jueves, 28 de febrero de 2013

George Sander-Jackson (¿1986?): Plot (2009)


Plot (2009) directed by George Sander-Jackson from Arthur Cox on Vimeo.
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¿Qué ocurre en un solar abandonado en el centro de una ciudad?

Artista y artesano en la Grecia antigua

La mayoría de las actuales bellas artes (pintura, escultura, arquitectura) eran clasificadas como obras mágicas o artesanas en la Grecia antigua (y en la mayoría de las culturas antiguas).
Si bien, a finales de la antigüedad, la mayoría de los creadores gozaban del poco envidiable estatuto de artesano, y no gozaban de ningún prestigio -aunque sus creaciones podían ser admiradas-, en tiempos arcaicos, muy posiblemente hubieran sido considerados como portadores de habilidades muy especiales, propias de un mago.
También existían en la antigüedad actividades u obras que hoy en día consideraríamos obras de arte mayor, tales como la poesía -la poesía inspirada, sobre todo-, el teatro y la danza. Sin embargo, éstas eran, hace dos mil quinientos años, producciones o actividades mágicas.

El arte no existía, pues: lo que para nosotros es una obra de arte (una creación cuya finalidad consiste hacer sentir -provocando gusto o disgusto- y, al mismo tiempo, pensar) era un útil o un fetiche. Solo existía la magia (especialmente en épocas más antiguas) y la artesanía (a finales de la antigüedad).

Tres eran los nombres con los que, en griego, se designaba a los que para nosotros hubieran sido artistas (pintores, escultores, arquitectos, etc.): teknites, demiourgos y banausos. Solemos pensar que estos términos designan solo a artesanos. ¿Lo eran?

Los hacedores, que fueron considerados como magos, ¿fueron acaso reducidos a simples artesanos a partir del s. V aC y hasta finales de la antigüedad?. ¿Quedó algo de sus poderes de antaño?

Teknites estaba emparentado con tekne, que traducimos por técnica -por tanto, una noción alejada del arte; equivaldría más bien al arte aplicada.
Mas un teknites no era un técnico, sino un carpintero: tal es uno de los significados del término griego. Pero un carpintero no era un artesano. Entre los carpinteros más conocidos se hallaba José, padre de Jesús (Mt 13, 55): el Evangelio de Mateo no se escribió en hebreo sino en griego. Toda vez que José era presentado como miembro de la familia de David, es decir, de la familia real, su formación no debía ser exactamente la de un artesano (en el sentido moderno).
Un teknites era también un hombre habilidoso, y un comediante (un actor): es decir, alguien que lograba convertirse, durante una actuación, en otro ser, y lograba que el público, gracias a sus juegos de prestidigitador, creyera en la existencia de lo que no existía -como denunciaba Platón-.  Por esta razón, el teknites era un mago (real o simulado). Lograba efectos sorprendentes, alterar el mundo, creando unos nuevos, insertos en la vida diaria.
Que un carpintero fuera más un mago que un artesano no era sorprendente. El carpintero lograba el prodigio de poner al servicio de una nueva forma una materia viva esencial como era la madera. Ésta formaba parte de los árboles, unos seres vivientes que unían, al mismo tiempo que estructuran el cosmos, el mundo inferior en el que echaba raíces, el mundo visible, y el empíreo, cuya bóveda replicaba con la copa. El universo necesitaba pilares que sostuvieran el cielo: entre éstos, destacaban los árboles. Quien pudiera lograr que pusieran su fortaleza al servicio de otros fines tenía que tener un poder especial: el poder de alterar la realidad; ésa era, precisamente, la capacidad del carpintero.

Para nosotros, un demiurgo es un gran creador. Posee poderes o capacidades propiamente divinos. No es tanto un ser humano cuanto un ser sobrenatural. El dios supremo o único es calificado de Demiurgo.
En la Grecia antigua, un demiourgos era un profesional: alguien que ejercía una profesión ante el público, fuera un mago, un adivino u un operario (un artesano, según nuestros conceptos). Ser un demiurgo no implicaba ser un trabajador manual, sino una persona que dominaba determinados saberes.En verdad, la diferencia entre mago y artesano no existía: un médico, un legislador, un productor: siempre que estuvieran en plena posesión de sus capacidades, y fueran capaces de obras con el fin de lograr un productor -desde un discurso hasta un calzado-, eran, todos, unos demiurgos.

El término más habitual con el que se designaban a los trabajadores manuales (los artesanos, para nosotros) era banausos. Este término es que mejor se traduce por artesano. Nombra a un operario o un obrero. Sin duda, debido al declinante prestigio de los trabajadores manuales, un banausos designaba también a un persona vulgar, descuidada, que cometía faltas de gusto.
Es posible también que esta concepción negativa del banausos reflejara el temor o el rechazo que suscitaba un tipo de banausos: el que trabajaba con fuego: un ceramista o un herrero, por ejemplo.
Al igual que un carpintero, un ceramista y un herrero partían de una materia viva: la sangre de la tierra, que circula por sus venas o vetas, esto es, el metal, y su carne: el barro. Metal y tierra no eran materias inertes sino que constituían la materia prima de la diosa-madre. Un banausos tenía que ser aceptado por aquella para poder trabajar semejantes materias vivas. La diosa-madre no se entregaba a cualquiera. Solo una persona con un poder suficiente podía convencer a la Tierra de librarle una parte de su carne y su sangre.
Por tanto, los trabajadores que operaban con fuego eran unos magos. Sucios, repulsivos, sin duda: se adentraban en la entrañas de la tierra, y tenían el cuerpo ennegrecido o enrojecido por el humo y el fuego de los hogares. Pero también tenían la fuerza de poner el fuego y la tierra a su servicio.

Las labores artesanas no estaban, pues, bien separadas de las mágicas en las culturas más antiguas. De hecho, en culturas ancestrales o arcaicas eran prácticamente indistinguibles. Cualquier útil, o cualquier imagen, era eficaz no por sus cualidades formales o materiales, sino por fuerzas que el teknites, el demiourgos y el banausos habían logrado domesticar y dirigir hacia nuevas formas o funciones.

David Bestué (1980): Esfera triste (2013)








Una esfera lisa y metálica posada en el suelo. Tiene el tamaño de una pelota de playa. No está sobre base o peana alguna. Cualquiera puede golpearla inadvertidamente.
Hueca aunque no vacía. Si se mueve, se percibe un ruido. la esfera se asemeja a un sonajero.
Nada, salvo la cartela, indica qué contiene la esfera.
Son restos arquitectónicos. Cascotes: ladrillos y mortero de un edificio concluido, y restos de una construcción derruida.
Lo nuevo y lo caído cohabitan -en una esfera, una forma perfecta. La historia de una construcción, desde el inicio hasta el final, resumida, concentrada en casi un punto. La esfera actúa como una cápsula del tiempo. Puede ser vista tanto como el germen de un edificio -algo así como una primera piedra, o una semilla- cuanto como el último resto romo. Lo que apunta y lo que ha caído.
La esfera es una forma perfecta: la forma del cosmos; es decir, el espacio habitable. Y, en éste, la vida se sucede. Ciudad son fundadas y desaparecen.
La obra de Bestué es una lección de historia; una historia en imágenes.
Historia humana. Toda la grandeza de un edificio, expresión quizá del orgullo del arquitecto, contenida en una bola que cualquiera puede golpear y apartar.
Los edificios, fijos y perennes, transformados en una forma que rueda, mudando de lugar, sin tener un lugar asignado.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Elías León Siminiani (1971): La oficina (1998) & Digital (2005) (De la serie: Conceptos clave del mundo moderno)



Excelentes (agudos, irónicos) "documentales" sobre la ciudad moderna (filmados en Nueva York)

martes, 26 de febrero de 2013

Sarah Cox (¿1968?): A Time and A Time (2008)



Hermosa y novedosa manera de evocar una ciudad -Bristol, en el Reino Unido, en este caso - a partir de documentos, imágenes y películas ya existentes

Emblemas arquitectónicos en el mundo antiguo



El notable Museo Arqueológico de Bolonia (Italia) -con una fascinante disposición decimonónica cuidadosamente preservada- atesora una estela funeraria romana dedicada a Statorio Bathyllo y su liberto (esclavo liberado)  Trophimus.

El monumento vertical  está coronado por una efigie de la monstruosa Gorgona cuya mirada tenía el poder de petrificar a quien le mirara a los ojos: de este modo, el monumento quedaba a salva de las malas intenciones de quien quisiera dañarlo.
La parte inferior de la estela incluye dos instrumentos de trabajo: un compás y una plomada.
Así, la estela ha sido interpretada como un monumento funerario dedicado a dos promotores, constructores,  o arquitectos.

Estelas con instrumentos de trabajo abundan en el mundo romano, desde Grecia a Hispania, pasando por el norte de África. A menudo, éstos son propios del oficio del constructor.
¿Son siempre emblemas de un profesional relacionado con tareas edilicias? Quizá la presente estela lo pudiera ser, toda vez que está dedicada a un hombre libre y a un esclavo liberado, es decir, a un artesano y a su aprendiz.
Sin embargo, ambos emblemas son tan comunes en estelas romanas que cuesta creer que hubieran existido tantas tumbas notables de constructores. Después de todo, los arquitectos no gozaban de un estatuto especial. Eran considerados unos trabajadores manuales, pese a que el héroe Dédalo, representado a veces con ambos útiles en la mano, fuera el patrón del su gremio.
Por otra parte, como Waltemar Deonna ha estudiado,  tales útiles de constructor no aparecen necesariamente en estelas de hombres, sino también de mujeres, y de niños o niñas: en estos casos, los instrumentos no pueden emblemas de la profesión del difunto. Nunca hubo arquitectas en la antigüedad (salvo la mítica reina Semiramis, constructora de Babilonia).

Cabe entonces la posibilidad que los útiles hayan sido representados por su valor simbólico. El compás aludiría al final del ciclo de la vida. El círculo se habría cerrado. Esta imagen podría ser dramática, si no fuera por la inclusión de la plomada. En este caso, la muerte, que afecta a todos los seres humanos  -una de las lecturas de la escuadra de la que cuelga la plomada-, no habría sido trágica o indeseada, sino habría llegado a su justo y recto término; habría concluido una vida recta y equilibrada, dando a ésta plena sentido.
No quedaría claro, empero, si la evocación de una muerte entendida como un broche, de ambas figuras, correspondía con la realidad de la vida de estas personas, o si la estela imploraba una muerte digna.
Pero, en todos los casos, la iconografía arquitectónica remitiría a la imagen de una vida fundada, formada, habiendo así alcanzado su finalidad, su fin. Fin no por predecible e indeseado, menos lógico y hermoso. La muerte solo tendría sentido, como en este caso, si concluyera una vida bien organizada.

Las formas y los útiles arquitectónicos, los gestos y las prácticas del constructor, han sido asumidos como metáforas de la formación personal, de la edificación del ser humano lúcido y sabio, al menos desde el Renacimiento. Pero tales metáforas remontan, cuanto menos, al mundo romano. Edificar es una práctica digna si no se limita a levantar construcciones sino que proporciona un modelo para ceñir o dominar (domesticar) las pasiones (que, como la ignorancia, ciegan) gracias al estudio, la formación personal, que logra encauzar una vida dedicada a la comprensión del mundo y de uno mismo.
En este sentido, esta hermosa estela revela lo que el conocimiento de la arquitectura puede aportar a la equilibrada y recta edificación personal.