jueves, 4 de abril de 2013
miércoles, 3 de abril de 2013
Teen Daze: Inner Mansions (Moradas interiores, 2013)
La última obra de Teen Daze -de la que se incluyen solo tres temas en esta entrada- se inspira en el último y mejor texto de Teresa de Jesús: Castillo interior (o Moradas interiores), de 1577.
Se sostiene que el alma está fortificada y comprende sucesivas estancias o palacios, imbricados unos dentro de otros, que deben ser atravesados por el alma en un ejercicio de recogimiento o de introspección, volviendo el alma hacia sí misma, hasta llegar a la última y más recóndita morada, que alberga, como una sagrario, una centella divina.
Véase: http://teendaze.bandcamp.com/
La imagen de la Jerusalén Celestial (Matías de Torres-1635-1711: "San Isidro en oración", 1680)
El Museo de Prado acoge una exposición de dibujos de artistas clásicos españoles (ss. XV-XVIII) pertenecientes al Museo Británico de Londres.
Aunque la muestra comprende escasas obras de gran interés -destacan sobre todo Ribera, Zurbarán y Goya, y no tanto Velázquez, sorprendentemente-, San Isidro en oración, del artista menor barroco Matías de Torres, presenta curiosos problemas acerca del estatuto de la imagen.
El santo tiene una visión celestial. No se le aparece la corte celestial, sino unos ángeles que le despliegan un lienzo en el que aparece la imagen en perspectiva de una ciudad de planta cuadrada amurallada con doce bastiones o torres. Aquélla se asemeja a la imagen que la bíblica descripción de la Jerusalén celestial. Ésta es, en efecto.
La representación se enfrenta a un problema: cómo representar un motivo invisible - solo visible en estados de éxtasis-, celestial, casi se podría decir que inmaterial (no lo es, sino que los materiales constructivos son piedras y metales preciosos que refulgen; es decir, la materia es es material inmaterial por excelencia: la luz).
La solución, novedosa, no sé si única, que Matías de Torres adopta, consiste en convertir a la Jerusalén Celestial en una imagen: aparece representada sobre una tela. Se trata, pues de la imagen de una imagen, que contrasta con las imágenes del resto de los seres y las formas representados: el santo, los animales, el paisaje, y los ángeles o querubines.
La Ciudad celestial es una imagen, o un sueño. Mas no es una imagen cualquiera. El artista parece establecer una relación entre el paño sobre el que la Jerusalén celestial está inscrita y el velo de la Verónica, portador de la verdadera efigie de Cristo. Ésta, en efecto, cuenta la leyenda se imprimió sobre la tela mágicamente. La santa la tendió a Cristo, y éste se enjuagó el rostro sudoroso y sanguinolento. Al devolver el paño, sus facciones quedaron marcadas para siempre. Como esta imagen no fue realizada por mano humana alguna, sino que el modelo -el rostro- se imprimió directamente, la imagen del rostro no alteró las facciones. Todos los rasgos fueron traspasados sobre el lienzo. por eso, se dice que el velo de la Verónica acogió al verdadero retrato de Cristo: un retrato sin mediación humana alguna que hubiera podido desfigurarlo. Esta efigie causa un problema ontológico. Es una imagen, ciertamente, y acontece después del rostro, pero no es secundaria. En verdad coincide punto por punto con el rostro. Así que, en cierta medida, puede sustituirlo. La contemplación de la imagen remite directamente al modelo. Se trata de una imagen "modélica".
La Jerusalén celestial se representa mediante una imagen semejante. La forma urbana, entonces, se ha plasmado mágicamente. La Jerusalén celestial, en esencia, es una imagen (o una visión), y su representación (mágica) coincide con dicha visión. Se trata de una imagen milagrosa.
Las imágenes son milagrosas porque son imágenes de entes maravillosos o sagrados, entes no terrenales o materiales. Por tanto, la imagen mágica de la ciudad santa en el lienzo es un testimonio cierto de la condición celestial de dicha ciudad, de su carácter excepcional. Es la imagen la que da fe de la inmaterialidad de la ciudad. Se podría casi decir que dicha materialidad queda probada, o fundada por su imagen. Ésta funda la condición del modelo, la Jerusalén celestial.
Así, mediante este recurso ingenioso, Matías de Torres logró proporcionar una imagen material o visible de una entidad invisible sin atentar contra su invisibilidad. Muestra lo que no se puede mostrar mostrando al mismo tiempo su carácter inmostrable. Hace ver que lo que muestra en, en verdad, invisible.
martes, 2 de abril de 2013
lunes, 1 de abril de 2013
La puerta de Ishtar
Ishtar (o Inanna) era una diosa mesopotámica fascinante: terrible y deseable. Modulaba el deseo y la destrucción. Combinaba la atracción de la muy posterior Afrodita griega (temible, también, por otra parte) y el temblor que Atenea, la diosa de Atenas, cubierta con una coraza y un casco metálicos y blandiendo una lanza afilada, suscitaba.
Diosa de la guerra y de la pasión. De cuerpo hermosa sobre garras de ave rapaz. Ishtar era hija del dios de la Luna, Nanna; quizá de ahí le proviniera su carácter impredecible.
El legendario rey de Uruk, Gilgamesh, bien sabia que era mejor huir de Ishtar. Cuando la diosa se le acercó y se le insinuó -los amantes de Ishtar se contaban por decenas, pero ninguna salía con vida del envite-, Gilgamesh la rechazó, echándole en cara:
"No eres más que un fuego que se extingue en el hielo, una puerta abierta que no retiene la brisa ni el viento, un palacio real que ciega a todos los guerreros que lo atienden...".
Ishtar no era una figura hogareña. No se podía vivir con ni en ella. No era una madre, ni un lugar acogedor. Por contraste, Ishtar ponía el acento en las virtudes y las funciones del espacio construido: cortar el paso al viento que todo lo barre, y permitir que los ojos se abran para ver de verdad. El hogar, así, constituía un lugar recoleto y seguro, libre de inclemencias, en el que todo se podía mirar, donde no había que cerrar los ojos, porque no abrigada nada que fuera horrísono ni que obligara a bajar la vista. Nada vergonzoso acontecía ni se abrigaba en el espacio doméstico. Ishtar, diosa imperiosa y violenta, gélida y abrasadora, quedaba fuera. su mundo era el de las alimañas y los seres incivilizados. No tenía cabida en el hogar. Había que cerrar las puertas a su paso. Y las puertas tenían que levantarse y protegerse de tal modo que no sucumbieran ante las exigencias de la diosa. La diferencia esencial entre los mundos interno y externo se simbolizaba por la exclusión de Ishtar del espacio humano. Tenía que permanecer con las fieras.
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