http://www.economist.com/news/international/21581724-football-clubs-can-easily-be-used-stealing-machines-here-instruction-manual
Interesante, ilustrativo artículo.
Supongo que por esta razón los clubs de fútbol no solo han prosperado en España, sino que han sido defendido como criaturas virginales por todos los gobiernos -no fuera que pagando lo que deben a la Seguridad Social perdieran algún óbolo-, en especial en Madrid, Valencia y Barcelona, cuyos ayuntamientos pagan religiosamente a los policías que hacen la vista gorda ante los aparcamientos en cualquier lugar, y ante los destrozos, y abren sus puertas y sus balcones para que jugadores y directivos saluden displicentes a la plebe apretujada y chillona en las plazas cuando ganan una competición, como si fueran los verdaderos representantes del pueblo.
El fútbol lava más blanco -sea cual sea el color.
martes, 6 de agosto de 2013
lunes, 5 de agosto de 2013
Toni Gironés (1965): Rehabilitación de las ruinas de una mansión romano-republicana en el yacimiento de Can Tacó (Mons Observans, Montornés del Vallés, Barcelona) (2012)
Fotos: PAN & FAN, agosto 2013
Hoy, pese a la intensa urbanización del territorio, gangrenado por polígonos industriales sin planificación, la colina se divida aun desde lo lejos. Se recorta, desde tres lados, sobre una lineas sucesivas de colinas arboladas. Un camino asciende a lo que se asemeja un acrópolis. Un bosque tupido corona la loma y ciñe el yacimiento, separándolo de las laderas yermas, delimitando una zona de tránsito que esconde las ruinas, antes de que se revelen al salir por fin entre los árboles bajos.
Poco queda de la mansión: apenas la planta, algún muro que se levanta unas decenas de centímetros, y dos grandes depósitos de agua.
Parecía imposible convertir el yacimiento en un lugar atractivo y comprensible.
El arquitecto Toni Gironés lo ha logrado, de manera quizá aún más clara, sencilla, seca y escuela que en el hermoso yacimiento de la Edad de Bronce de Seró. Los materiales son parecidos, los resultados similares; la intención, empero, distinta, y el efecto aún más evocador en su austeridad.
Se han reconstruido las terrazas sobre la que se disponían los volúmenes originarios. Bien delimitados y articulados, dibujar la compleja planta del conjunto. Esta planta se levanta sobre los restos casi invisibles. La planta adquiere volumen -el volumen que dibujan las terrazas sobre la loma. El suelo y la masa de las terrazas están formados por piedras cortantes de pequeñas dimensiones, y por tierra, contenidas por un mallazo. Las armaduras metálicas, libres de piedras, conforman los perfiles y la estructura de rampas, escaleras y muros, como si de nítidos contornos dibujados se tratara, que envuelven el vacío: recuerdan una urdimbre, o la estructura interna de un organismo desaparecido.
Piedras y tierra proceden del propio yacimiento: son las que lo recubrían y fueron apartados y amontonados a un lado, cuando la excavación (las excavaciones alteran el paisaje: abren por un lado y levantan por otro). Han vuelto a su ubicación primitiva; pero, mientras antes de la intervención escondían los restos arquitectónicos, hoy los revelan, siluetándolos, dándoles forma y cuerpo, sin levantar falsos muros, empero.
El mallazo que contiene piedras y tierra se alza desde el suelo. El conjunto parece así un edificio en obras. Las ruinas se han transformado en un conjunto aún no concluido. El vector del tiempo se ha invertido. Lo que decaía, hoy brota. El edificio sigue sin existir enteramente; mas, mientras que hasta ahora se disolvía, hoy despunta. Pero su condición de ruina no se obvia: las piedras y la tierra que recubren el yacimiento bien evocan la caída de la mansión, hecha añicos, como si hubiera quedado fulminada, mas cuyos restos hubieran sido recogidos y dispuestos para evocar aun la planta y la articulación de los espacios sobre los cuáles el volumen había crecido. La planta se convierte así en un lugar, un espacio casi habitable.
Los muretes de las terrazas, formados por las piedras retenidas por la malla de hierro, que se alza sobre las trazas de los muros originales que apenas destacan sobre el nivel del suelo, recuerdan los cortes verticales que los arqueólogos realizan. De este modo, estos alzados contienen la propia historia de la mansión, o de su desenterramiento. Se tiene la impresión que se leen estratos o niveles, el último de los cuáles corresponde al de las presentes ruinas, que manifiestan así su historia, la historia sobre la que se asientan, historia que les da sentido. Los muros son su propia historia, el testimonio de su construcción, derrumbe y rescate.
Algunos perfiles metálicos siluetan volúmenes en altura, como los que recuerdan la presencia de una torre, al menos. Es el vacío el que evoca la presencia olvidada de la torre, una presencia sugerida por su ausencia. Del mismo modo, la presencia de algunos muros también es evocada por las armaduras de hierro que sobresalen verticalmente de las terrazas, y recuerdan el muro que fue, que podría haber sido, o que será -en la imaginación del visitante.
Dos cubiertas -quizá excesivamente bajas-, cumplen una doble función: proteger algunos elementos destacables (un muro que guarda trazas de pinturas, y una cisterna bien conservada), y evocar volúmenes, de manera no mimética.
Una gran obra que ha merecido diversos premios (finalista Premio FAD 2013, y premio en la XII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo 2013)
El recinto abre solo los domingos, de 11 a 14 horas. La página web del Ayuntamiento de Montornés del Vallés no indica que el yacimiento esté cerrado los domingos de agosto.
Sin embargo, un consejo: se puede entrar legalmente en el recinto. No diré cómo, mas sitúense ante la verja de entrada del recinto, cerrada, y miren a la derecha, pasados unos metros, en la pendiente.
La ausencia de visitantes, el aire seco del estío, y el rumor de los cigarras transportan al visitantes a los años, despiadados y felices, cuando Júpiter retumbaba.
Consúltese la siguiente página web:
Bocetos, planos y excelentes fotografías en: http://hicarquitectura.com/2013/05/toni-girones-can-taco/
sábado, 3 de agosto de 2013
El faraón Rampsinito y el arquitecto
¿Qué se puede leer, en verano, si no cuentos para evadirnos del presente (ardiente)?
A falta del inicio de una nueva misión arqueológica, en Egipto esta vez, por motivos obvios, los que participamos en la misión de Qasr Shamamok, en el norte de Iraq, podemos desplazarnos a Egipto de manera más certera, con la imaginación.
Antes de que Kheops llegara a ser faraón y causara la ruina de Egipto y desorden en el gobierno, cuenta Herodoto (II, 122-123), reinó Rampsinito (una figura basada quizá en el mucho más tardío Ramses III, tan rico y aficionado a las obras de arquitectura como su doble ficticio), que poseía una fabulosa fortuna en plata, y financió la construcción de la fachada (el pilón) y de dos obeliscos del templo dedicado a Hefesto (el dios griego de la forja, hábil en la fabricación de objetos metálicos, de plata, seguramente).
Temiendo perder la fortuna, Rampsinito encargó a su arquitecto el proyecto de una cámara en la que depositaría el tesoro. El arquitecto ideó una estancia abovedada, construída con grandes sillares de piedra, que selló cuidadosamente, salvo uno, que dejó suelto. Ningún albañil podía extrañarse. ¿Acaso las tumbas más reales no disponían de puertas falsas y de pesadas piedras giratorias que bloqueaban secretos pasadizos?
El arquitecto, sintiendo que la última hora llegaba, reunió a sus hijos y les confió el secreto. Aquella misma noche, se deslizaron hacia la cámara, extrajeron el sillar sin mortero con facilidad, y cogieron cuantos tesoros pudieron. Cada noche actuaron del mismo modo. Rampsinito se dio cuenta que su fortuna menguaba cada día que pasaba, mas viendo que los sellos no habían sido rotos, e incapaz de descubrir cómo el ladrón, que no dejaba huella, entraba en la cámara, dispuso negros cepos entre el muro y las grandes tinajas llenas de plata. Por la noche, a oscuras, uno de los hijos del arquitecto quedó atrapado. Sabiendo que no podría liberarse, pidió a su hermano que lo decapitara. Por la mañana, el faraón mandó que el cuerpo del ladrón fuera colgado en lo alto de la muralla, y que los guardias dispuestos bajo el cadáver estuvieran atentos si alguien se detenía ante el difunto y expresaba alguna emoción.
Pero la esposa del arquitecto, en cuanto su hijo le contó lo que había tenido qué hacer, se enfureció y lo ordenó que recuperara el cuerpo. El hijo, vestido de arriero, cargó dos odres llenos de vino de uva -que no de dátil- sobre una mula y avanzó lentamente hasta dónde colgaba el cuerpo de su hermano. Al llegar ante los guardias, disimuladamente, soltó el cordón que cerraba uno de los odres; el vino se desparramó a borbotones. Maldiciendo su suerte, y pegando el animal, logró que los guardias trataran de calmarlo y le ayudaran a recoger una parte del vino que corría por la calle. En agradecimiento, el arriero les regaló vino. Se sentaron a un lado, y siguieron bebiendo, hasta que los guardias cayeron borrachos, momento en que el arriero, aprovechando el descuido, descolgó el cuerpo de su hermano, lo escondió en un odre y lo cargó sobre la mula.
Cuando los guardias, avergonzados, acudieron a palacio, el faraón mandó que los ejecutaran, al mismo tiempo que se admiraba de la astucia y la destreza de los ladrones (¿no eran, acaso, hijos de arquitectos, capaces de doblar la resistencia de la materia y de idear los proyectos más descabellados?).
Entonces, el faraón ordenó a su hija predilecta que se vistiera de prostituta, entrara en un burdel, y solicitara a todos los clientes -atraídos por la belleza y la novedad de la hija del faraón- que le contaran, murmurando al oído, la mayor de las villanías que hubieran cometido.
Habiendo oído acerca de una nueva y esplendorosa prostituta y de sus excitantes deseos, el hijo del arquitecto violó una tumba, serró un brazo del cadáver y se dirigió al burdel, pidiendo ser atendido por la nueva recluta. Poco antes de salir, confió su secreto mejor guardado, pero, mientras la hija del faraón trataba de retenerlo, como su padre le había ordenado, y llamaba a los guardias, el hijo del arquitecto, aprovechando la confusión, le tendió el brazo desmembrado, que la joven retuvo, y se escabulló.
Fascinado de nuevo por las maquinaciones del ladrón, el faraón se rindió. Mando proclamar, en serio esta vez, que perdonaba al criminal y le ofrecía la mano de su hija. Sabía que, desde entonces, a su hija no le faltaría nada. El hijo del arquitecto sabría cómo sortear los envites del destino.
Desde entonces, esta historia se ha propagado; ¿cuántos escritores, como Pausanias, por ejemplo, no la han contando adaptándola a distintas circunstancias?
Para Joan Borrell, Albert Imperial, Marc Marín y Eric Rusiñol. hemos tenido todos que aplazar un año el sueño de hallar cámaras sepulcrales por recónditos desiertos, llenas, sin duda, de tesoros y alacranes.
A falta del inicio de una nueva misión arqueológica, en Egipto esta vez, por motivos obvios, los que participamos en la misión de Qasr Shamamok, en el norte de Iraq, podemos desplazarnos a Egipto de manera más certera, con la imaginación.
Antes de que Kheops llegara a ser faraón y causara la ruina de Egipto y desorden en el gobierno, cuenta Herodoto (II, 122-123), reinó Rampsinito (una figura basada quizá en el mucho más tardío Ramses III, tan rico y aficionado a las obras de arquitectura como su doble ficticio), que poseía una fabulosa fortuna en plata, y financió la construcción de la fachada (el pilón) y de dos obeliscos del templo dedicado a Hefesto (el dios griego de la forja, hábil en la fabricación de objetos metálicos, de plata, seguramente).
Temiendo perder la fortuna, Rampsinito encargó a su arquitecto el proyecto de una cámara en la que depositaría el tesoro. El arquitecto ideó una estancia abovedada, construída con grandes sillares de piedra, que selló cuidadosamente, salvo uno, que dejó suelto. Ningún albañil podía extrañarse. ¿Acaso las tumbas más reales no disponían de puertas falsas y de pesadas piedras giratorias que bloqueaban secretos pasadizos?
El arquitecto, sintiendo que la última hora llegaba, reunió a sus hijos y les confió el secreto. Aquella misma noche, se deslizaron hacia la cámara, extrajeron el sillar sin mortero con facilidad, y cogieron cuantos tesoros pudieron. Cada noche actuaron del mismo modo. Rampsinito se dio cuenta que su fortuna menguaba cada día que pasaba, mas viendo que los sellos no habían sido rotos, e incapaz de descubrir cómo el ladrón, que no dejaba huella, entraba en la cámara, dispuso negros cepos entre el muro y las grandes tinajas llenas de plata. Por la noche, a oscuras, uno de los hijos del arquitecto quedó atrapado. Sabiendo que no podría liberarse, pidió a su hermano que lo decapitara. Por la mañana, el faraón mandó que el cuerpo del ladrón fuera colgado en lo alto de la muralla, y que los guardias dispuestos bajo el cadáver estuvieran atentos si alguien se detenía ante el difunto y expresaba alguna emoción.
Pero la esposa del arquitecto, en cuanto su hijo le contó lo que había tenido qué hacer, se enfureció y lo ordenó que recuperara el cuerpo. El hijo, vestido de arriero, cargó dos odres llenos de vino de uva -que no de dátil- sobre una mula y avanzó lentamente hasta dónde colgaba el cuerpo de su hermano. Al llegar ante los guardias, disimuladamente, soltó el cordón que cerraba uno de los odres; el vino se desparramó a borbotones. Maldiciendo su suerte, y pegando el animal, logró que los guardias trataran de calmarlo y le ayudaran a recoger una parte del vino que corría por la calle. En agradecimiento, el arriero les regaló vino. Se sentaron a un lado, y siguieron bebiendo, hasta que los guardias cayeron borrachos, momento en que el arriero, aprovechando el descuido, descolgó el cuerpo de su hermano, lo escondió en un odre y lo cargó sobre la mula.
Cuando los guardias, avergonzados, acudieron a palacio, el faraón mandó que los ejecutaran, al mismo tiempo que se admiraba de la astucia y la destreza de los ladrones (¿no eran, acaso, hijos de arquitectos, capaces de doblar la resistencia de la materia y de idear los proyectos más descabellados?).
Entonces, el faraón ordenó a su hija predilecta que se vistiera de prostituta, entrara en un burdel, y solicitara a todos los clientes -atraídos por la belleza y la novedad de la hija del faraón- que le contaran, murmurando al oído, la mayor de las villanías que hubieran cometido.
Habiendo oído acerca de una nueva y esplendorosa prostituta y de sus excitantes deseos, el hijo del arquitecto violó una tumba, serró un brazo del cadáver y se dirigió al burdel, pidiendo ser atendido por la nueva recluta. Poco antes de salir, confió su secreto mejor guardado, pero, mientras la hija del faraón trataba de retenerlo, como su padre le había ordenado, y llamaba a los guardias, el hijo del arquitecto, aprovechando la confusión, le tendió el brazo desmembrado, que la joven retuvo, y se escabulló.
Fascinado de nuevo por las maquinaciones del ladrón, el faraón se rindió. Mando proclamar, en serio esta vez, que perdonaba al criminal y le ofrecía la mano de su hija. Sabía que, desde entonces, a su hija no le faltaría nada. El hijo del arquitecto sabría cómo sortear los envites del destino.
Desde entonces, esta historia se ha propagado; ¿cuántos escritores, como Pausanias, por ejemplo, no la han contando adaptándola a distintas circunstancias?
Para Joan Borrell, Albert Imperial, Marc Marín y Eric Rusiñol. hemos tenido todos que aplazar un año el sueño de hallar cámaras sepulcrales por recónditos desiertos, llenas, sin duda, de tesoros y alacranes.
viernes, 2 de agosto de 2013
Historia de dos ciudades: Mahón y Ciudadela (Menorca), según el obispo Severo (s. V)
Verano; calor; islas mediterráneas; lecturas, breves y claras, ligeras, veraniegas: por ejemplo, la carta-encíclica del obispo Severo.
Éranse dos ciudades en la isla de Menorca: Iammona (Ciudadela) y Magona (Mahón). Estamos a finales del imperio romano de Occidente, a principios del siglo V. La isla es segura, pero la península ibérica está asolada por los vándalos. Unos sesenta años más tarde caería Roma.
Magona estaba habitada mayoritariamente por judíos; Iammona, por cristianos. Aunque los judíos, en esta época, podían alcanzar ciertos cargos públicos de importancia en el imperio romano cristianizado, lo cierto era que Magona era vista como una mujer viuda, sabia, mayor que había perdido atractivos, mientras que Iammona era una novia engalanada. La lluvia era dulce, sabía a miel, en esta ciudad; era como el maná caído en el desierto. No hace precisar a qué olía Magona. Los judíos eran aceptados en Iammona, pero epidemias se desataban cuando llegaban; mientras Iammona acogía solo a animales domésticos, víboras y escorpiones eran habituales en Magona, donde granizaba, mientras que en Iammona el sol lucía como una esfera de oro sobre la iglesia.
Lejos, en los confines del imperio, en Jerusalén, había acontecido el segundo mayor descubrimiento de la cristiandad, tras el hallazgo de la santa cruz: las reliquias del primer mártir, san Esteban. El presbítero Orosio las guardó y las trajo por mar hacia Hispania, mas una tormenta y la inseguridad en la península había aconsejado que se depositaran en Menorca; en concreto, en Magona.
En cuanto los cristianos de Iamonna supieron del destino final de las santas reliquias, partieron prontamente y atravesaron la isla. Durante ocho días, se desató una guerra civil. La sinagoga fue derribada hasta los cimientos, y sobre ésta fue edificada una basílica. Los primeros judíos fueron apresados. Mas, las conversiones masivas, alentadas por el obispo Severo, que narró en una célebre cata-encíclica la historia, pusieron fin a lo que podía haber acabado con na masacre. Nadie murió. La conversión de los judíos de Menorca anunciaba la conversión de los israelitas, y la llegada a la Tierra Prometida.
Pero el carácter tan distinto de Magona y Iammona no se disipó. Por eso, Mahón se escuda tras persianas de librillo verde oscuras, siempre cerradas o entreabiertas, como ojos rajados suspicaces, mientras Ciudadela se abre alegremente a la mar.
El verano despierta esas extrañas historias.
Calor.
El texto de Severo se halla en latín, español, catalán e inglés.
Véase: http://www.larramendi.es/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=1000158
Éranse dos ciudades en la isla de Menorca: Iammona (Ciudadela) y Magona (Mahón). Estamos a finales del imperio romano de Occidente, a principios del siglo V. La isla es segura, pero la península ibérica está asolada por los vándalos. Unos sesenta años más tarde caería Roma.
Magona estaba habitada mayoritariamente por judíos; Iammona, por cristianos. Aunque los judíos, en esta época, podían alcanzar ciertos cargos públicos de importancia en el imperio romano cristianizado, lo cierto era que Magona era vista como una mujer viuda, sabia, mayor que había perdido atractivos, mientras que Iammona era una novia engalanada. La lluvia era dulce, sabía a miel, en esta ciudad; era como el maná caído en el desierto. No hace precisar a qué olía Magona. Los judíos eran aceptados en Iammona, pero epidemias se desataban cuando llegaban; mientras Iammona acogía solo a animales domésticos, víboras y escorpiones eran habituales en Magona, donde granizaba, mientras que en Iammona el sol lucía como una esfera de oro sobre la iglesia.
Lejos, en los confines del imperio, en Jerusalén, había acontecido el segundo mayor descubrimiento de la cristiandad, tras el hallazgo de la santa cruz: las reliquias del primer mártir, san Esteban. El presbítero Orosio las guardó y las trajo por mar hacia Hispania, mas una tormenta y la inseguridad en la península había aconsejado que se depositaran en Menorca; en concreto, en Magona.
En cuanto los cristianos de Iamonna supieron del destino final de las santas reliquias, partieron prontamente y atravesaron la isla. Durante ocho días, se desató una guerra civil. La sinagoga fue derribada hasta los cimientos, y sobre ésta fue edificada una basílica. Los primeros judíos fueron apresados. Mas, las conversiones masivas, alentadas por el obispo Severo, que narró en una célebre cata-encíclica la historia, pusieron fin a lo que podía haber acabado con na masacre. Nadie murió. La conversión de los judíos de Menorca anunciaba la conversión de los israelitas, y la llegada a la Tierra Prometida.
Pero el carácter tan distinto de Magona y Iammona no se disipó. Por eso, Mahón se escuda tras persianas de librillo verde oscuras, siempre cerradas o entreabiertas, como ojos rajados suspicaces, mientras Ciudadela se abre alegremente a la mar.
El verano despierta esas extrañas historias.
Calor.
El texto de Severo se halla en latín, español, catalán e inglés.
Véase: http://www.larramendi.es/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=1000158
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