicar" sobre esta señal. Del mismo modo, el testigo "en" verde" no indica que podemos trabajar sino que si queremos hacerlo deberemos activar la señal verde. En este caso, de nuevo, las señales no indican un estado de la cuestión -pantalla operativa o no, como así ocurre en la mayoría de las máquinas: una señal en rojo indica siempre que el aparato está desconectado- sino que nos indican qué deberemos hacer si queremos lograr un determinado propósito. Los colores no nos informan del estado de la máquina -encendida o apagada, a punto o desconectada- sino de nuestros deseos. ¿Quieres escribir? parece señalarlos, no sabemos si con un grado de ironía, la máquina. Desde luego, si no hacemos caso de su evaluación de nuestro estado de ánimo, en apariencia nada ocurre: podemos escribir perfectamente. Pero, al acabar de redactar y cerrar el ordenador, descubrimos, a continuación, que las palabras y las notas -y nuestro ánimo- se las ha llevado el viento. La máquina nos evalúa. Y se "venga", como si nos hiciera caso, sin embargo, si no le hacemos caso.
Cabe preguntarse, en fin, si las señales tienen una lectura tan unívoca como deberían, pues si tienen en cuenta nuestros sentimientos, nuestro deseos, la complejidad o confusión puede llevarlos a echar por la borda dichos deseos -y acabar, en un pronto rabioso, con la máquina.

Aviso a profesores -y a estudiantes si no "tienen" nota.  

A Xavier Rubert y a Albert Imperial

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