miércoles, 7 de diciembre de 2011
Puente, puerta o cenotafio: la interpretación de los restos arquitectónicos (Tello, Iraq)
http://www.persee.fr/web/revues/home/prescript/article/syria_0039-7946_2005_num_82_1_8684
En un reciente coloquio en la École Practique des Hautes Études, titulado "Projet Journée Tell Masaïkh: Tell Masaïkh, une colonie de l´empire assyrien en Syrie? Colonies, colonialisme et impérialisme dans les mondes anciens", con expertos en artes mesopotámica, egipcia y griega, el pasado 3 de diciembre en París, algunos arqueólogos repudiaron a los filólogos aduciendo que éstos lograban que los textos cuneiformes dijeran lo que esperan oír.
Mientras que los filólogos interpretaban según su conveniencia, los arqueólogos se enfrentaban a hechos indiscutibles. Los primeros fantaseaban, los segundos hacían ciencia.
Sin embargo, la arqueología también da pie a la interpretación. Los restos, por si solos, poco o nada dicen. Solo su estudio contrastado con otros restos, y con documentos escritos, puede ayudar a saber a qué corresponden , qué significan, qué funciones cumplen y cómo eran percibidos o juzgados. En este sentido, los restos arqueológicos son obras de arte o arquitectura: objetos que dan qué pensar; en sí, no son o no significan nada.
La interpretación no es unívoca; es decir, la arqueología suscita la interpretación, el trabajo de desciframiento de la forma y el sentido de los restos, que tienen que ser escogidos entre varias posibilidades, sin que no siempre sea evidente a qué corresponden.
Una de las obras más enigmáticas se halla en el yacimiento sumerio de Tello, en el sur de Iraq. En medio de un mar de montículos de tierra, correspondientes a estructuras arquitectónicas de barro deshechas, sobre una planicie cubierta de una fina costra de sal que cubre una extensa capa de barro, se alzan, en relativo buen estado (aunque han padecido treinta años de abandono), un gran y complejo entramado de altos muros de ladrillo, dispuestos en forma de espina de pez, en medio de un barranco.
Esta trama, desconectada de cualquier posible muralla, se presenta como un conjunto insólito, casi peregrino. No se entiende bien a qué corresponde.
Cuando se descubrió, se pensó que correspondían a un cenotafio real helenístico (del s. III aC), posiblemente construido sobre los restos de un monumento funerario muy anterior, sumerio o neo-sumerio (finales del IIII milenio aC); más tarde, se interpretó como las puertas de entrada a la ciudad, dispuestas para encauzar el flujo de visitantes hacia el palacio. Sin embargo, no se sabe bien dónde se hallaba el palacio, ni siquiera si existía.
Algunos estudios defienden que los restos corresponden a la estructura de un puente dispuesto sobre un canal.
Cada explicación resuelve una parte de las dudas que los restos suscitan; pero, despierta otras. Si de un puente se tratara, se explicaría que los muros se hallaran a un nivel inferior al de los demás restos descompuestos. Pero, por otra parte, la disposición de la estructura es extraña; posiblemente, no sería ni siquiera funcional, ya que el curso de las aguas habría quedado constreñido, lo que hubiera acelerado el paso del agua que hubiera afectado aún más la estabilidad de la estructura.
La existencia de canales, tanto en el territorio como en el interior de las ciudades, tampoco está plenamente demostrada, aunque numerosos textos en honor de los reyes, y textos míticos, cantan las virtudes de dioses y monarcas capaces de abrir canales como los abrió el dios creador del mundo en los tiempos de los inicios. No se sabe, empero, si estos textos narran la verdad; tampoco se sabe si el concepto de verdad histórica tenía sentido hace cinco mil años. ¿Tenían los relatos que contar lo que acontecía o lo que hubiera tenido que acontecer? ¿Eran los canales artificiales hondonadas naturales, abiertas por las aguas, a las que quizá tan solo se reforzaban para aguantar la embestida de las aguas?
Es muy posible que cada uno vea en las un tanto enigmáticas estructuras de Tello lo que quiera ver. Según la concepción que uno se haga del poder y el talento o la visión del hombre mesopotámico y de su capacidad de gobernar, los restos, necesariamente mudos, adquieren distintos significados.
De este modo, la interpretación del pasado nunca puede darse por concluida. Lo que es un índice de la grandeza del obrar humano, que rebasa siempre nuestra limitada comprensión.
(Enviado por la arqueóloga e historiadora Maria Gabriella Micale, presente en el coloquio de París)
(Fotos: Tocho, noviembre de 2011)
martes, 6 de diciembre de 2011
Gregory Markapoulos (1928-1992): Sorrows (1969)
Extraordinario documental sobre la casa que Luis II de Baviera mandó construir para Richard Wagner, por uno de los mejores cineastas norteamericanos.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Martin Crimp (1956): The City (La ciudad) (2011)
"La Ciutat", a la Sala Beckett from El Pla B de BTV on Vimeo.
(Lectura del dietario de Clair por parte de su marido, real o imaginario, Chris):
"Cuando era joven- más joven que hoy- cuando era otra persona, diríamos -distinta de la persona que ha escrito eso hoy-, y antes de que me ganara la vida como traductora -encontrando un refugio como decía un escritor "como un alcohólico se refugia en el alcohol"-, antes que eso creía realmente que había une ciudad interior en mí -una ciudad inmensa y variada, llena de plazas arboladas, de tiendas y de iglesias, de calles secretas, de puertas escondidas que conducían a escaleras que ascendían hasta habitaciones llenas de luz dónde las ventanas estarían moteadas por gotas de agua, y donde en cada gota de lluvia se vería la ciudad entera, al revés. Habría zonas industriales donde los trenes aéreos desfilarían ante las ventanas de las fábricas y de los centros de congreso. Habría escuelas donde, cuando la circulación de los coches se ralentizaría, se podría escuchar a los niños jugar. Las estaciones en la ciudad serían diferentes: cálidas noches de estío donde cada uno dormiría con la ventana abierta, o bien quedaría sentado en el balcón en ropa interior, bebiendo una cerveza de la nevera -y en invierno, las mañanas heladas cuando la nieve se hubiera instalado en los patios de los inmuebles y se mostraría la nieve en la tele y que la nieve en la tele sería la misma nieve que en la calle, echada a un lado para dejar paso a los habitantes camino del trabajo. Y estaba convencida que en esta ciudad, mi ciudad, encontraría una fuente inextinguible de personajes y de historias que alimentarían mi trabajo de escritora. Estaba convencida que para ser un escritor me bastaría con viajar hasta esta ciudad -está dentro de mí- y anotar lo que descubriría.
Sabía que sería difícil llegar hasta esa ciudad. No sería como tomar el avión hacia Marrakech, por ejemplo, o a Lisboa. Sabía que el viaje podría durar días o incluso años. Pero sabía que si lograba encontrar esa ciudad, y si era capaz de describir esta vida, las historias y los personajes de la vida, entonces yo misma - es lo que me imaginaba- podría volverme viva. Y he acabado por llegar a mi ciudad. Si. Oh, si. Pero cuando la he alcanzado he descubierto que había sido destruida. Las casas habían sido destruidas, al igual que las tiendas. Los minaretes yacían en el suelo al lado de las flechas de las iglesias. Los pocos balcones que se podían contar estaban aplastados contra la acera. No había niños en las áreas de juego, solo marcas de color. Buscaba habitantes para escribir sobre ellos pero no había habitantes, solo polvo. Buscaba a gente que se aferrara aun a la vida -¡qué historias podrían contar!- pero incluso aquí -en las tuberías, el subsuelo -en el sistema del metro subterráneo- no había nada -ni nadie- tan solo polvo. Y este polvo gris, como la ceniza de un cigarrillo, era tan fino que había penetrado en mi pluma e impedido que la tinta llegara hasta la hoja. ¿Eso era lo que realmente había en mi? Empecé llorando pero acabé dominándome y luego durante un momento traté de inventar. Inventé personajes y los he situado en mi ciudad. (...) Era una verdadera lucha. Pero no se animaban. Vivían un poco -pero solo como un pájaro torturado por un gato puede vivir en una caja de zapatos. Me costaba hacerles hablar normalmente -y sus historias se hundían a medida que las contaba. A veces los disfrazaba como disfrazaba a mis muñecas cuando era una niña. Les ponía vestidos raros pero luego tenía vergüenza. Y cuando me miraban, me miraban con un aspecto -como se lee en los libros -"acusador".
Entonces abandoné mi ciudad. No era una escritora -eso al menos estaba claro. Querría decir cómo el descubrimiento de mi propia vacuidad me entristeció, pero la verdad es que escribiendo eso no siento nada, salvo que me saco un peso de encima".
Fue entonces cuando Chris, el marido de Clair, le preguntó, ahíto, si él también era un personaje que había sido creado por ella.
Ciudad, de Martin Crimp, se representa en varios teatros europeos, entre esos la Sala Beckett, de Barcelona, en un montaje, y con actuaciones, admirables.
Quizá la mejor obra de teatro que se pueda ver hoy.
La mejor reflexión sobre la ciudad moderna.
Eso es lo que tendríamos que enseñar en las escuelas de arquitectura. O quizá no. Eso no se enseña. Se descubre. Demasiado tarde.
(Traducción: Tocho)
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