Fotos: Tocho, Centro de Arte Reina Sofía. Museo Nacional de Arte Moderno, Madrid, julio de 2014
La excesivamente grande muestra antológica dedicada al artista pop británico Richard Hamilton en el Museo de Arte Moderno. Centro Reina Sofía de Madrid, actualmente en cartel, comprende dos salas que son dos joyas. Presentan reconstrucciones de dos "obras" que ponen en evidencia el ambiguo estatuto de la obra de arte contemporánea. Son difícilmente definibles. Por un lado son montajes de exposiciones. Las obras expuestas son fotografías en blanco y negro -de objetos y de dibujos o grabados- sobre el tema del transporte por tierra, mar y aire, en un caso, y placas de metacrilato transparentes y de varios colores, por otro -sin que constituyan un muestrario de este material, como en una feria de construcción.
Pero, al mismo tiempo, estas "piezas" fueron escogidas en función de un montaje. Continente y contenido están íntimamente relacionados, como las tablas y predelas, y los retablos que los acogen y exponen, en los altares mayores de iglesias católicas desde la Edad Media hasta el barroco. La segunda obra, de 1957, se titula an Exhibit, es decir Una exposición. La exposición muestra Una exposición: La muestra es lo que muestra. No hay exposición de una obra (lo que marca una diferencia ontológica entre forma y contenido), sino que la exposición es ella misma.
Las obras son, al mismo tiempo, fotografías y placas de colores, y son instalaciones. Las obras no podrían haberse expuesto de otro modo. En el caso de la segunda muestra, la unión entre objeto y sistema expositivo es tal que el montaje consiste en la disposición en el espacio de las placas suspendidas por cables -que forman parte de la obra puesto que trazan una cuadrícula en el espacio. No sujetan obras sino que son elementos de la obra.
Obras que, por otra parte, en tanto que se componen de placas, reproducciones fotográficas, estructuras de varillas, y de cables, dispuestas de un cierto modo, no requieren ser almacenadas sino que, a cada vez que se montan y se exponen, pueden ser creadas al momento, como ocurre con los ready-made de Marcel Duchamp, a quien Hamilton admiraba.
Se puede circular entre la obra, como si fuera una exposición, por la que se circula como ocurre habitualmente. La obra no se contempla desde fuera, como si fuera una unidad indisoluble. Ni siquiera las obras "penetrables" de los años setenta pueden ser, hoy, recorridas, por temas de conservación, como tampoco pueden ser pisadas las placas metálicas dispuestas en el suelo para ser pisadas del arte minimalista. No ocurre lo mismo en este caso. El visitante se adentra en el montaje para contemplar tanto las fotografías como la disposición del conjunto. Por lo que éste se muestra como una exposición de objetos. Y, sin embargo, éstos no pueden ser expuestos de otra manera, como si ocurriría si lo que se expusiera fueran solo placas o fotografías.
Finalmente, la presentación de la instalación o del montaje original no es una reconstrucción de un montaje de hace cincuenta años, sino la exposición de una obra, que tiene que exponerse de una manera determinada, como ocurre con un cuadro que no se puede exponer al revés, o una escultura cabeza para abajo. La obra tiene una lógica, se tiene que mostrar de un modo determinado, como ocurre con la obra de Hamilton, lo que demuestra que forma y forma de exponer son indistinguibles, que plantea una curiosa pregunta acerca del estatuto del arte y de la relación que mantiene con el observador. En parte, es la mirada y el movimiento de éste el que determina qué es la obra, una obra que solo existe si se expone. Desmontada no es nada. Solo existe para ser vista y recorrida, para ser expuesta a la mirada. Solo existe en y para la mirada. Se trata de una obra verdaderamente pública, una obra que solo es imagen.